La discusión televisada entre Horacio Embón y Pablo Duggan el último martes de agosto amerita una lectura más profunda que la otorgada por los medios masivos, que redujeron todo a un tema de carácter o respeto. La cuestión de fondo es la alusión del periodista a la incidencia de los laboratorios medicinales en las políticas públicas.
Aunque el disparador fue haber rememorado el derrocamiento de Arturo Illia (1966), su actualidad es tan cercana como La carta robada, que de tan evidente no resultó sospechosa. En el cuento de Edgar Allan Poe, la carta colgaba de un alambre sobre el escritorio. En la TV de hoy aparece a cada rato, en las tandas publicitarias.
Esto es comprobable con un mínimo visionado: el martes último, entre las 7.30 y las 22.30, los avisos publicitarios de la señal C5N emitieron en cada tanda avisos donde el rubro salud es mayoritario: Centrum Essencial; Actron; Sertal; Coltix, Curflex, Magnesio, Megacistin y Oralsone, además de cosméticos (Dermaglós –de laboratorio Andrómaco– y Bagovit antiarrugas), junto a dos prepagas (Swiss Medical y Medifé).
La salud representa el rubro mayoritario entre productos de Pampers (pañales y suavizantes, de P&G), colchones, electrodomésticos, supermercados, lácteos, bebidas, Pedidos Ya, Mercado Libre, bancos, alarmas, dos automotrices, Shell, YPF, dos municipios y el Banco Ciudad.
La multiplicidad de productos medicinales no implica variedad de anunciantes; son los mismos dueños: Coltix, Curflex, 102 Magnesio, Megacistin y Oralsone pertenecen al laboratorio Gramon, como puede verificarse con el roll al pie de su web (que también comercializa Melatol, Metabolic, Merthiolate, Snella, Sin Roncar y Zenelis mareos); Actrón (con el piloto Franco Colapinto) es de Bayer; mientras que Sertal es de Roemmers, el verdadero actor.
Roemmers (uno de los cinco apellidos más ricos del país) compró en 2011 a Gramon, del que posee un 51% y es la encargada de la venta libre. También compró el 40% de Gador, fabricante de 210 productos que titulan con casi todo el abecedario, desde Alplax hasta Xospata.
Roemmers tuvo a uno de sus integrantes entre los diez más ricos del ranking mundial de Forbes y sus descendientes acumulan más de 2400 millones de dólares. Uno de ellos mostró la hilacha que —como las migajas de Hansel y Gretel— conducía a una pálida idea de lo que podían dilapidar, cuando gastó seis de esos millones en festejar su cumpleaños en Marruecos.
El abuelo Roemmers, que había venido desde Alemania, comenzó en 1921 con el laboratorio en la Argentina, desde el que ayudaron con empleo a los nazis del acorazado Graf Spee (1939).
Cuatro años después del golpe contra Illia, Roemmers abrió Maprimed, donde desarrollaban principios activos. Después de la última dictadura, desplazó a la suiza Roche del primer puesto en el mercado, en el que se mantuvo durante estos cuarenta años de democracia.
Algo más cambió luego de la bisagra histórica de 1995/2000 que significó la nueva Ley de Patentes impuesta desde Washington por orden de los laboratorios del norte mundial. Las grandes firmas locales ganaron tiempo mediante una coima de 25 millones de dólares, según admitió el diputado Claudio Sebastiani, ex presidente de la Unión Industrial Argentina y miembro de la Comisión Bicameral de Privatizaciones.
En cuanto pudieron, se adecuaron al escenario mundial con alianzas como la de Roemmers con Glaxo (Gsk) o la alemana Bayer, entre otras. En conjunto, el mercado farmacéutico argentino está entre los diez más grandes del mundo, según The Economist. A esta altura, hablar de laboratorios “nacionales” es un anacronismo, porque el grupo Roemmers está registrado fuera del país, en Cormorán de Bilbao.
Las fusiones empresariales continuaron y la compra-venta de mercados accionarios fluye hasta la actualidad. No sería raro que los medicamentos publiciten desde distintos sellos un día para —al siguiente— tener detrás a los mismos dueños. Así como en 2013 entraron a la dermocosmética, en 2017 se quedaron con Ibu Mejoral y Melatol; en 2021, con la leche infantil Sancor y, en 2023, con Átomo desinflamante. Un buen sitio para actualizarse sobre la industria farmacéutica y cosmética es Pharmabiz, una publicación con noticias de ese rubro.
Según Forbes, Alejandro cedió su participación a los hermanos a cambio de algo más de un millón de dólares mensuales. Se dedica a escribir: ha publicado una docena de títulos. Esto es una coincidencia con lo que hace con su tiempo el fundador de la droguería Suizo Argentina, Eduardo Kovalivker. A pesar del escándalo de las coimas (¿o por eso mismo?), inició su camino para ser una personalidad destacada de la cultura. Lo hizo a partir de un proyecto presentado en mayo en la Legislatura de la Ciudad por la legisladora Patricia Glize (PRO), coordinadora de los equipos electorales de la ministra Patricia Bullrich. Aquella coincidencia literaria entremezclada con la salud se halla también en una prepaga: la de la Fundación Medifé con Filba (Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires).
Otras droguerías son una parte importante del control del mercado que se pretende sanador. Según el especialista Javier Ledesma, aceptaron canjear deudas con los laboratorios mediante entrega de acciones, con lo cual su dominio quedó repartido entre Bagó y Roemmers. Estas dos tienen otra sociedad en Uruguay bajo el transparente nombre Gramon Bagó.
Así como Roemmers protegió a nazis, en su asociada Gramon hacían la vista gorda con abusadores sexuales como el supervisor que en la planta de Munro pedía a las empleadas que le practicaran sexo oral, como denunció la CTA en 2017. Tardaron en despedir al capataz, cosa que hicieron luego de muchas maniobras dilatorias, por lo que el hombre llevó a juicio a la empresa.
Otros problemas de estos grupos llegan a ser controlados. Esta semana, según informó la ANMAT, la asociada GEMEPE S.A. retiró del mercado por su cuenta un lote del estimulante cardíaco Dobutamina, luego de detectarse frascos ampolla con una solución que no cumplía con la especificación de aspecto.
Más allá de esos casos puntuales, el gran problema es la propiedad privada de aquello que afecta al conjunto de la población. Los precios de venta, al igual que en la época de Illia, pueden superar cincuenta veces el precio de producción.
A eso se refirió Cristina Fernández de Kirchner desde el Encuentro Nacional de Salud, en Rosario, hace diez meses: “Estos desregulan a favor de poquitos muy poderosos. El de los remedios. A ver, Milei, ya que sos tan guapo, desregulá los medicamentos, que podamos tener medicamentos genéricos importados para reducir el costo de los presupuestos sanitarios. A ver si te animás”.
Ahora no sólo son caros, sino que algunos deben ser comprados donde manden. Por caso, los de enfermedades crónicas que receta Swiss Medical sólo son autorizados a comprarse en una única red de farmacias con un puñado de sucursales de la zona norte.
“El gran negocio de la salud es la enfermedad”, dice una fuente de la CGT a El Cohete. Los trabajadores recuerdan que antes de Perón “había ministerio para las vacas, pero no para la salud de las personas”. Con la dictadura fusiladora (de cuyo ascenso se cumplen 75 años este mes) desaparecieron los controles sobre la elaboración de medicamentos (1957) y toda reglamentación legal (1959). Por eso, con la recuperación de la democracia a manos de Arturo Illia (1963), su ministro Arturo Oñativia impulsó leyes para mejorar el acceso de la población a medicación efectiva.
El Estado se ponía otra vez a controlar los precios y el contenido de lo que decían vender. Lograron aprobar la propuesta de Oñativia en la ley de Medicamentos (1964), “pese al fuerte lobby de los laboratorios multinacionales”, recordaba Felipe Pigna en Clarín hace tres meses.
Otro historiador, Rodolfo Valentini, especializado en economía, supo describir: “Los laboratorios extranjeros pidieron al gobierno de Suiza que obstaculizara la reestructuración de la deuda argentina con el Club de París. Los medios iniciaron una virulenta campaña de desgaste presidencial (la famosa tortuga) y extensas editoriales promoviendo la intervención militar que culminará el 28 de junio de 1966”.
Desde mucho antes, acá existía Andrómaco que se presenta como un laboratorio comprometido con el cuidado de la salud y la piel “desde 1926”. Y ya desde 1921 estaba el abuelo Roemmers. Ni ellos ni otros fueron mencionados como golpistas. ¿A qué viene entonces tanto celo sobre los auspiciantes del canal de noticias que se postula como progre?
Como dijo Horacio Verbitsky en la radio de las Madres: “Embón entendió a la perfección de qué se trataba”.
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