Nuestro genocidio

Un informe israelí que acusa al Estado de Israel

 

B’Tselem es el nombre elegido por el Centro de Información Israelí para los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados. La palabra B’Tselem significa en el idioma hebreo “a imagen de” y es una alusión a un versículo del Génesis que dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Consideran que al haber elegido ese nombre asumen el mandato moral universal y judío de respetar y defender los derechos humanos de todas las personas por igual. Según sus estatutos, “luchan por un futuro donde los derechos humanos, la libertad y la igualdad estén garantizados para todas las personas, palestinas y judías, que viven entre el río Jordán y el mar Mediterráneo”. Considera que ese futuro solo será posible cuando termine la ocupación israelí en los territorios que fueron tomados durante la guerra de los Seis Días (1967) y se ponga fin al régimen de apartheid instaurado desde entonces. 

Bajo el título “Our Genocide” (Nuestro genocidio) acaban de publicar un informe impactante, de alrededor de 80 páginas. Este informe es un fundado alegato por el que acusan al gobierno de Israel de estar cometiendo un genocidio en la Franja de Gaza. Además, señalan el riesgo de que la acción se extienda a Cisjordania. Si bien el texto oficial se ha escrito en hebreo y en inglés, existe una versión no oficial en castellano a la que se puede acceder aquí.

Yuli Novak, directora ejecutiva de B'Tselem, afirma: “Llamamos a este informe Nuestro genocidio porque eso es lo que es. Un genocidio cometido contra personas que viven aquí, por la gente que vive aquí (en Israel)”. En una carta publicada en The Guardian, reconoce que hay una pregunta que no deja de rondar por su cabeza: “¿Es de verdad esto que está pasando? ¿Estamos viviendo un genocidio?”. Añade: “En el resto de países, millones de personas ya conocen la respuesta. Pero aquí en Israel muchos de nosotros no podemos o no queremos decirlo en voz alta. Tal vez porque la verdad amenaza con desmoronar todas nuestras creencias sobre quiénes somos y quiénes queríamos ser. Decirlo es admitir que en el futuro tendremos que rendir cuentas, no solo nuestros líderes, sino nosotros mismos”.

Lo que señala Yuli Novak es cierto, pero debemos ampliar la lista de responsables. ¿Qué estamos haciendo en el lugar en que residimos para detenerlo? Por lo tanto, debemos asumir que este genocidio, de alguna manera, es también nuestro genocidio.

 

 

Memoria del Holocausto

Según el DRAE, la palabra “holocausto” se utiliza para hacer referencia a una “gran matanza de seres humanos”. Son sinónimos de holocausto palabras como “genocidio”, “pogromo” o cualquier sacrificio o exterminio de seres humanos realizado en gran escala. Etimológicamente proviene del griego: holokauston que significa “totalmente (holos) calcinados (kaustos)”, en referencia a un rito de la religión judía consistente en quemar por completo una ofrenda dirigida a los dioses. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la palabra fue utilizada por escritores e historiadores para hacer referencia al genocidio de los armenios a manos de los turcos.

En la década de los ‘60, a partir de la publicación de un libro de Nora Levin titulado El Holocausto: la destrucción de los judíos europeos, comenzó a usarse, con mayúsculas, para hacer especial referencia al exterminio de judíos y otros grupos humanos que tuvo lugar bajo el régimen de la Alemania nazi. Algunos intelectuales judíos cuestionaron desde entonces el uso del término Holocausto que hizo el movimiento sionista como modo de favorecer la emigración a Israel. 

Según el historiador Peter Baldwin, la singularidad del sufrimiento judío también reforzó las exigencias morales y emocionales que Israel podía hacer a otras naciones. Un ejemplo es el caso de Alemania, que, basada en la memoria del Holocausto, siempre ha tratado a Israel como un caso especial, exento del tipo de escrutinio o condicionalidad que se aplica a otros Estados. En la práctica, esto ha significado cancelar las críticas internas al genocidio en Gaza, oponerse a la imposición de sanciones en la Unión Europea y mantener una sólida cooperación militar y de inteligencia. En cualquier caso, lo que nadie pone en duda es que la memoria del Holocausto forma una parte importante del capital moral de Israel. 

Entonces surge, de modo inevitable, un interrogante que seguramente está en la mente de muchas personas: ¿cómo es posible que un pueblo que ha sufrido una persecución a lo largo de siglos y que ha sido víctima en el siglo XX de un espantoso genocidio, pueda estar cometiendo una acción semejante sobre otro pueblo? El informe de B’Tselem es una valiosa ayuda para entender esta paradoja.

 

 

El informe

El informe Nuestro genocidio está compuesto por dos partes. En la primera se documenta las acciones concretas que realizan las Fuerzas de Defensa israelí sobre el terreno y que suponen la destrucción de las condiciones de vida de los palestinos residentes en Gaza. Aquí entran acciones como los bombardeos sobre viviendas y tiendas de campaña; la destrucción sistemática de las infraestructuras eléctricas y de provisión de agua; la destrucción de escuelas, mezquitas, edificios públicos y hospitales; y la terrible hambruna provocada cerrando el acceso de la ayuda humanitaria. Sobre la magnitud de esta catástrofe humanitaria no pueden abrigarse dudas, porque es abrumadora la cantidad de fotografías y videos que lo evidencian. 

En la segunda parte del informe se busca una explicación mediante un recorrido histórico sin el cual es imposible entender el presente: “Décadas de desigualdad sistémica, de gobierno militar y de políticas de separación que han normalizado la idea de que los palestinos son desechables”. 

En opinión de los autores, tres características del régimen israelí sentaron las bases para un cambio hacia una política de genocidio contra los palestinos en la Franja de Gaza: “El régimen de apartheid, incluyendo la separación, la ingeniería demográfica y la limpieza étnica; la deshumanización y la conceptualización de los palestinos como una amenaza existencial para los israelíes, y el uso sistemático e institucionalizado de la violencia contra los palestinos, llevado a cabo con impunidad de facto para los perpetradores”. Consideran que desde las primeras etapas de la creación del Estado israelí, la relación entre judíos y palestinos estuvo marcada por patrones coloniales de asentamiento, incluyendo ocupaciones de tierras “que conllevaron desplazamiento y despojo, ingeniería demográfica, limpieza étnica y la imposición de un régimen militar sobre los palestinos”. 

Según los autores del informe, el régimen que se afianzó tras el establecimiento del Estado de Israel “institucionalizó la supremacía judía y aplicó sistemáticamente patrones de control violento, discriminación y separación contra los palestinos. Esta conducta sistémica constituye apartheid, un término que denota un régimen institucionalizado en el que se emplean leyes, estructuras y prácticas para mantener el dominio de un grupo sobre otro en todos los territorios bajo su control, generalmente presentando esta supremacía como un imperativo moral y existencial”.

 

 

El ataque de Hamás

Teniendo en cuenta estos antecedentes, sería erróneo suponer que el genocidio fue causado por el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023. No obstante, no se puede ignorar la trascendencia que tuvo, como el informe refleja acertadamente, dado que “la conmoción, el miedo y la humillación provocados por el ataque, impulsaron un cambio en la política gubernamental hacia los palestinos, pasando de la opresión y el control a la destrucción y la aniquilación”. 

El informe añade que “desde su creación, el régimen de apartheid israelí ha trabajado para separar física y mentalmente a los judíos israelíes de los palestinos. Durante décadas de violenta ocupación militar, la exposición israelí a la violencia infligida a los palestinos se ha minimizado. El hecho de que los palestinos vivan bajo un régimen de apartheid discriminatorio, racista y violento ha sido prácticamente borrado de la psique israelí. Esta percepción distorsionada de la realidad, combinada con la sensación de seguridad que proporciona el aparato de seguridad israelí, llevó a la mayoría de los judíos israelíes a no imaginar jamás que la violencia ejercida a diario, durante décadas, contra millones de personas, algún día desembocaría en una contraviolencia letal a una escala antes inconcebible”.

 

 

La contraviolencia palestina

Es cierto también que las declaraciones de líderes palestinos apoyando acciones armadas que incluían ataques a la población civil han contribuido a forjar una imagen que ha sido aprovechada por el gobierno israelí, para convertir a la población palestina en una amenaza constante para la seguridad del Estado. Señala el informe que “la percepción israelí de la presencia palestina como una amenaza constante genera una cosmovisión militarista y centrada en el poder, profundamente arraigada en el tejido de la cultura y la identidad israelíes. A pesar de que Israel se ha convertido en una potencia militar regional; a pesar de una larga historia de expulsiones, despojos e imposición de un régimen militar violento, y a pesar del enorme desequilibrio de poder entre ambos bandos, la mayoría de los judeo-israelíes siguen viéndose como las únicas víctimas, sin otra opción que matar y morir para sobrevivir rodeados de enemigos que buscan constantemente su destrucción. Este victimismo tiene sus raíces en una historia de antisemitismo, persecución y pogromos contra el pueblo judío, que culminó en el Holocausto. A lo largo de los años, el régimen israelí ha explotado esta historia para justificar, entre otras cosas, su control violento sobre los palestinos”.

 

 

La deshumanización

Como señala el informe, “en todos los casos conocidos de genocidio moderno, los regímenes perpetradores emplearon sistemáticamente mecanismos para generar motivación para la acción violenta y para otorgarle una justificación moral, social y política. La deshumanización es el proceso mediante el cual los miembros del grupo de víctimas son despojados de sus características humanas, retratados como inherentemente inmorales o peligrosos, y vistos como colectivamente responsables de cada acto negativo cometido por individuos u organizaciones específicas dentro de su grupo”. 

De esta manera, las víctimas llegan a ser vistas como personas a quienes no se aplican las normas morales, o como personas que "se han buscado su sufrimiento".

La consideración de toda la población de Gaza como responsable o partidaria de los crímenes cometidos el 7 de octubre ha sido proclamada por varios ministros que integran el ala ultraderechista del gobierno de Netanyahu. En los principales medios de comunicación y en la sociedad israelí se impuso la idea compartida de que los daños en Gaza eran inevitables para alcanzar el objetivo de rescatar a los rehenes. Las encuestas reflejaron que la mayoría de la sociedad israelí consideraba que no había inocentes en Gaza y de ese modo se aceptaron los castigos colectivos a la población. La idea del traslado forzoso fue aceptada y todavía se siguen negando las evidencias de la hambruna que acosa a la población gazatí. El discurso oficial, ampliamente aceptado, es que la escasez es consecuencia del robo de la ayuda internacional por parte de Hamás. 

 

 

El silencio internacional

Es evidente que la matanza y la destrucción sistemáticas en la Franja de Gaza y las permanentes agresiones de los colonos a los palestinos de Cisjordania no habrían sido posibles sin la pasividad internacional. Estos crímenes han sido ampliamente documentados, pero la mayoría de los líderes políticos en Europa y Estados Unidos han rehusado tomar medidas efectivas y algunos han llegado a apoyar la reacción de Israel invocando el "derecho a la legítima defensa". Esta actitud de complicidad se ha registrado incluso después de que la Corte Internacional de Justicia dictaminara que es plausible pensar que las acciones de Israel constituyan actos genocidas. También ocurrió incluso después de que la Corte Penal Internacional emitiera órdenes de arresto contra el primer ministro Netanyahu y el entonces ministro de Defensa Gallant. 

Las fotografías registrando las evidencias de la hambruna en los cuerpos desfallecientes de algunos niños palestinos que aparecieron en The New York Times y otros medios internacionales parecieran haber provocado un cambio en la sensibilidad de la comunidad internacional. 

Estos cambios también se registran en el interior de Israel. Lo prueban las declaraciones del escritor David Grossman, reconociendo que se está produciendo un genocidio y la carta dirigida a Trump por centenares de antiguos miembros de los cuerpos de seguridad israelíes. En esta carta, le exhortan a presionar a Netanyahu para poner fin a las operaciones militares en el enclave. 

El informe de B’Tselem termina con una convocatoria, dirigida tanto a la sociedad israelí como a la comunidad internacional, exhortando a utilizar todos los medios disponibles bajo el derecho internacional para detener el genocidio israelí de los palestinos. “Nada te prepara para darte cuenta de que formas parte de una sociedad que comete genocidio. Este es un momento profundamente doloroso para nosotros”, declaró Yuli Novak, director ejecutivo de B'Tselem, para añadir que “como israelíes y palestinos que vivimos aquí y presenciamos la realidad a diario, tenemos el deber de decir la verdad con la mayor claridad posible”.

 

 

 

 

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