No fui yo, fue Antonia

Macri concluyó que el aporte plebeyo de Milei suma más que el boina blanca

 

Mauricio Macri utiliza todas sus artimañas para conducir la estrategia violeta y alzarse con el premio mayor en noviembre. Dedujo que sus aliados ya no le aportan la pata plebeya que su fuerza necesita para llegar al gobierno. Anula sus acuerdos con ellos y se lanza a manejar los piolines del barrilete violeta. Personaliza la política hasta lo íntimo. Ni grupos, ni clases sociales, ni partidos. Solo individuos y de hueso propio. Decide sus movimientos en conversaciones, auténticas o apócrifas, con su hija.

El ex Presidente concedió una entrevista un par de semanas después de la muerte de Franco Macri. Corría marzo de 2019. Después de justificar sus errores de gobierno por “la herencia recibida”, describió el país imaginario que presidía y reflexionó sobre su duelo. Dijo sentir “orgullo por el padre que tuvo”. A los pocos minutos giró. Lo situó en un lugar intermedio entre víctima y aprovechador. Explicó que usó el “sistema extorsivo del kirchnerismo, en el que, para trabajar, había que pagar”. “Un hacedor”, pero corrupto. Por ese entonces se jugaba la reelección y, para eso, movía las piezas del discurso anti-k. Franco le vino como anillo al dedo. No dudó en utilizarlo para insistir sobre la corrupción. Confesar que su padre delinquió configuraba un detalle. No hacía falta, había quedado claro, pero lo dijo con todas las letras: “Un delito lo que hizo mi padre”. La familia, a Macri, lo excusa. Siempre hay un él o una ella que empujan sus decisiones o le sirven de chivo expiatorio.

 

Señal de giro

Con los números de las PASO entre sus manos, percibió que Juntos por el Cambio estaba en problemas. Mientras coqueteaba con Javier Milei, testificaba que Patricia Bullrich era su candidata. Como un escorpión jugando con ranas, fue llevando el juego apostando por dos de los tres en paridad. Reparó en que La Libertad Avanza había representado a sectores juveniles y populares a los cuales ya no llegaba con su antigua coalición. Decidió, entonces, prepararse para reconfigurar la expresión del anti-peronismo.

Desde el 40% que supo tener en 2019, la marca amarilla se replegó hacia su carozo. El 24% de Bullrich es el meme del patito abrazado por el león. El núcleo duro llegó en 2015 a la Casa Rosada engrosado por la capa plebeya que le aportó el radicalismo. Con el modelo malbec de Luis Petri, que habla y mira desde arriba, fue a menos. Ahí entró Milei.

El libertario promotor de la ultra-minoritaria escuela austríaca se inventó desde el barro. La jerga incomprensible que emplea, de una elite políticamente microscópica, cubre que es hijo de un colectivero –que llegó a ser propietario de vehículos de transporte– y de una ama de casa. Fue arquero de las inferiores del club Chacarita Juniors. Formó parte de una banda de tributo “rolinga” llamada Everest. Su estirpe hace que devolverle la pelota cabeceando a un simpatizante que se la tiró en plena caminata de campaña le resulte natural. Grita y se saca como macho que se siente desafiado o amenazado. Mezcla lo barrial con el traje de economista de grandes corporaciones. Canta y salta en el escenario de un mitin político como uno más, enlazando sus ribetes performáticos con identidades. Macri vio ahí el aporte plebeyo que hoy le suma más que la boina blanca.

 

De él a ella

Ayer Franco, hoy Antonia. A principios de agosto de este año el ex Presidente, criticando al gobierno, argumentaba que los jóvenes se quieren ir del país por falta de oportunidades. Para darle fuerza y anclaje al relato, contó un diálogo con su hija. Expresó que “tres veces ya, Antonia, que tiene 11 años, me dijo que se quiere ir a terminar de estudiar afuera. La saqué cagando. ‘Si vos te vas, yo me muero. Te quedas conmigo’”. Traía a la conversación pública sentimientos juveniles. La niña no cree en el futuro del país, pero a sus 11 años aún depende de él y no decide sola. Antonia obedece la orden paterna: “Te quedas conmigo”, pero tendría revancha.

Lejos están los días en los cuales Macri, para popularizarse, recurría a sus doñas Rosas. Entre 2015 y 2019, ya en el poder, fue guiado para construirse una imagen empática con las mayorías. Declaraba que le importaban los sentimientos de Cacho, que le llegaban mediante las palabras de “la María”. El hombre de Estado atendía las palabras del pueblo. Iba a la panadería y comía allí una medialuna parado en el mostrador mientras escuchaba al panadero. Fue un recurso PRO de primera generación, destinado a inocular a las audiencias, a pura emocionalidad, con el sentir de un conservadurismo de prosapia.

Bernardo Neustadt, periodista difusor de las ideas liberales en el retorno democrático, fue el creador de doña Rosa. La diseñó como una mujer de clase media promedio del momento. Ama de casa, agobiada por el precio del tomate o porque no tenía o no le funcionaba el teléfono, interpelaba a la política ayudando a reducir el Estado.

Neustadt, pionero de las batallas culturales, entrevistó a fines de los ‘90 a Franco y a Mauricio en su programa televisivo Tiempo Nuevo. Allí Franco expuso sus prácticas empresarias cuando el kirchnerismo aún no existía. Dijo que, hasta ese momento, los empresarios de la denominada “patria contratista” habían tenido que manejarse con “reglas de juego confusas”, que habían permitido que “hubiese quizás algunos aprovechamientos”. Mauricio, a su turno, coincidió con su padre. Echó la culpa a las reglas de juego y remató: “Esto permitió que ciertas empresas, en un país que tiene exceso de reglas, armen una sociedad con la burocracia estatal”.

Tal vez el recuerdo de su encuentro con Bernardo y doña Rosa lo llevó a Mauricio, en sus años soñados, hasta Cacho y “la María”. En 2019, derrotado, reorientó su GPS. A diferencia de Neustadt, que era empleado, intermediaba la voz del pueblo y siguió hablando siempre con doña Rosa, Macri volvió a ejercer como propietario, dejó a Cacho y “la María” y sus diálogos se restringieron a su núcleo.

Llegó Antonia. Con ella, la clase social –doña Rosa– se hace individuo. La política, ya personalizada, gira una vuelta más y bucea en la escena íntima. Padre e hija, sentados en el jardín, conversan sobre lo que atañe a millones. La democracia se organiza y resuelve en la mesa familiar. Es asunto de pocos e iguales, sin intermediarios. Las palabras exponen la individualización extrema de las demandas y las ofertas. “Me quiero ir”, “te quedas porque te necesito”.

 

Juntos por la libertad y el cambio

El gato abrazó, en modo oso, al león que abrazó al pato. Milei se molesta, pero necesita ayuda. Simula movimientos de autodeterminación mientras cede y se ata las manos. Él, que es el candidato, fue a la casa de Macri. Le coparon las áreas económicas y salió a desmentir. Su programa libertario de gobierno, dijo, es “innegociable”. Descartadas la “dolarización” y la “lucha contra la casta”, afirmó que la eliminación del Banco Central “no es negociable”. ¿El resto ya lo fue? Insistió en que “el apoyo que recibimos” del ex Presidente “es un apoyo incondicional”. Muchos de sus simpatizantes y dirigentes no le creen y se declaran estafados.

Macri sigue adelante en modo “esto es mío”. Lleva adelante la cruzada libertaria como si fuera propia. Se mueve como jefe de campaña y Karina Milei lo mira de reojo y con enojo. Simultáneamente, sigue detonando su alianza con el pan-radicalismo. Brinda entrevistas donde defiende hasta el límite a su nueva mascota. Dijo: “Milei no gobernó, no robó, nunca mintió y no sabemos qué va a hacer”. Curiosas palabras. Expone, confrontándolas, las que a su entender son las alternativas a dirimir: “Continuar en este sendero decadente” o “darle una oportunidad a alguien que no tiene ninguna relación con lo que ha pasado”.

En trance de expiación y autocrítica desarrolló: “Tenemos que seguir haciendo un acto de humildad. Cometimos una cantidad de errores que llevó a que los jóvenes hayan decidido que el que representaba el cambio, de acá en adelante, es Javier Milei”.

A estas conclusiones no llegó solo. Según contó, después de la elección general y por los resultados, Antonia le dijo: “Papá, no hay alternativa, tenés que apoyar a Milei”. Ahora obedeció sin bajarle línea. Claro, la de ella “es palabra sagrada” y él es obediente ante lo venerable. En la mesa familiar, donde se toman decisiones sobre una democracia a punto de cumplir los 40, Antonia tuvo su revancha.

A Macri le viene bien, a veces, simplificarse como Chirolita de otros. No fui yo, fue papá, fue Antonia.

 

 

 

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