Ningún Nabo

El rol clave del torturador Ernesto Barreiro en la masacre de calle Corro en 1976

 

“De eso no se habla” es un programa de radio semanal que se presenta como “la voz de los presos políticos” y que defiende a represores condenados por delitos de lesa humanidad. Hasta hace una semana lo conducían el coronel retirado Guillermo Viola y Ana Maggi de Barreiro. Desde el martes pasado, Viola está detenido preventivamente en la unidad penal de Campo de Mayo, al igual que otros nueve militares imputados por la masacre de la calle Corro del 29 de septiembre de 1976, en el barrio porteño de Villa Luro, en la que murieron María Victoria Walsh, hija de Rodolfo Walsh, y otros cuatro miembros del secretariado político nacional de Montoneros.

Tal vez Maggi de Barreiro siga sola con el programa radial. Quizás haga su descargo sobre el arresto de su amigo Viola. O acaso tenga algo para decir sobre la masacre de Corro. Su marido es el torturador Ernesto “Nabo” Barreiro, ex carapintada, condenado a prisión perpetua por crímenes cometidos en el centro clandestino de detención La Perla, en Córdoba, donde fue jefe de interrogadores del Destacamento de Inteligencia 141 del Ejército. Según la investigación del juzgado federal de Daniel Rafecas, Barreiro fue una pieza clave en el trabajo de inteligencia del Ejército para dar con el paradero de Victoria Walsh y sus compañeros.

 

Plantel de “De eso no se habla”. En el centro, Viola y la esposa de Barreiro. A la derecha, Emilio Nani, condenado en Mar del Plata.

 

En septiembre de 1976, María Magdalena “Lucrecia” Mainer, militante de Montoneros, fue secuestrada en San Juan y trasladada a La Perla en Córdoba. En el centro clandestino, sus torturadores obtuvieron el dato de una casa en Buenos Aires que pertenecía a la madre de Mainer, donde se hacían reuniones de alto nivel de Montoneros.

“Barreiro me dijo que llegaron a esa casa porque cuando le golpeaba la cabeza con un bate a Lucrecia preguntándole por casas, ella dice ‘yo tengo la casa de mi mamá’ –declaró Teresa Meschiati, sobreviviente de La Perla, ante el juzgado de Rafecas–. Así que llegan a esa casa producto de la dirección que dio ‘Lucrecia’ a Barreiro”. Según Meschiati, Barreiro también le contó que había viajado especialmente a Buenos Aires para el operativo. “Era un delirante y contaba todo lo que hacía para ufanarse”.

El papel de Barreiro en la obtención y gestión del dato también surge de su legajo de conceptos, donde figura un reclamo administrativo hecho por él mismo, más de un año después de la masacre, en el que se jactaba de su actuación en un hecho que, a su criterio, la fuerza debía valorar: “En la actividad intelectual surge un hecho que por sus características fuera remarcado por el señor Jefe de Operaciones del Estado Mayor referido a la destrucción de la secretaría política nacional de Montoneros, el que tiene su inicio a raíz de un trabajo de investigación personal del suscripto, iniciado en esta jurisdicción para posteriormente trasladarse a Buenos Aires, donde con personal de dicha guarnición participó en la operación realizada en la finca de Yerbal y Corro en la Capital Federal, en la que se aniquila dicha secretaría”.

Barreiro era miembro de la “Sección de Operaciones Especiales” (SOE) del Destacamento 141. En ese mismo reclamo se especificaba la función de la SOE: “En las unidades de inteligencia es particularmente destacable la responsabilidad que le cabe a esta sección: orienta la búsqueda de información; lleva los factores de situación general, subversivo, político, gremial, estudiantil, económico, religioso, etcétera; asesora en forma directa y permanente al jefe de unidad; constituye el nervio y motor de la misma, correspondiéndole además la responsabilidad en la conducción de la fracción, y en cierto modo orienta el accionar del resto de la unidad”.

En el legajo de Barreiro también figura una nota fechada pocos días después de la masacre de Corro, dirigida por el jefe del Batallón de Inteligencia 601, coronel Alfredo Valín, al jefe de Inteligencia del Ejército, general Carlos Alberto Martínez, en la que informaba de una “felicitación de personal” a Barreiro: “Se ha procedido a felicitar al teniente primero Ernesto Guillermo Barreiro por el esfuerzo, eficiencia profesional y elevado sentido de la responsabilidad demostrado”.

La nota informaba que Barreiro también había sido felicitado “por la misma causa” por el jefe del Grupo de Artillería de Defensa Aérea (GADA) 101, la unidad de Buenos Aires encargada de la emboscada contra la casa donde se hallaban Alberto José Molinas Benuzzi, Ignacio José Bertrán, Ismael Salame y José Carlos Coronel, asesinados durante el tiroteo, y María Victoria Walsh, quien se quitó la vida ante el asedio de 3 oficiales jefes, 13 oficiales, 61 suboficiales y 134 soldados que participaron del operativo según la reconstrucción judicial.

La nota de felicitación a Barreiro se extendía con copias al Destacamento 141, a la Central de Reunión del Batallón 601 y a la Jefatura II de Inteligencia. El caso que había iniciado el “Nabo” en la sala de torturas se movía al más alto nivel de la estructura de inteligencia del Ejército.

Para ese momento cuatro sobrevivientes de la masacre de Corro permanecían cautivos en Campo de Mayo. Eran familiares de Mainer –su hermano, su hermana, su cuñado y su madre, dueña de la casa– que habían sido secuestrados durante el operativo. Los tuvieron prisioneros por veinte días y luego los trasladaron a Coordinación Federal hasta su liberación. El Ejército también se llevó de la casa a una niña de nueve años y a la hija de Victoria Walsh, de un año y pocos meses, y la tuvo bajo su poder durante una semana en un domicilio desconocido para la familia.

 

María Victoria Walsh.

 

En su libro Yo fui Vargas, el represor Héctor Pedro Vergez, agente del Batallón 601 al momento de los hechos, se adjudica protagonismo en el trabajo de inteligencia a la casa de calle Corro en los días precedentes al operativo, así como en la emboscada de aquella mañana de septiembre. Vergez había actuado previamente en La Perla, de donde conocía a Barreiro. Según su propio relato, una secuestrada de ese centro clandestino cordobés, presumiblemente Mainer, fue enviada a Buenos Aires por el Destacamento 141 y puesta bajo sus órdenes, mientras se le hacían escuchas telefónicas a la casa de Corro. Lo que no dice Vergez es que, después de la masacre, Mainer fue trasladada a La Plata, donde continuó su cautiverio hasta que la asesinaron en 1977.

En el juzgado de Rafecas no descartan avanzar en el futuro con nuevas imputaciones por los asesinatos de Molinas, Bertrán, Salame y Coronel, la tentativa de homicidio de María Victoria Walsh y los secuestros de los cuatro integrantes de la familia Mainer.

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí