No hay país sin industria

Asignatura pendiente para el campo nacional y popular

Diego Rivera, la industria de Detroit

 

La Argentina es un caso serio. Un país con inmensas posibilidades de ser potencia en el concierto de las naciones donde paradójicamente viven millones de personas en condiciones infrahumanas, sin trabajo y con la sociedad tan atravesada por disputas partidarias que se oscurecen los problemas de fondo mientras se agravan las miserias sociales, se destruyen los ambientes y se exacerba el odio entre connacionales.

Varias voces perciben esta anomia total y expresan la necesidad de terminar con ella procurando unidad de fuerzas partidarias que actualmente tienen diferencias irreconciliables. Una gran parte de la población está más que desencantada de la política y de los políticos en general; tanto que ni siquiera teme sanciones por no ejercer el derecho al voto y se recluye en su microambiente hogareño lleno de tensiones y violencia. La resultante (previsible) es que el país está como un barco a la deriva en un mundo en descomposición rápida que cualquier día puede sacudirnos con alguna nueva crisis financiera y/o una recomposición del orden global, que nos sorprendería sin saber por dónde andamos ni qué hacer al respecto.

Advertencia: aun siendo todo lo anterior nada auspicioso para los argentinos, a no desesperar más de lo que estamos, ya que veremos que otra Argentina es posible.

Por una parte, que gobiernos como los del macrismo y La Libertad Avanza hayan adoptado el “modelo productivo basado en exportaciones primarias” consolidado en las últimas décadas, en buena medida basado en recursos naturales no-renovables, profundizador de la dependencia externa por vía del endeudamiento creciente al que lleva la economía argentina, no llama la atención, es algo casi natural. El problema está en que desde amplios sectores de la oposición política cuyas declaraciones se encuadran en la heterodoxia política, económica, de la justicia social y los derechos humanos no se plantean proyectos productivos alternativos. La resultante de continuar con semejante modelo es que no pasan muchos años sin que los sucesivos gobiernos se encuentren con una crisis multidimensional de mayúsculas proporciones, mientras la miseria no deja de agravarse.

El modelo vigente es plenamente dependiente de algunas grandes firmas exportadoras responsables del envío al exterior de producciones de bienes con escaso procesamiento y valor agregado, activadoras de la entrada nominal de divisas (ya que no todas llegan al país, al ser directamente depositadas en bancos del exterior) mediante las cuales luego se importan productos, componentes y partes consumidos por la población y utilizados por la industria argentina para la fabricación de sus productos, algunos de los cuales serán exportados luego del ensamblado local, como sucede con los automotores. Cabe señalar que el grueso de las exportaciones totales descansa en apenas un puñado de productos agrícolas, mineros, petróleo y gas.

Por eso me interesa subrayar que un país del tamaño de la Argentina no puede existir como país soberano y socialmente inclusivo sin industria, por más que la industrialización argentina ha quedado prácticamente estancada hace 50 años y la que existe hoy día produce a precios carísimos (no sólo por la actual sobrevaluación del peso), modelos de productos anticuados cuando no obsoletos y de calidad bastante mediocre. Entonces ¿qué hacer con la industria nacional? La solución no puede pasar por liberar la importación de todos los productos industriales, hundiéndola del todo, ya que existe una capacidad industrial instalada, trabajadores que dependen de ella y experiencia empresarial. Además, como se vio recién, el país necesita de la industria; la “solución” de rifarla, descansando en la exclusiva y excluyente exportación de productos primarios no emplearía más que una proporción mínima de lo que hoy día ocupa la industria, lo cual sería para nada deseable y socialmente explosivo.

Un caso para visualizar alternativas de qué hacer con la industria argentina es el sector del vidrio, existente en el país hace cerca de un siglo. No obstante esa larga vida, las empresas productoras lo hacen a precios exorbitantes, tanto que aun siendo el vidrio un producto difícilmente importable –debido a su fragilidad y por ende al caro embalaje y flete para intentarlo– existen en comercios del país copas de vidrio importadas a precios mucho más reducidos que las producidas localmente, aun siendo aquellas de mayor calidad. Son menos de un puñado las empresas productoras de artículos de vidrio, por lo cual antes que competir entre sí han preferido históricamente aprovecharse de los consumidores acordando precios entre ellas, como para ganar mucho por unidad vendida. Y en períodos –como el actual– en que algún gobierno quita la protección arancelaria para importar, aprovechan la estructura propia de comercialización para traer productos importados mientras reducen al mínimo la producción local, achicando la planta de trabajadores ocupados. En definitiva, siempre ganan esas pocas firmas aprovechándose del consumidor.

¿Qué hacer ante un sector industrial como éste (bastante representativo de la mayoría de los demás)? Un Estado que se anime y tenga la capacidad política y técnica de promover un sector industrial dinámico, que sirva al país además de aportar beneficios a los empresarios, tiene que evaluar bien la situación del mismo y aplicar medidas de política industrial tendientes a alentarlo a invertir en equipamiento para producir más, mejorar la tecnología y la calidad de los productos, apuntando a mejorar los costos productivos, reducir el precio de venta posibilitado por el aumento de la escala productiva, y tal vez a promover las exportaciones sectoriales. Para todo ello el Estado puede ofrecerle una protección arancelaria decreciente (a medida que las inversiones van madurando y las ventas aumentando) para que reduzca los precios de venta, alentarlo a exportar e ir mejorando la competitividad. También podrían implementarse créditos blandos para reequipamiento, asistencia técnica, formación profesional al personal ocupado y otras ayudas estatales de promoción a la industria nacional en general. Ciertamente, semejante política industrial debe ser diseñada y ejecutada por un Estado apto para ello.

Un caso distinto de enorme complejidad y envergadura es el automotriz. Luego de más de 70 años de existencia produciendo en el país ha ido perdiendo dinamismo, actualmente es 100% dependiente del diseño y la ingeniería realizados en otros países –pese a que hace 50 años se desarrollaron localmente modelos totalmente nacionales– y de los esquemas de complementación industrial diseñados por las automotrices entre plantas propias localizadas en el exterior, quedando para el Estado pocos grados de libertad para imponer condiciones debido al poderío de las empresas. De todas formas, posiblemente en la actualidad con el inicio de la producción de autos híbridos y eléctricos, así como el auge e irrupción global de las terminales chinas, exista algún margen de negociación por este lado. Lo que resulta bastante claro es que el actual esquema de producción automotriz es nada deseable y prácticamente inviable, ya que además de todos los subsidios directos e indirectos que recibe es sumamente deficitario en materia de divisas; tan seria es la situación que resulta urgente terminar con la producción de autos en las vigentes condiciones perniciosas para el país, que sólo benefician a las empresas.

Para terminar, no puede dejar de mencionarse una crucial limitante al desarrollo industrial: la más que evidente falencia de empresarios comprometidos con el país, apostando y aportando al desarrollo del mismo. Limitante que no se puede suplir salvo, eventualmente, por el Estado.

La cuestión industrial argentina es una asignatura pendiente de enorme trascendencia para el campo nacional y popular, por lo cual debería prestársele la mayor atención. Es clave para el futuro del país, por ser la principal actividad productiva en condiciones de absorber profesionales y técnicos, de aprovechar los abundantísimos desarrollos de ciencia y tecnología nacional, de demandar trabajo de todo tipo y de transformar los recursos naturales del territorio argentino en productos aprovechables por connacionales y demandados por el mundo. En síntesis, la industria podría en poco tiempo ser la actividad dinamizadora de la sociedad argentina, que alumbre la construcción de un futuro próspero.

A este respecto, hay que tener en cuenta que en la actualidad, no obstante el reinante caos político global, existe amplio consenso de que el mundo crecientemente necesitará alimentos, minerales críticos, agua y energía. Y la Argentina es uno de los pocos países que cuenta con los recursos naturales y humanos para satisfacer dichas necesidades. Empero, para movilizarlos virtuosamente, procesándolos en el país y transformándolos en nuevos productos, será necesario que surjan los líderes políticos y sociales que puedan organizar el movimiento político de amplio espectro capaz de liderar y sostener semejante desarrollo económico nacional y regional centrado en actividades productivas dinamizadoras de la economía y la sociedad argentina, capitalizando el enorme potencial de recursos naturales y humanos del país en lugar de exportarlos como recursos primarios requeridos para el desarrollo de otros países. A no desfallecer: otra Argentina es posible.

 

 

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