Peronchos delenda est

Subespecies que desde 1955 confluyeron en el gorilaje telúrico

 

Ocho décadas se cumplen el próximo viernes del advenimiento del peronismo, el movimiento que, encolumnado junto a la clase trabajadora, con las banderas de justicia social, soberanía política e  independencia económica, marcó, marca y marcará los destinos de estas latitudes del continente. Resulta ocioso intentar una síntesis capaz de cubrir el conjunto de las vicisitudes atravesadas durante este lapso por el pueblo peronista. Baste señalar que su carácter movimientista ha permitido dar cabida a un amplio —a veces demasiado, a veces escaso— arco ideológico. Núcleo de contradicciones, fuente de experiencias, generatriz de acumulación política y su eventual deterioro, sigue operando como barrera para mutar en partidocracia burguesa. Motivos suficientes para ser combatido por todos los medios, del asesinato a la cárcel y proscripción, a fin de, primero, neutralizarlo y, finalmente, destruirlo. Por ello, en ritmos paralelos a que el peronismo subsiste, una fuerza inversa se le opone. Definida en espejo invertido, por el absurdo propio de una identidad fluctuante, se le conoce como anti-peronismo.

Como buena parte de las movidas reaccionarias contrarias al avance de las luchas populares que pulularon durante el último siglo, las fuerzas convergentes en nuestro telúrico anti-peronismo implementaron sus estragos con bastante anterioridad a que Juan Domingo Perón iniciara su labor en la secretaría de Trabajo y Previsión. Con matones y bandoleros a sueldo o en persona, ganaderos y agro-exportadores, resabios de unitarios y federales, estancieros e industrialistas, liberales y conservadores, se enfrentaron en las urnas y a los tiros, mediatizados por las Fuerzas Armadas y bajo la advocación superestructural de la Iglesia Católica y la orientación de la embajada de los Estados Unidos. Con matices, tamaño bastión oligárquico autopercibido nobleza europea recibió unísona denominación, cobijo y alimento —como las mascotas—, al confluir en un enemigo común.

 

Santiago Campana, el autor.

 

Por su parte, el flamante movimiento nacional y popular recurrió a la precisión castiza denominándolos “contreras”. Categoría insuficiente para el ingenio plebeyo; poco adepto al privilegio de la propiedad privada, no demoró en expropiar el latiguillo democratizado por un exitoso ciclo radial de entonces, La revista dislocada, donde, ante cualquier sonido extraño, el elenco respondía “deben ser los gorilas, deben ser”. Con escasas modificaciones, el sustantivo se adjetivizó y resultó concepto: inmortalizado “gorilas”. Coincidente en su accionar, el heterogéneo gorilismo fue modificando su integración con el correr de los años: la paulatina extinción de la burguesía nacional, la fugaz irrupción del desarrollismo, el estrago de la doctrina de seguridad nacional, la cobertura social-demócrata, el imperio del capitalismo neoliberal monopólico, a grandes rasgos matizaron diversas estrategias de poder. Siempre con la destrucción del peronismo como telón de fondo y bajo la conducción de la representación estadounidense en combinación con la Iglesia de Roma, los pormenores organizativos, sectoriales, operativos e ideológicos de la furia anti-peronista han sido desplegados más por la crónica periodística coyuntural que por la perspectiva integral histórica. Visión por principio fragmentaria, cobra forma de conjunto en la aproximación propuesta por el historiador Santiago Campana (Buenos Aires, 1994) en La dictadura de la libertad. Paradojal título, al adoptar como piedra de toque la autodenominación “Revolución Libertadora”, primer golpe de Estado exitoso llevado a cabo en 1955. También, inaugural bastardización del sustantivo abstracto —libertad—, originalmente caracterizado por la facultad humana de obrar de una manera o de otra sin injerencia ajena.

Bajo tal enfoque general, las doscientas cincuenta páginas desplegadas por el historiador se abocan a los sucesivos momentos, formas y modalidades tendientes a “eliminar al peronismo como identidad política”. Entiende que a lo largo de los tiempos no ha sido suficiente vencerlo en elecciones, proscribirlo o procurar domesticarlo. Se torna ineludible “extinguirlo y erradicarlo para siempre del país. Esto se debe a que el peronismo no es concebido como un movimiento genuino ni como un interlocutor válido, sino como un elemento patológico que explica todos los defectos del país y, por ende, debe ser extirpado de la sociedad argentina”. Ni banalidad ni metáfora, “extinción” cobra desde hace ocho décadas significado textual, darwiniano, para el anti-peronismo respecto a  todo lo que asome nacional y popular. Su práctica política constante ha sido el asesinato —señala Walsh—, comenzando el 16 de junio de 1955 con los cuatrocientos cadáveres sembrados por el bombardeo de la aviación naval sobre el pueblo indemne en torno a la Plaza de Mayo. Luego los fusilamientos, legales y clandestinos, las víctimas fatales de la represión en las movilizaciones populares durante la resistencia, los prisioneros políticos de Trelew en 1972, los más de 30.000 durante el terrorismo de Estado, hasta llegar a nuestros días. El listado siempre será mezquino.

 

Perón se exilia en la cañonera paraguaya.

 

Tras consignar las violentas asonadas golpistas, Campana incia el relato con el viaje del general retirado Eduardo Lonardi a sublevar la Escuela de Artillería de Córdoba: “Procedan con la máxima brutalidad”, era la orden, “Dios es justo”, la respuesta. Elocuente síntesis de lo que el peronismo no demoró en denominar  hasta hoy “Revolución Fusiladora”. Describe la anuencia de radicales y socialistas, conservadores y demócratas cristianos, liberales y nacionalistas; bah: el arco partidocrático, el fundamentalismo de la Armada, el copamiento del poder por parte del Ejército, bendición de los monseñores, jolgorio en La Embajada. El desmantelamiento de las conquistas sociales fue una de las primeras, espasmódicas acciones de los golpistas, impulsadas “por el sentimiento de revancha clasista contra el lugar ocupado por los sectores populares en el decenio peronista”.

Mientras se procedía al recambio presidencial de Lonardi por Pedro Eugenio Aramburu, culminaba la disolución del Congreso, la intervención de todas las provincias, la comisión del Poder Judicial y modificación de la Corte Suprema, tiro de gracia a la institucionalidad democrática arrasada. Heroicos, intensos, también esporádicos, los focos de resistencia clandestinos fueron reprimidos en forma sangrienta, reconfigurando afinidades y alianzas en el campo popular: “Agrupaciones que podrían ser catalogadas de derecha, como la Alianza Nacionalista, combatían codo a codo con grupos que defendían posiciones más radicales. Al mismo tiempo, sectores de izquierda como comunistas y trotskistas podían compartir ciertas actividades de resistencia junto a peronistas, ya que tenían como enemigo común la dictadura”.

Un capítulo especial merece en La dictadura de la libertad el plan económico-político propuesto por Raúl Prebisch, convocado ante del debilitamiento del poder de la oligarquía terrateniente concentrada en la Sociedad Rural. Antesala del desarrollismo y prolegómeno keynesiano de lo que inmediatamente sería la ortodoxia liberal de Adalbert Krieger Vasena y Álvaro Alsogaray en los albores de la nueva década, el Plan Prebisch dividió aguas entre los golpistas y sus cómplices. Aspecto desarrollado con amplitud por Campana, marca no sólo el ingreso al FMI y al Banco Mundial al son de la conversión económica de comercial a financiera. También coincide con la necesidad política de la complacencia de una renovada modalidad de actividad gremial, desatando la oposición burocracia sindical-gremialismo combativo.

 

 

A pesar de los fugaces interregnos semidemocráticos, las dictaduras y dictablandas, en lugar de erradicar al peronismo, “los años de la ‘Revolución Libertadora’ fueron testigos de una reafirmación y resignificación de esa identidad política en gran parte de la clase trabajadora argentina. La gran falla en el plan del anti-peronismo fue su diagnóstico: nadie se imaginaba que el peronismo iba a sobrevivir con su líder exiliado, sin el ‘adoctrinamiento’ de la propaganda oficial y sin el aparato estatal. No existían, para los ‘libertadores’, peronistas genuinos, sino únicamente corruptos y engañados". La cohesión de la extendida trinchera gorila materializada a partir de 1955 —acaso hasta la fecha— no hizo más que maquillar contradicciones internas con argumentos falaces, causalidades simplistas y desarrollos superficiales, impedimentos todos para la construcción política de alcance sistemático en la evaluación de la realidad. El panorama expuesto por el historiador Santiago Campana puede contener elementos dignos de debate, aspecto de valoración positiva al tratarse de investigaciones de tamaño calibre.

Carthago delenda est. La frase es atribuida por Plutarco a Catón el Viejo, quien hace unos 2200 años la pronunciaba cada vez que podía. “Hay que destruir a Cartago”, se traduce y trae a colación en toda oportunidad política en que la mera existencia de una fuerza torna imposible la propia. En aquella ocasión, para el Censor imperial la riqueza de la ciudad-Estado norafricana hacía peligrar el dominio de Roma. Ni una ni otra sobreviven como aquel entonces, queda la identidad de los cartagineses y la porfía de los romanos. También aquellas palabras monumentales de las acciones inútiles.

 

 

 

 

 

FICHA TÉCNICA

 

La dictadura de la libertad. El golpe de 1955 y el antiperonismo en el poder

Santiago Campana

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2025

248 páginas

 

 

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