NACIDO PARA GOBERNAR

Los 75 años del movimiento peronista

 

Muy difícil negar la realidad: Perón era un profundo conocedor del alma humana y muy especialmente de la de su pueblo. Sabía de sus pasiones sublimes y de las miserables. ¿Sería porque las reconocía dentro de sí mismo? Quizás. Todos las sentimos convivir adentro nuestro. Pocos las reconocemos y menos aún las transformamos en una energía positiva. Perón lo hizo. Esto le permitió gobernar con apoyo mayoritario durante casi diez años y dejar el gobierno ante la prepotencia de la fuerza homicida del “golpismo republicano”. Trató de evitar el terrorismo de Estado. Los fusilamientos de 1956, sumados a la impunidad de los que habían bombardeado en 1955 al pueblo indefenso en la Plaza de Mayo, encendieron sin embargo sus primeros focos.

Este liderazgo sostenido por su conocimiento del alma y los sentimientos de su pueblo le permitió a Perón ocupar el centro de la escena política argentina durante 18 años, a más de diez mil kilómetros de distancia y recluido en el ingrato exilio franquista que recordaba con justificado temor la agitadora visita de la abanderada de los humildes en 1947. Esas casi dos décadas de ausencia, alejado físicamente del escenario local, no le impidieron seguir midiendo el ritmo cardíaco y la tensión sanguínea de un país que nunca lo ignoró. Perón siguió siendo el intérprete más fiel del alma popular y del sinsentido al que lo pretendieron condenar los que transformaron la fuerza en el derecho de las bestias. A medida que estos desvaríos se agravaban, demostrando la potencia inagotable del rencor y la minúscula estatura moral e intelectual de sus enemigos, Perón agigantaba su poder y ampliaba su apertura convocante. “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Esta premisa le permitió transformar su residencia de Puerta de Hierro en una suerte de Vaticano laico, una pila bautismal adonde todos iban buscando muchas veces una identidad oscurecida por alguna de las dos caras de una misma moneda: la soberbia y la traición.

Frustrado su regreso a la patria en 1964 por la intervención foránea promovida por los sectores más antiperonistas del gobierno de don Arturo Illia (su canciller había volado en uno de los aviones que bombardearon Plaza de Mayo), las puertas de la democracia condicionada por la proscripción anunciaban su clausura definitiva. Dos años más tarde se anunciaba con pompa y oscuras circunstancias la llegada al poder de la “Revolución Argentina”, que de lo primero no tenía nada y de lo segundo mucho menos. Un émulo del jefe del golpe de 1930 se calzaba la banda presidencial con la vana ilusión de perpetuarse en el poder sostenido por la deslealtad de sectores del sindicalismo que fantaseaban con un “peronismo sin Perón”.

Esta grosera experiencia dictatorial naufragó, ahogada por la tormenta perfecta desatada por sus propios fracasos, sus delirios de lograr una permanencia vitalicia y la estrategia del general exiliado de dar batalla a como diera lugar contra un sistema que persistía de modo criminal en desconocer la voluntad del pueblo al que esclavizaba. Y finalmente Perón decidió que los tiempos se agotaban, no sólo para él sino y sobre todo para que la escasa paciencia de los argentinos no desembocara en un conflicto violento aún más grave que aquél que intentó evitar en 1955. La combinación de todas las formas de resistencia a la opresión que se pusieron en marcha permitieron que el 17 de noviembre de 1972 se proclamara en Ezeiza el triunfo del peronismo contra la dictadura iniciada casi 18 años antes. La consigna “Luche y Vuelve” se transformó en un parte de victoria que se legitimó con el triunfo electoral del 11 de marzo y su ratificación del 23 de septiembre de 1973. El 12 de octubre Perón juraba como Presidente por tercera vez, con un respaldo del 62% de los votos.

El 1º de julio de 1974, enfermo y seriamente afectado por las luchas internas desatadas en su movimiento, Perón fallecía en medio de una generalizada congoja popular. Muchos pensaron entonces que el odioso pronóstico de que “muerto el perro se acabó la rabia” se haría realidad.

Hace dos sábados el peronismo, nuevamente en el gobierno, desafiado por la catastrófica herencia de la mala praxis, el saqueo del macrismo y la necesidad de responder al más grave peligro sanitario global de los últimos cien años, volvió a ratificar su incomparable originalidad.

Veamos algunas muestras: es el único movimiento político que, nacido en torno a un liderazgo personal, mantiene su poderío político y el ejercicio del gobierno luego de tres cuartos de siglo. Ninguno de los que existieron durante el siglo pasado ha dejado más herencia, benéfica o maldita según se la vea, que las páginas escritas en los libros de historia. Del comunismo leninista queda una momia; del estalinismo los millones de muertos sobre los que asentó su poder; de Franco un minúsculo grupo de trasnochados falangistas que lo recordaban anualmente en su tumba hoy vacía en el Valle de los Caídos; de Salazar nadie recuerda quién fue; de Churchill y De Gaulle, sólo el reconocimiento a la memoria de dos luchadores sin herederos reconocibles; del “gran Mao” una China transformada en protagonista de la disputa interna del sistema capitalista; y de Hitler y Mussolini la condena definitiva de la memoria universal.

A 46 años de la desaparición física de su fundador y conductor y a 68 años de la muerte de Evita, que fue la más inflamada expresión de su capacidad transformadora, el peronismo sigue vivo en ejercicio del gobierno del país que enfrenta hoy a una de las más graves crisis de su historia.

Al mismo tiempo nuevas generaciones se suman a su causa aportando energía, inteligencia y compromiso militante. Sería muy interesante que los intelectuales que llenan las páginas de los mismos medios que guardaron silencio ante la barbarie del terrorismo de Estado, en vez de recurrir al agravio y al menosprecio, gastaran su tiempo y sus neuronas en explicar la supervivencia de la única experiencia política que nacida en la primera mitad del siglo pasado sigue navegando en las aguas tormentosas del siglo XXI. Y quizás también para interrogarse por qué dedican tantas horas a estudiar un fenómeno político al que desprecian y descalifican continuamente. Quizás en su mentirosa miopía encuentren la razón.

Finalmente sepámoslo todos, los peronistas, los que por ahora no lo son y los que nunca lo serán, que la fuerza inagotable de este movimiento político radica en su capacidad de interpretar según el ejemplo de su fundador las necesidades permanentes de un pueblo que no resigna su derecho a la felicidad y a la construcción colectiva de la dignidad de su nación.

 

 

 

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