PELÍCULAS ESCONDIDAS (10)

El cine como excusa para mirar una comunidad

 

Miguel era un operador itinerante que viajaba en camioneta por los pueblos de Santa Fe, con un proyector portátil y un puñado de películas, las que conseguía. Armaba su equipo en el boliche del pueblo, preparaba las sillas y ponía un disco en un Wincofón para avisar que esa noche había cine. El suyo era un noble oficio, consagrado en famosas películas de ficción que van desde Lustrabotas de Vittorio de Sica hasta Cinema Paradiso de Tornatore. Allí donde nunca hubo salas, el cine llegaba gracias al operador itinerante.

Miguel ocupa la parte central de Hoy-Cine-Hoy, un documental extraordinario realizado en 1965 por Diego Bonacina en los pueblos de Grütly y Llambí Campbell. 55 años después, Carlos Gramaglia, que fue jefe de producción del corto, recuerda con precisión cómo encontraron a Miguel: “Estábamos filmando Tierra para niños, primera experiencia de trabajo en equipo como alumnos del Instituto de Cinematografia de la Universidad del Litoral. El desarrollo del documental tenía lugar en la Escuela Granja de la Asociacion El Centavo en las afueras de Santa Fe, ruta 19. Atardecía. Terminado el plan de trabajo y a la espera de un móvil que nos llevara al Instituto, nos trasladamos hacia un almacén rural cercano donde aprovechamos para refrigerarnos. Discutíamos con cuál proyecto nos presentaríamos para los subsidios del Instituto Nacional de Cinematografía. Aún nos daban los tiempos. En esos momentos se detuvo una camioneta carrozada, la parte trasera con lona. Se baja un señor de buenas maneras, se acerca, nos saluda y pregunta qué estábamos filmando. Conclusión: primera charla con el personaje de Hoy-Cine-Hoy”.

Jorge Goldenberg, que fue co-guionista y asistente de dirección del corto, recuerda que entre varios alumnos del Instituto Cinematográfico de la Universidad del Litoral conformaron un equipo para presentar varios proyectos a lo que hoy es el INCAA, que daba subsidios para hacer cortometrajes. “Con Diego Bonacina y Olinto Taverna armamos varios proyectos, todos para hacer entre nosotros, porque sabíamos que algún subsidio para Santa Fe iban a tirar, alguno iba a salir. Salió el de Diego”.

 

 

 

 

Como recuerda Luis Príamo, “en esos años los cortos curriculares del Instituto se hacían con mucha dificultad por falta de dinero, así que los subsidios del Instituto Nacional de Cine eran una forma de seguir trabajando y adquirir experiencia. No eran producciones directas del Instituto pero usábamos sus equipos y facilidades, así que las considerábamos películas vinculadas. Los más avanzados hacían las tareas principales y los que recién ingresaban hacían ayudantías. Yo figuro como ayudante de dirección, pero en la práctica eso implicaba estar a disposición para todo, hacer lo que hiciera falta”.

El dinero era acotado, la película virgen era muy cara y lo que se iba a filmar debía estar definido de antemano con la mayor precisión posible. Goldenberg recuerda un trabajo largo de investigación y preparación. “Diego y su familia eran de Virginia, un pueblo muy parecido a Grütly y Llambí, es decir que conocía perfectamente la zona y su gente. Eran prácticamente todos descendientes de inmigrantes, mayormente italianos y muy cerrados”. Durante ese trabajo previo quedó claro que Miguel, el operador itinerante, sería sólo un pretexto para acercarse a la mirada que la comunidad tenía sobre sus propias experiencias.

“Cuando tuvimos todo listo, nos trasladamos al lugar y estuvimos unos quince días filmando. No teníamos mucho margen, habremos filmado con una relación de tres a uno, no más que eso. Después, como en Santa Fe no había una moviola de 35mm. que funcionara bien, hicimos la compaginación en el Instituto Cine-Fotográfico de Tucumán. Nos pasamos unos diez días trabajando todos allí”.

 

 

 

 

El film terminado se sustrae del relato pintoresco y alcanza una verdadera dimensión social gracias a una estructura basada en varios testimonios complementarios, de muy diverso tono. “Al médico lo entrevistamos en Llambí, en el boliche donde iba religiosamente todas las tardes. El cura era itinerante como Miguel, atendía varios pueblos porque la parroquia de Grütly era muy chica como para tener cura propio”. El carácter endogámico de las familias de la zona es referido por un bolichero de rostro severo que queda para el final, donde es imposible olvidarlo. Ese tono sombrío con que termina el film era una manera indirecta de aludir otras costumbres, que era imposible mostrar. “Alguien nos contó, por ejemplo, que cuando iba un originario, para pedir dinero o comida, lo dejaban acercarse hasta cierta distancia del boliche, unos cuantos metros, y ahí le apuntaban y le disparaban. Si se salvaba, lo dejaban llegar”.

Entonces, como ahora, la difusión de los cortometrajes era difícil. Hoy-Cine-Hoy se vio en Santa Fe en ciclos organizados por la carrera de cine, en funciones de cineclubes y en pocos lugares más. En Buenos Aires se exhibió en el teatro Planeta, que se encontraba en una galería de la calle Suipacha, entre Paraguay y Charcas, que durante un tiempo breve exhibió cortos “hasta que le sacaron la habilitación”, como recuerda Goldenberg. El film estuvo en el catálogo de una distribuidora de cortos denominada DIRA, que alquilaba material independiente a la manera de la Cooperativa de Cineastas que había organizado Jonas Mekas en Estados Unidos. DIRA no tuvo el mismo éxito, por desgracia, y casi todo el material de ese catálogo hoy es muy difícil de ver, como sucede además con casi toda la producción vinculada al Instituto Cinematográfico de la Universidad del Litoral.

 

 

Diego Bonacina.

 

 

Nacido en 1943, Diego Bonacina (pronúnciese Bonachina) se destacó primero como prolífico fotógrafo vocacional y enseguida acumuló una amplia experiencia haciendo alternativamente dirección de fotografía, cámara o foto fija en diversos films de sus compañeros del Instituto Cinematográfico de la UNL. Con Hoy-Cine-Hoy participó del legendario primer festival de Viña del Mar (1967) y decidió quedarse a vivir en Chile. Allí hizo la fotografía de dos obras mayores: Tres tristes tigres (1968) de Raúl Ruiz y Valparaíso mi amor (1969) de Aldo Francia. Luego se dedicó a la docencia, militó en la Unión Popular y realizó otro documental, Reportaje al Lota (1970), en colaboración con José Román. Tras el golpe que derrocó a Salvador Allende fue detenido y estuvo en el Estadio Nacional de Santiago hasta que la intervención de la Embajada Argentina le permitió salir y regresar al país. Entre 1976 y 1977 estuvo preso en La Plata por la dictadura por su militancia en el PC. Al recuperar la libertad trabajó esencialmente como cameraman y fotógrafo en publicidad. Desde 1981, tras realizar varios trabajos sin acreditar, volvió a desempeñarse regularmente como director de fotografía, destacadamente en La conquista del paraíso, de Subiela, y en el documental País cerrado, Teatro Abierto, de Arturo Balassa. En 1987 fue parte del grupo que fundó la legendaria videoteca que funcionó en Liberarte, donde montó un telecine casero para copiar y volver disponibles toda clase de películas raras. Falleció repentinamente en la ciudad de Santa Fe, en junio de 1998.

 

 

 

 

 

Ficha técnica

Hoy-Cine-Hoy (Argentina-1965) dirección: Diego Bonacina. Asistentes de dirección: Jorge Goldenberg, Olinto Taverna. Ayudante de dirección: Luis Príamo. Guión y montaje: Diego Bonacina, Jorge Goldenberg, Olinto Taverna. Fotografía: Gustavo Moris. Asistente de fotografía: Esteban Courtalón. Cámara: Gustavo Moris, Julio Jandar, Diego Bonacina. Asistente de cámara: Vladimir Imsand. Electricidad: Germán Romani. Sonido: C. Amado Romero. Ayudantes sonido: E. Eichenberger, L. Zanger. Voces: Rubén Rodríguez Aragón, Miguel Flores, Guillermo Morey, Israel Wisniak, Francisco Ortolochippi, Mario Celauro, Antonio Guerrero. Dirección de producción: Carlos Gramaglia. Duración: 22’.

 

 

 

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