‘ndranghetización y coronavirus

Con Macrì las maneras de la mafia se metieron en las estructuras gubernamentales

 

"Hay décadas en las que nada sucede y hay semanas en las que suceden décadas". Lenin

 

Las mafias no son fenómenos locales y no son ajenas al desarrollo global del capitalismo. Luego de por lo menos setenta años (post Segunda Guerra Mundial) de acumulación de: capitales, poder, negocios y redes de sentido, entre 2015 y 2019 en la Argentina asistimos –aunque una parte conspicua del pueblo resistió enérgicamente– al crecimiento de las ambiciones de un poder con modus operandi mafioso que aumentó su escala y copó el Estado desde su cúpula. Las maneras de la mafia se metieron en las estructuras gubernamentales, dieron un salto cualitativo, se refinaron y elaboraron la ‘ndranghetización de la política, del Estado y en definitiva de la vida.

Uno de los signos más evidentes de la ndranghetización fue la lógica familiarista ubicada en el estrecho círculo del poder cambiemita. En un libro extraordinario, El lado oculto de la famiglia Macrì, compilado por Jorge Beinstein y Daniel Cieza, se señala ese cruce entre capitalismo y familia cuando indican que la ‘ndrangheta “funciona como una empresa trasnacional, pero se sigue basando en los lazos de sangre” (Buenos Aires, CICCUS, 2019, p. 44).

A manera ejemplificadora daré algunas muestras de esa lógica:

  • Andrés Peña –hermano del ex Jefe de Gabinete, Marcos Peña– se desempeñó como subsecretario de Desarrollo en el Ministerio de Producción;
  • Francisco Langieri –hijo de la ex Ministra de Seguridad, Patricia Bullrich–, en el Ministerio de Modernización;
  • Mariana Triaca, una hermana del ex Ministro de Trabajo –Jorge Triaca– formó parte del directorio del Banco Nación,
  • Otra hermana, Lorena Triaca, se desempeñó como directora de la Agencia de Inversiones,
  • Ernesto Martí Reda, cuñado del Ministro, revistó en el directorio del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE),
  • Su propia esposa –María Cecilia Loccisano– se desempeñó como subsecretaria de Coordinación Administrativa del Ministerio de Salud;
  • Soledad Alonso –hermana de la ex titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso (que por estos días agita la paranoia en contra de esos médicos cubanos que salvan vidas en el mundo)– se desempeñó en la Secretaría General de Presidencia;
  • María Pía Montes Calcaterra –sobrina del propio ex Presidente– trabajó en el organismo sindicado del control de lavado de dinero, la Unidad de Información Financiera (UIF);
  • Carolina Azzi –en ese momento novia de Pablo Avelluto– se desempeñó en la coordinación audiovisual de prensa del Ministerio de Cultura.

La lista por cierto es más larga. Se puede completar leyendo aquí y aquí.

Cuando una organización con comportamientos mafiosos se legaliza a través de una herramienta política y gana una elección nacional empieza a dictar sus leyes y sus valores desde el aparato del Estado. Cuando eso pasa, la independencia de la justicia mengua –aparecen el lawfare con componentes mafiosos y lxs presxs políticxs–, la economía se vuelve en contra del pueblo –deuda: depredación económica–, la credibilidad de la acción política se esfuma y la función protectora del Estado de derecho para las grandes mayorías se quiebra. A partir de ese momento el Estado se transforma en un organismo de acumulación por desposesión: ataca la vida de la clase trabajadora y complementariamente se vuelve una máquina de acumulación para la clase social que lo gobierna. De esto desciende que el sentido común de la ‘ndranghetización es contrario a una cultura solidaria. De hecho, la mafia es un catalizador del capitalismo (que no es ni razonable ni racional ni civilizado) agresivo, se nutre de él y le presta una gran utilidad: el germen de la ilegalidad metido en los tejidos de la legalidad.

Francesco Forgione, presidente de la Commissione parlamentare antimafia del Parlamento italiano entre 2006 y 2008, en La ‘Ndrangheta: una mafia en la sombra sostiene que: “Es necesario buscarla donde no se ve, no se oye, no llena de sangre las calles con sus asesinatos y no se manifiesta con su violencia. Hay que buscarla no sólo en los territorios donde ejerce su supremacía histórica, sino también y sobre todo en el exterior, lejos de Calabria, donde ha decidido expandir sus raíces y su influencia. Para hacerlo, además de seguir los movimientos de sus afiliados, hay que seguir los flujos financieros que maneja, no perder los rastros del dinero” (El viejo topo, Barcelona, 2016, pp. 75-76).

La ‘ndranghetización del Estado le sirvió al macrismo para maximizar sus ganancias y condenó al pueblo argentino al pago de una deuda millonaria. Si atendemos a las estimaciones del Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz (CESO), la deuda total asciende a un total del 320.000 millones de dólares (esa cifra se corresponde con el stock de deuda, pero no toda fue emitida por el gobierno cambiemita). Esto significa haber quebrado un país y haber excluido a millones de personas de los derechos ciudadanos y del derecho a la vida digna, en muchos casos, y en otros tantos, a la vida. En términos económicos la ‘ndragnhetización articuló una cultura depredadora, o en todo caso contraria a una cultura económica productiva. Depredadora de la clase trabajadora, pues el macrismo implementó una amplísima batería de estratagemas destinada a reducir los salarios reales de lxs trabajadorxs. Este ataque económico tuvo un correlato: degradación progresiva de la calidad de vida de las clases bajas y de la clase media. Depredadora también de los recursos naturales: megaminería a cielo abierto, extracción de gas y petróleo, agricultura basada en transgénicos (todas empresas que alteran el equilibrio ambiental). Complementariamente, activó una correa de transmisión: de transferencia de ingresos de abajo hacia arriba y hacia el exterior. Es la acumulación económica desorbitada de una burguesía de ademanes mafiosos: político-empresarial-mediática violenta. Estamos hablando de un “capital financiero ultraparasitario que financia y protege a las mafias de ‘guante blanco’ y que, con la complacencia o complicidad de los gobiernos de los capitalismos centrales y las instituciones económicas internacionales, crean las ‘guaridas fiscales’ que facilitan el ocultamiento de sus delitos y la evasión tributaria que empobrece a los estados privándolos de los recursos necesarios para garantizar una vida digna a sus poblaciones”.

Para estudiar ese fenómeno que estoy proponiendo concentrado en la categoría ‘ndranghetización es necesario investigar los flujos de la economía cambiemita a nivel internacional, caracterizada por la financiarización y por los circuitos propios de la economía (i)legal. Esto quiere decir investigar políticamente los flujos de la deuda y no sólo hacer una investigación técnica a manos del Banco Central. Puesto que los capitales fugados por la ‘ndranghetización servirán –permítanme sospechar– menos para ampliar las tenencias de tal o cual personaje –perteneciente a tal o cual familia, en tal o cual cuenta ubicada en alguna guarida fiscal– que para hacer política. Los agentes de la ‘ndranghetización de la vida tienen un objetivo nítido: que cuando decline la peste global –gatomacristamente– nada cambie para que todo siga igual.

Por ejemplo, si miramos únicamente los movimientos del ex Presidente Macri pre pandemia vemos que se balancea entre la dirección de la Fundación de la FIFA (conducida por Gianni Infantino, dirigente deportivo italiano, naturalizado suizo, y cuyo padre es originario de Reggio Calabria, la misma provincia de donde proviene la familia Macrì) y el diseño de otra fundación, la CEPLA (Cambiar es Posible en Latinoamérica). Ese salto de fundación en fundación, ¿qué es sino la expresión más descarnada de una internacional de las derechas? Pues bien, esa investigación menos técnica que política, “ese murmullo, ese runrún sordo tiene, en el límite, la forma de un interrogante: ¿hay que pagar la deuda externa al precio de hundir las esperanzas, las expectativas, la voluntad, los sueños de millones y millones de personas? ¿Cómo damos respuesta a esta pregunta en medio de la explosión de la pandemia del virus corona? Eso, ni más ni menos, impone la construcción política del poder popular” (intervención de Carlos Girotti en el plenario de la Agrupación Verde y Blanca de ATE Capital, 20/3/2020).

Ese sistema de devastación que articuló la ‘ndranghetizción está emergiendo ahora con motivo del coronavirus, una plaga global que el sistema de salud argentino no habría logrado contener si no se hubieran tomado a tiempo prudentes medidas gubernamentales (que por cierto tienen una inclinación clasista pues #mequedoencasa es una evidente consigna elitista). De hecho, la Alianza Cambiemos eliminó 10 ministerios y entre ellos desjerarquizó el Ministerio de Salud (absorbido por el de Desarrollo Social). En ese contexto el Instituto Malbrán –que está en la primera línea de lucha contra esta peste del siglo XXI– entre 2015 y 2019 sufrió un recorte presupuestario del 50%, un recorte de personal del 10%, un recorte salarial del 65%, y entre 2018 y 2019, la eliminación del presupuesto en equipos, infraestructura y mantenimiento (cifras presentadas por Noelia Barral Grigera en C5N). Estos números hablan del debilitamiento del aparato nacional de salud y de todos los sectores del Estado ‘ndranghetizado.

 

 

 

La bolsa o la vida

La humanidad y los gobiernos de los países afectados por esta peste del siglo XXI están frente a un drama que se puede sintetizar como: ¿pandemia o economía? A este dilema China contestó que “lo primero es la salud de nuestro pueblo, después nos preocuparemos de la economía. Los ayuda su capacidad de pensar a largo plazo privilegiando el factor humano como centro del quehacer del gobierno y del partido”. En una suerte de balanza virtual, optar por mantener activa la economía significa bajar el valor (inestimable y que debería ser indeclinable) de la vida. Con esta opción la pandemia se amplía sin freno cual mancha de aceite, produciendo una mortandad virulenta. Si se opta por intentar contener la pandemia entonces nos enfrentamos a una crisis económica progresiva. Esa crisis irá afectando al sector de los servicios, impactará en la contracción del consumo y de las exportaciones, en la caída de las bolsas y a la postre se traducirá en despidos laborales cuantiosos. De hecho, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que en el mundo están en riesgo 25 millones de empleos. Miremos el caso de Italia: la restricción a la circulación –light– implementada al comienzo de la pandemia implicó una inclinación de la balanza en pro de la economía y en detrimento del sentido de la vida, y ahí tenemos los resultados de una tragedia en cuyo contexto sólo los países socialistas del mundo –Cuba, China, Vietnam– tendieron una mano solidaria. Al revés, en la Argentina el gobierno del Frente de Todxs optó por la ecuación contraria a la italiana. En el mismo sentido “albertiano”, aunque más radical, va el gobierno bolivariano de Venezuela, pues el Presidente Maduro ha anunciado la suspensión del pago de los alquileres para empresas y particulares durante un periodo de seis meses y la inmovilidad laboral hasta el 31 de diciembre del 2020. El gobierno argentino también prepara una batería de medidas como el congelamiento de alquileres, la suspensión de las cuotas de los créditos hipotecarios y  los desalojos. La veta “cambiemita” la encontramos en Brasil, pues Bolsonaro –sobre la base de las elucubraciones de un pinochetista, Paulo Guedes, ministro de Economía (de los bancos)– decretó la suspensión de los contratos de trabajo y la suspensión de pago de los salarios durante cuatro meses. Estas medidas fueron resistidas masivamente, incluso por los partidos conservadores brasileños, y Bolsonaro tuvo que declinarlas parcialmente (véase @RedeGlobo). Pese a la marcha atrás, el sentido de esa operatoria es: que se mueran todxs lxs que tengan que morir. Lxs viejxs, lxs enfermxs, lxs pobres, lxs negrxs, lxs indígenas son un “pasivo” del cual se puede prescindir. Bolsonaro parece apostar a un país más blanco, más joven, de ricos, menos negro, menos indígena, más despoblado para implementar negocios sobre amplias porciones de tierras vaciadas por el coronavirus y por la ausencia de políticas públicas de contención. Está claro que el modelo capitalista defiende prioritariamente los intereses del capital, las grandes empresas transnacionales y agita políticamente la pandemia en contra de todos esos países que de una u otra manera hacen propio un sentido humanista de la vida y se resisten al dominio imperialista.

La vacuna social principal –hasta tanto no tengamos una producida por la ciencia, que combata específicamente el virus– es solidaridad + cooperación: ideas que despojadas de abstracción nos ponen en estado de comunidad. Sobre sus bases, en contra de la propagación de la parálisis aplicada al sentido de la vida bajo los signos del capital, tenemos que trabajar para acuñar una nueva imaginación cultural: que no es fácil lo sabemos pues implica un esfuerzo que no se detenga frente a las fronteras nacionales. Necesitamos (en el sentido aristotélico en el que lo necesario es lo inevitable) una nueva creatividad sobre la vida común y fuerzas políticas de nuevas afirmaciones para la humanidad.

En/desde la América Latina del siglo XXI podemos proyectar una invención política distinta puesto que los enemigos que tenemos enfrente son muchos, están desparramados, pero expresan (casi) siempre un mismo sentido. Necesitamos nuevas figuraciones políticas. Por cierto, que no sirvan apenas para el pensamiento y el debate. Figuras políticas que sirvan para elaborar un nuevo proyecto de vida común, nuevas políticas. Que en la Argentina quiebren el sentido común propio de la ‘ndranghetización cambiemita –pues la burguesía mafiosa (esos “pocos vivos”) no se arrepiente de sus crímenes y al cabo de cuatro años querrá volver– y que a nivel latinoamericano abran una nueva etapa continental. Un nuevo humanismo: la construcción política del poder popular.

Y para que esto último no parezca una consigna, podríamos empezar por la salud. Por entenderla y practicarla menos como un derecho individual que como un derecho social. Menos como una mercancía que como un derecho humano. Menos como un bien escaso al que tenga acceso quien puede pagarla que como un bien común universal.

 

 

 

 

  • Universidad Nacional de General Sarmiento/CONICET.

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