No tienen límites

Los dueños del poder real defienden sus intereses sin ningún escrúpulo

“Si para llegar es necesario envolver la impostura
 con los pasaportes de la verdad, se embrolla;
 si es necesario mentir a la posteridad, se miente,
 y se engaña a los vivos y a los muertos, según dice Maquiavelo.
 Los hombres son generalmente gobernados por ilusiones,
 como las llamas de los indios por hilos colorados.” [1]

 

 

Así trataba de aplacar Salvador María del Carril [2] los débiles escrúpulos y los justificados remordimientos que le provocaba “a la espada sin cabeza” [3] el asesinato de su camarada de armas, Manuel Dorrego [4]. Allí se puso en negro sobre blanco quiénes estaban y están aún hoy en los despachos donde administran sus intereses y alimentan la lucha fratricida de exterminio, a la que hoy los “meritócratas” llaman con falsa moderación “la grieta”.

Estas líneas están escritas luego de leer la nota firmada por el director de El Cohete a la Luna el último domingo, titulada “Un límite”. Allí se demuestra la falsedad de un editorial de La Nación que pretende desacreditar a uno de los más prestigiosos organismos de derechos humanos argentinos, reconocido y respetado internacionalmente.

No pretendo defender a Horacio Verbitsky, que se defiende solo y con probada solvencia, y menos al Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) [5], que desde su fundación por parte de Emilio Mignone hace más de cuatro décadas evidencia su integridad y compromiso con la defensa y promoción de los derechos humanos.

Con la cita del comienzo quiero, en cambio, demostrar que como lo ratifica la historia de nuestra Patria y de muchas naciones de nuestra América Mestiza, los dueños del poder real que no sostienen los pueblos, sino el dinero que roban las minorías oligárquicas y homicidas, no reconocen límites cuando de defender sus intereses se trata. Exhiben, además, una pertinaz continuidad desde los primeros años de nuestra emancipación.

Esa cita siniestra por su cinismo y perversión explica de qué se nutre la autodenominada “prensa independiente” y los supuestos defensores de la República. Se alimentan de la mentira y el odio y se expresan con el fuego de las armas que hacen empuñar a otros para intentar vanamente seguir “gobernando con ilusiones”, sin hacerse nunca cargo de los crímenes que provocan. Estos intereses resisten hoy y amenazan con retornar.

Me gustaría creer que esto no puede continuar ni repetirse. Que el Nunca Más es posible. Que gracias a los Juicios a las Juntas Militares durante la presidencia de Raúl Alfonsín, a la lucha de los organismos de derechos humanos, a las medidas tomadas por Néstor y Cristina Kirchner, el consenso mayoritario logrado a favor de la democracia es inamovible y que no hay retroceso posible. Y, sin embargo, la cita transcripta está ahí y La Nación existe.

Y Patricia Bullrich, con su pasado por todos conocido, aparece hoy transformada en candidata a Presidente restauradora del orden autoritario. También está aquí, ratificando sin pudor que la mutación de algunos políticos no tiene límites. Y que para el odio y el delirio siempre puede haber una nueva oportunidad. ¿O no existe también Javier Milei?

El caso de La Nación es francamente paradigmático. La “tribuna de doctrina”, como la denominó su fundador –responsable de la Guerra de la Triple Infamia contra nuestros hermanos paraguayos– se ha transformado en el buque insignia de un periodismo incalificable.

Es histórica la profética proclama de Bartolomé Mitre: “En veinticuatro horas en los cuarteles, en quince días en campaña, y en tres meses en Asunción”. Frase propia de un irresponsable, que según dicen, como general nunca ganó una batalla y que le costó al país cinco años de guerra, 500 millones de pesos y 50.000 muertos, sin contar las víctimas de la fiebre amarilla que trajeron los soldados que regresaron al país [6]. Leopoldo Galtieri no alcanzó a igualar tanta soberbia.

La doctrina que hasta hoy difunde esa tribuna apoyó cuanta dictadura se instaló en el país para restablecer el orden conservador y reprimir sin miramientos cualquier manifestación de reacción popular. Entre ellas se incluye la dictadura genocida que inició en 1976 el proceso de violación de los derechos humanos más siniestro de nuestra historia y que con el secuestro de recién nacidos y la desaparición de miles de personas llevó al Estado terrorista a la cúspide del desprecio por la dignidad humana. En medio de ese siniestro proceso, La Nación se hizo, por muy cuestionados procedimientos, de parte de la propiedad de Papel Prensa.

Contra todo esto sólo hay un límite, y ese límite en democracia no está ni puede estar nada más que en la voluntad de nuestro pueblo y en la lealtad y capacidad de nuestros gobernantes. Que así sea depende de cada uno de nosotros.

 

 

*El autor es integrante del CELS.

 

 

 

 

 

[1] Citada por María Kodama y Claudia Farías G. en La divisa punzó.
[2] Integrante del Partido Unitario, miembro de la Corte Suprema de Justicia y Vicepresidente de la República antes del voto universal y obligatorio.
[3] Fusilado por orden del general Juan Lavalle, instigado por Del Carril, Florencio Varela, Agüero y otros unitarios.
[4] Imposible no reconocer la similitud entre el crimen ocurrido en Navarro con el fusilamiento del general Juan José Valle por orden de Pedro Eugenio Aramburu, su compañero de promoción, luego de haberse comprometido a respetar su vida.
[5] Mi agradecimiento personal al CELS por haber aceptado mi adhesión varios años atrás.
[6] Felipe Pigna, “La Guerra de la Triple Alianza”, El Historiador.

 

 

 

 

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