NUEVOS TRAPOS

La serena y posible utopía del desarrollo con inclusión

 

El informe de inversiones internacionales (World Investment Report) de la UNCTAD correspondiente a 2019 constata que en el mundo desarrollado las inversiones externas han tendido a caer, mientras que en el mundo subdesarrollado han tendido a crecer entre 2017 y 2018 exceptuando a una región: América Latina. La inversión extranjera directa (IED) cayó respecto del año anterior en 2016, 2017 y 2018. La IED fue 13% más baja en 2018 del nivel alcanzado en 2017 y significó a escala global 1,3 billones de dólares. El efecto Trump tiene que ver con el trienio de declinación el que se acentuó en 2018 a raíz de la reforma impositiva norteamericana de 2017 que operó para que las empresas multinacionales estadounidenses repatrien las ganancias acumuladas. Mientras las inversiones bajaban, las fusiones y adquisiciones subían, haciendo honor así a la concentración del capital, una tendencia típica en el funcionamiento del capitalismo. Y subían un fuerte 17 % más en 2018 que en 2017 involucrando fondos por más de 800.000 millones de dólares. En sus consideraciones particulares para la región el informe de la UNCTAD señala que en 2017 el volumen de IED creció con respecto a 2016, luego de estar cayendo desde 2009. Pero en 2018, esta tendencia se revirtió: la IED cayó un 6% con respecto a su valor anterior. También se señala que “la IED se mantiene un 27% más baja en relación al auge del boom de las commodities”. Sin embargo, en la Argentina han crecido: se han atraído 12.000 millones de dólares en 2018, de los cuales aproximadamente un tercio corresponden a las actividades iniciadas en Vaca Muerta.

Estos datos que hablan de las dificultades para conseguir IED a efectos de llevar adelante la sustitución de importaciones, que en el fondo de las cosas es lo que le da andamiento a la renegociación de la deuda externa en particular y es la argamasa del desarrollo en general. Aproximadamente un 60% de los bienes de inversión que se utilizan en la economía argentina son de origen importado. También los rubros que engloban insumos industriales suelen abarcar aproximadamente el 60% de las importaciones que realiza el país. Las inversiones potencialmente realizables por el capital extranjero en los rubros asociados a la energía y la minería son más sencillas de apuntalar. El asunto se complica con las ramas de la industria de insumos difundidos. Las dos tendencias ponen de relieve una característica central de los movimientos internacionales de capitales con relación a la división internacional del trabajo: se concentran o bien en actividades primarias o bien en actividades manufactureras, ambas para mercados externos.

Naturalmente, de existir demanda en el mercado interno, la localización de estas actividades en sus respectivos países puede tener por resultado el autoabastecimiento. De lo que se desprende que en el caso argentino, la espontaneidad tiende hacia el primer tipo de actividad. Sin embargo, en función de acelerar el desarrollo del país, deben realizarse esfuerzos para atraer recursos hacia las segundas. ¿Cómo conciliar esto con la tendencia del capital extranjero a localizarse en las ramas de exportación en el caso de los países subdesarrollados? La anatomía de las políticas de promoción y concesiones que fuerzan la sustitución de importaciones en ramas estratégicas para el desarrollo industrial nacional, tiene como requisito el tipo de atmósfera política de la cual emanan. El grado de eficacia de estas acciones depende entonces de ese pedestal, que en el caso del nuevo gobierno de lxs Fernández posibilitan examinar su solidez a partir de la actitud política asumida en las dos administraciones del mismo signo que la precedieron.

 

 

Utopía

En efecto, en los doce años que van desde 2003 hasta 2015 se retomó el proceso de desarrollo iniciado en la posguerra, cercenado por el golpe genocida de 1976. Tras el retroceso gatomacrista, lxs Fernández intentan volver a la carga. En su discurso inaugural el flamante Presidente se refirió a la “serena y posible utopía”. Esta solo puede comprenderse en la segunda acepción del vocablo: representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano. El sueño de Martin Luther King, el gigantesco y emocionante coraje de Don José de San Martín plasmado en un bando que anima a pelear por la libertad y que suele volver a circular cuando la vida cotidiana promete empeorar, la lucidez de Lord John Maynard Keynes que hace 100 años en 1919 le advirtió a Europa que el motto en el armisticio no podía ni debía ser la venganza, que indefectiblemente conduciría a otro conflicto, el desarrollo con inclusión de los doce años, son ejemplos de utopías serenas y posibles, de ideas fuerza, que denotan en los que las enuncian que si bien no tienen del todo claro cómo se llega, saben que se puede llegar y es ahí hacia donde hay que ir. Eso, entre otras cosas, evita incluso que en los yerros se malogren las esperanzas depositadas.

La utopía es lo que impide quedar atrapado en la Arcadia del presente donde todo es obstáculo, nada se puede hacer y es entonces que para no perder espacio político los descafeinados ponen en práctica un crudo, cínico y disimulado conservadurismo, que les evita derrapar hacia planteos utópicos, estos entendidos en la primera acepción de la palabra: meta imposible de alcanzar que se la invoca para evadir mediante la ensoñación desarraigada una perspectiva sofocante. La realidad termina pasándolos por arriba. Lo acontecido con las experiencias fallidas del movimiento nacional desde la restauración democrática son buena prueba de lo uno y lo otro.

También deviene en una alternativa aciaga suponer que se tiene delineada la transición que debe atravesar todo proceso de transformador y no es así; de manera que en vez de estar todo bajo control, está bien descontrolado lo que induce de ser posible a usos crecientes de violencia política. En el Dieciocho Brumario, escrito en 1852, Karl Marx decía en referencia al Estado que hasta ese momento “todas las revoluciones políticas no han hecho más que perfeccionar esa máquina, en lugar de destruirla”. ¿Qué debía reemplazarla? No se encuentra en ninguna parte de los escritos de Marx ni en los de Engels la exposición sistemática de una teoría auténtica del Estado proletario. Sobre los escritos diversos de ambos adosando los de Lenin se puede esbozar algún que otro esquema simplificado, pero eso serviría para caer en la cuenta de que nunca resolvieron conceptualmente esa transición y la izquierda siempre creyó erróneamente que lo tenía resuelto. Gran parte del desvariado comportamiento político de la izquierda argentina con relación a los intereses bien entendidos del movimiento nacional, tienen mucho que ver con esa insuficiencia, con esa utopía infundada.

La mayoría de los economistas neoclásicos articulan su comportamiento con la curiosa utopía de la restricción presupuestaria. Con eso quieren describir una situación donde se está en pleno empleo, la producción se fija de forma independiente a la demanda que en todo caso la crea y todo lo que tienen que hacer la política económica es decir no a los desvaríos del gasto los que generalmente traen como consecuencia la inflación. Algo más alejado de la realidad y la dinámica del capitalismo, difícil, onda imposible. Con los años, a fuer de tratar de frenar el gasto en un sistema que necesita de la política económica para impulsar su reproducción ampliada, se convierten en satánicos Doctores No.

En Occidente desde hace décadas —y desde que cayó el Muro con más ahínco— se quiere empequeñecer el Estado. Cómo ir hacia un Estado más diminuto sin que el equilibrio político se estropee hondo es algo que los liberales nunca resolvieron y en esto se emparejan a sus pares argentinos, que quieren abrir la economía y desplumar los salarios y también proseguir a cargo del Estado cuando se hace presente la crisis que generaron. Otra utopía ha comenzado a desplazar a la del enanismo estatal. En la edición correspondiente a enero y febrero próximos de Foreign Affairs, Joseph Stiglitz, Todd Tucker y Gabriel Zucman escribieron un artículo donde sostienen que "ningún mercado exitoso puede sobrevivir sin los fundamentos de un Estado fuerte y funcional", por lo que desde su óptica el capitalismo está en crisis por el ayuno al que fue sometido el fisco y la solución de tal crisis requiere un aumento sustancial de los impuestos y proceder a "eliminar las disposiciones especiales que eximen de impuestos a los dividendos, ganancias de capital, intereses acumulados, bienes inmuebles y otras formas de riqueza". Para el trío es un mito que la inversión corporativa se frena por los impuestos dado que "en el mundo real […] no existe una correlación observable entre los impuestos sobre el capital y la acumulación de capital". Al proponer el trío de autores diseñar "un nuevo y audaz régimen de impuestos nacionales e internacionales" y sostener que "para frenar la evasión de los impuestos sobre el ingreso y la riqueza, los países deberán cooperar mucho más entre sí", en la práctica están abogando por terminar con las guaridas fiscales.

 

 

 

No es el único reemplazo de utopía en el que está enfrascado Joseph Stiglitz. En una nota de opinión publicada en el diario inglés The Guardian (24/11/2019) titulada “Es hora de sacar de circulación indicadores como el PIB. No miden todo lo que importa”, Stiglitz vuelve con una prédica que en él ya lleva lustros. El Nobel de economía señala que “la medida standard del desempeño económico es el producto interno bruto (PIB), que es la suma del valor de los bienes y servicios producidos dentro de un país durante un período determinado. El PIB venía marchando muy bien, aumentando año tras año, hasta la crisis financiera mundial de 2008. La crisis financiera mundial fue la mejor ilustración de las deficiencias en los indicadores de uso común. Ninguno de esos indicadores dio a los encargados de formular políticas o a los mercados una advertencia adecuada de que algo andaba mal […] las mediciones standard parecían sugerir que todo estaba bien”. Una cosa es que se coincida o no con Stiglitz en que “la forma en que evaluamos el desempeño económico y el progreso social es fundamentalmente errónea, y la crisis climática ha puesto de manifiesto estas preocupaciones”, y otra muy diferente es el desconcertante argumento que esgrimió. Se equivoca de Paraíso perdido si le reprocha al PIB tener que anticipar una crisis. Es una cuenta, un indicador y es la trama conceptual que se elucubra mediante abstracciones a partir de esos indicadores que se concibe una teoría que explica la crisis.

Los neoclásicos —Stiglitz es uno— no tienen una teoría factible de la crisis y así difícilmente la vayan a tener. Hasta nueva orden el PIB per capita es una buena medida de bienestar simple y directo, cuyo avance implica un aumento cuantitativo en el consumo de bienes y servicios de todo tipo. El aumento del PIB per capita dice que esta alza afecta a número significativos de personas y va acompañada por una cierta difusión de consumo. Incluso, es tan buen indicador que si se trata de un país del golfo con alto PIB per capita y bajo bienestar, no está diciendo todo del grado de violencia política que se ejerce para posibilitar esa mala situación contingente.

 

 

Desarrollo inclusivo

Que el PIB y entonces el PIB per capita sean indicadores mejorables, no hay dudas, pero mejorables atendiendo su propia lógica de medir el aumento del consumo. De manera que hasta nueva orden, hasta que todas las saludables y lógicas preocupaciones sobre el medio ambiente confluyan hacia una tasa de descuento consensuada globalmente, el aumento del PIB per capita testimonia que la utopía del desarrollo inclusivo está funcionando. Y es menester que funcione en este mundo donde se ha puesto tan difícil conseguir inversiones externas, con –además— un Trump que las tiene, en tanto país emisor de esos flujos, como objetivo a revertir.

Las oportunidades de inversión están en función creciente de las dimensiones del mercado, estas últimas proporcionales al nivel de los salarios, por lo que el balance del movimiento de capitales es desfavorable para los países de bajos salarios. Así que si queremos inversiones tenemos que dejar de ser un país de bajos salarios. Los países de bajos salarios ofrecen oportunidades únicamente para aquellas industrias de consumo rudimentario y corriente: alimentación básica, textiles, ropas baratas, etc. No hay mercado para las industrias de bienes de consumo más refinados, más del que hay para las industrias de bienes de capital. El número de industrias ligeras implantadas no es suficiente para crear un mercado de este tipo a partir de sus propias necesidades.

La exigüidad del mercado mantiene el capital extranjero fuera de los países de bajos salarios y alienta al capital local a invertir también fuera del país o a dilapidar parte del excedente local en consumo suntuoso. Empero, cuanto más escaso se vuelve el capital disponible, mayor es la presión a la baja sobre los salarios. La utopía del desarrollo con inclusión entonces tiene como vector concreto de realización el aumento de los ingresos de las mayorías. Por difícil que sea la situación actual, hacia ese norte hay que marchar. Es eso lo que hace del desarrollo con inclusión una serena y posible utopía.

 

 

 

 

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