No avanza, atrasa

La postura negacionista de Javier Milei

 

En el debate presidencial del pasado domingo, el candidato de la Libertad Avanza (LLA), Javier Milei, utilizó parte de sus dos minutos del segmento dedicado a los Derechos Humanos y la Convivencia Democrática y dijo: “Nosotros valoramos la visión de memoria, verdad y justicia. Empecemos por la verdad, no fueron 30.000 los desaparecidos, fueron 8.753. Por otra parte, estamos absolutamente en contra de una visión tuerta de la historia. Para nosotros, durante los setentas (SIC), hubo una guerra”, afirmó. “Y en esa guerra, las fuerzas del Estado cometieron excesos y por tener el monopolio de la violencia le vale todo el peso de la ley. Pero también los terroristas de Montoneros, los terroristas del ERP, mataron gente, asesinaron gente, torturaron gente, pusieron bombas e hicieron un desastre y también cometieron delitos de lesa humanidad”, sostuvo recurriendo a una equiparación, al uso de la dualidad, y así relativizó la condena al Estado terrorista del 24 de marzo de 1976.

 

 

“El puñado de sobrevivientes de la diezmada guerrilla que desde el llano se alzó en armas a partir de la dictadura del general Juan Onganía, pesaban tanto como el intacto poder castrense que derrocó a un gobierno constitucional y convirtió al Estado en una máquina de terror, aplicando todos sus recursos a la subyugación del país”, escribió Horacio Verbitsky en su libro Civiles y militares, memoria secreta de la transición, con relación a la exposición oficial que realizó el padre de la doctrina de los dos demonios. El 24 de marzo de 1977, el escritor y periodista Rodolfo Walsh, en su carta dirigida a la Junta Militar que usurpaba el poder en ese momento, señaló con precisión lo que Milei niega hoy. “La Junta que ustedes presiden no es el fiel de la balanza entre ‘violencias de distintos signos’, ni el árbitro justo entre ‘dos terrorismos’, sino la fuente misma del terror que ha perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte”.

Milei se sintió capaz de revelar una verdad y precisar la cifra de desaparecidos: “No fueron 30.000 los desaparecidos, fueron 8.753”, dijo. Desconociendo que la cifra de 30.000 expresa la magnitud del genocidio, ya que se desconoce el número exacto de víctimas. Aunque documentos desclasificados del Departamento de Estado de los Estados Unidos en 2006 revelaron que ya entre 1975 y mediados de 1978, los militares confirmaban que habían matado o hecho desaparecer a unas 22.000 personas. Olvida Milei —porque tiene memoria para saber qué olvidar— que el gobierno de facto, constituido como Junta Militar, estaba conformado por los comandantes de las tres armas: el general Jorge Rafael Videla (Ejército), el almirante Emilio Eduardo Massera (Marina) y el brigadier Orlando Ramón Agosti (Aeronáutica). Esas tres armas se repartieron para cada una el 33 % del control de las distintas jurisdicciones e instituciones estatales. El país fue dividido en zonas, sub-zonas y áreas que coincidían con los comandos del Cuerpo de Ejército. De esta forma se organizó la tarea represiva.

En el libro Doble juego, la Argentina católica y militar, Horacio Verbitsky reveló que el 22 de diciembre de 1978 el primer secretario de la Nunciatura, Kevin Mullen, dijo a la embajada de Estados Unidos que “un oficial de la más alta jerarquía del Ejército había informado al nuncio que durante su campaña antisubversiva las Fuerzas Armadas se habían visto obligadas a ‘encargarse’ de 15.000 personas”. Pero Javier Milei decidió actuar como portador de la verdad que no sustenta con prueba alguna. Niega entender que el carácter clandestino e ilegal de la represión desplegada durante la última dictadura cívico-militar y empresarial es por la que se desconoce la cantidad exacta de víctimas del terrorismo de Estado. Los genocidas nunca entregaron un listado de detenidos, asesinados y desaparecidos, no informaron sobre el destino de niñas y niños apropiados durante la dictadura. Tampoco sobre el paradero de los cuerpos que en muchos casos fueron arrojados al mar desde un avión, como confesó el capitán de corbeta Adolfo Scilingo, ex jefe de automotores de la Escuela de Mecánica de la Armada, en el libro El vuelo, donde “el mejor periodista argentino ha escrito el mejor libro sobre los peores crímenes”, como describió Eduardo Galeano la obra.

Otro de los dislates de Milei fue expresar que los actos de las organizaciones armadas fueron también delitos de lesa humanidad. Debería saber que cuando hablamos de delitos de lesa humanidad o crímenes contra la humanidad, categoría que se fue construyendo en la segunda mitad del siglo XX, se debe entender que “el delito de lesa humanidad se va configurando con algunos elementos particulares que le dan un carácter excepcionalísimo”, explican Ricardo Luis Lorenzetti y Alfredo Jorge Kraut en su libro Derechos humanos: justicia y reparación. “No se trata simplemente de un homicidio o de torturas o de secuestros aislados, sino de una planificación sistemática y organizada de atacar a la población civil. A pesar de que los crímenes de lesa humanidad puedan ser cometidos también en tiempos de guerra, en general son el producto del establecimiento de un estado totalitario que se propone el exterminio de sus opositores. No son habitualmente cometidos en contra de la ley; por el contrario, en muchos casos, se invoca una norma que los respalda” (2011: 22).

En una conferencia que tuvo lugar en la Universidad Nacional de La Plata en marzo de 2017, en el panel “Genocidio y negacionismo”, expuso el juez Daniel Rafecas, encargado de investigar la causa del Primer Cuerpo, abarcando la represión contra la columna oeste y parte de la columna norte de la agrupación Montoneros y sus organizaciones de superficie, y su disertación fue incorporada al cuadernillo “Negacionismo”, primer número de la colección Repertorios, perspectivas y debates en clave de Derechos Humanos de la Secretaría de Derechos Humanos. En esa oportunidad, el juez sostuvo “que no quedó nadie prácticamente. Los mataron a casi todos. Y a los que no mataron, fueron torturados y secuestrados. Y los que no, fueron exiliados. Todos sufrieron penas. Todos fueron condenados por el Estado, por el Estado terrorista. Pero que haya sido un Estado terrorista no quita que todos y cada uno de ellos fueran objeto, destinatarios de penas y, por lo tanto, juzgados”.

Rafecas —doctor en Ciencias Penales— explicó que “si cada asesinato fue una pena de muerte, y cada desaparecido fue una pena de desaparición forzada, y cada torturado fue una pena de tormento —como en las épocas medievales—, y cada secuestro debe considerarse una pena de prisión, a partir de esta certeza, ¿es posible, así todo, sostener hoy en día esos discursos, frente a las decenas de miles de personas condenadas, en todos estos sentidos, agregando incluso la pena de exilio, a decenas y decenas de miles de compatriotas, el exilio externo y el exilio interno?”, se preguntaba. “Si ponemos esta cuestión en la balanza, ¿se sostienen estos tibios reclamos de que hay que juzgar a las organizaciones armadas? Estas argumentaciones tan endebles solamente se sostienen sobre la base de negar el terrorismo de Estado”, sostenía como anticipo de respuesta a los Milei actuales.

“Negando el terrorismo de Estado, entonces podemos volver a instalar los ‘dos demonios’, la ‘guerra sucia’, ‘que se juzgue a los Montoneros’, como si miles de miembros de Montoneros no hubieran sido secuestrados, torturados y asesinados masivamente durante la era del terrorismo de Estado, es decir, condenados a penas de muerte, desaparición forzada, prisión y tormentos por la Justicia policial de la dictadura”, afirmó Rafecas señalando: “Es un argumento central para derribar estos intentos de volver a instalar estos discursos. Y precisamente, lo que yo acabo de sostener está fuertemente apuntalado por los procesos de juicio y castigo que hemos desarrollado y seguimos llevando adelante en todo el país”. Esa verdad, que tiene un gran consenso social evidenciado en las pruebas y los juicios, constituye la mejor respuesta a los millennials.

 

 

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