Olé, olé, olé, olé

No habrá ninguno igual como Diego Maradona

Para la gente de mi edad (69 años), nunca habrá nadie como Diego. Entiendo perfectamente sus objeciones (sí, las suyas). Aquellos que vieron jugar a Alfredo, dirán que estoy equivocado. Y seguramente tendrán razón. Y la misma razón tendrán los que ponen a Pelé arriba de todos (yo mismo en algún momento de mi vida pensaba de esa forma hasta que conocí de cerca a Diego). ¿Y Messi? ¿Cómo hacer una lista de jugadores de fútbol ordenados por calidad y no poner a Messi arriba de todo? Y excluyo a Ronaldo de ese puesto privilegiado, porque para mí el portugués es un extraordinario goleador. Maradona y Messi son jugadores completos.

Antes de avanzar, este es un juego que estoy condenado a perder... salvo que usted esté de acuerdo con mi opinión. El contexto es determinante. Encima, en el fútbol, no hay varas uniformes. Fíjese en este ejemplo. Uno puede decir con tranquilidad, que Usain Bolt es más rápido que Carl Lewis, amparado en que 9 segundos y 58 centésimas es menos tiempo que 9 segundos y 83 centésimas. ¡Listo! La unidad minuto (y por lo tanto segundo) no es cambiante. Permanece fija a lo largo del tiempo.

En cambio Messi y Maradona jugaron en épocas diferentes, las vallas que tuvieron que sortear fueron distintas. La comparación, entonces, se torna imposible.

Sin embargo, y este es el punto al que me veo ‘arrastrado’, no puedo resistir la tentación. Mi idea es ver si puedo engañarlo/la en estas líneas y extrapolar las que son similitudes fácticas (lugar de origen, condición de zurdos, técnica individual, por poner algunos ejemplos) para que no se note que quiero hacer lo mismo con las características que sí son opinables. No son extrapolables y yo lo sé, pero... ¿a usted no le pasa lo mismo?

Si usted no está de acuerdo con lo que yo pienso de Maradona, la (o lo) entiendo perfectamente. Hace bien en disentir. Si esto que estoy escribiendo tuviera otro autor, quizás yo también discreparía. Pero en todo caso, concédame la libertad de leer el texto con la mente abierta. No se ponga ‘en la vereda de enfrente’ antes de leer mis argumentos, tolérese la discrepancia. Espere hasta el final para pelearse conmigo. ¿Qué tiene para perder?

Conocí a Diego cuando tenía 13 años. Me pasó lo mismo que a todos los que vivíamos en ese momento en la Argentina: me enamoré a primera vista. Diego tuvo desde siempre una destreza que yo no le vi a nadie, nunca. Entraba con una pelota en el intervalo de los partidos que jugaba Argentinos Juniors, su equipo, y hacía ‘jueguito’. Como si estuviera en un circo, un malabarista. Y fui testigo del murmullo que acompañaba cada presentación. He conocido gente que iba a la cancha solamente para verlo a él, para ver lo que hacía en el intervalo. Pero también, fui testigo de todo lo que decían los expertos: “¡Sí, todo bien. Una maravilla lo que hace el niño, pero otra cosa muy diferente es hacerlo ‘once contra once’, en un partido de fútbol!”.

A Diego le seguí toda la carrera, pero ser periodista me dio ciertos privilegios: ¡estar cerca! Filmamos juntos una película que –finalmente— nunca se emitió. Fue una biografía (o autobiografía, porque él participó de virtualmente todas las secuencias), pero no se estrenó nunca. Y está bien, porque ¿cómo habría alguien de hacer un resumen de su vida, mientras todavía la estaba viviendo? Y no sólo me refiero a una vida como la de cualquier ser humano, como la suya o la mía, sino su vida profesional como jugador de fútbol.

Su carrera tuvo varios puntos culminantes, en ambos sentidos. Picos, pero también valles. Voy a elegir dos que –creo— fueron los más sobresalientes.

 

Para arriba

El 29 de junio de 1986, Diego ‘sacó campeón’ a la Argentina en el Mundial que se jugó en México. Allí derrotó a Alemania, en el estadio Azteca ante casi 100.000 personas. Pero lo más trascendente había sucedido una semana antes, en los cuartos de final, cuando Maradona había convertido ante Inglaterra el ‘mejor gol de la historia del fútbol’. Diego tomó la pelota en la mitad de la cancha, todavía en campo argentino, sobre el sector derecho, y gambeteó a todos los jugadores ingleses que se le pusieron en el camino hasta superar al arquero (Peter Shilton). Emocionalmente, fue como una suerte de ‘revancha’ por la capitulación argentina en la guerra de las Islas Malvinas que se había producido cuatro años antes. Por la importancia y el impacto que produjo ese gol, en realidad, pareció que Diego había eludido a todos los ciudadanos ingleses, no solo a los jugadores.

 

Para abajo

Ocho años y un día más tarde, el 30 de junio de 1994, Maradona fue encontrado culpable por (supuestamente) haberse dopado en un partido que el seleccionado argentino había jugado contra Nigeria. Maradona fue excluido ese mismo día de la delegación argentina. Allí, en un hotel en Dallas, después de haber –literalmente— echado de su habitación al presidente de la AFA y vicepresidente de la FIFA (Julio Grondona), aceptó que le pusieran un micrófono y mirando a la cámara con la que filmaba Gustavo Rodero, se mostró ante todo un país: abrumado, humillado, destrozado, derrotado... “Adri –me dijo—, ¡me cortaron las piernas!”

No crea que me interesa quedarme con el crédito de ese reportaje. Diego le hubiera dicho lo mismo a cualquier periodista que estuviera sentado frente a él. En todo caso, pudo hablar de esa forma porque sabía que yo no tendría una ‘agenda encubierta’ o lo estaría esperando con un “cuchillo debajo ‘el poncho’” .

Pero como la vida de Maradona siempre estuvo rodeada de drama, drogas, amigos que nosotros considerábamos inconvenientes, hijos que nadie sabía que tenía, la mafia, Fidel Castro, Hugo Chávez, la FIFA.. y si quiere… agregue acá la lista de los episodios que usted cree que me faltan. Pero, sabe qué difícil fue (y todavía ES), ‘SER MARADONA’?

Ahora bien: usted, ¿no habrá fantaseado alguna vez con ser Maradona? Digamos que a usted la (o lo) hubieran dejado “ser Diego” por un día. O dos. ¿Está segura/o que después de un tiempo no querría tener un ‘poco’ de tranquilidad?

Pero la vida de Diego no existiría como tal, no habría ni Fidel Castro ni Chávez, ni su apoyo incondicional a todos los trabajadores, a los desposeídos, a los pobres... decía, todo eso no existiría si Diego no hubiera sido ‘el Rey del Fútbol’, un mago, el poeta de la zurda. Porque Diego no fue solo el gol (o los goles) a los ingleses.

La distancia (en capacidad) que hubo entre Maradona y sus compañeros en el seleccionado argentino es la misma que la que hay entre Messi y sus compañeros actuales. Pero la incidencia de Diego dentro del equipo que él integraba es diferente de la que impone Messi. Maradona hacía ‘mejores’ a los otros, los defectos ‘se les notaban menos’. Messi no consigue lo mismo. Diego fue siempre ‘rebelde’ y líder visible, asumido y reconocido como tal. Messi se ‘rebela’ de manera diferente y lo hace únicamente como jugador, y esa cualidad no le alcanza para ‘tironear’ hacia arriba. Maradona ‘gritaba’, Messi no.

La “Maradona-dependencia” es similar a la “Messi-dependencia”, y esa cualidad es algo que no inventamos los periodistas. Sucede porque el respeto que generaba Diego ante sus pares es equivalente al que genera Messi. No es posible recibir un reconocimiento más sagrado que el de sus propios compañeros, y eso vale y valió para los dos.

Messi hace todo en silencio. Le pegan, y si puede, se levanta y sigue. Diego no, no era así. Fue cambiando con el tiempo, a medida que su cuerpo comenzó a ofrecerle resistencias.

Ambos atentaron siempre contra las leyes de la física, como la ley de la gravedad. ¿Cómo es que no se caen cuando cualquier mortal ante la misma situación estaría en el piso? Ambos pusieron en duda la impenetrabilidad de la materia: ¿cómo habría de ser posible que pasaran por lugares en donde... no hay lugar?

¿Cómo pueden lograr que la pelota tenga ese ‘torque’ cuando ejecutan (o ejecutaban) tiros libres? ¿Y dónde están los piolines con el que llevan la pelota atada a sus botines zurdos? 

Los dos son superdotados. No parecen pertenecer a nuestra especie, la suya y la mía. Uno literalmente no puede creer que existan.

Por eso ambos maravillan. Pero hubo ‘algo’ que hizo que Diego fuera diferente. Maradona era caudillo. Se cargaba sus equipos al hombro y usando la prepotencia de su calidad, se llevaba todo por delante. Y si no, lo gambeteaba. La percepción externa, o en todo caso la mía, es que en ese sentido Messi es distinto, como que es más fácil que se someta al destino, sin rebelión visible. Maradona tiene (y tuvo) siempre una opinión sobre todo. Messi, no. Seguro que la tiene, pero no se conoce. Maradona habla. Messi es ‘el silencio’. Maradona es el caos, el torbellino. Messi es sinónimo de paz, de serenidad.

Supongo que la anécdota que sigue la vivió Diego, pero Messi debe tener las propias y lo que sucede una vez más, es que soy yo quien no las conoce. Maradona me contó que mientras vivió en Nápoli, salía de su casa solamente para cumplir con sus compromisos profesionales (partidos, entrenamientos, viajes). En su vida privada, ¡solamente salió de su casa dos veces! ¿Y sabe por qué? Porque en vísperas de Navidad salió para comprar regalos para su familia. Ni bien lo descubrieron, ¡tuvieron que ir a buscarlo los bomberos! Pero me equivoqué: los regalos no fueron solo para su familia, sino para todos sus compañeros y sus familias. Es por eso que no hay jugador que haya compartido algún equipo con Maradona y que no hable maravillas de él. ¿Y qué mejor le puede pasar a un ser humano que siendo el mejor del mundo, o el mejor de la historia, fuera elegido siempre el mejor compañero?

Hoy, cuando aparece en alguna escena del mundial de Rusia, hay una cámara especialmente designada que devuelve una cara que uno sabe que es la de Maradona, pero uno no quiere que sea la “del Diego”. Está más gordo, tiene canas, parece cansado o quizás enfermo.

Usted lo ve como lo ve y ya no lo siente igual. Ahora no encandila más, no ilumina más. Es que ahora no juega más, pero la historia sigue teniendo peso y su presencia sigue siendo un foco visible de atención. Y estoy seguro que tanto usted como yo, hay veces que no queremos que sea él. No me lo imagino a Messi siquiera yendo a una cancha después que se retire. No lo puedo pensar en escenas parecidas.

El tiempo sigue invicto. Nos gana a todos. Ya no hay más zurda que ilumine, gambeta que todo lo puede o goles imposibles. Ahora, Maradona es mortal. Ahora se nos parece demasiado. Y uno no quiere verse así. ¿No?

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