ODIO EL ODIO

La respuesta estará disponible en la biblioteca en el futuro

 

Un mes atrás el Presidente lanzó una frase-propuesta con forma de botella al mar, pero muchos, como ya es costumbre, le respondieron con un botellazo en la cabeza. Luego de su mensaje del Día de la Independencia, la patria zocalera solo editó un título (“Vengo a terminar con los odiadores seriales”) que ignoró el sentido fraterno de la idea completa: “Me duele el odio, porque nos posterga, nos paraliza y nos pone en el peor lugar como seres humanos”, advirtió ante la creciente intemperancia de unos discursos que, en años recientes, reunieron más que nada resentimiento.

En un pizarrón de corcho que está frente a mi lugar de trabajo, junto papelitos sueltos, frases que me gustaron o conmovieron, fotos, mensajes que me interpelan. Entre esos materiales, solo significativos para mí, vuelvo a ver una vieja tira de Miguel Rep en la que aparecen personajes como la preadolescente Auxilio y su papá, conocido como Gaspar el revolú.

Papá… ¿Qué pasa? Pongo una radio y me dice una cosa. Pongo otra y sobre el mismo hecho me dice todo lo contrario.

—Sí, ya sé. Pasa también en la tele y en los diarios.

Pero, entonces, papá. ¿A quién hacerle caso? ¿A quién creerle? ¿Cuál es la verdad?

Y Gaspar le contesta así:

 

 

Seguro que esa biblioteca todavía no ofrece las respuestas que Auxilio está demandando. Lo que por el momento apenas estamos en condiciones de contarle a la millenial es que tales diferencias son la consecuencia de contar con medios de miradas completamente opuestas. Eso origina una creciente perplejidad y la decepcionante exigencia de tener que quedarse con una sola parte de la historia, una que es la que cada uno quiere y espera escuchar, y que en lo posible no contraríe nuestras certezas. Desde hace tiempo lo que no se termina de saldar es uno de los capitales básicos de la tarea periodística: la credibilidad. La polarización –esa zona tan erizada de la piel argentina que el Presidente se propuso suavizar en aquel discurso del 9 de Julio– origina permanentemente versiones sobre un mismo tema completamente enfrentadas.

No es tan grave, sostienen quiénes piensan que si en algo somos duchos es en divisiones, desde las chicaneras y propias de juegos y pasatiempos menores y/o barriales (Ríver-Boca; Bilardo-Menotti) hasta muchas otras que ni el tiempo ni los historiadores pudieron dirimir (Rosas-Urquiza; Sarmiento-Alberdi; Izquierda-Derecha). Personalmente creo que tiene su particular gravedad.

Durante décadas fue común el hecho de periodistas que consentían ceder su fuerza de trabajo a medios totalmente enfrentados con sus convicciones ideológicas. Lo hacían a sabiendas, a veces sin necesidad de disfrazarse con la camiseta de las empresas y en otros momentos enfrentando remordimientos indisimulables. En cualquiera de los casos, sabían que allí tenían su fuente de sostenimiento, aunque no su modo de realización, pero convencidos de que superado el horario laboral podían seguir defendiendo sus pensamientos personales y sus posiciones políticas. En el marco de ese dilema, a ninguno se le cruzaba pensar que esa contradicción indudable se constituyera en una brecha insalvable. Nadie esgrimió el argumento de la grieta cuando en los años '60 y '70 centenares de periodistas eligieron —muchos de ellos al costo de sus propias vidas– el camino de la lucha armada. Algo que los obligó a compartir su vida cotidiana con actividades rigurosas, clandestinas, peligrosas. Soy un veterano periodista, pero en cualquiera de las redacciones que tuve la fortuna de integrar siempre advertí algo característico. Había pensamientos diferentes, más que nada ligados a la línea editorial del medio, lo que provocaba disensos y también encuentros, discusiones a veces profundas, pero en el fondo leales y fraternas. Esta grieta bien interpretada por el Presidente como odiadora– es diferente. Porque el tan arraigado “o estás conmigo o sos mi enemigo” obtura toda posibilidad de crecimiento. Y también a esto aludía el bien intencionado mensaje del Presidente Fernández.

 

 

La grieta de hoy

Convertida en alud, la grieta siglo XXI se devoró historias familiares, lastimó amistades y una variada gama de intercambios individuales y grupales. Esto que sucedió y aún persiste originó que colegas periodistas de toda la vida se chumbaran y se mostraran los dientes de una vereda a la otra. Con muchos de los que fueran cercanos e incluso amigos terminamos separados, probablemente para siempre. Los motivos, aunque inquietantes, son simples. Lo explico desde lo personal: profeso con entusiasmo mi preferencia por los gobiernos que presidieron el país del 2003 al 2015 y que volvieron a recuperar el poder en el 2019, del mismo modo que otros repudiaron con simétrica devoción esas etapas. Así vivimos desde hace unos años, con la grieta en pleno funcionamiento a la manera de una valla fronteriza, entre la sutil chicana y el odio desatado, entre la pelea ocasional y el insulto más hiriente. Separados, sin metáforas, los bandos siguen reacios, incómodos, divididos, irreconciliables.

Con fundamento varios expertos alertaron sobre el hecho de que la pandemia agrava considerablemente conductas preexistentes. Además de la enfermedad propiamente dicha y quién sabe hasta cuándo incurable, estamos a expensas de otro virus irracional para el que luego de 210 años de nación no encontramos a una vacuna capaz de controlarlo. Una de las modalidades actuales de la grieta (¿deberíamos llamarla grieta sanitaria?) es, sin embargo, mucho más compleja de entender.

A un lado y otro de la cuarentena nos desencontramos, otra vez como rivales, quienes la cumplimos a rajatabla porque respetamos las indicaciones de los especialistas y porque entendemos que muchos de los que subestimaron la enfermedad lo pagaron con sus vidas; y los que la transgreden y desafían porque consideran que un acatamiento estricto esmerila su libertad individual y, peor aún, favorece al actual gobierno, como si el coronavirus fuera portador de una determinada ideología y no de pronósticos de salud muchas veces funestos. El que respeta el aislamiento se transforma en un sobreadaptado y el que lo ignora en un atrevido, para quien el “entre todos” no existe ni nunca existirá. Acerca de esta nueva y penosa hendidura de alcance nacional (y tal vez mundial), todavía habrá mucho para reflexionar. Lástima grande por la chiquita Auxilio, que deberá crecer con pocas evidencias. Tal vez Gaspar, su papá, al que no por nada lo apodan el revolú, la ayude a descubrir los caminos hacia la verdad sin esperar la creación de la biblioteca del futuro y, en este crucial caso, la llegada de la vacuna salvadora. Ojalá pueda explicarle que apostar permanentemente al fracaso de un gobierno es una fórmula infinitamente más sencilla que discutir ideas con otra idea superadora que realmente aporte al debate democrático cotidiano.

 

 

 

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