Movimiento nacional

Autocrítica y después

 

El movimiento nacional, pensado como el conjunto de sectores políticos y sociales que se reconocen por cierto aire de familia (soberanía nacional, justicia social, independencia económica, integración regional, derechos humanos, etc.) —y, en particular, el peronismo— ha sufrido derrotas políticas y culturales equivalentes o peores que la actual y, sin embargo, pudo volver a dar pelea. Golpeado, torturado, desaparecido, disminuido, pero no al punto de no volver a levantarse.

Y levantarse ahora de esta derrota obliga a encontrar las preguntas y las respuestas necesarias para reconstruirnos a partir de los restos del naufragio.

Momento impensado este, pero no improbable como consecuencia, en primer y principalísimo lugar, de no haber solucionado los problemas del pueblo como nos impone la pertenencia a un movimiento nacional y popular. Ahora hay que militar para que este movimiento recupere la producción nacional, la soberanía y la justicia social como ejes rectores de su accionar diario.

Esa militancia debe incluir una profunda introspección y debate porque siguen ahí las voces que, confundiendo distribución con crecimiento, aseguraron que recuperar, tan solo recuperar, los ingresos populares devastados durante el macrismo, el acceso a la vivienda y otros derechos debían esperar para cuando “la macro se estabilizara” errando también ahí en la secuencia causal real del funcionamiento de una sociedad y su sistema productivo. 

Voces compañeras de aquellas que, ante cualquier mención que hacíamos sobre la necesidad urgente de un plan de sustitución de importaciones y desarrollo de proveedores nacionales para mejorar el saldo de divisas vía disminución de pagos al exterior, nos acusaban de espantar las tan necesarias inversiones, voces que, frente a la propuesta de dar prioridad al mercado interno, suministrando energía y alimentos a precios en línea con los costos y no con los reclamos de las empresas, se alzaban para exigir unanimidad tras el plan “exportemos lo que sea y como sea y sincerar precios y tarifas” porque primero está la “macro”.

Es cierto. Tuvimos funcionarios, economistas, asesores e intelectuales de varias escuelas y pelajes pensando que es posible la secuencia “exportamos commodities, generamos divisas y luego procedemos a ejecutar políticas de industrialización que mejoren naturalmente el ingreso de trabajadoras y trabajadoras”.

¿Es posible esa secuencia? En detalle, se asume que:

  1. El Estado puede captar divisas y rentas generadas por un grupo reducido de actores, productoras de hidrocarburos, mineras, etc., que tendrían un comportamiento económico y político opuesto al habitual de los exportadores del sector agropecuario.
  2. La necesidad de importar equipos, repuestos y servicios para atender la urgencia extractivista no afectará a la industria nacional existente y no desalentará el desarrollo de nuevos proveedores.
  3. La matriz de producción actual, que involucra a miles de empresas, la mayoría pymes, no se verá gravemente afectada y buscará reconvertirse de fabricantes a integradores o simplemente importadores.
  4. En el caso de que la generación de divisas vía la exportación de commodities y la captura de una parte de ellas por el Estado consiga una estabilización definitiva de la “macroeconomía” como aseguran los defensores de esta vía, el sistema industrial sobreviviente y reconvertido podrá volver sobre sus pasos para pasar de importadores a fabricantes que sustituyen importaciones. O que resucitarán las empresas quebradas por la competencia importada.
  5. Se da por hecho que el fortalecimiento del núcleo exportador de commodities, dueño de la mayor parte de las divisas, no terminará aumentado el poder de la coalición político-económica que históricamente, en forma sistemática y siguiendo intereses propios y foráneos, se ha opuesto de todas las maneras posibles, incluso con violencia, a un camino de independencia económica.

Las características de nuestro sector externo otorgan a un puñado de empresas, la mayoría transnacionales, un gran poder para imponer políticas públicas, precios de tarifas, por ejemplo, y nadie regala esa capacidad que surge del manejo discrecional de miles de millones de dólares.

"Más del 60 % de las exportaciones es explicado por 50 empresas de la cúpula empresarial, mientras que las 200 más grandes son responsables de más del 70 % y, más relevante aún, esas 50 líderes dan cuenta del 90 % del superávit comercial de las 200 principales" (Martín Schorr en El viejo y el nuevo poder económico en la Argentina, capítulo 6).

Hoy apenas sí tenemos control sobre el comercio exterior y más exportaciones solo implica menos control sobre mayor cantidad de divisas.

La combinación de nuestra incapacidad para imponer transformaciones de base en la estructura económica (por incapacidad, impericia o complicidad con los grupos de poder) que permitiera un ajuste virtuoso que impactara en los ganadores de siempre, al núcleo concentrado de la economía nacional, permitiendo sacar del pozo a las clases populares y la tibia voluntad para poner en marcha un plan industrializador en alianza estratégica con los empresarios nacionales y los trabajadores, nos llevó a un fracaso que estaba asegurado.

Lo sabemos desde hace años: si fracasa el peronismo la salida es por derecha y, aunque sea duro decirlo, no es el fracaso solo del gobierno que se va, la evidencia está frente a nosotros: cuando el peronismo fue menemismo profundizamos la tarea que comenzó la dictadura en 1976, tarea destructiva de la industria existente y de un futuro industrial complejo y posible del mercado interno y de los lazos sociales de una comunidad próspera. 

Luego, a partir del 2003, nos esforzamos por recuperar lo perdido desde el ‘76 pero, más allá de batallas ganadas, que hoy pueden revertirse, no fuimos capaces de cambiar la estructura primaria, concentrada y extranjerizada, de nuestra economía.

Puesto en números:

Evolución del PBI total y per cápita, del PBI industrial y per cápita, y del peso de la industria en el valor agregado total (coeficiente de industrialización), 1974-2022 (índice 1974=100 y porcentajes).

 

* Según datos de cada año a precios constantes.
** Coeficiente de industrialización: PBI industrial/PBI total (según datos de cada año a precios corrientes). Fuente: elaboración propia sobre la base del INDEC y el sistema de Cuentas Nacionales de Naciones Unidas.

 

Seguramente estos agregados macroeconómicos se correlacionan con el ingreso de los asalariados, nivel de pobreza y nuestra decadencia general.

Pero tan importante como esos datos que verifican la des-industrialización, tenemos el grado de complejidad económica de nuestro intercambio comercial.

 

Saldo comercial según el contenido tecnológico de las distintas actividades industriales, 2012-2022 (en millones de USD). Fuente: elaboración propia sobre la base de COMTRADE.

 

Hoy ya ni siquiera tenemos un saldo positivo en los bienes de mediana-baja tecnología.

Ese deslizamiento desde un país de desarrollo medio con oportunidad para alcanzar niveles de “primer mundo” hasta este, en continuo sub-desarrollo y primarización de su producción, es una foto de nuestro fracaso.

Tan profundo caímos, es tan significativa la concurrente batalla cultural perdida, que algunos compañeros afirman que el ajuste brutal (ajustar “la macro”) que se viene tendría que haber sido encarado por nuestro gobierno, aunque maticen sin precisiones que debía ser “de otro modo”, validando la idea metafísica, casi del orden de lo religioso, de que hay que sufrir para recoger los frutos del esfuerzo. Por supuesto, mucho dolor a sufrir por el pueblo, por los mismos des-heredados de siempre, porque el paraíso en la tierra es para unos pocos, los mismos de siempre.

Sorprendentemente, para estos compañeros y amigos variopintos, no hay actores sociales con historia, no hay monopolios, no hay juego geopolítico internacional, sólo una relación entre TC, tarifas y salarios según algún modelo supuestamente “científico” y que debe guiarnos sin discusión bajo la amenaza de ser considerados populistas ignorantes y demagogos.

Esa batalla cultural perdida tiene como fondo un sistema de control social que les hace pensar que son pensadores libres y que de ningún modo reproducen el discurso de los poderosos.

Siempre existieron métodos para el control social, pero los actuales, gracias al poder económico que los sustenta y las herramientas técnicas impensadas años atrás, son de una sofisticación y una eficacia en la manipulación de deseos y acciones, que nos llevan a recordar con una sonrisa condescendiente las advertencias de 1984 o Fahrenheit 451 por mencionar algunas de los faros que iluminaban la necesidad de pelear por una sociedad que evitara esas catástrofes civilizatorias. Sí, hoy y entre la apariencia de pluralidad y libertad de elección, nos encontramos totalmente sujetados por un sistema que no admite discrepancias sobre los fundamentos de este.

Y cuando se supera alguna barrera, el sistema dispone del sistema judicial (que para eso se diseñó) y, en última instancia, de los bomberos con lanzallamas de Bradbury (la represión).

La individuación y la concentración de hombres y mujeres en pequeños grupos definidos por identidades de “diseño” y la abdicación de sindicatos y partidos políticos de sus deberes tradicionales dan por resultado muy débiles, esporádicas y desorganizadas señales de resistencia.

Así, todavía no se llega a vislumbrar la magnitud, la profundidad de la destrucción que ha comenzado. Es muy probable que al evidente hundimiento de los ingresos de la mayoría y de los sistemas de salud, educación y seguridad se sume el aniquilamiento de buena parte de nuestra industria y de aquellos proyectos de largo plazo como el reactor de mediana potencia (CAREM), los lanzadores de carga espacial (TRONADOR), satélites, vacunas, etc.

La dictadura pudo, por ejemplo, hacer desaparecer un futuro de industria electrónica propia y hoy van a intentar hacer lo mismo con la nuclear, la espacial, la satelital y la biotecnología, porque el proyecto que se oculta detrás de las gastadas consignas sobre el déficit fiscal, el equilibrio y el sinceramiento de tarifas y precios es el de un país de producción primaria para una minoría de super ricos y mayorías miserables. Sí, como en el 1900.

Finalmente, en las épocas de barbarie hay que reforzar los vínculos personales, políticos, culturales y comenzar a resistir con la vista puesta en revertir y reconstruir. El peronismo podría convertirse en el eje alrededor del cual un movimiento nacional y popular recupere la patria de tanto canalla. Pero ese peronismo debe recuperar lo mejor de su historia: un programa humanista de justicia social apalancado por la producción y los productores como sujetos políticos esenciales, recreando una alianza social de empresarios nacionales y trabajadores que quedó tan lejos en el tiempo que hoy parece un mito.

El siglo XXI, que comenzó en 1989, terminó con la pandemia, la guerra, el desastre ambiental y la emergencia de otros poderes geopolíticos, económicos y tecnológicos fuera de “occidente”. El fin de la historia, la globalización capitalista triunfante, fue un fiasco patético y los valores “occidentales” repetidos hasta el hartazgo sólo están ahí, como una cortina, para evitar discutir sobre lo real, sobre los intereses, sobre las relaciones de poder, sobre la necesidad de liberación de los pueblos de un sistema que los agobia y los empuja a los márgenes de una sociedad obscenamente opulenta sólo para una minoría. 

Hay que parar y recalcular conscientes de que no fracasamos sólo en lo material, sino también en lo simbólico y en lo cultural. Aunque no sea un fenómeno sólo nacional, la circulación de mentiras, datos e historias falsas o las peores y más elementales consignas del neoliberalismo —que se incrustaron con la fuerza de un meteorito en las mentes de trabajadores, empresarios, profesionales e intelectuales— son hechos que no vamos a revertir en el corto o mediano plazo discutiendo, debatiendo. No tiene sentido, no existe manera práctica de destruir tanto prejuicio sin fundamento como la Argentina potencia del siglo XIX o mitos más elaborados como los de nuestros “heterodoxos” economistas. Es tiempo de encontrar otra forma de militancia, tal vez más lenta y profunda, más cuerpo a cuerpo, más sólida y que nos permita transitar críticamente y acumulando esta época que nos ha tocado.

El siglo XXII ha comenzado y los sectores productivos, empresarios, cooperativistas y trabajadores debemos reclamar el lugar que merecemos en la reconstrucción y conducción del movimiento nacional.

 

 

 

 

 

* Sergio Echebarrena es empresario pyme, dirigente gremial, integrante del MP25M (Movimiento Productivo 25 de Mayo).

 

 

 

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