Nido de ratas

El insulto del Milei al Congreso pone en evidencia su desprecio por la democracia y sus instituciones

 

No debe haber ningún antecedente, en la historia democrática argentina, de un Presidente votado por el pueblo que afirmara que el Congreso de la Nación, institución fundamental de esa democracia liberal y representativa que tenemos, es un “nido de ratas”, como dijo días pasados en Corrientes el Presidente Milei, con una frase tan exaltada como brutal que es necesario, desde luego, rechazar con la mayor fuerza. Por supuesto, la metáfora de la rata es frecuente en nuestro lenguaje sobre el mundo social y político, como lo son tantas otras provenientes del mundo de la zoología. Al propio Presidente le gusta comparar su melena con la de un león, un felino cuya dignidad monárquica ya había inspirado anteriores comparaciones en la historia política nacional, sin excluir la del pacífico león herbívoro que le gustaba usar para sí al general Perón. Antes, Leopoldo Lugones había caracterizado la fiereza de Sarmiento como toruna, años después de que su amigo de militancias juveniles Giuseppe Ingegnieri, que aún no había hispanizado su nombre y su apellido, llamara reptiles burgueses a los banqueros, empresarios, curas y agentes de policía contra los que disparaba sus dardos envenenados en las páginas de La Montaña. León, toro: metáforas de encumbramiento y celebración. Reptiles, gusanos (perros, también): metáforas del desprecio y formas de degradación del otro.

Que aparecen, por ejemplo (entre tantos sitios donde verificamos su eficacia), en las diatribas que Shakespeare le regala al héroe militar romano Coriolano, quien en la tragedia homónima las dispara a discreción contra los plebeyos a los que el odioso personaje no se cansa de insultar. Cerdos: también. Sobre ellos podríamos conversar un rato largo: el crítico literario norteamericano Peter Stallybrass dedicó al asunto un libro precioso. Pero aquí, a partir del dictum presidencial del otro día, se trata de las ratas. Horribles, repugnantes. Sucias. Y corrosivas: roen, co-roen. (¿Corroer será roer entre muchos? Lo dudo, pero el que quiera refutar esta hipótesis, que se tome el trabajo.) Marx la usó bastante, igual que usó la de los cerdos. Pero los cerdos eran los burgueses, y a los que les reservaba la designación de ratas era a los pintorescos pero despreciables personajes del malandraje urbano que integraban el lumpen-proletariado de París. En la herencia de esta despreciativa denominación, la misma palabra fue utilizada más tarde contra las irregulares fuerzas de los ejércitos de liberación nacional de los países africanos que empezando la segunda mitad del siglo pasado trataban de sacarse de encima el yugo de las potencias europeas. Contra quienes la usaban para descalificar esa militancia, a Frantz Fanon le gustaba apropiarse del insulto y dar vuelta su significado: “Somos ratas, sí” –decía–: “las ratas que van a roer el árbol maldito del colonialismo francés”.

En la frase del Presidente Milei, ante un grupo de conmilitones libertarianos, las ratas no aparecen solas, vagando por las calles de París o inquietando la paz de las colonias. Milei recurre a una expresión ya consagrada y nos habla, no (no sólo) de los diputados y senadores como ratas, sino del Congreso como el nido que les da cobijo y alimento. El Congreso, dijo, es un nido de ratas. La palabra “nido” es sugerente, y se deja connotar por aquel o aquellos a quienes imaginamos dentro: si lo es de una familia de horneros laboriosos y madrugadores lo imaginamos de un modo, escolar y edificante; si lo es “de amor” nos representamos todo un universo de dulzuras y placeres; si lo es de un animal asqueroso, como lo son las víboras o las ratas, su significado es muy distinto. El de las sierpes, con todo, tiene una rara dignidad. Inspirado en la novela del escritor católico francés François Mauriac El nudo de víboras, León Rozitchner se representaba la subjetividad humana como un nido de serpientes. Nido/nudo: nos imaginamos un nido de víboras como un conjunto de víboras anudadas, en efecto, enlazadas, enredadas en una trabazón como la que componen las fuerzas que conforman nuestro propio ser. En cambio, si decimos “nido de ratas” estamos en el extremo opuesto de cualquier interés por la complejidad que tiene siempre nuestra vida individual o colectiva: designamos, simplemente, un ámbito que promueve las formas más repugnantes e inmorales del comportamiento humano.

Por supuesto, viene a la memoria la famosa película de Elia Kazan, con el gran Karl Malden en el papel de un sacerdote que tiene el coraje de enfrentar y denunciar los manejos deshonestos de un sindicato de trabajadores portuarios. Oscar Massota cuenta que cuando al final de la película el público de clase media del cine del barrio de Flores en el que la había visto se levantó para aplaudir, supo (corría 1955) que era inminente el golpe contra Perón. Milei, ciertamente, pudo haber usado la expresión nido de ratas para aludir a los sindicatos. Piensa eso sobre ellos, así como sobre todas las formas de organización que defienden los intereses colectivos de los sectores de la sociedad más necesitados de esa protección. Pero esta vez no fue contra ellos el agravio, sino contra el Congreso de la Nación. El Congreso –dijo– es un nido de ratas. Es un insulto gravísimo (contra los y las representantes del pueblo que desarrollan en el Congreso su trabajo, contra el pueblo que los y las votó), pero sobre todo es una evidencia más de lo que piensa el Presidente sobre la democracia y sus instituciones. El Congreso es un nido de ratas. El Congreso es el mal. Porque el mal, para el Presidente, es cualquier espacio de discusión en el que las disparatadas ideas con las que aspira a gobernar este país deban enfrentar la evidencia de que en el mundo hay otros que piensan otras cosas y que también cuentan.

 

 

 

 

* El autor es filósofo y politólogo.
** El artículo se publicó en el portal La Tecl@ Eñe.

 

 

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