Al promediar su notable novela Villa (1995), el escritor argentino Luis Gusmán instala fugazmente dos personajes secundarios, cada uno de los cuales con una pierna amputada, reemplazada mediante una prótesis de madera. Difieren ambos en la forma con que encaran su situación: “Pizarro creía que lo que le había pasado —un accidente de automóvil– era una injusticia, por lo tanto caminaba haciendo sentir los golpes de su resentimiento en el suelo, con lo cual además justificaba su carácter ulceroso”. Por el contrario, “Pontorno creía que lo que él había sufrido –un accidente de moto— era una desgracia, por lo tanto conservaba en su carácter cierta amabilidad, lo que nos permitía cada tanto conversar”. Atropello o fatalidad no solo marcan los extremos en el subibaja del inasible destino; determinan el genio del hado que habrá de primar en adelante en la anatomía a salvo de la mutilación. De un modo u otro el dilema atañe a la condición mortal y en especial emerge con diversos ropajes en la discapacidad.
Verónica Sukaczer (Buenos Aires, 1968) es una galardonada escritora y periodista cultural, cuenta con más de veinte títulos de literatura infantil, adolescente y adulta publicados; informa que viajó a la Antártida, tuvo cáncer, usa anteojos, luce tatuajes y es hipoacúsica. Esto último significa que padece una pérdida parcial progresiva de la audición, conserva un resto auditivo, la posibilidad de comunicarse en forma oral y constituye el tema central de las ciento cincuenta y dos páginas de El silencio de las cosas. Compendio de experiencias personales, relato sobre la práctica de la dificultad cotidiana, crónica de la paulatina elaboración de su singular circunstancia, perspectiva en torno a lo traumático, en fin, relevamiento de las decisiones de vida adoptadas en relación con cuánto y como escucha/ oye. Maremágnum llevado a la literatura, en instante alguno pretende convertirse en ejemplo de ninguna clase, historia de superación y resiliencia, maqueta de autoconocimiento, modelo iniciático, herramienta de autoayuda; nada de eso.

Mucho menos se trata de un texto dedicado al público joven, específicamente: sin aridez, por momentos evita toda condescendencia. El formato de libro ilustrado propone una vía de acceso adicional en la idea que, para evitar la sangre, la letra por la vista entra, también. El sutil trazo de Rocío Katz alterna una figura humana sintetizada de la autora en una garza alegórica con la que comparten identidad y escenas, adoptando creciente protagonismo a media que las páginas se suceden. Es el ave quien se encarga de volar los cielos tormentosos, sumirse en la oscuridad del silencio, eventualmente calzarse una bikini y huir del acecho de una manada de negros felinos famélicos. Ilustraciones cuya elocuencia se apoya en la belleza de las formas y la suplencia del sonido.
Sukaczer inicia su recorrido desde el dilema: “Nadie sabe si nací hipoacúsica o si sucedió de pronto o de a poco. Mi mamá se dio cuenta de que algo sucedía cuando yo tenía 5 o 6 años”. Llamadas sin contestación, volumen alto en la TV, consultas a parentela y profesionales con respuestas necias hasta la primera medida seria: la audiometría, recién a los siete años. Diagnóstico actual: “hipoacusia neurosensorial bilateral, severa en oído izquierdo y profunda en oído derecho. Uso un audífono muy potente en el oído izquierdo. Y así voy por la vida, escuchando lo que puedo y como puedo”. No todo es vacío: “Yo escucho campanas y grillos y moscas y tubos fluorescentes y pitidos y estática. Mis ruidos se superponen, se mezclan, pero si me concentro puedo distinguirlos, separar al grillo del pitido. Para qué, no sé, no me lo pregunto. Durante el día, con el audífono puesto, el ruido de afuera los enmascara. Pero a la noche soy toda de ellos”.
Tras el anterior pantallazo la autora relanza la historia oscura de “vergüenza, inseguridad y perseverancia, enojo. Eso sí. Miedo. Y mucha pena por mí misma”. Infancia, escuela pública en el barrio de Flores, hermanas; lectura y escritura de poesía y cuentos a los 8, guitarra y folclore, “no sabía que no oía bien”. Fue enterándose de la peor manera: “A veces alguien me preguntaba una cosa y yo respondía otra que no tenía nada que ver y todos se reían de mi”. Los médicos recomendaron a los padres con la palabra fatídica (tratarla como) “normal”. Para ella, ¿normal?: “ordinaria, corriente, acostumbrada, razonable, común. Eso nunca”. Y agrega: “El hecho de que la discapacidad auditiva sea invisible nos ayuda a todos a ocultarla. A mi familia y a mi”. Como si se tratara de un secreto, Verónica se abstuvo de comunicarlo hasta pasados los veinte años.
En esa forzada impostura Sukaczer formula un “Manual práctico para ocultar una dificultad auditiva” entre gracioso, desopilante y patético. En su última entrada, sentencia para la situación de que alguien hable, no se le entienda y no haya puerta de emergencia para huir: “Mirar a quien te habla, mover apenas la cabeza como asintiendo e intercalar cada tanto algún murmullo ininteligible. (La mayoría de las personas nunca se dan cuenta de que no las estás oyendo, lo que dice más de ellas que de ti)”. El recurso da lugar a una recopilación de eventualidades donde el malestar se le hace notorio: los dictados en la escuela, la confusión entre risas y llanto a lo lejos, los silbidos, la música de fondo, barullos. Incluye situaciones irreversibles; la pubertad, “si hubiera conocido a otros chicos hipoacúsicos me habría salvado de mí misma”, formularles preguntas, socializar angustias, evitar malentendidos, erradicar culpas, sortear apariencias.
A salvo en la lectura, en riesgo frente al idioma extranjero, experiencia, aprendizaje, madurez y reflexión, en diversas, sucesivas raciones, van construyendo en Verónica Sukaczer un trámite sin fin, elaboración elástica y compacta: “A veces, si debo enviar a reparar mi audífono, por ejemplo, puedo anidar en mi silencio durante varios días y, cuanto más permanezco en él, más reconozco que esa es mi naturaleza. ¿De verdad necesito oírlo todo?” Rara, intensa, concluye: “Dirán que esta es una historia de superación. No lo es. Es, sencillamente, una historia de aceptación”.
FICHA TÉCNICA
El silencio de las cosas
Verónica Sukaczer
Ilustraciones de Rocío Katz
Buenos Aires, 2025
152 páginas
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