OESTERHELD Y LA BATALLA INTERIOR

Además de El Eternauta y Corto Maltés, bien vale recordar al corresponsal de guerra Ernie Pike

 

No había sucios narcos sudacas ni terroristas musulmanes. En el mejor de los casos, un villano individualista con superpoderes, proveniente del espacio o quién sabe de dónde. Las fantasías de historias de acción para los varoncitos lectores de historietas del siglo pasado se debatían entre los superhéroes traídos por las revistas mexicanas y los aventureros telúricos presentados por las editoriales argentinas. Extranjeros o locales, abundaban aquellos que aparecían empapados de los manierismos propios del rubro anglosajón, que monopolizaba buena parte del mercado sin nunca cubrirlo por completo. Lugares comunes que se reducían a malos malísimos y buenos buenísimos, ellos y nosotros, y/o ni fu ni fa: los políticamente correctos. En varios momentos históricos, por el contrario, los héroes vernáculos acapararon la atención de un público que extendía la limitación etaria.

Abunda la bibliografía que rescata aquellos tiempos y extrae a la historieta del prejuicio del arte menor. Sin embargo es la memoria colectiva la que rescata títulos, personajes, dibujantes y guionistas. No sólo por trayectoria y trágico destino, Héctor Germán Oesterheld (Buenos Aires, 1919-1978) fue el Rodolfo Walsh de la historieta; cada cual a su manera. Hacedor de historias, cocinero de memorables guisos, Héctor, El Alemán para amigues y compañeres, sazonó el vapuleado género de la narrativa ilustrada con ingredientes metafísicos y rasgos circunstanciales capaces de traer de un tirón el cosmos, las praderas del Far West, el castillo medieval a la mismísima pampa argentina o a la urbe porteña. Por más que sucedieran en tiempos y latitudes remotas, cada narración portaba un matiz reconocible en el que el lector gustaba alojarse. A tal fin, contó con el soporte artístico de ilustradores deslumbrantes: Hugo Pratt, Solano López, Alberto Breccia, luego Julio Schiaffino, Tibor Horvath, Rubén Sosa, Abel Balbi, Leopoldo Durañona, José Muñoz y tantos otros.

 

 

 

Apenas cuatro meses antes de lanzar El Eternauta, en mayo de 1957 Oesterheld dio a conocer a Ernie Pike, corresponsal en la Segunda Guerra Mundial y otras conflagraciones, en el número inaugural de la revista Hora Cero. Por su parte, el dibujante Hugo Pratt (Italia, 1927-Suiza, 1995) debió aguardar hasta 1967 para lanzar en su país de origen Corto Maltés, indiscutida obra maestra que define un renovado estilo de ilustración que evoca la iluminación del expresionismo alemán, asombrosamente semejante al que cultivaba por estas pampas Alberto Breccia. Para su héroe, Pratt toma a su vez de Oesterheld el concepto literario para el guión, con lo que accede a la flamante novela ilustrada y funda a tal fin una revista, Sgt. Kirk, título tomado de la historieta homónima creada en 1953 por su ex socio rioplatense. No fue el único afano perpetrado por el talentoso italiano al genial argentino: extendió en Europa la exitosa saga de Ernie Pike, borrando a Oesterheld de los créditos y adjudicándose la autoría de los textos. Este último intentó recuperar la paternidad del personaje, pero la dictadura cívico-eclesiástico-militar se lo impidió.

 

 

Sin detrimento de su excelencia literaria y estética, Corto Maltés constituye el adalid de un individualismo lírico que se contrapone no sólo con Ernie Pike o El Eternauta, sino con el conjunto de los personajes de Oesterheld. Para quien el héroe es colectivo, puede personificarse a condición de sumirse en un código que implica solidaridades de conjunto. En los cinco volúmenes que se reeditan ahora en nuestro país, el horror bélico sirve de estricto escenario a sendos combates internos, desatados en circunstancias extraordinarias. Como señala la fina pluma de Juan Sasturain en el prólogo, se trata de “hombres de diferentes bandos, puestos bajo presión moral (que) afrontan situaciones límites y optan, en última instancia, por elegir la humana comprensión, más allá de las circunstancias feroces que obligarían a dejarla de lado”.

 

 

Cuentos éticos que se desarrollan en el frente ruso, la guerra chino-japonesa, alguna trinchera de la guerra de 1914, un hospital de sangre, la selva birmana, una colina de Corea, tienen al corresponsal como narrador. Ernie Pike es el cronista que recorta hazañas más de la condición humana que de la táctica militar —que la hay—, les habla a los soldados en el desarrollo de la trama y en el corolario al lector, de frente: da la cara.

Como Walsh, Oesterheld conoció bien que los héroes solo existen en la ficción. Como los soldados de Ernie Pike y este mismo, en la práctica histórica —que es política— se trata nada más y nada menos de sujetos que optan por comprometerse con una realidad de su tiempo que les interpela, cuya acción, a posteriori, en la poetización del asunto, es calificada por otros como valiente; nunca por los protagonistas. Lo que sí existen son los cobardes. Y si no, pregúntenles a los pibes de Malvinas respecto a aquellos oficiales y zumbos que los estaqueaban, se quedaban con la comida y a la hora de los tiros rajaban a retaguardia. Pues para quien pone el cuerpo en un combate, más que triunfadores y derrotados, solo quedan muertos y sobrevivientes; y no sólo Ernie Pike lo sabe.

 

 

Héctor Germán Oesterheld fue secuestrado el 27 de abril de 1977, pasó por los campos de exterminio Sheraton y Vesubio, y fue asesinado en 1978. Sus hijas Diana, Beatriz, Estela y Marina —dos de ellas embarazadas— y dos de los yernos permanecen desparecidos. Siempre es oportuno recordarlo.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

ERNIE PIKE – corresponsal de guerra

Héctor Germán Oesterheld, guión.

Hugo Pratt, dibujos.

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2019

78 págs.

 

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