Política y delito

Gramsci, cuídame de mis amigues, que de mis enemigues me cuido sole

 

Hechos y protagonistas

Que la investigación y divulgación de los graves hechos denunciados por un empresario sean realizadas por un juez y periodistas probos, y que hayan tenido por protagonistas —entre otros— a un fiscal y a un periodista envilecidos, es una perfecta metáfora de la realidad nacional: el país atraviesa por una grave situación pero no todo está perdido, la probabilidad de superar la decadencia es comparable a la de su profundización.

La exposición del juez Alejo Ramos Padilla en el Congreso y las revelaciones periodísticas que se han sucedido desde que Horacio Verbitsky publicó su primera nota, permiten hacer algunas consideraciones políticas respecto de la actuación de los cracks extorsionadores, integrantes del mejor equipo de los últimos 50 años; esa la línea de 3 —que, según el trámite de cada partido, puede ampliarse— formada con Stornelli, D’Alessio y Santoro, que tienen como personal trainer al norteamericano Edward Prado, quien a su vez forma parte del cuerpo técnico que completa Cristina, la del Fondo a la derecha. Consideraciones políticas tales como la relación entre el patrón de juego del equipo y la disputa por el poder.

 

Otra vez Gramsci

Si se observa más allá de la superficie de las cosas, vale decir del calendario electoral que es apenas una de las manifestaciones de la disputa, se puede apreciar que en la etapa del proceso histórico nacional que transitamos han recrudecido los conflictos sociales; en términos marxianos se ha agudizado la lucha de clases. En este contexto y en relación con los fenómenos que emergen de las sombras, vienen una vez más en nuestro auxilio los desarrollos teóricos de Antonio Gramsci.

Una de las premisas a partir de la cual recurro a las reflexiones de Gramsci es que en este momento argentino hay dos bloques de poder que intentan la hegemonía. Por eso es decisiva la intervención de los intelectuales en el amplio sentido gramsciano, para librar la lucha ideológica por excelencia, cuyo terreno es un amplio sector de las capas medias.

De los textos del revolucionario sardo se desprende que, al observar la crisis del Estado liberal en el caso italiano, y el advenimiento del fascismo, hay una evolución —o cuanto menos una distinción— entre una concepción de Estado reducida al aparato de gobierno y otra que es la que sostiene que el Estado integral es “todo el conjunto de actividades prácticas y teóricas con que la clase gobernante no sólo justifica y mantiene su dominio sino que logra obtener el consenso activo de los gobernados”(1). En resumen, de ese Estado integral formarían parte todos los elementos que aseguren la hegemonía, para cuya descripción Gramsci se apoya en la referencia al Centauro de Maquiavelo: “Otro punto que establecer y desarrollar es el de la ‘doble perspectiva’ en la acción política y en la vida estatal. Varios grados en que puede presentarse la doble perspectiva, desde los más elementales hasta los más complejos. Pero también este elemento está vinculado a la doble naturaleza del Centauro maquiavélico, de la fuerza y del consenso, del dominio y la hegemonía, de la violencia y de la civilización (“de la Iglesia y del Estado”, como diría Croce), de la agitación y de la propaganda, de la táctica y de la estrategia” (2).

 

Sobre Stornelli y Santoro

Una “doble naturaleza” que se complementa con la “corrupción-fraude”(3) capaz de lograr la “despotenciación y la parálisis del antagonista o antagonistas”, y que se desarrolla, no siempre con una distinción clara, en “dos planos superestructurales, el que se puede llamar de la ‘sociedad civil’, o sea, del conjunto de organismos vulgarmente llamados ‘privados’ —por ejemplo, los medios de comunicación, MdC—  y el de la ‘sociedad política o Estado’ y que corresponden a la función de ‘hegemonía’ que el grupo ejerce en toda la sociedad y al de ‘dominio directo’ o de mando que se expresa en el Estado y en el gobierno ‘jurídico’”(4).

Es decir que, para Gramsci, la construcción de hegemonía y su ejercicio implican todo ese “conjunto de actividades prácticas y teóricas”, de tan distinta índole que abarca incluso la amplia gama de la corrupción y el fraude, y que se desarrollan en distintos ámbitos, como el judicial.

 

Sobre Macri y Carrió

Después de conocida la lógica de funcionamiento de la línea de 3 extorsionadores, es probable que algún desprevenido se haya sorprendido por la encendida defensa que hizo de uno de ellos la doctora Carrió, o por el pedido de juicio político a Ramos Padilla por parte de Macri. Sin embargo no hay de qué sorprenderse. Veamos lo que nos dice Gramsci.

Así como la analítica distinción maquiaveliana entre ética y política, con la consecuente denuncia de una ética concreta, históricamente determinada y que no permite a la política desarrollarse como “ética pública”, dio lugar a la versión vulgar del maquiavelismo; así también, para Gramsci la denuncia marxiana de la doble moral burguesa, de los falsos deberes y de las obligaciones hipócritas —con la correspondiente propuesta de una política revolucionaria, de una ética pública laica— no ha podido evitar la confusión: por un lado, generó lo que se podría denominar politicismo, la política pequeña que se desliza desde la universalidad de los valores hacia el escepticismo absoluto; y, por otro lado, la utilización de los viejos valores tradicionales en el seno del propio partido político, con lo que se tiende a poner a los propios —los aliados del bloque social, como mostraré más abajo— fuera del alcance de la justicia. Esta derivación es, para Gramsci, lo que caracteriza a las sectas y a las mafias, en las que se da la categoría de universal  a lo particular —la amistad y la fraternidad, propias del ámbito privado— y ya no se distingue entre el plano de la moral individual y el del quehacer político, entre ética y política.

Así, la comparación gramsciana entre maquiavelismo y marxismo permite pensar en una de las importantes cuestiones de nuestra entretenida vida pública, la de la relación entre política y delito: es conocida la atracción que se siente por el comunitarismo tradicional de las mafias y las sectas, de las organizaciones cerradas, en momentos de crisis cultural e identidad colectiva, o de crisis político-económica. Tal atracción suele ir acompañada por la pretensión, sobre todo en los casos de corrupción política —en el amplio sentido gramsciano— de que se trate a los propios en la esfera pública como los trataríamos en famiglia. Aquella atracción y esta pretensión conjugan el atávico moralismo que niega jurisdicción a la justicia de los hombres cuando se trata de los nuestros, y el moderno sectarismo mafioso que retrotrae el juicio sobre los delitos públicos de los aliados a la comparación interesada sobre la moralidad privada de los individuos. Conducta que se puede sintetizar así: la moralidad de los nuestros está fuera de toda duda y por encima de lo que decidan los tribunales, que están para condenar a los otros, siempre; juez que no lo acepta, juez que es destituido.

 

Sobre el bloque nacional popular

Desde una perspectiva más general, de la evolución histórica de los marxismos, que se puede hacer extensiva a la política sin más aditamentos, estos aportes del comunista italiano son interesantes porque conducen a una ampliación radical del concepto maquiaveliano de la relación entre ética y política: a la idea de un “príncipe moderno” que no es ya un individuo singular sino una articulación colectiva, que tiene que saber distinguir también —analíticamente— entre ética y política en su seno.

Gramsci piensa que “el partido político no es sólo la organización política del partido mismo, sino todo el bloque social activo del cual el partido es la guía porque es la expresión necesaria” (6). Este concepto se ajusta a lo que llamamos movimiento nacional, que sería el “intelectual colectivo” de los sectores populares y el sujeto activo en la construcción de una voluntad colectiva mediante una “pedagogía democrática” portadora de un modelo de democracia sustancial alternativo y, por lo tanto, contrahegemónico.

La contrahegemonía no puede entenderse sino como la generación de una “iniciativa política” de los sectores subalternos que “cambie la dirección” de las fuerzas que es preciso integrar para conformar un “bloque histórico”.

A estos efectos Gramsci se pregunta: “¿Puede haber una reforma cultural, es decir, una elevación civil de los estratos deprimidos de la sociedad, sin una precedente reforma económica y un cambio en la posición social y en el mundo económico?” Y responde: “Una reforma intelectual y moral no puede dejar de estar ligada a un programa de reforma económica, o mejor, el programa de reforma económica es precisamente la manera concreta de presentarse la reforma intelectual y moral”. Y para aclarar aún más este tema dirá que la concepción de “bloque histórico” implica que “las fuerzas materiales son el contenido y las ideologías la forma, siendo esta distinción de contenido y de forma puramente didascálica, puesto que las fuerzas materiales no serían concebibles históricamente sin formas y las ideologías serían caprichos individuales sin la fuerza de lo material”. (7)

Estas afirmaciones de Gramsci tienen importancia para nosotros porque explican por qué la hegemonía está vacante en nuestro país: el bloque dominante no ha logrado superar su etapa corporativa y, por lo tanto, no ha logrado que su ideología y transformaciones económicas se hayan universalizado para alcanzar un amplio consenso social que convierta al Régimen en bloque dirigente. Es decir que no ha logrado conformar un bloque histórico y, por lo tanto, sus intervenciones son históricamente inestables.

Por su parte, los sectores populares no han logrado soldar las transformaciones económicas que concretaron cada vez que alcanzaron la conducción del Estado a una ideología compatible y de amplio alcance social: tampoco han logrado constituir un bloque histórico y, así, sus transformaciones han sido transitorias. La reiteración de esta dinámica frustrante debería llevar al movimiento nacional a considerar con más atención la enorme importancia que tiene la ideología para dar estabilidad a los cambios que impulsa. Es entonces evidente que se podrá integrar al correspondiente bloque social —como mínimo— a cualquiera que haya sido alcanzado por los beneficios de las políticas promovidas por los gobiernos populares pero que después haya actuado un rechazo por razones ajenas a la correcta valoración política. En cambio será mucho más difícil y riesgoso integrar a aquelles cuyo comportamiento político —independientemente de su situación respecto de los avatares socio-económicos— es inestable por definición, porque su ideología es el oportunismo.

Siguiendo este razonamiento, se puede afirmar que el kirchnerismo tiene les enemigues que se merece; lo que no se merece son sus amigues: soportar injurias y espadas ensañadas es el infortunio que le corresponde por resistirse a la explotación y al oprobio; en cambio, son más peligroses quienes le prodigan simulados afectos con el propósito de amansar su rebeldía y confundir el sentido del enfrentamiento.

Es que la violencia desnuda revela la entraña del Régimen, que se defiende en la que podría ser su última frontera histórica; mientras que cuando consigue desorientar a las mayorías populares con astucias del tipo duranbarbiano, su despotismo esencial queda semioculto en guaridas como la juridicidad cuya fuente está en la Embajada.

 

 

  • Cuadernos de la cárcel. México: Era.
  • Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Buenos Aires: Nueva Visión.
  • Cuadernos de la cárcel. México: Era.
  • Apuntes sobre la política de Maquiavelo, en Notas sobre Maquiavelo.

 

 

 

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