Muchos Soriano

Ángel Berlanga escribió una biografía donde desfilan el escritor, el periodista y la figura civil

 

–¿De qué trata el libro? ¿De fútbol?

–No. Trata de los goles que uno se pierde en la vida.

(De Memorias del Míster Peregrino Fernández y otros relatos de fútbol)

 

Durante diez años, el periodista cultural Ángel Berlanga construyó pacientemente una biografía ejemplar sobre Osvaldo Soriano (1943-1997). En el ínterin participó junto a Juan Forn de la cuidadosa reedición completa de la obra literaria de Soriano y se encargó de compilar dos de sus textos periodísticos: Cómicos, tiranos y leyendas y Arqueros, ilusionistas y goleadores.

Soriano brilló como novelista y también como cronista y observador de la realidad. Mientras se convertía en uno de los escritores más leídos (y mejor pagos) de la Argentina, su obra recorría el mundo y nunca se bajó del periodismo, su oficio original. La bajada de Soriano, una historia (Sudamericana) formaliza la tríada esencial de sus inclinaciones: El escritor que amaba los gatos, el fútbol y la noche. Llevó a la celebridad a su gato Negro Vení, fue un fanático de San Lorenzo (la sala de prensa del club de Boedo lleva su nombre) y desde muy joven sus tiempos más activos fueron los de la madrugada. El título de uno de sus excelentes libros de artículos periodísticos –Rebeldes, soñadores y fugitivos– también podría caberle como síntesis de su forma de ser. No fue nunca dócil a los poderes, soñaba con un mundo mejor y en numerosas ocasiones la vida lo puso a prueba con mudanzas y ausencias.

Soriano fue el hijo de un técnico importante de Obras Sanitarias que por su tarea de instalador de agua corriente saltaba con frecuencia de ciudad en ciudad. Su madre fue ama de casa. José Soriano y Eugenia Goñi eran españoles y se casaron en Mar del Plata en 1941. El involuntario nomadismo familiar fue otra parte rica de la vida de Soriano porque, de la mano de su padre (con quien siempre se trató de “usted”) pudo conocer distintos paisajes y realidades. Hasta instalarse en el Tandil de finales de los años ‘50 soñó con destacarse en el fútbol y consagrarse como un centro goleador. Jugó en canchas imposibles de Río Negro, Neuquén y Cipolletti, pero la pelota de esa ambición se desinfló pronto. En aquella Tandil conoció de cerca a gente que contribuyó decisivamente a su formación: Jorge Di Paola, Víctor Laplace, Eduardo Saglul, Ana María Colombo, Facundo Cabral. Algunas lecturas tempranas (Roberto Arlt, Guy de Maupassant, Horacio Quiroga, Ítalo Calvino y el Richard Matheson de Soy leyenda), un pasajero ejercicio del periodismo deportivo, inquietudes de estudiante de teatro y cine-clubista, que también tuvo, anticipaban que su desembarco en Buenos Aires era cantado. Cuando salió de Tandil se alojó en el altillo más precario del Hotel Tandil, en Avenida de Mayo: mayor conspiración literaria imposible.

Llegó a la Capital, medio huyendo de la sociedad tandilense y del clero local, debido a una crónica feroz sobre la procesión de Semana Santa que había hecho por encargo y que se publicó en el mítico semanario Primera Plana. Periodistas como Osiris Troiani, Félix Samoilovich y Francisco Juárez tuvieron dispensas providenciales con su persona y lo respaldaron en sus pasos iniciales. El resto lo hizo él por condiciones, con la prepotencia de bancarse amansadoras y con la astucia del nueve de área que quiso ser. Por eso, su incorporación al semanario más prestigioso de ese momento no fue debut y despedida. Probó valores en otras redacciones en las que tuvo como protectores, entre otros, a los hermanos Julio y Juan Carlos Algañaraz, a Tomás Eloy Martínez, Mempo Giardinelli y Antonio Dal Masetto. Posteriormente, cuando sin abandonar el periodismo –eso que alguno llamó literatura apresurada– se propuso ser un escritor, sus grandes amigos fueron varios de la primera hora y también Eduardo Rafael, Aída Bortnik, Tito Cossa y José Pasquini Durán. El director de El Cohete a la Luna compartió con él proyectos importantes. Opina en el libro: “Los italianos se identificaban con el tono y los personajes de sus crónicas. García Márquez leía sus novelas con tanto interés que se olvidaba de que el autor era argentino. Lo traducían a los idiomas obvios y a los imposibles”. Quien esto firma trabajó con él en el diario La Opinión, en donde algún sábado glorioso Soriano nos dedicó el privilegio de leernos el inicio de Triste, solitario y final, su primera novela.

 

Los imperdibles 'Cuentos de los años felices', y dos de sus novelas: 'El ojo de la patria' y 'Triste, solitario y final'.

 

 

De ahí en adelante hubo muchos Soriano y el libro los cuenta de manera potente. Fue el autor de siete novelas (dos de ellas, Cuarteles de invierno y No habrá más penas y olvidos, fueron filmadas y estrenadas con éxito), de más de media docena de libros periodísticos y un formidable conversador, con quien siempre daba ganas de tomarse un café. A partir de su admiración por Ross McDonald, Raymond Chandler y Dashiell Hammett, se convirtió en un experto en novela negra norteamericana.

Todo lo que caía en sus manos era transformado en ficción, incluso sus crónicas, como las preferidas por quien esto escribe, Cuentos de los años felices y Llamada Internacional. En pleno menemismo Soriano le vendía a un sueco, editor del Créase o no, esas curiosidades argentas que nos hacen únicos en el mundo.

 

 

Ángel Berlanga: biografía cumplida. Foto: Leo Vaca, Télam.

 

 

 

 

 

Artista, pirata e ilusionista

Es tan exhaustiva la investigación de Berlanga sobre Soriano (aun cuando no lo conoció personalmente; pues ingresó a Página/12 cuando su biografiado ya había fallecido) que si Soriano viviera tendría que recurrir al intérprete de su trayectoria para recabar detalles de su propia vida perdidos en la memoria. Por sus 524 páginas desfila el escritor, el periodista, el personaje y la figura civil que también fue. Y desde el transcurrir vital de Soriano el libro nos saca a pasear por los pasados 60 años en los que intervino como ciudadano y como persona interesada en la política. Incluso en su estancia europea, en donde colaboró con publicaciones que ponían al desnudo los excesos de la dictadura.

El libro tiene más de 70 entrevistas personales y una fina, atenta y profunda lectura y relectura de libros, artículos y entrevistas. No elude temas que podrían haber sido controversiales y los presenta con conocimiento y afecto. Aunque por entonces no tenía la vigencia que en estos tiempos tomó la palabra cancelación, Berlanga explica que Soriano sentía que parte de la intelectualidad o el establishment literario nunca terminó de entenderlo y contenerlo, una forma de negación que le generaba un indisimulable malestar. También debe celebrarse que Berlanga no haya soslayado el tema económico. Además de haber obtenido un reconocimiento importante en el país y en el exterior, Osvaldo logró de editoriales unos anticipos en dólares como muy pocos antes –y después– consiguieron. No es prosaico abordar la cuestión porque desde la enorme repercusión de sus libros revela a alguien que no se achicó frente al éxito, y desde el dinero muestra a alguien que, sin remordimientos ni culpas, hizo valer su esfuerzo y su trabajo.

La muy completa historia pone de manifiesto su interés por la política. En notas sobre acontecimientos deportivos (fútbol, boxeo) no elude la crítica social. Fue capaz de empezar hablando de la violencia en el fútbol o la explotación en el boxeo para terminar enfilando hacia una colectora para llegar a la crisis de la salud pública. Asume lo que fue y lo que no fue. “Yo no soy ni fui peronista”, declara en la página 101. Y en otro momento agrega: “No participé de la lucha armada, pero estuve cerca de ellos. Hoy en día… parece que nadie tuvo nada que ver… hay que hacerse cargo”. En más de un centenar de ocasiones aparece el Soriano de opiniones políticas contundentes. Artículos de La Opinión y Página/12 suenan como escritos ayer. Como ejemplo, van tres textuales incluidos en el libro.

  • “Las clases dominantes odian los sueños porque son incapaces de producir una poética del futuro. Prefieren el pragmatismo porque en el terreno de la eficiencia la derecha ha ganado tiempo y lo demostró con el Proceso de Reorganización Nacional, que liquidó una cultura que, al menos, creía en una sociedad mejor, más justa y más solidaria”.
  • “Si vos votás a Bussi, después no te podés quejar de que empiece por tirar abajo el monumento a la paz y mañana entre sin permiso a tu casa. No nos hagamos los tontos”.
  • “Más allá de las controversias, de los tapujos, de las corrupciones y de la impunidad, los argentinos hemos aceptado vivir en libertad. Recortada, limitada, imperfecta, tenemos que cuidarla, ampliarla, ponerla a la altura de los olvidados, de los hombres que lucharon por un espacio en el que todos tengan una patria, un trabajo, un techo digno, un juez imparcial y mil opiniones distintas”.

 

 

 

Arquero, cómico, leyenda

Todo lector futbolero se regocijará leyendo el capítulo “Cuervos”. Su modo de ser hincha de San Lorenzo, desde pequeño cuando una tarde recorrió el viejo Gasómetro vacío hasta padecer el descenso de su club desde el exilio, son otras maneras, ingeniosas, conmovedoras, que Berlanga –también de pasión cuerva– encontró para mostrar al auténtico Soriano. Cuenta también que Manuel Soriano, el hijo de Osvaldo, decidió ir al entierro de su padre con una camiseta de San Lorenzo. El último domicilio familiar de Soriano en Buenos Aires fue en el barrio de La Boca. Soriano temía que, por cercanía, el niño eligiera otros colores. Optó entonces por catequizarlo haciéndole entender la conveniencia de ser hincha del club de su papá. Escribe: “Todavía me falta contarle que no elige a un ganador. Que ser de San Lorenzo es un interminable sobresalto, una carga que se arrastra en la vida, con tanto desconcierto y orgullo como ser argentino”. Manuel tiene hoy 33 años, vive en París, en donde también está su madre y la compañera de vida de Soriano, Catherine Brucher. Para tranquilidad de Osvaldo, sigue siendo, a la distancia, de San Lorenzo.

 

 

Con la número 5, siempre.

 

En enero de este año Soriano hubiera cumplido 80 años. Si tuviera que imaginar qué sería en mayo de 2023 diría que después de otros sucesos literarios y varios merecidos reconocimientos él viviría, tranquilo, en París. O en Bruselas, allí donde se conoció con Catherine. Sentiría en el corazón no poder intercambiar reflexiones e ironías con amigos de la madurez, como Osvaldo Bayer. Seguiría atentamente la actualidad argentina, sería hombre de consulta en todo el mundo y, después de todo, se sentiría feliz merecedor de una biografía que se publicó en la Argentina escrita por un tal Berlanga. Para remediar la inevitable nostalgia azulgrana iría cada tanto con Manuel a ver al París Saint Germain, cuya camiseta tiene los mismos colores de su club favorito. Los acontecimientos de violencia social que esta misma semana pusieron en vilo a la Francia de Macron le habrían despertado enorme interés. Osvaldo Roberto Soriano falleció de cáncer el 29 de enero de 1997. Sus restos descansan –mucho desearía que en absoluta paz– en el cementerio de la Chacarita, en la calle 6, entre las diagonales 103 y 105, en un espacio cuidado, con un cantero que, según cuenta Berlanga, siempre tiene flores muy coloridas.

 

Entre Soriano y los gatos hubo algo personal.

 

 

 

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