Mucho después de su muerte en 2003, a sus tempranos 67 años, el intelectual palestino Edward W. Said sigue participando de los debates públicos. En el genocidio israelí de Gaza, por caso, suele ser citado como una voz incómoda que, tras décadas de intentar mediar públicamente entre ambos pueblos para llegar a un acuerdo de paz, hoy luce derrotada frente al triunfo de los ultras. Sagaz crítico literario y uno de los más lúcidos intelectuales de su generación, con Said los palestinos tenían a su portavoz urbano; los partidarios de Israel habían encontrado a su maligno charlatán y terrorista; los estudiosos de Oriente veían en el retrovisor a un enemigo bien armado; en las universidades, una diáspora no blanca le dio las gracias por abrir el camino de su surgimiento multicultural, y los izquierdistas académicos se preguntaban cómo alguien con opiniones como las suyas podía pelear palmo a palmo en el terreno de los poderosos.
Crítico, teórico del poscolonialismo y activista palestino-estadounidense, nacido en 1935 en Jerusalén e hijo de un empresario, Said es considerado actualmente uno de los pensadores más transformadores del último medio siglo. La vida de Edward Said, biografía escrita por Timothy Brennan, acaba de llegar a la Argentina y es una notable oportunidad para conocer las múltiples facetas de un pensador que se sentía cómodo tanto en revistas especializadas como populares y en periódicos de gran tirada. Sus libros y ensayos, como Orientalismo, cultura e imperialismo, Representaciones del intelectual, Crónicas palestinas y Poder, política y cultura, se siguen leyendo en más de treinta idiomas y son admirados en todo el mundo. Said, en rigor, transitó un asombroso número de esferas de influencia. Junto con Daniel Barenboim, con quien creó la Orquesta West-Eastern Divan en 1999 en Weimar, recibió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia y era candidato al Premio Nobel de la Paz. Era narrador en la televisión nacional, informador nativo en diarios de El Cairo, negociador por los derechos de Palestina en el Departamento de Estado estadounidense e incluso actor ocasional en películas en las que se interpretaba a sí mismo. “Su carrera fue como una novela, incluida la enfermedad mortal de la sangre durante la última década de su vida, iluminada por sus propios escritos sobre la decadencia personal y de la civilización”, escribe Brennan, teórico cultural y profesor de Literatura en la Universidad de Minnesota.
Aliado de figuras como Noam Chomsky, Said y su familia fueron desposeídos de su hogar y su patria por el mandato británico de 1948 y las acciones militares posteriores. Estudiante brillante aunque errático y un pianista dotado desde una temprana edad, se crio principalmente en El Cairo y llegó a Estados Unidos en 1951, donde cursó estudios en Princeton e ingresó a Harvard para iniciar un doctorado antes de incorporarse en 1963 al claustro de Literatura Inglesa en Columbia. En 1975 —ubica Brennan— le llovían conferencias y títulos honoríficos al tiempo que lanzaba nuevos campos de investigación que cambiaron la faz de la vida académica. Como si hubiese sido un caso de estudio del concepto de intelectual orgánico de Pierre Bourdieu, sus políticas iban más allá de los textos, insertándose en el vasto campo de lo social. En los más de treinta libros que publicó, además de la literatura y la teoría cultural, abordó la musicología y la política internacional (La política de la desposesión, La cuestión de Palestina, El fin del proceso de paz, entre otros). Así forjó alianzas inesperadas, creó nuevos espacios institucionales, importunó a diplomáticos y asesoró a miembros del Congreso. Era muy crítico con los grandes medios de comunicación estadounidenses y, en un movimiento paralelo, se erigió en una importante personalidad mediática. “Trasladó las humanidades de la academia al centro del mapa político”, define su biógrafo. Se ganó la vida enseñando literatura y, a la vez, “casi sin ayuda de nadie, había logrado que la postura sionista ya no fuera sacrosanta, y que criticarla fuera respetable e incluso popular en algunos círculos”.
Figura contestataria desde el mismo corazón cultural del imperio, con un agudo sentido del humor, nunca dejó que su vida estuviera alejada de la memoria palestina, y una de sus últimas conferencias trató sobre el “derecho a regresar” de los palestinos a su tierra, como lo dice en su autobiografía Fuera de lugar y en Reflexiones en el exilio, donde dejó testimonio de sus experiencias y el modo en que, a partir de ellas, construyó un punto de vista sobre el presente.
Esta biografía es un retrato del intelectual como militante, extensamente documentada y escrita con agilidad y un tono entre ensayístico y narrativo. Reconstruye entonces la vida de un hombre que hablaba desde la perspectiva del Tercer Mundo, aun en los consagrados reservorios del saber occidental. Timothy Brennan indaga sobre su condición de “inadaptado prodigio”, el insomnio crónico y la soledad cultivada, su temprana conciencia crítica sobre el colonialismo británico y su activismo político, su notable erudición con ensayos que podían versar sobre Cervantes, Conrad, Goethe, Balzac, Poe o George Eliot, la entrega total a sus manuscritos, apuntes y una fecunda escritura, su amistad con Glenn Gould, sus enérgicos estudios de Platón, Aristóteles, la Ilustración y Kierkegaard; da cuenta sobre cómo despotricaba contra los falsos dioses, y no casualmente elige una cita de uno de sus libros como apertura: “No como armonía y resolución, sino como intransigencia, dificultad y contradicción no resuelta”.
Said llegó a ser miembro independiente del Consejo Nacional de Palestina desde 1977 hasta 1991, cuando rompió con Yasser Arafat en la convicción de que los acuerdos de paz de Oslo eran una “traición” para los refugiados palestinos. Eso ocasionó que, años después, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) presidida por Arafat prohibiera sus obras por el tenor de sus críticas. Además, recibió múltiples amenazas de muerte por parte de los seguidores del político ultraderechista israelí Meir Kahane, como también se hizo un intento de privarlo de su trabajo académico acusándolo de antisemita. “Hay que decir que los palestinos se han comportado como lo han hecho todos los pueblos colonizados de la historia frente a sus colonizadores: rebelándose y protestando. ¿Qué tiene eso de difícil o de oscuro, y por qué personas tan evidentemente dotas como los israelíes se resisten a comprender los aspectos más elementales del comportamiento humano?”, escribió Edward Said en uno de sus tantos artículos sobre la cuestión palestina, algo que molestaba a los fanáticos de ambos pueblos. Pese a los constantes hostigamientos y agresiones que recibió de los intolerantes del pensamiento crítico, Said nunca calló.
En 2001, en el libro Crónicas palestinas, árabes e israelíes ante el nuevo milenio, con relación al ex Presidente israelí Ariel Sharon —que hoy tiene su representante perfecto en Benjamín Netanyahu—, escribió una larga reflexión que 25 años después no perdió su clarividencia acerca del apoyo social de la población judía a las políticas de la extrema derecha. Dijo Edward Said: “En tanto creen en el milagro de un Israel misteriosamente separado de sus circunstancias y de su entorno —una idea extravagante que la campaña electoral de Sharon ha alentado—, los judíos israelíes parecen miembros de una secta, antes que ciudadanos de un moderno Estado secular. Y en algunos aspectos, es cierto que la historia inicial de Israel como nuevo Estado pionero es la de un culto utópico, sostenido por personas gran parte de cuya energía se empleaba en aislarse de su entorno mientras vivían la fantasía de una empresa pura y heroica. Cuán perjudicial y cuán trágico ha sido este engaño colectivo es algo que se ha ido haciendo más evidente con el paso de los días, y sobre lo que la llegada al poder de una figura tan anacrónica e inadecuada como el desacreditado Sharon arroja una nueva, deslumbrante y extraña luz. ¿Cuánto tardará el despertar, y cuánto dolor más se habrá de sentir antes de que se abran completamente los ojos?”

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