¿PASAJE A HONG KONG?

Banda cambiaria para estabilizar el dólar y significado de la memoria histórica del Rodrigazo

 

Si en 1985 y 1989 Alfonsín y Menem les preguntaban a sus partidos qué debían hacer para que no se los lleve puestos la inflación desbocada al primero y la hiperinflación al segundo y la malaria creciente a ambos, hubieran recibido un descorazonador silencio como respuesta. En 1984 la inflación anual fue de 626,7%. En 1989 fue híper porque los precios se alzaron 3079,5 % y en 1990, 2314%. Los dos partidos más grandes y extendidos de la Argentina, ejes actuales de las coaliciones oficialista y opositora, objetivamente se caracterizan por practicar la meditación intrascendental.

La observación no trata de justificar el camino que emprendieron los dos ex Presidentes, sino poner en evidencia que si se enfrentan situaciones similares lo más probable es que el sentido común reinante alumbre planes de estabilización que recepten enseñanzas del pasado pero para reforzar la lógica de siempre, frente al esperable silencio de siempre. ¿Cuál es esa lógica? La dictada por la experiencia del llamado “Rodrigazo”, que le inoculó a la sabiduría convencional argentina un virus que consciente o inconscientemente sigue haciendo de las suyas: si queremos estabilizar el dólar y con eso los precios, no deben atenderse los reclamos de los trabajadores pues impiden achicar la demanda, siempre vista en su supuesto exceso como el origen del mal. Como el mercado interno se conceptualizó como un escollo, la salida exportadora se erigió como el nuevo Santo Grial de la acumulación.

El 4 de junio de 1975, el entonces ministro de Economía, Celestino Rodrigo, congeló salarios para que la cotización del tipo de cambio nominal dólar-peso, que la subió 99,3%, junto al tarifazo que puso en marcha y el cese del congelamiento de precios impactara lo menos posible en la inflación. En medio del desmadre institucional que se vivía por esa época, los sindicatos resistieron ser el pato de la boda y exigieron y lograron aumentos de salarios que compensaban la debacle a la que  pretendían someterlos. De resultas, en los meses siguientes las devaluaciones siguieron y siguieron, y entre junio del ’75 y marzo del ’76, cuando se produjo el golpe, la suba acumulada del dólar fue del 873,7%. El índice de precios al consumidor en 1974 aumentó 24%, 182,4% en 1975 y 444%en 1976. Durante los 16 años que corrieron desde el Rodrigazo hasta 1990, los precios al consumidor siempre subieron anualmente arriba del 100%.

 

 

Planes

Cuando se puso en marcha el Plan Austral en junio de 1985, sus demiurgos Juan Vital Sourrouille, Adolfo Canitrot y Daniel Heymann decían que los salarios reales no debían determinarse en las paritarias. Argumentaban que siempre se fijaban por arriba de la restricción externa y que eso impulsaba las presiones alcistas del tipo de cambio y de la tasa de interés. Saúl Querido les tuvo que hacer 13 paros generales para intentar que entraran en razones y abandonaran esa cretinada ideológica. Finalmente logró las paritarias pero los prejuicios gorilas no se rindieron. En 1990, Juan Llach, hombre clave de Domingo Felipe Cavallo, de cara a abatir el proceso hiperinflacionario entonces en curso se preguntaba retórico: “¿Qué hay que hacer primero: fijar el tipo de cambio (…) o anunciar un cambio de régimen monetario fiscal? (…) La única respuesta que surge de los hechos es que las dos políticas deben adoptarse simultáneamente, pero que ambas serán inútiles si no se resuelven también las cuestiones institucionales e internacionales”, entre otras, la flexibilización laboral.

En 2005, un Roberto Lavagna atemorizado por la presión alcista salarial que ya se percibía, declaraba en una entrevista televisiva faltando groseramente a la verdad que “los argentinos que somos un poquito mayores nos acordamos del Rodrigazo. Y de cómo empezó; por un pedido de aumentos de salarios que supuestamente no iba a generar inflación”. En octubre de 2008, según uno de los tantísimos cables revelados por WikiLeaks, el embajador de los Estados Unidos Anthony Wayne se entrevistó con tres economistas argentinos para consultarlos acerca del acontecer económico nacional. Uno de los asistentes, Eduardo Curia, dijo: “Sólo soy feliz cuando el dólar está caro”. (En criollo: cuando los salarios están por el piso.) Cada tanto el economista José Luis Espert, ahora candidato a legislador nacional, califica de “institución fascista” a las paritarias. Las citas por el estilo a lo largo de estas décadas podrían multiplicarse por mucho, pero el botón de muestra alcanza para comprobar que el persistente virus se inoculó en huéspedes de pelaje variopinto.

 

 

Alternativa ‘58

Así como vamos, visto la experiencia histórica, el grado de conciencia política reinante y el encantador sesgo de los opositores al oficialismo, es para preguntarse si existe alternativa para supuestamente frenar la inflación y retomar el camino del crecimiento a la tradición basada en la memoria del Rodrigazo de encaramar un súper ministro que fije el tipo de cambio, sujete el gasto estatal, en nombre de la productividad estabilice las ya extremadamente bajas remuneraciones al trabajo en ese nivel paupérrimo; todo para impulsar la competitividad y la salida exportadora.

La experiencia de mayo de 1958 es indicio de que alternativas existen. Tomando la precaución de no olvidar que regía Bretton Woods y por lo tanto no había movimiento de capitales financieros privados, lo interesante del plan de estabilización y desarrollo lanzado por Arturo Frondizi fue que le evitó al nuevo gobierno quedar atrapado en un sistema de precios contrario a la inversión. Fue una fuerte devaluación compensada con aumentos de salarios, un par de trimestres donde reinó el desconcierto hasta que se tomó conciencia de que el asunto venía para invertir de la mano de un franco proceso de sustitución de importaciones. Y sucedió en condiciones políticas muy inestables. Luego vinieron tres años de absoluta estabilidad cambiaria y de precios que duraron hasta que le dieron el golpe final a Frondizi en marzo de 1962.

Lo que enseña este episodio es que sin poner patas para arriba el sistema de precios que se hereda, este va tejiendo una telaraña que más temprano que tarde termina convenciendo a todo el mundo —en medio del vendaval— que hay que tomar ahora sí medidas drásticas. Generalmente ocurre cuando la devaluación es menos necesaria y se le escurrió buena parte del espacio político al gobierno de turno. De ahí que tratar de congelar nominalmente la lucha de clases es una tentación muy grande que deviene irresistible aunque dure lo que dure. Es eso lo que no entendió ni de cerca ni de lejos el gobierno anterior. Abusando del buen margen que recibió creía que podía estropearles la vida a los trabajadores sin fijar el tipo de cambio. Encima de reaccionarios, brutos y engreídos. En una de esas les tenemos que estar agradecidos. Si hubieran ido más despacio a la sombra de la fijación del tipo de cambio por ahí habría que haberse comido una galletita de ocho años.

 

 

Hong Kong

Si la medida liminar que se adopte en la nueva etapa que sobrevenga a las elecciones fuera la fijación del tipo de cambio, posiblemente las experiencias anteriores del Austral y la Convertibilidad confluyeran hacia las bandas cambiarias tipo Hong Kong, de acuerdo a algunos rumores atendibles que se escuchan por estos días en sectores con posibilidades de incidir en el rumbo económico del país. El funcionamiento de este esquema opera a través de una franja para la cotización del dólar norteamericano que fluctúa entre 1 y 7,85 dólares de Hong Kong. La paridad se introdujo en 1983 para frenar la depreciación descontrolada de la entonces moneda de libre flotación, que fue provocada por las negociaciones entre el Reino Unido y China sobre el futuro de Hong Kong. Salvo algunos ajustes en 2005, el sistema se ha mantenido prácticamente sin cambios desde entonces y aguantó la crisis asiática del 97-98. Actualmente está bajo el asedio de la intromisión de China, se perdieron reservas y sus detractores dicen que no va más y sus defensores que se trata de alertas infundadas.

La caja de conversión está a cargo de la Autoridad Monetaria de Hong Kong (HKMA, por sus siglas en inglés), que actúa como un banco central de facto, pero no participa en políticas monetarias como lo hace, por ejemplo, el Banco Central argentino. En cambio, la HKMA tiene el mandato de comprar dólares de Hong Kong con dólares estadounidenses cuando las salidas empujan el tipo de cambio al límite más alto de la banda de negociación. Esto deja a los bancos con menos fondos para préstamos a corto plazo y, finalmente, eleva las tasas de interés lo suficiente como para hacer que los activos en dólares de Hong Kong sean más atractivos que sus contrapartes en dólares estadounidenses, lo que fomenta las entradas que fortalecen el tipo de cambio. Lo contrario se hace cuando la moneda se fortalece y enfila para la banda inferior. Ahí la HKMA compra dólares norteamericanos y baja la tasa de interés.

La carnada de las exportaciones como sustitutas del mercado interno que completa este esquema, dado que el consumo nacional es un obstáculo objetivo, además de su sempiterna inelasticidad al dólar devaluado deberá lidiar con un mundo cuya perspectiva es ponerse más proteccionista que de costumbre, a la sombra de la disputa de los Estados Unidos con China. Si se logra estabilizar por un tiempo el dólar y la inflación con las bandas cambiarias mientras se alcanza un acuerdo razonable con el FMI, es de sospechar que arrecie el entusiasmo. ¿De qué nos estaríamos ufanando? ¿De haber estabilizado el ritmo de avance de una sociedad a dos velocidades? De todas formas, es muy temerario y alocado creer que lo que funcionó para una ciudad Estado, centro financiero global, ligada al crecimiento chino, es aplicable a una sociedad compleja como la argentina asentada en un territorio tan extenso y sin contar con esos pequeños detalles.

 

 

 

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