Ojos bien cerrados

Quejarse del peso del FMI es inútil si se prolongan las condiciones que lo vuelven necesario

 

Una de las discrepancias que más atención suscita dentro del Frente de Todos es el contenido del acuerdo del FMI. Aunque es cambiante en lo que se le exige al gobierno argentino en términos de resultados, en el contenido de las políticas que se le demandan se mantiene rigurosamente inalterado. Como estas atentan contra el crecimiento, pues esencialmente consisten en la solicitud de ajustes del gasto público en la forma de recortes de subsidios por el uso de la energía y todo lo que consista en el pago de salarios estatales y transferencias de ingresos, son resistidas por la parte de la coalición que considera que el Frente de Todos tiene que trabajar seriamente para mejorar las condiciones de vida de los argentinos si se pretende que tenga una gravitación política que le permita aspirar a mantener posiciones en las elecciones de este año.

La última revisión del acuerdo, surgida de la necesidad de modificar la meta de acumulación de reservas pactada para el primer trimestre de este año como consecuencia de la sequía que padeció el país y afectó a la producción agrícola exportable, desató polémicas, debido a que el Fondo insistió en la necesidad de ahondar el ajuste. Las ideas que se expresaron no tienen en sí mismas un contenido diferente que lo que ya se dijo y se repitió sobre el tema, tanto por parte de los defensores como de los detractores del accionar oficial. No obstante, sobrevuela en ellas una incógnita sin despejar: si el acuerdo con el FMI representa un estorbo para la política que se propone seguir el gobierno o si, a la inversa, la política que se siguió hasta ahora determina, por sus falencias, la forma en que se lleva adelante la negociación con el FMI.

 

 

“El acuerdo menos malo posible”

Los que creen que el gobierno llevó adelante una negociación razonable sostienen que este es “el acuerdo menos malo posible”, una idea que se esgrime desde que se terminó de delinear el acuerdo de facilidades extendidas en marzo del año anterior. El kirchnerismo discrepa. Con una percepción más realista, ven su cumplimiento como un obstáculo para la evolución de la política económica. Al punto tal de que la manera en la que transcurrió la elaboración del programa es lo que motivó la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque en diputados a finales de enero de 2022.

También fue parte de los motivos que ahondaron el malestar existente con el ministro de Economía de entonces, Martín Guzmán, quien en la misiva con la que se despidió del cargo en julio enunció la curiosa consideración de que el mérito del acuerdo era el de haberle permitido al país conservar el acceso a las divisas necesarias para crecer al mismo tiempo que se evitaba un ajuste. Es una evaluación sobre un acuerdo de refinanciación de deuda externa colorida en cuanto a la curiosidad conceptual. Pagarla significa alcanzar un superávit comercial que permita acumular divisas, lo cual se efectúa comprimiendo el nivel de actividad para reducir el nivel de importaciones. Se supone que si un país se encuentra en esa situación, es porque en algún punto el valor de las importaciones requerido para sostener el crecimiento excede al de las exportaciones de manera endémica. Para realizar ese doloroso acomodamiento es que se utiliza lo que popularmente se conoce “ajuste”, que en realidad es recurrir a todos los medios posibles para comprimir el gasto interno. Si se llega a esta situación, es porque el acceso a las divisas del exterior se acabó y por eso es necesario ajustar. Exactamente lo contrario de lo que sostuvo el ex ministro.

 

 

La particularidad

Si el programa económico acordado con el fondo es de ajuste, entonces es lesivo para el crecimiento. Es malo, sin que exista algo “menos malo”, porque para ello tendría que concebirse algo peor, que es inimaginable no por lo catastrófico, sino por lo innecesario. La particularidad que tiene este acuerdo es que la descripción de un país que se endeuda con el FMI porque perdió el acceso a las divisas necesarias para el crecimiento no se aplica a la Argentina. Si bien el macrismo, a la par que se endeudaba, incurrió en un déficit comercial en 2017 y 2018, este fue de la magnitud de 11.993 millones de dólares en total. Es mucho menos que el endeudamiento externo que se tomó en estos años. Las reservas internacionales tendieron a crecer aún en los años de déficit comercial, pasando de ubicarse en 25.000 millones de dólares al terminar 2015 a 65.000 millones para finales de 2018. Para abril de 2019, antes de terminar el gobierno, las reservas habían llegado a 77.000 millones. Luego disminuyeron, por efecto de la corrida cambiaria que tuvo lugar en ese año.

El que hayan pasado aproximadamente 50.000 millones de dólares por el Banco Central permite entender cuál fue el sentido de la intervención del FMI en los acontecimientos que transcurrieron desde 2018. El gobierno macrista se endeudó en moneda extranjera, no por alguna razón vinculada a las necesidades de la economía, sino porque consideró que era un fin en sí mismo. Posiblemente hayan mediado intereses subrepticios en esta forma de ver las cosas, pero eso no es lo relevante. El punto es que la imposibilidad de pagar esa deuda se debía a que la economía no estaba generando ningún excedente comercial para ello. El stand-by acordado con el Fondo fue la única respuesta posible, puesto que sus desembolsos permitían pagar a los acreedores que se beneficiaron de la bicicleta financiera organizada por el gobierno mismo. El FMI no intervino por alguna necesidad relacionada con un problema estructural de la economía, sino para proteger a los acreedores que en ese momento retiraban los fondos que antes prestaron a la Argentina, con los intereses ganados por la bicicleta financiera.

Desde entonces, debido al crecimiento de las exportaciones y a la retracción del nivel de actividad, que recién en 2022 superó los niveles de 2019, el país comenzó a acumular excedentes comerciales. Sin embargo, no los capitalizó. Por el contrario, se mantuvo una pérdida constante de dólares. Hasta 2021, mientras las conversaciones en torno al nuevo acuerdo con el FMI se mantenían dilatadas, los organismos internacionales, de los cuáles el FMI es el mayor acreedor, explicaban una parte de la pérdida. En el total de 2020 se les pago, en términos netos, 2.547 millones de dólares y en 2021, 2.028 millones. En 2022, una vez acordado el programa de facilidades extendidas y en vista de la gestión del gobierno para acaparar dólares con los que atender a la demanda interna, sobre la que además impuso nuevas restricciones, los organismos internacionales pasaron a explicar un ingreso de divisas de 4.370 millones, de los cuales 3.290 provienen de la diferencia entre los desembolsos que el FMI realizó en ese año y los pagos que se le realizaron.

 

 

La responsabilidad propia

El sentido del programa de Facilidades Extendidas que se revisó en estas semanas es que el FMI le preste dinero a la Argentina para que la Argentina le pague, porque, aunque tiene condiciones objetivas para afrontar los vencimientos con algún reacomodamiento de las fechas, no acumula dólares, lo que le impide saldar la deuda que mantiene con el organismo. En eso consiste la “refinanciación” con la que Guzmán sorprendió en su momento al Presidente, en una conversación en la que parecía que el primero no decía toda la verdad y el segundo no entendía muy bien lo que estaba pasando. Y, a decir verdad, Guzmán tampoco, por las propias características de los hechos y sus dichos al abandonar el cargo.

Que el acuerdo de Facilidades Extendidas no tuviese la finalidad de un plan de pagos, sino la de extender el endeudamiento, se debe al descuido en la gestión del mercado cambiario. El problema es explicado, entre otras cosas, por la autorización de la compra de divisas para el pago de la deuda externa del sector privado, de discutible prioridad teniendo que librarse del escollo del Fondo. Tampoco se promovió la sustitución de importaciones, dentro del alcance de proyectos que ya se propusieron y se demoraron o quedaron abortados, entre los cuales el caso más destacado es el de la construcción del gasoducto de Vaca Muerta, que recién se completará este año, debido a la rémora que produjo la falta de acuerdo con Techint sobre la localización de la producción de las piezas que iban a utilizarse. Estas inversiones, cuyo sentido es el de fortalecer la estructura productiva del país, hubiesen reducido la dependencia de las importaciones e incrementado las exportaciones, mejorando la capacidad de pago a la vez que se apuntalaba el crecimiento.

Existe, pues, una responsabilidad propia en la germinación del condicionamiento que representan las demandas del FMI hacia las autoridades argentinas. Es interesante notar que la visión sostenida desde algunos medios es que la auditoría del FMI y la fragilidad externa impiden ensayar políticas que mejoren la situación socioeconómica de manera significativa. Nos parece que, a la inversa, en la medida en la que el gobierno no revierta su orientación y genere las condiciones que permitan sostener el crecimiento y mejorar la distribución del ingreso, no podrá librarse del FMI, al cual le tiene que pedir dólares para pagarle y poco más. Su actitud se asemeja a la de William Harford, el cirujano que interpreta Tom Cruise en la película póstuma de Stanley Kubrick, Ojos bien cerrados, adentrándose en una fiesta de un mundo al que no pertenece y solamente le va a traer conflictos, producto de una inseguridad surgida de la irresolución de problemas personales.

Ciertamente, mantener los ojos cerrados sobre estas incongruencias solamente conducirá a que se agraven los problemas que atraviesa el país. Quejarse del peso del FMI es inútil si se prolongan las condiciones que lo vuelven necesario. Los que critican la política económica que se adopta para que se aprueben las revisiones sobre la evolución del acuerdo deberían tener en cuenta que primero hay que resolver qué propuesta plantear para el país en este momento y adecuar la relación con el FMI a su desenvolvimiento. Una vez que se tenga claro qué acciones realizar para que la economía crezca y los resultados previstos sobre el sector externo, la Argentina podrá determinar cuál es su visión sobre cómo debería ser el plan de pagos con el Fondo. Hasta tanto, se adaptará a los designios que se le impongan, con sus dañinas consecuencias.

 

 

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