Polvo y espanto

Ante los conflictos, no cabe la inmovilidad

 

Cuando era púber leí una gran novela llamada Polvo y espanto, de Abelardo Arias. Cuenta una historia terrible en la grieta del siglo XlX, entre unitarios y federales. Era relatada desde dos ópticas: mismos hechos, mismos personajes. Había un cuaderno federal y otro unitario. Transcurría en Santiago del Estero, bajo el gobierno de su caudillo Felipe Ibarra, y se sumaban como personajes el Manco Paz, Lamadrid y Lavalle. Esta novela de 1973 recibió el Premio Nacional de Literatura. Me marcó y me dejó la idea de la complejidad de los conflictos, de la obligación de profundizarlos, leerlos, entenderlos, exorcizarlos y resolverlos.

El entrenamiento del guerrero samurai lleva sobre el filo del sable miles de años de experiencia. El movimiento del sable es un movimiento que mueve conocimientos desde la historia; ha sido dotado de sapiencias infinitas, que al desenvainarse aparecen para hacer justicia. No es una pistola de eyaculación precoz, que mata por matar: es un sable poético, cuyos movimientos llevan en sí los del arte, en poesía y dibujo. Muchos años dibujó sobre un rectángulo de arena, con un gran pincel, haciendo letras, copiando poemas, buscando las formas más precisas, para finalmente, después de esa formación, recibir el sable.

Nosotros tenemos totalmente interrumpida la relación con la gesta de la justicia y la guerra. Hemos creado un lugar de exterminio para el diferente. Así nuestros pueblos originarios fueron echados en cruel diáspora a la muerte, robándoles los hijos ni siquiera para subastarlos, sino para entregarlos en función benéfica. A partir de allí se inició el uso de las chinitas para atender las casas de los ricos. Después del ganado en pie, el conocido Patio Bullrich fue también conocido —según nos cuenta el diario La Nación— como un centro de distribución de nuestros hermanos los indios en pie. Un lugar lleno de llanto y separación de madres e hijos. Notable cómo la historia genera estos impulsos que se repetirán en el tiempo, siempre con los hijos de los vencidos.

La pampa despojada atrajo al gringaje que las élites criollas iban a odiar. No vinieron los rubios sajones; vinieron los gallegos, los tanos y los turcos, un gentilicio que amontona sin razón al mundo árabe.De toda esa amalgama de dolores y esperanzas somos descendientes.

Durante la Década Ganada nos dimos cuenta de lo dificultoso que era instalar derechos, vencer prejuicios y tratar de definir una forma de interpretación más nuestra. Sin duda, Canal Encuentro fue un gran catalizador de ese proceso. Llegamos a llevar a Zamba al Riachuelo, y fue un suceso cultural en las escuelas de la cuenca CMR. Los pibes y pibes eran como Zamba. También allí aparecieron yacimientos de viejos habitantes, como los querandíes, que fueron desterrados de la historia pero antes navegaron, ritualizaron y amaron esas aguas que les daban todo lo necesario para vivir, bajo un techo lleno de estrellas.

En nuestro país los procesos sociales que vivimos genuinamente suelen ser interrumpidos violentamente: por cuestiones políticas, económicas, académicas e historiográficas.

Es imposible que tengamos una lectura compleja de ciertas continuidades, que sean simples eslabones entre un lado y el otro. Menotti, siempre que hablaba del origen del fútbol, refería a su origen inglés, hasta que algún player pateo la pelota afuera del field. Así fue como cayó en el potrero y así empezó el fútbol nuestro.

Alguien cuenta: el jazz, en sus orígenes, era rescate de rezago de instrumentos de banda militar Confederada, abandonados. Los negros empezaron a tocar y a explorarlos y terminaron en el ragtime, el blues y el jazz. Luego también sus gringos le metieron sal, y ahí fue el klezmer del bueno de Benny Goodman, quien siempre fue un caballero que acompañó y protegió a ese fino cristal que era Billie Holiday.

Idas y vueltas, encuentros de culturas, traiciones, reconocimiento del otro, digestiones lentas de millones de desmembrados del mundo. Cruz, un sargento criollo, cambia de bando tras una persecución para no dejar solo a un valiente. Hay un código que también pervive, aunque cada vez menos. En épocas miserables se castiga lo distinto como amenaza, no se piensa en todo lo que dio ese gringo u extranjero para hacer el país.

 

El Martín Fierro de Torre Nilsson, enterrando a Cruz.

 

Habría que estudiar seriamente qué pasaba con aquellas cautivas como Dorotea Bazán, que elegían a su cacique. Este año se cumplen 100 años del natalicio de Félix Luna, quien le compuso una bella canción donde ella lo afirma al querer ser rescatada: “Yo no soy huinca, capitán”, en la voz de Mercedes Sosa, de aquel maravilloso álbum llamado Mujeres argentinas. Cómo se hacía el país: con los descendientes de negros, los criollos, los indios y los gringos. Toda esa romería que se mezclaba, se quería y se despreciaba. Vengo insistiendo con los Ranqueles de Mansilla, a quienes se traiciona. Las cosas pudieron ser de otra manera.

Divago libremente sobre esto para reflexionar sobre la larga digestión social y cultural que seguimos haciendo.

Lo que aún nos impide alejarnos de liderazgos personales. Ese será un camino andar, pero no a destruir o adelantar. Uno de nuestros errores siempre ha sido querer ser lo que no somos.

Fíjense la paradoja: en mi secundaria (1977-1981), en Instrucción Cívica leíamos una Constitución, un librito azul de letras blancas que venía con una frase del progresismo represivo: “Proceso”, Proceso de Reorganización Nacional.

Siempre la oligarquía argentina pensó que lo nuestro era la desorganización; siempre nos quiso adecentar, dominar rulos, planchar pelos con gomina, sacarnos los rastros de lo que éramos.

En este caso, esa etapa fue feroz y, para nosotros los adolescentes, altamente disciplinante. Generó gente que se crió con muchos TOCs del proceso establecido, mucha gente a la que, si le corres un cenicero de la mesa, te puede retirar el saludo. Mucho estrés, para que todo esté tan presentable y pulcro como en una plaza de armas.

Nada parece nuevo bajo el sol: hoy hay granjas de trolls, y antes Buenos Aires era una capital con inmensa diversidad de diarios que expresaban facciones políticas y operaban fuertemente sobre el quehacer nacional.

Imaginemos por un instante las fake news de otras épocas: una muy conocida consistía en mostrarlo al Chacho Peñaloza sentado con las piernas abiertas, con mirada fiera y bizco. Una diabólica y falsa presentación.

 

El Chacho Peñaloza.

 

Una historia larga y circular, a la que hay que poner fin. Pero para eso hay que tener un solo acuerdo: defender la Argentina. Lula se le paró de manos al matón del barrio, Donald Trump, y ganó dentro de Brasil. Nuestros proveedores de noticias decían que esa posición de Lula le iba a traer problemas con los industriales de São Paulo. El efecto patriótico fue inmediato: absoluto respaldo de todo Brasil. Por otro lado, su contracara, el capitán de ejército Jair Bolsonaro, mostraba su tobillera. Un ex Presidente que conspira contra su país. ¿Dónde dormía la patria, en Brasil, mientras los milicos gobernaban? En una casa pobre de un niño en patas llamado Lula, que hizo virtud de ir amalgamando sus experiencias obreras, políticas y religiosas, entendiendo a su pueblo. Aquí vemos cómo el líder sigue siendo fuerte y necesario. Y vemos a un capitán promoviendo un plagio de golpe de Estado con hijos asesores de Trump. Alguien que recibió un sable de su ejército para defender su patria, carente de arte y de justicia.

Recordamos Queimada, una gran película de Gillo Pontecorvo, un maestro del cine político italiano, que nos muestra a un Marlon Brando con la belleza de su primera madurez haciendo de un comerciante inglés (seguramente también espía y operador) que alimenta las ínfulas independentistas de un natural que viene de sufrir junto a su pueblo miles de injusticias y se desempeña de maletero en el puerto. Así es captado por Brando, que logra sublevarlo, vencer y hacerlo general. Pero lo deja solo y a la deriva, cayendo en desgracia, mientras el inglés, gracias a esa convulsión social, logra sus objetivos. Ya el acto estaba hecho para demostrar que los ingleses podían ayudarlos y ser ellos quienes los lleven a buen puerto, pero el de ellos. Así se crea una dependencia eterna. El final, si no la vieron, les va a dar un principio de reparación.

Aquel pasaje de la novela de Juan Pablo Feinmann, La astucia de la razón, en un pasaje ficcional donde produce desde la literatura un encuentro entre Marx y el Chacho Peñaloza, para hablarle del valor de sus gauchos y la necesidad de ahorrar sangre montonera. La explicación marxista y teórica de que la realidad iba a establecer condiciones objetivas que lo iban a convencer de que el tren, a la larga, era un avance, y que sus dueños debían ser los mismos trabajadores. El diálogo, obviamente, no fructificó ni en la ficción.

 

"Queimada", de Gillo Pontecorvo.

 

Hay un cuento hermoso de Ricardo Piglia que publicó en un libro La invasión, de la editorial de Jorge Álvarez (que tantos buenos servicios ha prestado) y se llama Las actas de juicio. Donde los personajes son dos gauchos entrerrianos, héroes de mil batallas y hazañas, que se apersonan en el Palacio San José y matan a Don Justo José de Urquiza. En el juicio se buscan relaciones de todo tipo, instigadores ideológicos y materiales. Es el momento en que esos gauchos cuentan lo que era Don Justo José para ellos: el que atravesaba pampas, selvas, cuchillas y montes, se tiraba por un despeñadero al río aferrado a su caballo, el más bravo en la batalla, al que sus gauchos seguían siempre. Sabía dormir al sereno, era el mejor de ellos, y ahora estaba en ese palacio, disfrazado de señor y siendo condescendiente con quien no quiso derrotar y le retiró la tropa. Para ellos, él no era él y venían a salvarlo, por eso lo matan en el salón italiano del Palacio.

En estos días de Sociedad Rural, los medios instan al paseo para que los niños puedan ver el campo. Lo único que recuerdo de chico era cómo cagaban un millón de vacas todas juntas, y que por allí desfilaban boinas, procesiones de vírgenes, tractores, algo totalmente extrapolado de la naturaleza que parece más fábrica que campo. En el momento que cierran al INTA, del cual la Mesa de Enlace es partícipe y mayoritaria de su mesa directiva y se ha beneficiado enormemente, nadie habla de eso.

Esta es nuestra larga digestión, la que nos impide tener el virtuosismo del samurai, no para copiarlo, pero sí para entender. Aún hoy Mitsubishi, Toyota y otras empresas se manejan con el viejo código de honor de las familias samurais, y todo pasa por ese tamiz que toma lo de afuera, lo interpreta, lo usa, lo reutiliza y trata de mejorar, desde adentro.

Tengo una sensación fea en estos días, de una amarga y lenta decadencia, supongo que esto ya habrá pasado otras veces. Hace unos días me encontré con un texto de Ignacio Lewkowicz, Pensar sin Estado. Es de los '90, pero con vigencia, en un momento dice así: “Cuando caen las organizaciones centrales, en el plano de las lenguas avanza la diferenciación de los dialectos. Y un fenómeno atestiguable de nuestra cultura contemporánea es la babelización de los lenguajes”.

Este es un gran problema que lleva a cierta declinación del lenguaje y distorsiona lo comunicativo en términos comunitarios. Eso ocurre a nivel de toda la sociedad, pero en las letras tantos horribles vacíos deben ser despejados. Fíjese adónde se ha llevado la palabra libertad y sus polisémicas interpretaciones. La academia está ajena a las nuevas subjetividades, algo que impone una lejanía para que uno vea las distancias entre unos y otros y pueda objetivarlos.

Cuando niños, el ruso, el gallego, el tano, eran nuestros apodos más comunes. Nos criamos sabiendo de dónde veníamos, chusmeando coincidencias, mezclando vocabulario. Ahora pareciera que el otro, en la mayoría de los casos, es otro, que no somos nosotros. Preocupa en un país que a nivel popular amalgamó culturas sociales de integración sin entender algunos desajustes y molestias, pero que en términos generales convivieron pacíficamente.

Entendiendo que el idioma y la lectura deberían ser algo a ajustar en lo educativo, los que leen cambian sus vidas, pueden aprender a tener momentos de soledad de disfrute, sin ansiedad y sin celular, toda una aventura, aún posible.

¡No sabe leer! gritaba Maradona, observando un video de Mauricio Macri. El Presidente de entonces parecía sufrir un martirio, cada vez que tenía que hacerlo. Primero para vencer su educada dicción, que le saca de la boca la producción de papas de Balcarce, y segundo un vocabulario exiguo y mínimo para hablar. Alberto Fernández tenía la locuacidad del parlanchín político, un frontón de devoluciones, un tipo que funciona como la inteligencia artificial, con veleidades poéticas como la choreada a Litto Nebbia, su maestro de guitarra. Aquella de que los argentinos venimos de los barcos y lo crucificaron. Recuerdo el afiche de ese disco de Litto, que era una foto de inmigrantes desembarcando con sus viejas valijas. Hasta con la mejor intención tenemos que recordar la historia. En los '80, cuando Litto sacó el tema, nadie dijo nada. Se lo festejaba, no había reclamos sobre pueblos originarios para el hombre de Rosario.

Hoy nuestro enviado del cielo carece de competencias humanas, no se entiende lo que dice cuando habla. Sí, entiendo sus palabras, lo borroso es el contenido. Hay palabras, verbos, conjugaciones que parecen elocuentes, pero vacías. Una elocuencia de quien parece decir algo importante, pero no lo dice, lo gesticula. Cuando niño, un actor argentino muy capo, Fidel Pintos, había tomado del pueblo lo que se denominó la Sanata. Era una seguidilla de palabras que parecían tener elocuencia y elegancia, con voz impostada y acompañamiento de ademanes justificadores de cada frase, que no decía absolutamente nada. Una genialidad de una chanta imprescindible en la mesa de café. Así ganaba la pausa ante un tema en discusión, permitiendo ordenamiento de los discursos y bajar la tensión para encausar diálogos. Un antídoto. Pero para alguien que se para en un atril y sanatea de economía, no da. A la vez que explícitamente insulta, putea y refiere exclusivamente en términos envaselinados a los culos del mandril que deberían ser rotos. Siempre es violación lo que pide, siempre.

 

El sanatero Fidel Pintos.

 

Sin dudas, CFK está entre las mejores oradoras que hemos escuchado. Tiene recursos, giros, vocabulario, cultura callejera, todo lo que nos gusta. Una antítesis que además ayuda a pensar, porque, como los buenos liderazgos, ejerce cierta pedagogía de su acción.

Pero le colgaron el mote de crispación. Martín Kohan —alguien más o menos de mi edad, del barrio de Núñez, hincha de Defensores de Belgrano como yo y también de Boca Juniors, a quien sigo y leo con placer—, habló del lenguaje presidencial, lo acuso de matar el medio tono. La alteración del discurso, según los expertos, en una charla, muchas veces habilita a levantar la voz, es lo normal esa decisión. Pero si en la discusión media la expresión virulenta está presente en forma permanente, mata los matices del mensaje. Y eso es lo que pasa y se propala. La violencia. Así sentimos cierto fastidio, habilitado por un Presidente que ha estatizado el mal trato.

En este clima vamos a una elección, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, donde el hecho testimonial es estar presente: un intendente, ser concejal, una vicegobernadora, diputada provincial. Las listas dejaron heridos en las dos tiendas: en una, la task force que le bancó todo a Milei voló por los aires, frustrando a los gordos Dan y a los "magos del Kremlin". En la otra, la estratagema es tan compleja como difícil de digerir. CFK tomó la decisión, después de que los compositores de nuevas canciones no la aceptaran formalmente como líder del movimiento y presidente del PJ, de “volver a empezar”. De ir allí donde están sus votos, los que perdimos. La proscripción la corrió de ese objetivo, ese era el objetivo: darnos debajo de la línea de flotación. Complicar el liderazgo de CFK, nadie ganó, con esto. Y menos la gente que ve que estamos a cien millones de años luz de la mesa en la que se sientan a soñar con algo más que con un plato de fideos.

La unidad del peronismo, comprendida como necesidad central para la unidad del campo popular que se opone al neoliberalismo, tiene que afrontar, entonces, la cuestión de la confianza. La confianza mutua entre sus impulsores, entre sus eventuales componentes y el pueblo que será el que la convalide y la lleve al triunfo; su ausencia es el camino de la derrota. Creo que este párrafo de Edgardo Mocca, de su libro El antagonismo argentino, del 2018, es suficientemente claro: "El pueblo mira estas mezquindades de laboratorio, de atajos y chiquitajes locales y sobre él habrá que trabajar mucho más que en modo electoral".

Sin dudas, el gobierno debería pensar lo que significó encarcelar a la principal referente política de la oposición. Esto establece una anomalía total: postergaciones, liderazgos a medio camino, aventureros. Esto también relajó al oficialismo que puso en el aire sus Stukas, pensando que sin CFK podía pelear más. Pero la morocha sigue saliendo al balcón a saludar a su pueblo, hace un omelet y se acaban los huevos del barrio, come palta y los hábitos se hacen más saludables en el vecindario.

Polvo y espanto es lo que vemos. Nuestro petróleo a la deriva, Vaca Muerta a la deriva, todas las grandes firmas internacionales se van del país. La importación suple a la industria. Mi hija estudia Gestión Cultural en la UNTREF. Ante un trabajo relacionado con la década del '90, salió el tema de esos años de libre comercio y el uno a uno. Me dijo: "Parecido a ahora, ¿no?" Para su trabajo eligió obras de Liliana Maresca y Pablo Suárez, que hablan del ejército de cartoneros que ocupan la ciudad y de ese hombre que viaja fuera del tren Mitre en cueros y de jeans, agarrado a las barandas del lado de afuera. Un Cristo crucificado al revés. La exclusión, esto que pasa hoy, la desocupación, esto que pasó ayer.

Pero nos falta mucha, mucha política para entrarle a esto. Por ahora una lista de unidad, sin sonrisas que digerir, es lo que tenemos y nos obliga a trabajar fuertemente.

Me imagino que la nueva meca, de San José 1111, cada vez va a ser más visitada.

¿Cómo recuperar la política, única manera de sobrevolar lo genuino? Yo creo que la derecha hoy prepara un plan, sin estos cachivaches que ya hicieron lo suyo, y tal vez les quede un poco más para transferir nuestras ganancias al exterior.

Creo que están agotados. Y se prepara el nuevo plan, uno de la moderación. Ese grupo de centro de la provincia, con Monzó a la cabeza, Zamora de Tigre y unos intendentes radicales y el PRO, viene a plantar una ponderación que puede asociarse a Córdoba y Santa Fe. Una salida moderada de esto, a la De la Rúa, tal vez no sea igual, pero son tan evidentes los parecidos de las camperas de gamuza. Entonces vendrán discursos donde se reconocerán fallas, nunca dirán que el modelo es malo. Pretenderán que nos equivocamos, y como niños compungidos se victimizarán. Después todo seguirá igual, pero con buenos modales.

Recuerdo estar en la embajada de Inglaterra, le habíamos entregado desde la Facultad de Ciencias Sociales, el Honoris Causa al autor de la Tercera Vía, Anthony Giddens. Ese día habló Terragno sobre el déficit fiscal cero, el blindaje reciente y lo promisorio que sería nuestro futuro. Un énfasis que se cayó al poco tiempo, y mal.

Hoy todos percibimos que esto no va más Y espero que este proceso que iniciamos termine con el pase de facturas y marche a paso redoblado a hacer lo que debemos por un objetivo ambicioso: ganar estas elecciones y transformar este país.

En este camino, no podemos ni debemos ocultarnos; tenemos cuestiones que nos dividen, marquémoslas, y sobre ellas debemos promover discusiones y una búsqueda que desarrolle una discusión que verifique las condiciones efectivas de un accionar común. Hay que armar encuentros que sinteticen tres o cuatro temas nodales (jubilaciones, educación, trabajo, obra pública, cultura, ambiente y la deuda). A ellos tiene que llegar la voz de CFK. Logramos una unidad triste, donde la única persona consolidada está proscripta. ¿Quién se puede erigir líder en estas condiciones?

 

Leonardo Favio.

 

“Bonito” es una palabra que usaba mi padre que era cuyano, en mi familia era de uso común. Me gustó ver en la propaganda de las rutas recuperadas esa palabra. Quien la usaba a menudo era Leonardo Favio, que para mí sigue siendo un ejemplo. Música popular buena, cantada por todo el pueblo. En Chile vi como unas presentadoras de televisión muy mononas decían que, gracias a él, tuvieron concepción de su cuerpo erotizado. Como dice un amigo, jamás le dio mierda al pueblo, hizo películas increíblemente finas, inteligentes y bellas. No hizo ni canciones de mierda ni películas de mierda. Entonces, si ese es nuestro referente cultural, nosotros intentaremos un camino más samurái, lejos de la letrina.

Avancemos con lo nuestro, pongamos nuestras discusiones fuera, creémos espacios por todo el país, expresemos la diferencia e intercambiemos un diálogo con el pueblo. Vayamos por Cristina libre, seamos rebeldes en los estudios de TV, en las calles, y que no nos importen las encuestas, Después de todo, como diría Leonardo, “y del presente, qué me importa la gente, si es que siempre van a hablar”.

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 8.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 10.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 15.000/mes al Cohete hace click aquí