#NiUnaMenos con independencia económica

Un varón deconstruido por sus nietas formula una propuesta

 

Pertenezco a una generación que se desarrolló en el marco de una cultura machista empedernida. El sexo era tabú, pero entre nosotros, nos las “sabíamos todas”. Si una niña mantenía una relación casual con algún chico, se transformaba en una “puta” a la que todos buscábamos, porque pasaba a ser “fácil”. Los o las homosexuales eran estigmatizados hasta límites repugnantes.

Los medios de comunicación exacerbaban estas conductas. Solo las mujeres exuberantes tenían trabajo en la televisión o en las revistas. Los principales espectáculos públicos masivos eran los teatros de revistas (allí bailaban solo tapadas por plumas, un conjunto de mujeres realmente impactantes) y esos shows se presentaban con un esplendor impresionante en la calle Corrientes. En verano iban a Mar del Plata, donde rompían todos los récords de público. En el cine y el teatro, cuando se hablaba de sexo, siempre se estigmatizaba a la mujer o a los homosexuales.

La única mujer santa era nuestra madre, cuyo ámbito era la cocina, y la mesa del domingo su púlpito. Si el recién nacido era varón, había fiesta en la casa, si era mujer sólo había consuelo. La única que ayudaba en la cocina era la hermana. Los varones podían hacer lo que querían, y si eran juegos machistas los padres los aprobaban con una sonrisa cómplice. Me llueven anécdotas de toda naturaleza que me resisto a contar, por la vergüenza que me producen.

En las casas, las hermanas estaban para poner y levantar la mesa después de comer, colgar la ropa y otras tareas similares. Si había poca plata, el que estudiaba era el hijo y las mujeres quedaban destinadas a ayudar en la casa. Ese fue el mundo en el que me crié. Las múltiples dictaduras que padecimos, y en especial el Servicio Militar Obligatorio (la colimba), hicieron del machismo casi una religión. Todos los dictadores de turno persiguieron de una forma feroz a los homosexuales. Incluso un beso, o estar demasiado cariñosamente abrazados en un lugar público, era pasible de ser reprimido en forma violenta por algún miembro de las fuerzas de seguridad.

Supongo que el feminicidio en ese momento habrá sido moneda corriente, es difícil saber realmente lo que pasaba ya que de eso no se hablaba en los medios, y por supuesto, no se condenaba. Ese fue nuestro mundo, y deconstruir a los integrantes de mi generación no es un camino sencillo.

La democracia, poco a poco, nos empezó a mostrar que había un mundo subyacente de mucha injusticia. Las leyes de patria potestad compartida y de divorcio vincular fueron mojones importantes, pero al menos en mi caso fue relevante la ley de matrimonio igualitario y, posteriormente, la de identidad de genero que vio la luz de la mano del entonces diputado Néstor Kirchner. El debate de esas leyes nos mostró un mundo inimaginable para los más viejos. La alegría desbordante de miles de personas que se sentían liberadas y las marchas del orgullo gay llenaron de alegría a quienes, por primera vez, se les reconocía el derecho a la dignidad.

Con el correr del tiempo, la posibilidad de ser y mostrarse facilitó la toma de conciencia efectiva por parte de la mayoría de las mujeres, desembocando en 2015 en la manifestación del #Ni una menos.

Particularmente, mi quiebre total con esa crianza machista se produjo cuando mi nieta mayor me contó que había estado en la plaza apoyando la ley del aborto. Ella tenía 14 años y con orgullo llevaba su pañuelo verde colgado en la mochila. Pero lo más importante era que ella y su hermana de 10 sabían perfectamente de lo que se trataba, no era una simple consigna vacía, eran conscientes de lo que se discutía, tenían opinión propia y se informaban permanentemente. Sabían que esa ley implicaba ser dueñas de sus cuerpos, de sus decisiones y de sus responsabilidades. Confieso que a partir de ese día, cada vez que había una marcha de apoyo me daba una vuelta por la plaza para ver el espectáculo maravilloso que representaban esa infinidad de mujeres y chicas que con alegría, fuerza y coraje se hacían del lugar que siempre fue suyo y otros les escamoteamos. A lo largo de mi vida he ido a infinidad de marchas, pero la alegría que noté en aquellas chicas y no tan chicas es solo comparable con la algarabía de la plaza con la vuelta de la democracia.

Este verano me pasó algo maravilloso. Dos de mis nietas y una amiga de ellas pasaron las vacaciones con mi mujer y conmigo y, sentados en redondo, la más pequeña de mis nietas dijo algo a lo que mi mujer respondió con un: “Qué modales tan femeninos”. Con la certeza que sólo las convicciones dan, la menor de mis nietas contestó que no hay modales femeninos ni masculinos y, a partir de allí, entablaron una conversación las tres jovencitas presentes y mi mujer sobre sexo, identidad sexual, la homosexualidad, etc. Yo fui un simple espectador, y abuelo. Debo decir que lo que esas chicas decían, la profundidad de sus razonamientos, la búsqueda de argumentación y el sentido que le daban a la expresión igualdad de genero me conmovieron, sentí que me estallaban los ojos al mismo tiempo que mi pecho explotaba de orgullo y de amor. Todo lo disimulé para no perderme ni un detalle de lo que estaba aprendiendo de tres adolescentes, un ejemplo más de la formación de abajo hacia arriba que están protagonizando lxs jóvenes en varias temáticas hoy en día.

Tiempo antes, cuando se aproximaban las elecciones, les pregunté a quién votarían si pudieran participar, mi sorpresa fue mayúscula cuando al unísono contestaron: "A Ofe". Sí, ni a Cristina ni a Alberto, votarían a Ofelia Fernández, la más joven de las legisladoras de la ciudad. Me quedé perplejo y luego muté en curiosidad y empecé a analizar por qué votaban a Ofe. No había nada mágico en verdad, simplemente Ofelia Fernández decía, en un lenguaje compartido, lo que ellas sentían. Por eso, el último empujón hacia mi deconstrucción lo hicieron mis nietas,  y espero haberlo logrado ya que me siento muy feliz. El hecho de considerarme deconstruido me permite, en base a lo  vivido, tratar un tema que en un tiempo fue tabú y que hoy llena la paginas de diarios y redes sociales.

 

La violencia de género

En la mayoría del los casos la violencia de genero no empieza en el primer grito, ni en el primer golpe que recibe una mujer en el seno del hogar, sino con la dominación económica del hombre sobre la mujer. Primero la llena de hijos y luego la somete económicamente, de esta forma la mujer se queda sin salida, no puede reaccionar ya que si se rebela y tiene que irse del hogar, ¿qué va a hacer con sus hijos? ¿Cómo los va a mantener? Ese es el preciso momento en que empieza la violencia física, cuando la mujer no tiene salida. Entonces acepta ser la sirviente del violento y aguantar una paliza de vez en cuando.

Recuerdo que en mi adolescencia una mujer muy humilde del barrio contaba asombrada que a otra vecina el marido le había dado una paliza tan feroz que la había dejado desvanecida y llena de moretones. Ella se asombraba de la brutalidad de ese hombre, pero lo más sorprendente fue el fin de su comentario, cuando dijo casi orgullosa: “Para que mi marido me pegue tengo que haber hecho una macana muy grande y nunca me lastima”.

Me parece extraordinaria la campaña de #NiUnaMenos porque ha permitido la toma de conciencia real del problema de la violencia poniéndola en el centro de la discusión. La tipificación  del delito de feminicidio representa un gran avance, facilitando el derrame de la solidaridad inmediata del colectivo de mujeres ante cualquier agresión. Pero a pesar de todo ello, una mujer por día pierde la vida producto de la violencia de género, por lo que a la muerta poco le importa la campaña, ni que a su asesino lo condenen a perpetua,  ni la mayor o menor solidaridad. Ella ya está muerta y eso nada lo cambiará.

Me parece que es posible romper la cadena que lleva a la mayoría de las mujeres a aceptar a un golpeador en la casa y buscar una solución definitiva a un gran número de femicidios. Ello se logra sacando a la mujer de la trampa que significa su falta de recursos económicos para sostenerse junto con sus hijos al momento de hacer la denuncia. La herramienta es un Ingreso Básico Universal que permita que cada persona tenga un recurso monetario básico asegurado. De esta forma, la mujer no tendrá que dudar y será libre de actuar, al incorporar la independencia económica.

Será igualmente útil para evitar la violación intrafamiliar que es un flagelo y me permito soñar con que sería el mejor antídoto a la violación de menores. Como todos sabemos,  la inmensa mayoría de las violaciones de las que son víctimas menores se producen dentro del hogar familiar. También sabemos que en la mayoría de los casos, se acepta esta situación por miedo a perder el apoyo económico que provee el violador. Allí también la mujer podrá defenderse del ultraje, o la madre del daño al hijo/a.

Seguramente si supiéramos toda la verdad sobre la enorme cantidad de vejaciones que deben soportar muchísimas mujeres, niñas y niños en el seno de sus hogares nos produciría escalofríos, nos avergonzaría no haber hecho lo suficiente para impedirlo. Por ello me permito hacer una propuesta.

 

Propuesta

El Ingreso Básico Universal es una idea que hoy se debate en el mundo, la cual pretende paliar, en lo inmediato, los efectos devastadores de la pandemia, y a futuro pugna por ser una herramienta que rompa la pobreza estructural y al final del camino haga realidad la utopía de la igualdad.

He propuesto en las últimas notas para el Cohete a la Luna que ese ingreso debe alcanzar –en una primera etapa– el monto de la jubilación mínima y mantenerse la actual AUH. Esto significaría que un hogar tipo recibiría dos prestaciones del IBU por el padre y la madre, y dos AUH por los hijos $3.293 por cada uno, sumando un total de $40.314, el cual no es un monto que permita excesos pero es lo suficientemente alto para tener una vida digna. Sobre todo si a ese ingreso lo hacemos compatible con otro ingreso proveniente del trabajo personal hasta un ingreso total equivalente a un monto a determinar, que se considere un piso mínimo de justicia. Alcanzar ese nivel de desarrollo del IBU llevará tiempo, esfuerzo e imaginación. En una nota de una edición anterior del Cohete a la Luna, Amado Boudou propuso que de implementarse el IBU debería empezar por el colectivo de mujeres y dentro de ese colectivo, por las más pobres. Pienso que ese límite de pobreza debería ceder cuando una mujer o sus hijos son víctimas de violencia o vejaciones de otro tipo.

Si en el marco del IBU una mujer puede probar sumariamente que ha sufrido violencia, el juez deberá excluir al hombre o al responsable de las vejaciones y a esa medida se la complementa administrativamente con el cobro doble del IBU, la consecuencia será que la víctima tendrá un escudo económico que le permitirá actuar con tranquilidad y conciencia en busca de la mejor solución para ella y para sus hijos.

Lo expuesto en esta nota es solo una propuesta desde la mirada de la seguridad social, que deberá se enriquecida por el colectivo de mujeres y por especialistas en materia de violencia intrafamiliar. La intención de estas palabras es que sean disparadoras de un debate más amplio y profundo.

Ojalá la Argentina logre ser el primer país en resolver la causa principal de la violencia intrafamiliar, liberando a las mujeres del sojuzgamiento económico y haciendo realidad la consigna de Ni Una Menos.

 

 

 

 

 

 

 

 

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