Pies descalzos

Bravuconadas, ojivas nucleares y el riesgo del invierno nuclear

Dimitri Medvédev y Trump durante una cumbre en Filipinas en 2017. Foto: Andrew Harnik.

 

El pasado 14 de julio, el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sostuvo que aplicaría “aranceles muy severos [a Rusia] si no llegamos a un acuerdo en 50 días [para poner fin a la Guerra en Ucrania]; aranceles de aproximadamente el 100%”. Catorce días más tarde, rectificó lo anunciado y le comunicó a la prensa que había reducido el plazo para el 8 de agosto. Ese mismo día, el vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación de Rusia, Dimitri Medvédev, respondió que “Trump está jugando al ultimátum con Rusia: 50 días o 10… Debería recordar dos cosas:

  1. Rusia no es Israel, ni siquiera Irán; y
  2. Cada nuevo ultimátum es una amenaza y un paso hacia la guerra. No entre Rusia y Ucrania, sino con su propio país”.

Días más tarde, Trump informó a través de Truth Social que “basándome en las declaraciones altamente provocadoras” de Medvédev, “ordené el despliegue de dos submarinos nucleares en las regiones apropiadas”. Si bien el Presidente norteamericano no aclaró si se refería a submarinos con armas nucleares o que solamente tuvieran propulsión nuclear, cabe aclarar que todos los sumergibles de Estados Unidos son propulsados por energía nuclear, pero únicamente catorce tienen misiles balísticos (SSBNs).

 

Fuente: CSIS.

 

 

Al respecto, Mark Cancian y Chris Park, del Center for Strategic and International Studies, explicaron que el anuncio presidencial significaba que los submarinos ya estaban desplegados y agregaron que “diariamente, Estados Unidos tiene alrededor de una docena de submarinos desplegados globalmente en diversas misiones. No hubo informes sobre salidas inesperadas de submarinos, lo que significa que no hay submarinos adicionales en el mar. El breve intervalo de dos días entre la orden de Trump y el posterior anuncio de que los submarinos estaban estacionados significa que ya se encontraban en Europa o el Pacífico Occidental. Los submarinos estadounidenses pueden alcanzar velocidades sostenidas sumergidas de unos 25 nudos, pero normalmente se mueven a una velocidad táctica de unos 12 nudos para mantener el sigilo. En 48 horas, podrían recorrer entre 965 y 1.930 kilómetros. Eso es tiempo suficiente para desplazarse dentro del teatro de operaciones, pero no suficiente para zarpar de Estados Unidos o sus territorios”. Asimismo, consideraron que habían sido reposicionados submarinos de ataque sin armas nucleares porque el alcance de los misiles balísticos no hacía necesario que cambiaran su posición. Por ejemplo, los misiles Trident II tienen un alcance de 11.909,146 kilómetros.

 

Fuente: CSIS.

 

 

Finalmente, Dimitri Medvédev sostuvo ante la decisión estadounidense, esta vez a través de la red social Telegram, que “si algunas palabras (…) provocan una reacción tan nerviosa (…) significa que Rusia tenía toda la razón”. Además, la recomendó que recordara “sus películas favoritas sobre los zombies, así como lo peligrosa que puede ser la legendaria Dead Hand”, refiriéndose al sistema de comando semiautomático ruso “diseñado para lanzar misiles nucleares” ante la eventualidad de que el Nivel Estratégico Nacional ruso (el nivel de decisión política) hubiera sido eliminado.

Este intercambio de palabras ocurrió casi en coincidencia con la 80ª conmemoración del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima. En efecto, el B-29 “Enola Gay” despegó el 6 de agosto de 1945 a las 2:45 de la mañana de la Isla Tinian del archipiélago de las Marianas y desató el “genio nuclear”, llamado “Little Boy”, sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. El reloj quedó detenido a las 8:15. El 9 de agosto del mismo año repitió la danza macabra con el explosivo “Fat Man” sobre Nagasaki.

Ambos bombardeos provocaron al menos 200.000 muertes.

Muchas veces el arte refleja mejor el horror que las crónicas periodísticas y los debates académicos (ver desde minuto 28.25 al 34.39).

 

 

 

La doctrina nuclear y su impacto en el mundo

De acuerdo a Ernesto López, el cambio en la doctrina militar estadounidense no se produjo inmediatamente después del lanzamiento de las bombas atómicas. El autor sostiene que fue más bien “una transición que una transformación drástica, que condujo a Estados Unidos de una concepción basada en la noción de guerra total y de defensa hemisférica (para el escenario particular de América Latina) a otra que, con el telón de una progresiva capacidad nuclear soviética, privilegió la guerra limitada, la respuesta flexible y el control de la ‘subversión’ interna de las regiones bajo su influencia o dominio (…) se instaló (…) un modo de enfrentamiento que dio origen, por igual en los dos países, a una estrategia global indirecta cuyo escenario es el mundo y que ‘rehuye la gran guerra sin, por ello, vivir en paz’” [1].

La Destrucción Mutua Asegurada (DMA) evitó un enfrentamiento directo entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (U.R.S.S.), pero la disputa se trasladó la periferia, donde ambas superpotencias compitieron entre ellas y/o a través de terceros por la supremacía en todo el planeta. Esto comenzó a vislumbrarse, como sostiene López, en la Guerra de Corea (1950-1953). El autor afirma que el cambio se produjo hacia mediados de la década del ‘50 y cita a Jorge Tapia Valdés, quien consideraba que a posteriori de la guerra en la península coreana Estados Unidos desarrolló “una ‘respuesta flexible’, pues solo quiere dar a los comunistas un aviso y no ir más lejos (…) Desde entonces, la limitación de las operaciones militares en función de la disuasión se ha impuesto [y] ha nacido la teoría de la guerra con limitaciones y la doctrina de la ‘respuesta flexible’ de McNamara” [2]. Continúa Ernesto López: “Descartado el enfrentamiento directo abierto (…), las superpotencias procuraron sacarse ventajas por medio de procedimiento indirectos. Todo aquello que [servía] para debilitar la posición relativa de una de ellas [era], siempre, tratado de aprovechar por la otra” [3]. En consecuencia, todo conflicto social, político, y todas las tensiones nacionales o internacionales pasaron a ser interpretados bajo la lógica de la Guerra Fría (1947-1991). Puntualmente, Estados Unidos descartó la posibilidad de una agresión externa al continente americano y, por lo tanto, la defensa hemisférica ya no tuvo sentido. En cambio, “el control de la situación interna de los países de la región devino en central (…) Y no [tardó] en hacerse explícito que, para Estados Unidos, la seguridad interna en los países de la región equivalía a control de la ‘subversión comunista’”: el secretario de Estado Dulles consiguió hacer aprobar en 1954 una resolución en la X Conferencia Interamericana, realizada en Caracas, que establecía que “la dominación o control de las instituciones políticas de cualquier Estado americano por el movimiento comunista internacional (…) constituirá una amenaza para la soberanía e independencia de los Estados americanos” [4]. Así, las dictaduras latinoamericanas ofrecían una mayor estabilidad y garantía para los intereses de Estados Unidos.

Por ello, Estados Unidos reorientó su “política militar hacia América Latina durante los últimos siete años (...) en línea con la naturaleza y alcance de la verdadera amenaza que tenemos al Sur”, sostenía Robert McNamara en su libro La esencia de la seguridad (1968). Dado que era altamente improbable un ataque exterior hacia un “Estado americano”, McNamara consideraba que era innecesario que los países de América Latina contaran con Fuerzas Armadas convencionales, sino que más bien debían desarrollar Small Armed Forces. Por tal motivo, la ayuda militar de Estados Unidos estuvo “proyectada para limitar sus compras, en clases de material y costos, de modo que mejoraran su seguridad interior”. Así, los “militares indígenas” –jerga utilizada por McNamara en sus informes al Congreso de los Estados Unidos en los años ‘60– de los países latinoamericanos debían cumplir un rol subordinado a los intereses de Estados Unidos en la región y conjurar la única amenaza que podía afectar dichos intereses: “la insurrección armada” [5]. Es más, “Estados Unidos confiaba en que, tanto para contener los desbordes que pudieran darse por el lado de las pretensiones de autodeterminación y soberanía, cuanto para controlar la incubación de la subversión interna, podrían contar con los ejércitos latinoamericanos” [6].

Finalmente, el Congreso de Estados Unidos evaluó que esta política de “introducir eficazmente los dogmas anti-subversivos [había permitido] desarrollar una influencia militar en los países beneficiarios [de la ayuda militar estadounidense] con una muy baja relación costo-beneficio” [7].

A partir de los ‘90, la Doctrina de Seguridad Nacional, tan claramente expresada por McNamara, se convirtió –en términos de Juan Gabriel Tokatlian– en una Doctrina de Inseguridad Nacional, en la cual las Fuerzas Armadas debían convertirse en Crime Fighters para luchar contra el narcotráfico, las “Nuevas Amenazas”, el terrorismo islámico y/o las “amenazas emergentes”. De ahí, el envío de tropas del Ejército Argentino a luchar contra el narcotráfico durante los gobiernos de Mauricio Macri (2015-2019) y Javier Milei (2023 a la fecha), que fracasó, no por falta de voluntad, sino porque los militares también fueron blanco de los ajustes fiscales de esos gobiernos: sueldos por debajo de la línea de pobreza y atrasados con respecto a las Fuerzas de Seguridad, y ausencia de recursos para sostener la logística para dichas operaciones.

Más recientemente, la República Popular de China se ha convertido en la nueva U.R.S.S. para Estados Unidos y, por ello, las continuas visitas de los jefes del Comando Sur a Tierra del Fuego y diversos ataques domésticos a dicha provincia, las sanciones a la República Federativa de Brasil y las operaciones mediáticas con relación a la falsa pesca ilegal china. ¿Estaremos en los prolegómenos de una nueva Doctrina de Seguridad Nacional? ¿Por ello nuestros militares se adiestran con la Guardia Nacional de la potencia norteamericana?

 

Chau Homo sapiens

 

“Una Segunda Guerra Mundial nuclear cada segundo durante toda una tarde de ocio”

Carl Sagan, Cosmos, 1982

 

En la actualidad existen más de 12.241 ojivas nucleares alrededor del mundo en manos de Estados Unidos, Rusia, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, China, Francia, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Los nueve jinetes del apocalipsis.

De acuerdo a la BBC, y en base a los datos del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), la distribución de dichas ojivas es la siguiente:

 

 

 

Es muy conocida la frase atribuida a Albert Einstein. Al fin de la Segunda Guerra Mundial habría dicho: “No sé con qué armas se peleará la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras”. Esta expresión tiene su sustento científico. Al respecto, el 10 de octubre de 1983, Carl Sagan adelantó los resultados de una investigación en un artículo en la revista dominical Parade, titulado Invierno Nuclear. En ella afirmaba que “en un ‘intercambio’ nuclear, más de mil millones de personas morirían instantáneamente”. En efecto, tres años antes Sagan preveía que “en el paroxismo de la guerra termonuclear, caerían en todo el mundo el equivalente a un millón de bombas de Hiroshima. Si se aplica el porcentaje de mortalidad de Hiroshima de unas 100.000 personas por cada arma de trece kilotones, sería suficiente para matar a 100.000 millones de personas. Pero [para] fines del siglo XX [se estimaba que habría una población] de 5.000 millones de personas en el planeta [8].

Eso no era todo. En dicha investigación, realizada con James Pollack, Brian Toon, Tom Ackerman y Rich Turco, estimaban que las consecuencias podrían ser peores. Los autores descubrieron que una guerra termonuclear haría descender las temperaturas de la Tierra entre 15º C y 25 ºC, lo suficiente para sumir al planeta en un “invierno nuclear”: “Un período letal de oscuridad, hambruna, gases tóxicos y frío bajo cero”. El paper, aceptado y publicado en la revista Science el 23 de diciembre de ese mismo año, agregaba que “cuando se combina con la rápida destrucción por explosiones nucleares, incendios y lluvia radiactiva y el posterior aumento de la radiación ultravioleta solar debido al agotamiento de la capa de ozono, la exposición prolongada al frío, la oscuridad y la radiactividad podría representar una seria amenaza para los sobrevivientes humanos y para otras especies… No se puede excluir la posibilidad de la extinción del Homo sapiens.

La conciencia colectiva se está desvaneciendo. Según el filósofo español José Patricio Domínguez Valdés, se ha producido “un quiebre del individuo con su entorno inmediato (…) Se vive en la disgregación, en la hiperconexión y, paradójicamente, en la soledad” [9]. Vivimos atrapados en una “distorsión de nuestra propia imagen” [10] y desconectados de la realidad en la que siguen muriendo, según el Armed Conflict Location and Event Data (ACLED) de 2025, cientos de miles de personas en el mundo en guerras y conflictos intraestatales: solamente en 2024 murieron 233.000 seres humanos… más que en Hiroshima y Nagasaki.

 

Un niño japonés carga a su hermano muerto. Foto: Joe O’Donnell.

 

 

 

 

 

[1] López, Ernesto (1987). Seguridad nacional y sedición militar. Buenos Aires: LEGASA, p. 41. La última frase el autor la toma de Leo Hamon.
[2] López, Ernesto (1987). Ibídem, p. 48.
[3] López, Ernesto (1987). Ibídem, p. 49.
[4] López, Ernesto (1987). Ibídem, p. 50.
[5] Druetta, Gustavo (1986), “McNamara y la deformación intelectual de la inteligencia militar”. En Revista Unidos 11/12, p. 1. Todo lo que está entrecomillado son citas textuales de Robert McNamara que reproduce este autor.
[6] López, Ernesto (1987). Ibídem, p. 67.
[7] López, Ernesto (1987). Op. Cit., p. 60.
[8] Sagan, Carl (1982). Ibídem, p. 322.
[9] Domínguez Valdés, José Patricio (2024), “Introducción”. En Seneca (49-48 E.C.). De la brevedad de la vida. Madrid: Herder, p. 22 y 25.
[10] Domínguez Valdés, José Patricio (2024). Ibídem, p. 22.

 

 

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