No solo comienza el beguine

Donde Astaire encuentra la horma de su zapato (de baile)

 

Sólo Eleanor Powell tenía tanto reconocimiento como Fred Astaire por sus números de baile y zapateo. Cada uno había hecho su carrera mirando al otro de reojo, pero nunca se habían cruzado en un set. Ella era la estrella máxima de MGM y Fred recién firmó contrato con ese estudio en 1939, cuando ya era una estrella mundial. Los reunió Melvin LeRoy, que había dirigido a Astaire seis años antes en una de las películas de la serie “Buscadores de Oro” (de la que aquí vimos Mi hombre olvidado). LeRoy acababa de convertirse en el productor jefe del estudio del león, donde una de sus primeras decisiones fue filmar El mago de Oz, que sigue deleitando a chicos y grandes hasta hoy.

Como de costumbre, él estaba pendiente de la altura de su pareja de baile y en el primer encuentro LeRoy los hizo parar espalda contra espalda como se hace con los chicos en edad de crecimiento y dictaminó que a él todavía le sobraban 5 cm. Pero en este caso Fred también estaba preocupado por la fama de perfeccionista que precedía a Eleanor, sólo comparable con la suya propia. La gran mayoría de los críticos pretende que ella era demasiado rígida y masculina para él, que nunca hubo química entre los dos, que no son creíbles como enamorados. Sólo el New York Times puso a Melodía de Broadway de 1940 por encima de los últimos encuentros de Ginger y Fred y advirtió que “los arabescos de Fred fueron más fascinantes e intrincados que nunca”. Al menos eso es ostensible en el número central de la película, Begin the beguine, que podés ver acá:

 

 

Sobre la feminidad de Eleanor Powell: sería mejor no juzgarla con los cánones de época, que hasta el filósofo Cacho Castaña percibe inadecuados aunque se le chispoteen porque no cualquiera lleva los 75 con decoro. Un crítico inglés del Daily Express escribió que ella era una linda chica de barrio que llevaba maravillosamente el ritmo. “Pero se la ve tan fuerte y confiada en sí misma, que ni te importa si Fred la conquista o no”.

Me parece que ahí reside la confusión. Le sobraban motivos para esa confianza, como sabe cualquiera que haya visto lo que hizo en Born to Dance y Lady Be Good, ella sola frente a una Armada de hombres, girando sin parar como un trompo o dando saltos mortales hacia atrás, para caer siempre bien parada y seguir bailando como si recién comenzara. Y también se entiende la inseguridad de él frente a semejante monstruo. Yo no le veo ni una pizca de masculinidad y su sonrisa me resulta más seductora que todos los mohines de Ginger, pero es cierto que el enamorado infantil que Fred compone en casi todas sus películas puede parecer aún menos verosímil, aunque igual de adorable.

Fayard Nicholas, quien junto con su hermano Harold formó una pareja de baile acrobático asombrosa, contó un diálogo con Eleanor Powell sobre Astaire y aquella filmación: “Nos divertimos muchísimo. Entre toma y toma nos desafiábamos a ver quien superaba al otro. Cuando terminamos la última escena y nos sacamos los zapatos de baile, lo vi sentado solo en un rincón, mirándome. Le pedí que se acercara, le pregunté qué le pasaba.

—Eleanor, la pasé bomba en esta película.

—Yo también, fue maravilloso.

Y él me dijo:

—Pero no quiero volver a filmar con vos.

—¿Por qué?

—Me hiciste trabajar demasiado duro.

Fayard Nicholas concluye que “cuando Fred bailaba con una chica, ella siempre lo seguía. Salvo con Eleanor Powell”. Ginger Rogers se jactó una vez de que ella hacía lo mismo que Fred, pero con tacos aguja y retrocediendo. Sí, claro, pero nadie sabía mejor que ella quién estaba al mando, así como Fayard Nicholas era el más calificado para evaluar la performance de los blanquitos que se acercaban a la magia de su propia flashdance, que puede verse en este número en color que filmaron en 1940 para Carmen Miranda en la insólita Down the Argentine Way, cuando Buenos Aires todavía era la capital de Río de Janeiro.

Otro bailarín, Maurice Hines, dijo que Fred no volvió a trabajar con Eleanor Powell porque “era consciente de sus limitaciones. Los hermanos Nicholas hubieran estado grandes con ella, porque ella podía hacer cualquier cosa que ellos hicieran, acrobacia, giros, caer con las piernas abiertas como Fayard”.

Puede ser, pero hubiera sido para el circo más que para el cine. El gran cierre de Begin the Beguine, en una cámara negra, sobre un piso y paredes de espejo con centenares de estrellitas titilantes, es de una perfección superlativa. Fijate que no hay un solo corte, ni un primer plano. Estos dos virtuosos se lo bailaron todo de un tirón, como le gustaba a él, y con la cámara tomándolos siempre de cuerpo entero. Pero esto no le quita nada de belleza, cosa que no es lo primero que se te ocurre con los hermanos Nicholas, que son sobrenaturales, como Messi, Maradona o Spiderman, pero nunca te van a meter un caño de espaldas como Riquelme. Entre los humanos, Fred Astaire y sus parejas siguen siendo insuperables. No sólo te arroban, también te emocionan.

Igual me cuesta sacarme de la cabeza que el 1º de septiembre de 1939, dos semanas antes de comenzar la filmación, las divisiones panzer alemanas cruzaron la frontera de Polonia. El 6 de octubre, cuando la blitzkrieg terminó, Eleanor y Fred seguían filmando y el mundo se internaba en la sombría Segunda Guerra Mundial. Me abstengo de repetir lo que dije el último domingo sobre la posible simultaneidad del horror y el placer, pero como te imaginarás no he cambiado de idea.

 

Horacio Verbitsky

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