Políticas de la crueldad

Más de cien escuelas sin calefacción en la ciudad más rica del país

 

Con precisión inequívoca, todos los años indefectiblemente, a veces un poco antes, a veces un poco después, el frío invernal se instala en la Ciudad de Buenos Aires. Duro, húmedo, penetrante. Ese frío que asusta porque cala los huesos y sólo se combate con buenos abrigos, una nutritiva alimentación y la máxima calefacción posible.

Este año, hablando de la máxima calefacción posible, el gobierno nacional logró detener el avance despiadado que en forma exponencial aumentó durante cuatro años el precio de la factura del gas, lo que hacía prácticamente imposible calefaccionar debidamente los hogares de los trabajadores y de la clase media.

No obstante, para los ciudadanos de la Ciudad de Buenos Aires, en especial para aquellos que habitamos la escuela pública, las cosas no son tan así. Como rémora de aquel gobierno desalmado, las autoridades locales se han olvidado de acondicionar las escuelas porteñas para hacer frente al invierno en el marco de la pandemia.

Se sabe, incluso es una norma de alcance federal, que los espacios cerrados deben tener ventilación cruzada. Las aulas escolares deben permanecer bajo la inclemencia del frío con sus puertas y ventanas abiertas. Dentro de esas aulas, una comunidad de saberes intenta ponerse en marcha pero, sin calefacción, es francamente imposible.

Los informes dicen que al día de hoy hay más de 100 escuelas en la Ciudad de Buenos Aires sin calefacción. Estamos hablando de más de 100.000 niños, niñas, jóvenes y adolescentes que la están pasando mal. Hablamos de trabajadores y trabajadoras de la educación, de comunidad educativa que, innecesariamente, son sometidos a malos tratos, a un acto de inconmensurable desconsideración que enferma y mata.

No es una cuestión de presupuesto: estamos hablando de la ciudad más rica de la Argentina. No es una cuestión de planificación de las obras: las escuelas permanecieron sin que concurrieran docentes y alumnos de forma masiva de marzo a diciembre del 2020.

Ni dinero, ni posibilidades técnicas: pura maldad.

La crueldad de este gobierno tiene un punto de auto celebración en el sufrimiento de las mayorías. Por eso se burlan: “que los niños vayan a la escuela vestidos ‘tipo cebolla’ y con frazadas”, dicen no sin sorna en las altas esferas de poder siempre bien calefaccionado. “Que los docentes piensen en una pedagogía en movimiento”, vociferan funcionarios y funcionarias de dudosa pertenencia al campo del cual se creen especialistas.

Actúan con la impunidad que otorga el desconocerlo todo. Son los dueños de un país al cual odian y se les nota en cada gesto. Gobiernan la ciudad de los humildes arrabales desde la soberbia de los rascacielos de la city. Gestionan un sistema educativo que desprecian por público y gratuito, porque se hace con el otro/a, porque es pura relación social, afectividad y saber.

En ocasiones, ante cada conflicto que hemos vivido en estos largos años de neoliberalismo en la Ciudad, solemos reflexionar con las compañeras y compañeros de nuestra organización sobre la raíz de ese conflicto. Confieso, sinceramente, que esas reflexiones indagan siempre sobre la posibilidad de encontrar tres o cuatro puntos de acuerdos que nos permitan no eliminar el conflicto pero si canalizarlo.

Es inútil. Quizás sea este uno más de esos tantos casos que se muestran como un ejemplo testigo claro y contundente de las conductas políticas que necesariamente nos ubican en las antípodas de este gobierno.

En primer lugar, el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta muestra un profundo desconocimiento del Estado, al menos del Estado como herramienta de protección para los sectores sociales vulnerabilizados. No es esto un acto de ignorancia sino una profunda decisión política e ideológica caracterizada por la negación del Estado como instrumento de acción para la Justicia Social, de su responsabilidad y, sobre todo, amorosidad.

En segundo lugar, muy ligado a esa concepción de Estado Injusto, se desarrolla una corriente de mercantilización a través de la cual “todo se vende y todo se compra”. El marketing reemplaza a la política, los publicistas hablan por las clases y sectores sociales, y la verdad se reconvierte en post-verdad. Así, el mismo gobierno que durante largos doce años destruyó al sistema público puede aconsejar políticas sanitarias o impunemente exigir que “abran las escuelas”.

Finalmente, la mirada que este gobierno tiene sobre la otredad. Para el neoliberalismo el otro/a es siempre una amenaza, de ahí la estigmatización, la crueldad ejercida en sus dispositivos de disciplinamientos. El dominio neoliberal se piensa desde la más profunda individuación, de ahí que su propósito sea destruir todos los espacios vinculantes. Así, las ricas conexiones múltiples que nos propone la escuela se vuelven inadmisibles para la lógica neoliberal.

Allá ellos con todos los artefactos de la maldad, con sus políticas de la crueldad: promoviendo el individualismo irresponsable, los contagios y el padecimiento del frío. Nosotros seguiremos siempre con nuestra pedagogía de la ternura, abrazando, reconstruyendo, organizando comunidad. Reparando todo daño y juntando cada uno de los pedazos con los que haremos un Ciudad mejor, una Ciudad más justa.

 

* La autora es secretaria general de UTE-CTERA.

 

 

 

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