Ni Guatemala ni Guatepeor

Aislar al extremismo, razón del posible acuerdo político entre sectores mayoritarios

 

En el escenario global, el lado deshumanizado y cruel de la vida política y del cinismo a prueba de balas siguen contribuyendo con sus nada pequeñas dunas a la articulación de la dura vida cotidiana de casi todos los seres humanos. En rigor: tal y como es esperable, dado que la historia nunca culminó, pese a las ensoñaciones acerca de su final, en boga unas décadas atrás. Con sus diferencias y matices en el grado de sevicias, disputas armadas como la que padece Nagorno-Karabaj y pacificas como la de las elecciones en Grecia o la metamorfosis de la sanata del librecambio tienen sus aportes para arrimar, a la hora que la Argentina se disponga a poner las barbas en remojo.

No porque haya que temer, en el pantano que estamos hundidos, reproducciones exactas de esos acontecimientos —se está muy, pero muy lejos de los episodios escabrosos; en los del otro tipo, algo menos—, sino porque a una clase dirigente a la que el concepto de desarrollo le suena como una palabra fastidiosa, un sonido que no se puede evitar, pero nada más que eso, parece no comprender el tipo de lacras a las que conduce en la sociedad civil esas actitudes y aptitudes auditivas. A punto tal que, de momento, se tenga que dar como bienvenido y tranquilizador a un posible acuerdo político gatopardo entre sectores mayoritarios que aísle el extremismo. Que un potencial entongue conservador resulte un bálsamo lo dice casi todo de la actual coyuntura y porvenir mediato del país. Entre Guatemala y Guatepeor, no puede haber dudas acerca de que Guatepeor no es opción.

Los esquemas macroeconómicos en danza para entrarle a la crisis generan las naturales discusiones sobre su pertinencia y efectividad. Lo que no despierta casi controversias es la presunción de que el conjunto de estos planes trae bajo el poncho una considerable tasa de desempleo, bastante por arriba del módico 6,2 % del segundo trimestre (última medición disponible). En situaciones similares (por ejemplo, el altísimo desempleo que generó la convertibilidad a mediados de los ‘90), los inmigrantes —que no tienen nada que ver con lo que lo causa, que es la demanda agregada insuficiente y más bien son amortiguadores de la debacle al reforzar la demanda— fueron los chivos expiatorios enviados al altar del sacrificio para conjurar el mal. Si eventualmente se insiste con ese deleznable ardid, en un punto, la cultura lo va a convertir en un puntal del odio.

 

Nagorno-Karabaj

Un ejemplo de la mentada metamorfosis es justamente Nagorno-Karabaj en Asia. Hace tres décadas, la República de Azerbaiyán, actualmente con 10 millones de habitantes, cuya capital es Bakú y con un territorio que entra casi cuatro veces en la provincia de Buenos Aires, se independizó tras la disolución de la URSS. Desde ese momento, la provincia de Nagorno-Karabaj, que le pertenece, mayormente poblada por armenios, vivió como un Estado independiente de facto con matices de formalidad. El conflicto tiene años —o siglos si se quiere- (y desde la inmediata post Guerra Fría hasta sus instancias más recientes, la cuenta lúgubre da más de un millón de muertos y miles de desplazados) y hace unas semanas —por tercera vez desde los ’80— las muy mayores fuerzas azeríes chocaron con las minoritarias milicias armenias para recuperar el control de Nagorno. Lo lograron.

 

 

Azerbaiyán infirió que la que consideran una ocupación ilegítima de su territorio, a la que nunca pudieron hacer cesar por medios diplomáticos, estaba a tiro de cañón en vista de que los armenios no podían contar con Moscú (su gran respaldo) entretenido como está en Ucrania. Los rusos están, además, necesitados del corredor que los lleva al Golfo Pérsico y a Irán con tramo ineludible que pasa por Azerbaiyán. Turquía, siempre operando a la sombra de la UE, respalda a fondo a Azerbaiyán, cuyas reservas de gas y petróleo son de interés estratégico para los europeos, particularmente Rusia.

La caldera se comenzó a calentar en diciembre de 2022, en una violación del acuerdo de alto el fuego de 2020. Azerbaiyán cerró el corredor de Lachin para apretar a los armenios y ponerlos ante la disyuntiva: o devuelven el territorio o crisis humanitaria por no dejan pasar alimentos, combustible y medicinas. Hubo crisis humanitaria ante la pasividad de las tropas rusas, custodias del corredor y del acuerdo del cese del fuego. En abril los armenios tiraron la toalla, pero Azerbaiyán siguió jugando a la debilidad. En septiembre, la excusa que navegó sobre este mar de fondo fue que unos terroristas armenios atentaron contra ciudadanos azeríes de Karabaj. Para defenderlos, el gobierno azerí movilizó su ejército el 19 de septiembre. 24 horas, 400 heridos y 200 muertos después, el volumen incomparable de las tropas azeríes le devolvió a Azerbaiyán el control efectivo del territorio de Nagorno-Karabaj.

Con el panorama prendido fuego, los rusos se vieron necesitados de movilizar a las tropas de paz y obligaron a acordar el armisticio. Ya el lunes 25 los mandatarios de Turquía y Azerbaiyán se reunieron en la nación victoriosa para celebrar la restitución territorial y acordaron tener un gasoducto desde el segundo país hacia el primero. En las tratativas de paz los armenios convinieron no tener más ejército propio. A cambio, manifestaron no discutir la soberanía de Azerbaiyán sobre Nagorno-Karabaj, siempre y cuando ser armenio para sus habitantes no sea motivo de ningún tipo de discriminación y agravio. La población lo percibió como palabras al viento. Temiendo que se inicie una limpieza étnica, más de 50.000 de los alrededor de 150.000 armenios que viven en Karabaj (algunas estimaciones no pasan de 120.000) hasta el 27 de septiembre ya habían huido de la región separatista hacia Armenia. Para un país de 2,7 millones de habitantes como Armenia, esto va camino a convertirse en una verdadera crisis de refugiados, si no lo es ya.

Lo irónico del caso es que los azeríes en Armenia atraviesan por una situación de rasgos similares a la de los armenios en Azerbaiyán. Se trata del territorio azerbaiyano autónomo y sin salida al mar de Najicheván. Fue el lugar, como se informó más arriba, donde el mandamás turco Recep Tayyip Erdogan selló el acuerdo por el gasoducto con el Presidente Ilham Aliyev, su contraparte azerí. Najicheván tiene una frontera muy corta con Turquía y otra bastante más extendida con Irán. Este enclave de mayoría étnica azerí de unas 460.000 personas ha estado en gran medida aislado de Azerbaiyán desde el final de la Primera Guerra de Karabaj, pero el acuerdo de alto el fuego de noviembre de 2020 exigía que Armenia “garantizara la seguridad” del transporte y el tránsito entre ellos. La provincia más meridional de Armenia, Syunik, de 40 kilómetros de ancho, separa Azerbaiyán continental de Najicheván. Ahí los analistas suponen que hay grandes probabilidades de que se arme una gorda.

Se han odiado tanto las dos etnias y se han hecho tanto daño entre sí, que los unos no pueden confiar en lo más mínimo en los otros y viceversa. ¿Puede el optimismo de la voluntad romper esta inercia del aborrecimiento, que comenzó hace siglos por la apropiación de la renta de la tierra y se manifestó alienada en conflictos étnicos y religiosos? Claro que puede y en realidad debería, puesto que el pesimismo de la razón indica claramente que —si bien el desarrollo de estos pequeños países no es posible— mejorar su salud democrática mediante una mejor distribución del ingreso resulta totalmente factible, a condición de no seguir en la tradición de ampliar el espacio político que se les achica a las elites por falta de respuestas económicas eficaces, recurriendo al enfrentamiento histórico.

Hay ahí una importante lección para la Argentina. Si la succión del espacio político de los elencos dirigentes de turno resulta imparable por su incapacidad manifiesta para sortear los malestares económicos, tratar de ampliarlo inventado un enemigo ficticio y exacerbando los desencuentros, le hace campo orégano a los intereses que actúan en el sistema de poder internacional. Tal sistema no tiene voluntad de evitar que la sangre llegue al río. Actúa cuando llega para disputar qué tajada le puede quedar en la bolsa. En ese sentido, los conflictos del odio difícilmente encuentren un canal para ser apaciguados. No hay “sustitutitos” para la integración nacional.

 

Griegos

Hace poco más de una década, Grecia entró en una crisis muy grande. Los socialdemócratas del PASOK (según siglas en griego), tradicionalmente el partido de más arraigo entre la población, en 2009 se hicieron cargo del balurdo de la crisis de deuda soberana griega consecuencia de la crisis financiera mundial. Como no daban pie con bola, entre 2015 y 2019 estuvo en el gobierno el más izquierdista partido Syriza, que resultó el más duro ajustador y adalid de la austeridad. Lo sucedió el actual gobernante Partido Nueva Democracia (PND), de centro-derecha.

El PND volvió a ganar —cómodo— en las elecciones de junio. Ahora, la economía griega está creciendo al doble del promedio de la Eurozona y el desempleo —un alto 11 %— esté en el nivel más bajo en una década. El gobierno del primer ministro Kyriakos Mitsotakis ha recortado los impuestos y aumentado el salario mínimo, al tiempo que ha reducido la deuda, adelantado el pago de sus préstamos de rescate. Entre julio de 2022 y julio de 2023 hubo una deflación del (-5,9 %). Uno de cada cinco griegos es pobre.

En las elecciones de junio, Syriza obtuvo menos de una cuarta parte de los votos nacionales y llevó a la renuncia de Alexis Tsipras como líder. Lo está por suceder Stefanos Kasselakis, un ex banquero de Goldman Sachs y magnate naviero radicado en Miami (los expatriados pueden postularse). Este desconocido hasta hace unos meses para sus conciudadanos, empezó a tener peso tras una breve campaña, no oculta que es gay ni que quiere llevar a Syriza a la región de propuestas moderadas, a ser el nuevo PASOK con todo lo viejo del PASOK.

 

 

¿Tuvo éxito el ortodoxo y durísimo ajuste griego? Para el entongue sí, sin dudas. No para la economía. El ajuste funcionó porque la tasa de mortalidad griega de 2022 fue de 13,4 % (13,4 muertes anuales por cada mil habitantes), y la de natalidad, 7,3 % (número de nacimientos anuales por cada mil habitantes). En 2021 hubo 85.346 nacimientos y 75.899 en 2022, una baja de 9.447 nacimientos. El índice de fecundidad (número medio de hijos por mujer) es de 1,43. Con menos de 2,1 nacimientos por mujer, la población declina y efectivamente la griega lo registra a una tasa de -0,35 % anual. El 23 % de la población tiene más de 65 años. Entre 2010 y 2022 la población cayó casi 7 %. Hay 12 % de inmigrantes y 11 % de emigrantes, ambos sobre la población total. La diferencia la hizo el espacio Schengen. Los griegos en su terruño fueron remplazados por inmigrantes más baratos y en el Schengen remplazaron a los europeos más caros. Esta consagración de Malthus debería advertir a la Argentina hacia dónde va si sigue con la cantinela del ajuste y encima sin espacio Schengen. Para que sea posible una Argentina para pocos, deben ser pocos. El desarrollo debe ser algo más que un sonido que se filtra en la conversación y no se puede evitar.

 

Ningún comercio es libre

Robert E. Lighthizer, que fue el secretario de comercio exterior de los Estados Unidos entre 2017 y 2021 (U.S. Trade Representative, conforme se denomina el cargo en la jerga burocrática norteamericana) y anteriormente, entre 1983 y 1985, el segundo al mando de esa misma secretaría, hace unos meses publicó el ensayo Ningún comercio es libre. Las ideas ahí volcadas las presentó resumidas en la revista Foreign Affairs (FA) (27/09/2023). En FA tituló su artículo “El nuevo formato del comercio exterior estadounidense”, con una bajada que explica “Cómo el T-MEC hace lo que el TLCAN no pudo hacer”. Esto último refiere al nuevo acuerdo comercial de los Estados Unidos con México y Canadá (T-MEC) que reemplazó al anterior TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte). El nuevo acuerdo fue firmado durante la administración Trump, de la que Lighthizer fue una figura emblemática.

 

 

Subraya Lighthizer que “significativamente, más del 90 % de los demócratas y republicanos (…) apoyaron el acuerdo (…), derribando la desenfrenada filosofía del libre comercio que había sido sabiduría convencional durante 70 años”. Y destaca que esta votación tan unánime del Congreso sucedió pocos días después de que “la Cámara había votado a favor de destituir al Presidente estadounidense Donald Trump. El fervor faccioso estaba en pleno apogeo. Sin embargo, el acuerdo comercial encontró un muy alto eco bipartidario”.

Para Lighthizer, “el resultado neto es un nuevo consenso bipartidario sobre política comercial. Durante décadas, la política comercial estuvo dictada principalmente por las grandes corporaciones que buscan ganar más dinero a través de la globalización. Los acuerdos comerciales buscaban aumentar las ganancias de las empresas y disminuir precios para los consumidores. Por el contrario, la nueva filosofía comercial sobre la cual el T-MEC ayudó a marcar el inicio se enfoca en proteger a los trabajadores estadounidenses y expandir el sector manufacturero de los Estados Unidos”.

Lo más importante para Lighthizer de esta nueva política es que “en los últimos tres años se ha producido un aumento dramático en las fábricas que se construyen en los Estados Unidos. Este año tal inversión va camino de superar los 180.000 millones de dólares, más del triple que en los años anteriores”. Aboga por ir mejorando el tratado para impedir que China comercie tercerizando sus exportaciones. El ex secretario de Comercio entiende que “la clave ahora es mantenerse firme, consciente de que los intereses poderosos tanto en el país como en el extranjero buscarán diligentemente socavar el acuerdo. Washington debe ser igualmente diligente a la hora de apegarse a su nuevo rumbo en materia comercial”.

Una de las grandes banderas de la oposición derechista argentina: el librecambio, está para el bife. Sus grandes hitos en materia de odio, son piezas de una bomba cuyo detonador está en manos del sistema de poder internacional. Los que desean algo distinto para proponer al necesario entongue conservador que sigue al ajuste maltusiano, por más ineludible que sea en el corto plazo, deberían caer en la cuenta de que objetivo de la integración nacional y su medio (el desarrollo de las fuerzas productivas) son algo más que palabras que se dicen al pasar para volver interesante una conversación que no lo es.

 

 

 

 

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