Nacionalismo, ¿qué nacionalismo?

Porque no siempre significó, ni defendió, lo mismo

 

La nueva ola de crecimiento de partidos de derecha en Europa y Estados Unidos conlleva un discurso supuestamente nacionalista, basado en el hecho de que en sus plataformas proponen la expulsión de los migrantes provenientes de África, Asia y América Latina. Sumado a eso, la imposición de aranceles comerciales por parte de Donald Trump generó el espejismo de un regreso a las políticas de marcado proteccionismo y fortalecimiento de los mercados nacionales. Nada de eso parece ser cierto. Solamente China respondió con nuevos aranceles, el resto de los países del mundo: “Vinieron a besarme el culo”, según graficó Trump con elegancia. Más que un regreso a economías cerradas sobre sí mismas, asistimos a un enfrentamiento entre dos colosos: una economía que crece en forma paciente pero implacable como es China, y la decadencia de un imperio que quiere arrastrar en su caída a todos los países de los que se pueda sujetar — obviamente, hablamos aquí de los Estados Unidos.

Los rebrotes nacionalistas parecen circunscribirse, entonces, solo a discursos xenófobos, les molestan que pasen por sus fronteras extranjeros pobres, pero a nadie fuera de Estados Unidos y China se le ocurre poner frenos a la circulación de capitales. Es más, las elites económicas del mundo ya no se piensan nacionales, están mucho más inclinadas a burlar los controles de los Estados y prefieren exiliarse en paraísos fiscales que tributar en sus países de origen. Es un nacionalismo apátrida.

En las naciones periféricas, las derechas no son nacionalistas, son liberales y subordinadas. Javier Milei, en Argentina, representa la aparición del gobierno más alineado con Estados Unidos del que se tenga memoria, y eso que la vara estaba alta. Ha abierto las fronteras a la llegada de todo tipo de productos importados, llevando adelante un industricidio sin complejos.

 

 

El nacionalismo era otra cosa, y no siempre fue igual a sí mismo. La palabra «patriota» fue utilizada por primera vez en sentido político —más allá del sentido originario de paisano, de la misma tierra— por los rebeldes corsos (Córcega) en su levantamiento iniciado en 1729 contra la República de Génova. «Patriota» era aquel que amaba tanto a su país que estaba dispuesto a morir por él. ¿Quiénes están dispuestos hoy en día a morir por su país? Este patriotismo fue difundido en Europa y en América por los ilustrados y románticos. Por esas mismas fechas los colonos norteamericanos, contrarios a la Corona británica y partidarios de la independencia, se autodefinieron como «patriotas» (patriots), con lo que el término para ellos, como para los corsos, fue sinónimo de separatista. Después se llamaron a sí mismos «patriotas» los revolucionarios franceses de 1789, y a partir de ese momento el nacionalismo toma un nuevo impulso.

El nacimiento del concepto de nacionalismo es inseparable de su contexto, las caídas generalizadas de las monarquías. Pero como explica muy bien el historiador Eric Hobsbawm en Naciones y Nacionalismo, la idea de Patria ha pasado por tres distintas interpretaciones. Es una palabra escenario de una disputa semántica, puede querer decir cosas distintas. Durante la Revolución francesa, su significado era universal. Todo aquel que se oponía a la monarquía y a la aristocracia era La Nación, un patriota. Era un concepto inclusivo, los enemigos no eran los extranjeros, eran los aristócratas: “Marchemos, hijos de la Patria, ¡ha llegado el día de gloria! Contra nosotros, de la tiranía, el sangriento estandarte se alza”, dicen los versos iniciales de La Marsellesa, el himno nacional de Francia.

Por eso se podía apoyar la expansión napoleónica, aunque uno viviera en territorios lejanos. Era el avance de la nación, los pueblos, contra las monarquías.

 

Charles-Marie-Photius Maurras (1868-1952).

 

Esta forma de entender el nacionalismo cambiará radicalmente un siglo después. A fines del siglo XIX, autores como Charles Maurras y Maurice Barrés lideraron desde la Action Française un nuevo tipo de nacionalismo: reaccionario, racista, monárquico y excluyente. Para ellos ser francés era perseguir la supremacía francesa. Con un anti-germanismo radical impulsaron ideas de fortalecimiento y armamentismo estatal, con el fin de doblegar a Alemania. Esta forma de entender lo nacional se expandió por todas las latitudes del planeta. Ahora el amor a la patria implicaba un fuerte sentimiento contra las otras nacionalidades vecinas. Es desde esta raíz que crecerán el fascismo y el nazismo, cuando lo nacional se confundió con lo étnico y la idea de que los seres humanos se dividen en razas. La nacionalidad se transforma en una esencia, un ADN que se lleva en la sangre. La gran construcción política que se está armando con estas formas de ordenar el mundo va de la mano de la aparición de los Estados nacionales y su necesidad de contar con una religión de Estado, una vez que las monarquías dejaron de ser ese sustento. Una enorme parafernalia de ritos y próceres paso a ocupar el rol que antes ocupaban las religiones. La bandera, el escudo, la escarapela, el himno, son presentados como sagrados. En Argentina esto se encarna en el relato histórico de Bartolomé Mitre, en la aparición de monumentos por todos los rincones del país, en la elección de un panteón de próceres santificados y en el ocultamiento o demonización de otros. Los programas de estudio escolares apuntaron a generar ese sentimiento de argentinidad en los niños, gran parte de ellos hijos de inmigrantes. La identidad nacional se propuso, entre otros variados objetivos, generar una forma de identidad que compitiese con las identidades de clase. Ya no nos dividimos entre trabajadores y patrones, ahora somos todos argentinos contra la amenaza chilena, brasileña, o contra toda identidad nacional que no sea la argentina. Con esta segunda forma de nacionalismo excluyente y guerrero, la humanidad marchó a dos guerras mundiales, la primera entre 1914 y 1919 y la segunda desde 1939 hasta 1945. Millones y millones de personas caminaron a la muerte, creyendo defender su patria.

 

 

El fin de la Segunda Guerra y sus calamitosas consecuencias humanitarias dieron lugar a la aparición de una tercera fase en la historia del nacionalismo. La identidad nacional fue reapropiada y resignificada por los países dependientes de sus metrópolis. Una enorme ola anticolonial, antimperialista, sacudió África, Asia y América. Lo patriota vuelve a sus orígenes, amar al propio país es quererlo independiente. Las luchas contra los colonialismos europeos se hacen con los símbolos nacionales, “patria o muerte” será un grito de guerra levantado en regiones tan diferentes como China, Cuba o la Argentina.

En gran medida, el peronismo fue una expresión local de un movimiento mucho más amplio a nivel global. Pero cada etapa nacionalista no extingue a la anterior, conviven, y el peronismo ha visto cómo conviven, no pocas veces a los tiros. La idea de lo nacional y popular como alter ego de los intereses extranjeros y de las elites. Los discursos nacionalistas de la última dictadura no fueron un freno para la entrega del patrimonio nacional a los intereses de los bancos extranjeros. No poder diferenciar los diferentes tipos de nacionalismo ha llevado a más de un peronista a la confusión de pensar que se puede tejer una alianza con la Vicepresidenta Victoria Villarruel.

Lo nacional en Argentina siempre espero un mesías de dudosa existencia: la burguesía nacional.

Estos debates parecen oler a naftalina, son historia. Pero no hay verdaderos síntomas de regresos nacionalistas en tiempos de tecno feudalismo. Si hay la necesidad de encontrar políticas que defiendan los intereses populares, tal vez volver a la idea de que la Nación es el pueblo, y no importa dónde alguien haya nacido, sino qué intereses defiende.

 

 

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 8.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 10.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 15.000/mes al Cohete hace click aquí