Petróleo, dólar y guerra

La importancia estratégica del Estado de Israel

 

Si el Estado de Israel no existiera, los Estados Unidos tendrían que inventarlo para proteger los intereses norteamericanos en la región… Israel es la mejor inversión en dólares que hacemos”. Joseph Biden

 

A lo largo del tiempo y en múltiples oportunidades, Biden ha dejado en claro la importancia estratégica del Estado de Israel para la seguridad nacional de los Estados Unidos. Ubicado en la región que concentra las mayores reservas mundiales de recursos energéticos no renovables, el Estado de Israel ha garantizado a lo largo del tiempo el control norteamericano sobre recursos que son imprescindibles para la economía norteamericana y para el mundo entero. La monarquía saudita —firmante en los ‘70 de un acuerdo con el gobierno norteamericano que dio origen al petro-dólar— se demostró, según Biden, “reiteradamente incapaz de expresar y hacer avanzar los intereses desnudos de los Estados Unidos en la región”. De ahí que, al garantizar el control militar de la región, Israel se transformó en una pieza de importancia crucial para asegurar la estabilidad de Arabia Saudita, la vigencia del dólar como moneda internacional de reserva y la propia hegemonía mundial norteamericana.

Durante mucho tiempo, estas circunstancias quedaron ocultas bajo la bruma de una narrativa norteamericana que tuvo por eje la defensa de los valores y principios compartidos por una democracia israelí asediada por conflictos religiosos e institucionales en una región plagada de turbulencias de diversa índole. Esta narrativa naturalizó, entre otras cosas, la forma en que se creó el Estado de Israel, su sistemática ocupación ilegal de nuevas tierras palestinas, la muerte y el hambre del pueblo palestino y su confinamiento en las cárceles “a cielo abierto” más grandes del mundo. En este contexto de violencia abierta, la democracia israelí fue degradándose hasta llegar al momento actual en el que un gobierno presidido por un Primer Ministro enfeudado a un grupo religioso extremista manipula a las instituciones para permanecer en el poder y escapar a las causas judiciales que lo acosan. En paralelo, la política exterior norteamericana convirtió en letra muerta los acuerdos internacionales tendientes a solucionar el conflicto israelí-palestino a través de la creación de dos Estados en la región: uno palestino y otro israelí. En su lugar, el gobierno promovió acuerdos bilaterales entre Israel y algunos gobiernos árabes de la región, incluyendo más recientemente a la propia Arabia Saudita. A cambio del reconocimiento del Estado de Israel, estos gobiernos “moderados” conseguían prebendas comerciales y fortalecían sus vínculos con el gobierno norteamericano mientras se mantenía el statu quo y la “causa palestina” se esfumaba hacia el olvido. Esta política, en un contexto de crisis global de la hegemonía norteamericana, ya no alcanza para ocultar las raíces más profundas de los conflictos que sacuden al Medio Oriente y amenazan ahora con desbordar la región y derivar en un enfrentamiento entre potencias nucleares de resultados imprevisibles para el planeta.

 

Mesianismo y violencia

Consultado recientemente sobre la posibilidad de que los Estados Unidos puedan mantener simultáneamente dos guerras, una en Ucrania y otra en el Medio Oriente, el Presidente Biden respondió: “¡Por el amor de Dios! ¡Somos los Estados Unidos de América, la nación más poderosa del mundo y de la historia de la humanidad! Podemos ocuparnos de las dos guerras y mantener nuestro sistema de defensa internacional intacto”. Poco después aclaraba la raíz de los problemas actuales y su solución futura: “Hoy el mundo está en un punto de inflexión histórica… por 50 años, el periodo de post-guerra funcionó muy bien… pero ya perdió empuje. Se necesita un nuevo orden mundial… siempre hemos logrado todos los objetivos que nos hemos propuesto, porque todos los países… respetan nuestra fuerza”. Así, para Biden marchamos hacia un nuevo mundo y los Estados Unidos, el país más poderoso en la historia de la humanidad, se encargará de ordenarlo por la fuerza. El mesianismo que impregna a la narrativa de los neo-cons que controlan la política exterior norteamericana tiene su paralelo en un gobierno israelí para el que “lo más importante es la fuerza disuasiva” y que expresa: “Hay que mostrar que todavía somos una super-potencia regional. La región tiene que comprender que cualquiera que dañe a Israel, como lo hizo Hamas, pagará un precio desproporcionado. Esa es la única manera de sobrevivir”.

En este contexto, el salvaje atentado de Hamas el 7 de octubre pasado en territorio israelí próximo a Gaza y la brutal reacción del gobierno israelí apoyado incondicionalmente por el gobierno norteamericano han contribuido a exponer el saqueo y la usura que subyacen a la actual estrategia de seguridad nacional norteamericana. Así, la forma más brutal de la dominación, aquella que desde los orígenes del tiempo conduce a la desintegración social, atraviesa ahora la espesa bruma de las narrativas oficiales y nos muestra la mueca del caos incontrolable. Si bien el conflicto israelí palestino ha tenido desde siempre un fuerte componente religioso, ahora su esencia trasciende la religión y se arropa en una brutal expoliación “originaria” del pueblo palestino, expoliación que se profundiza a diario [1]. En los días que corren, el avance tecnológico permite que la población mundial vea al instante las crudas imágenes de la brutalidad en el uso desproporcionado de la fuerza contra una población civil [2] que ha sido confinada a una estrecha superficie de tierra donde, privada de agua, electricidad, alimentos, y medicinas, es aniquilada con un bombardeado constante del cual no puede escapar.

 

 

Estas imágenes rasgan el velo de la narrativa oficial y exponen el enorme drama que subyace por detrás.

 

 

El gobierno israelí apela ahora al mesianismo y a la escatología: se define como hijo de la luz, que tiene por mandato divino la misión de exterminar a los hijos de la oscuridad y la perfidia y justifica el castigo colectivo de la población civil de Gaza por su supuesta complicidad con Hamas.

 

Asimismo, define como nazis, “antisemitas” y enemigos del pueblo de Israel a todos los que critican la desproporcionalidad del castigo, incluyendo a los gobiernos, a los funcionarios de Naciones Unidas y a los ciudadanos norteamericanos que piden el cese inmediato de los bombardeos y la ayuda a la población de Gaza. El Estado norteamericano no se queda atrás: por 412 votos contra 9, la Cámara de Representantes pasó una resolución proclamando que Israel “no es un estado racista ni comete apartheid” y obligó a la minoría de representantes demócratas que defiende a Palestina a desdecirse de sus críticas al Estado de Israel. Asimismo, Biden y sus principales funcionarios han reiterado su respaldo incondicional a Israel, han rechazado sistemáticamente el cese del fuego en Gaza y la imposición de “líneas rojas” a su ocupación militar, y sin pruebas responsabilizó a Irán por el atentado de Hamas. Más aún, envió a la región cuatro portaaviones nucleares, con su respectiva flotilla de aviones, barcos y submarinos, dejando en claro que el objetivo de esta escalada militar trasciende al conflicto de Gaza y concierne a la desarticulación de un eje del mal (axis of evil) formado por Irán, Rusia y China, que pretende “desestabilizar a la región”. Frente a esta escalada militar, Rusia ha enviado aviones con misiles supersónicos a patrullar las costas del Mar Negro, advirtiendo que el conflicto puede desbordar la región y que Rusia no permitirá que “actores ajenos” intervengan. También ha demandado el cese de los bombardeos norteamericanos e israelíes a Siria y junto con China exige el cese del fuego y lidera en Naciones Unidas la búsqueda de una solución negociada al conflicto.

De este modo, Israel y los Estados Unidos se van encerrando en el círculo vicioso de la amenaza y el empleo de una violencia abierta y desproporcionada [3]. Esta política potencia su aislamiento y pérdida de legitimidad ante la comunidad internacional [4]. El empantanamiento diplomático contrasta con un clamor creciente en el mundo árabe y musulmán, que convoca a unir fuerzas entre chiitas y sunitas para defender al pueblo palestino y poner fin “al avance del sionismo”. La enorme movilización popular en la región y otros acontecimientos significativos [5] configuran una nueva relación de fuerzas en el Medio Oriente, cuya dinámica apunta a cuestionar el rol del petróleo y del dólar en la región y en el mundo.

 

Petróleo, gas y finanzas

En 1999, el grupo BG (BGG) descubrió un yacimiento de gas en las costas de Gaza. De acuerdo a lo estipulado por los Acuerdos de Oslo II [6] este yacimiento quedo bajo jurisdicción de la Autoridad Nacional de Palestina. En el 2019, un estudio de Naciones Unidas valuó en 524.000 millones (billones) de dólares al total de las reservas de gas y petróleo en esa región y determinó que la pertenencia de los yacimientos no sólo correspondía a Israel, sino también a los territorios de Palestina ocupados por Israel. El estudio también determinó que Palestina no se benefició de esta explotación, como debiera haber ocurrido según la legislación internacional y lo estipulado en los contratos de exploración vigentes, y todo lo producido por los yacimientos quedó bajo control israelí. Lo mismo ha ocurrido con la explotación del campo petrolero de Meged, cuyas reservas fluyen bajo el territorio palestino ocupado por Israel desde 1967. Esta situación se reitera con las nuevas reservas de gas y petróleo descubiertas en el 2013 en la cuenca marítima y la costa este del Mediterráneo [7] y con las 12 licencias otorgadas luego del atentado de Hamas a seis corporaciones multinacionales para la exploración de nuevos yacimientos de gas en la cuenca mediterránea cercana a las costas de Israel. Muy significativamente, un acuerdo reciente entre el gobierno norteamericano e Israel reafirma una vez más que “la cooperación energética entre Estados Unidos e Israel y el desarrollo de los recursos naturales por parte de Israel son de interés estratégico para los Estados Unidos” y el gobierno norteamericano “se compromete a ayudar a Israel con sus problemas de seguridad y con la seguridad de la región.

Todo esto apunta a la importancia estratégica del petróleo en el conflicto de Gaza y de este conflicto en la seguridad energética mundial. En este sentido, buena parte de la energía que el mundo consume proviene del Medio Oriente y el estrecho de Ormuz tiene una importancia crucial: un sexto del consumo global del petróleo y un quinto del consumo global del gas pasan anualmente por esta angosta franja controlada por Irán. Este país tiene capacidad militar para bloquear el acceso al estrecho, algo que ya ha ocurrido parcialmente en el pasado con el consiguiente impacto sobre los precios globales de la energía y las finanzas internacionales. Asimismo, la escalada del conflicto israelí palestino puede tener un impacto inmediato sobre la seguridad energética europea, y especialmente la alemana. Ante la pérdida de gas ruso por la guerra en Ucrania y el sabotaje de los gasoductos Nordstream 1 y 2, Europa ha buscado con dificultad otras alternativas de abastecimiento. Alemania firmó recientemente un contrato con Omán de importancia decisiva para Europa. Sin embargo, todo el abastecimiento pasa por el estrecho de Ormuz. Una interrupción de este puede provocar inmediatamente un desabastecimiento imposible de sustituir con el consiguiente impacto sobre los precios y un sistema bancario y financiero europeo seriamente comprometidos por el endeudamiento y las altas tasas de interés.

Esto último también amenaza al sistema financiero y a la economía norteamericana, afectada por un crecimiento exponencial del endeudamiento, de sus intereses y de un déficit fiscal fogoneado por la guerra [8].

Hay además otro problema: en una situación de guerra, los países de la OPEP pueden decidir no comerciar el petróleo en dólares, provocando una disminución de la demanda de dólares para estas transacciones. Esto incidirá eventualmente sobre el valor del dólar, sobre la tenencia de Letras del Tesoro en las reservas internacionales y sobre el rol del dólar como moneda de reserva internacional.

 

Argentina: petróleo, desabastecimiento y vasos comunicantes de la mafia

El país se encamina hacia el balotaje y la estructura mafiosa que corroe la economía y la política está expuesta al sol abrasador de la mirada pública. En los últimos días, el desabastecimiento del petróleo; la operatoria de una estructura montada para la corrida cambiaria y la fuga de divisas que apareció con el reciente allanamiento de una mega cueva cambiaria; el copamiento de Milei por Macri; la creciente fragmentación de JxC y de La Libertad Avanza; la denuncia de los viajes y estadía europea de cerca 160.000 titulares de planes sociales; las conexiones políticas de Chocolate y los reiterados misterios del yate Bandido, entre otros episodios, permiten vislumbrar una ciénaga con vasos comunicantes que parece “ordenarse” en torno a los carpetazos de una mano negra o de varias.

Estos episodios también exponen una matriz productiva que, gestándose desde hace décadas, ha parido una patria contratista que se reproduce, sustituyendo la inversión productiva por los subsidios de toda índole; la subfacturación de exportaciones; la sobrefacturación de importaciones; exportaciones e importaciones en negro o truchas; creciente endeudamiento externo de corporaciones multinacionales subsidiadas por el BCRA; una aceitada ingeniería para fugar dólares y luego reincorporarlos al país para alimentar nuevamente la corrida cambiaria; y así sucesivamente. La contracara de esta maquinaria es una mafia que, enquistada en todas las instituciones, busca ahora escurrirse rápidamente en el olvido. Nos deja a un Macri bailando en el escenario político, un Macri que parece salir del repollo de su ego. Sin embargo, es sólo la cara visible del engendro mafioso que capitaneó durante su último gobierno. Por ese entonces buscó aumentar el poder de su grupo económico, apoderarse de los recursos energéticos del país e imponer su liderazgo sobre el conjunto de la patria contratista. Fracasó en el intento y ahora vuelve para apoderarse de un Milei que tampoco surgió de la nada y tiene un mensaje claro: ni bien se siente en el sillón de Rivadavia, privatizará YPF, dolarizará la economía y eliminará al BCRA.

El petróleo y el dólar son hoy el objetivo central de una guerra local en la que intervienen sectores de la patria contratista, fondos buitres locales y extranjeros, representantes del capital financiero internacional, el FMI y la propia Embajada. Esta guerra se dirime internamente a través de la corrida cambiaria y la inflación desmadrada, una verdadera pinza que ahorca al país, pero aún no se han tomado medidas para desarticularla. No parece casual, pues, que la llave maestra del desabastecimiento total, el petróleo, esté en manos de un minúsculo grupo de corporaciones y funcionarios estatales de dudosa lealtad política que ahora encuentran el momento para imponer sus demandas de aumento de precios y mayor cupo exportador al tiempo que, en clara amenaza mafiosa, muestran lo que son capaces de hacer si no se concede.

Esto ocurre en un país sentado arriba de enormes recursos no renovables, en un mundo donde crece la multi-polaridad y la posibilidad de un desarrollo autónomo e inclusivo. Los episodios arriba mencionados muestran que para que esto sea posible no basta con los slogans de campaña electoral ni con la destreza del ministro candidato para multiplicarlos y para dividir a los adversarios. Todo esto puede servir momentáneamente para diferenciarse del “Macri-mileismo”, pero es caspa que se lleva el viento. No alcanza, pues, para formar conciencia colectiva, organizar y movilizar en la calle. Sí, en la calle, porque allí se dirime el futuro del país, tanto en este último tramo electoral como después de este.

 

 

 

 

[1]  En este sentido, la apelación de un sobreviviente del Holocausto es por demás significativa.
[2] La brutalidad del reciente bombardeo al centro de refugiados en Gaza logró perforar la narrativa oficial en esta entrevista de CNN.
[3] Tal vez uno de los ejemplos más terribles es el bombardeo reciente del centro de refugiados Jabalia, con mayoría de niños y mujeres. El momento previo al bombardeo es de gran significación. 
[4] Habiendo vetado varias resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que buscaban imponer el cese del fuego en Gaza, los Estados Unidos se enfrentan ahora ante la aprobación mayoritaria de esta opción en una resolución no vinculante de la Asamblea de Naciones Unidas.
[5] Entre otros: masivas movilizaciones en la región en defensa de la causa palestina, el pedido de Irán de embargo colectivo a la venta de petróleo a Israel, la amenaza de un avance contra Israel de las fuerzas militares apoyadas por Irán en Siria, Irak, Líbano y Yemen; el repudio de todos los gobiernos árabes a Israel y al gobierno norteamericano por su apoyo a Israel; la ruptura de la negociación entre Arabia Saudita e Israel, y la apelación del Presidente de Turquía a todos los países árabes y musulmanes para defender a Palestina y condenar al Estado de Israel como un “criminal de guerra”.
[6] Firmados por la Autoridad Nacional de Palestina e Israel en 1993 y 1995, marcaron el inicio de un proceso búsqueda de la paz basado en las Resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y fueron interrumpidos en el 2000 con el fracaso de la Cumbre de Paz de Camp David y el desarrollo de la segunda "intifada" palestina.
[7] Todas estas acciones violan abiertamente las convenciones y regulaciones internacionales que protegen a los territorios ocupados del saqueo de sus recursos.
[8] En otras notas hemos analizado estos fenómenos. A modo de síntesis: un impacto del aumento de los precios de la energía por el conflicto en Medio Oriente impactará sobre la inflación y colocará la reserva en una situación sin salida, pues todo aumento de las tasas de interés incendiará el endeudamiento.

 

 

 

 

 

 

 

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