Ocultar la motosierra

Dos semanas para despejar los globos de colores y evitar otra catástrofe

 

El 19 de julio del 2015, Horacio Rodríguez Larreta ganó el balotaje de las elecciones para jefe de gobierno porteño por apenas tres puntos sobre Martín Lousteau, el candidato radical que optó por una simpática campaña subido a una bicicleta.

Durante los festejos, Mauricio Macri –jefe de gobierno saliente y candidato a Presidente– no habló sobre la estrecha victoria de su delfín sino que eligió cambiar abruptamente el eje de su campaña. Pasó de confrontar con las iniciativas kirchneristas a explicar que Aerolíneas Argentinas e YPF seguirían “siendo estatales”, que la “AUH se mantendría” y que “las jubilaciones seguirían en manos de la ANSES”. Del anuncio del fin del modelo kirchnerista pasó al compromiso de administrarlo mejor. Atrás quedaban tanto la idea del salario como un costo que es necesario reducir como los presentes calamitosos como paso necesario hacia lejanos futuros venturosos. Cambiemos dejó de hablar de supuestos privilegios a combatir y pasó a prometer globos y revolución de la alegría.

 

Ese cambio táctico fue retomado en la campaña con la candidata a Vicepresidenta Gabriela Cómo-se-dice Michetti y también con María Eugenia Vidal (“No vas a perder nada de lo que ya tenés”), a quien sus administrados le llenarían las manos de estampitas y crucifijos, según el relato apasionado de Alfredo Leuco. El drama del kirchnerismo ya no se explicaba por sus iniciativas sino por la forma crispada de llevarlas adelante. Cambiemos prometía continuarlas, e incluso mejorarlas, pero sin confrontación. AUH sin cadenas nacionales, por decirlo de alguna manera. Fue una decisión exitosa ya que ayudó a que Cambiemos ganara las elecciones presidenciales del 2015 en segunda vuelta.

 

 

La devaluación inicial, el aumento explosivo de los servicios públicos y el endeudamiento creciente perjudicaron seriamente la gestión de Macri. El relato del “kirchnerismo mejor administrado” fue reemplazado entonces por el de “la pesada herencia”: las penurias que padecía la ciudadanía se explicaban no por los errores de dicha gestión sino por no haber evaluado con precisión la magnitud del desastre heredado. “Recibimos un país quebrado”, afirmó Macri a fines del 2016. Una extraña quiebra que no le impidió impulsar un nuevo y catastrófico ciclo de deuda.

Los resultados mediocres del gobierno se tradujeron también en un recrudecimiento de la persecución política contra ex funcionarios kirchneristas –incluyendo a la propia ex Presidenta– implementada a través de la Santísima Trinidad conformada por los medios, la justicia federal y los servicios, el famoso lawfare.

El 25 de octubre pasado, Patricia Bullrich y su compañero de fórmula Luis Petri, el Buster Keaton mendocino, afirmaron su “defensa a ultranza de los valores del cambio y la libertad”, una fórmula vaporosa que representó el preludio al apoyo a la candidatura de Javier Milei, quien dos días antes era descripto por los candidatos de Juntos por el Cambio como una persona inestable con ideas peligrosas, a quien la propia ex Ministra Pum Pum había denunciado penalmente por haberla acusado de colocar bombas en jardines de infantes cuando pertenecía a la organización Montoneros.

 

 

Detrás de la incomodidad visible de ambos candidatos vencidos estaba la decisión de Macri de concretar finalmente un acuerdo con Milei, con quien se había intercambiado elogios durante los últimos años. En 2022, el agitado de la motosierra afirmó que “recibiría con los brazos abiertos” a Macri mientras que un año antes, luego de las PASO del 2021, Macri afirmó “compartir las ideas que Milei defiende”.

La alianza tan veloz como inconsulta generó un cisma en Juntos por el Cambio y anunció el fin de la coalición. Por un lado quedaron Macri, Bullrich y los halcones del PRO, y por el otro la UCR, la Coalición Cívica, algunos líderes del PRO como Rodríguez Larreta y la ex Gobernadora Coraje, y también partidos unipersonales como el GEN de Margarita Stolbizer.

Asombrosamente, Macri, quien desistió de presentarse a estas elecciones para evitar una probable derrota y cuya candidata quedó fuera del balotaje, logró hacerse cargo de la campaña del minarquista e incluso dejó trascender la existencia de un acuerdo que desmintió el propio Milei.

Un listado desopilante que incluye “mantener la prohibición de la venta de órganos” e incluso “la defensa de la diversidad LGBT” fue mostrado en los medios como prueba del acuerdo entre ambas fuerzas, pese a que desde La Libertad Avanza lo negaron nuevamente.

Más allá del desacuerdo sobre el acuerdo, el cambio en el tono de la campaña del agitado de la motosierra fue notable. En un video publicado en su cuenta de TikTok en respuesta a Sergio Massa, Milei afirmó que bajo su gobierno se mantendrían la salud y educación públicas e incluso los planes sociales, es decir que su gestión sería exactamente lo contrario de lo que promete hacer desde hace años, en los que ha repetido que “el mejor sistema de salud posible es un sistema de salud privado en el que cada argentino pague por sus servicios y el mejor sistema educativo posible es uno en el que cada argentino pague por sus servicios”.

 

 

 

En rigor de verdad, el lavado de cara había empezado antes del acuerdo con Macri: luego de la sorpresa de la primera vuelta, que esperaba ganar, Milei le ofreció al FIT una eventual Secretaría de Derechos Humanos, área que había prometido desmantelar. En otras palabras, propuso integrar a su eventual gobierno a los “zurdos de mierda”.

Siguiendo el ejemplo de Macri en 2015, Milei intenta ocultar la motosierra detrás de globos de colores. Para ganar el 19 de noviembre necesita el apoyo de los seguidores del ala dura del PRO, pero también de quienes en primera vuelta optaron por el más mesurado Rodríguez Larreta. No se trata de una tarea exenta de riesgos, ya que algunos integrantes de su propio movimiento no ven con buenos ojos diluir el discurso violento que los trajo hasta acá, ni tampoco un pacto con la casta tan denunciada hasta hace pocos días.

Faltan dos semanas para la segunda vuelta de las elecciones. Es poco y a la vez mucho tiempo. Frenar la posibilidad cierta de que La Libertad Avanza llegue al gobierno no pasa tanto por un gran impulso antifascista como el que vimos en Francia frente Jean-Marie Le Pen, sino por incidir en las expectativas ciudadanas a través de decisiones concretas como las que lleva adelante Sergio Massa. En ese sentido, la campaña lanzada por el Ministro de Transporte, Diego Giuliano, para explicitar el costo individual de la eventual eliminación de los subsidios al transporte fue un gran acierto de comunicación electoral. Dejó de lado los debates celestiales para hacer foco en el resultado concreto de la anulación de los subsidios en el bolsillo de las mayorías: el boleto de colectivo, sin subsidio, costaría 700 pesos, y el de tren unos 1.100.

Los ciudadanos de a pie podemos emular ese acierto evitando también los grandes debates celestiales y haciendo foco en lo que las propuestas que Milei siempre defendió generarían en la vida cotidiana y en el poder adquisitivo de todos, incluyendo sus votantes. La paradoja del voto a Milei es que gran parte de sus simpatizantes no acuerdan con las políticas que propone o no creen que las pueda implementar. Por otro lado la mayoría de los argentinos defiende un Estado presente, reflejado, entre otros ámbitos, en la educación y la salud públicas. Es necesario subrayar esa contradicción. El apoyo de Macri a Milei ayuda a visibilizar la maniobra de lavado de cara, ya que es la misma que llevó adelante Cambiemos en 2015, lamentablemente con éxito. Los resultados catastróficos están a la vista.

En resumidas cuentas, contamos con dos semanas para despejar los globos de colores y visibilizar la motosierra.

 

 

 

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