Por dónde salir del laberinto

Subdesarrollo amigable versus alza de salarios en pos del desarrollo

La salida de la crisis puede ser por abajo o puede ser por arriba. Por abajo, se consolida el estropicio en la caída y distribución del ingreso . Por arriba, la tendencia es hacia la mejora en el ingreso y en su distribución. Cuando se opta por abajo, se profundiza el subdesarrollo y la asimetría del poder que resulta empobrece la vida democrática. En cambio, por arriba, se materializa el poder compensador de los sectores populares, plasmado en el presupuesto del Estado, y se perfila el camino hacia el desarrollo, para lo cual además de abrir las puertas, hay que traspasar el umbral.

Todo esto, que resulta bastante inmediato, manifiesta el conflicto que deben resolver los opositores para salir por arriba, el contraste entre lo que está sucediendo en las bases y el comportamiento opositor institucional. Lo primero, tan bien expresado en la convocatoria al paro general que unifique las demandas de todos los agredidos por la política del gobierno, el súper paro del 9J. Lo segundo, por el sonido del silencio que hay en reclamar que la gente no llega a fin de mes o casi simbólica y obligadamente accionar contra el tarifazo. Reivindicaciones importantes, pero nada más. Se quedan ahí.

La sordina sugiere que, pese a todas las señales en contrario, se alberga alguna esperanza de que los que nos regalaron este presente griego, le encontrarían la punta al ovillo por la zona del medio. Por una u otra razón, no logran asir que el gobierno estaba y está ontológicamente predispuesto a la salida por lo bajo. No hace más que ratificarlo la Carta de Intención enviada al FMI con miras al stand-by. No es una mancha más en la pelambre del tigre de la malaria. Es la mancha que  singulariza al gatomacrismo.

 

 

A efectos de salir por arriba, la coalición opositora debe atender tres frentes de conflictos y definir su articulación y el grado de disenso que admite para constituirse en un instrumento político eficaz. La Carta de Intención ataría de pies y manos a la alternativa por el próximo trienio. Pero no es un obstáculo insalvable. El país cuenta con suficiente grado de autonomía, siempre que quiera ejercerla, como para replantear su alcance. Es difícil, complicado, peliagudo, pero no imposible. Por otra parte, cualquiera sea la dirección de la salida, durante su transcurso se atraviesa una caída temporal, pero significativa, en el rendimiento del ensamble económico. Además, cualquiera sea la dirección de la salida, aumenta el grado de concentración económica. En esa estructura de los mercados se corporiza la spenceriana supervivencia del más fuerte.

 

Los senderos que se bifurcan

Por un sendero, la oposición se hace cargo de las demandas del igualitarismo moderno. Por el otro, puede tentarse para negociar con el orden establecido el apaciguamiento de la coyuntura sobre la base de los intereses en presencia que, por definición, no incluyen los de las mayorías nacionales.

El igualitarismo moderno implica que la comunidad nacional funciona mejor en tanto se transita eficazmente una transferencia de ingresos de los ricos a los pobres. Dicha transferencia opera bajo la convicción de que el Estado es el único instrumento para tal transferencia, ya que serían el conjunto de políticas públicas las que hacen efectiva y estable la redistribución del ingreso. El interpelante pañuelo verde también forma parte de este proceso. ¡Y qué parte! El tinglado que sostiene esa dirección política es la profundización y aceleración del proceso de sustitución de importaciones. Esa es la condición necesaria para la difícil búsqueda de inversiones externas. Además, como van las cosas, la renegociación del endeudamiento externo es parte del paquete. El comportamiento coyuntural se articula en torno a los objetivos de largo plazo.

En vez de carear la crisis con vistas a la superación de las limitaciones estructurales, una parte de la oposición puede optar e imponer al resto, solazarse con la idea y el objetivo de configurar un subdesarrollo amigable. En esto, los conservadores populares, cuyo jaez difiere en matices del gris, están acompañados por ciertos sectores de izquierda. Sin expresión política de algún peso, culturalmente, son de cierta importancia en la construcción del sentido común. La hilacha pequeño, pequeño burguesa, conservadora, pero que intenta ser compasiva, la muestran cuando, por ejemplo, critican el expansionismo proteccionista, como si pudiera haber otro. Como no lo hay: silencio. Esta hibridez que se cubre con palabras, también se palpa cuando en lugar de aumentos de los salarios monetarios, primer paso ineludible y necesario para que se conviertan en reales, propugnan mantener la masa salarial abatiendo una dispersión en las remuneraciones que solo existe en su imaginación. Muy útil, por cierto, para decir como ahora y seguir como venimos.

 

Composición orgánica

Para plantear la salida de la crisis por lo bajo, el oportunismo político de arreglar con el orden establecido en pos del subdesarrollo amigable se atavía de la sensata meta de perseguir la paz y la armonía social. Según pregonan, el tránsito por la vereda de enfrente (la salida por arriba) amenaza con perturbarlo seriamente. Sucede exactamente al revés. Ese eventual entongue bajista promete conflictos cada vez más violentos. Sucede que la élite, camarilla, o estrato con que se quiere acordar en nombre de la paz y la armonía social, está entrelazada al mercado global. Su razón de ser es esa. Su monserga contra el tamaño del Estado, en realidad procura un aparato del Estado que consolide su estatus de grupo altamente privilegiado, que no representa a las clases y sectores sociales ligados al mercado interno. Objetivamente necesita poner de pie al aparato represivo estatal para contener y hacer retroceder a la masa indiferenciada de las clases y sectores sociales propios del mercado interno. Este grupo, élite, camarilla, estrato, desde 1976 se viene dotando de cierto grado de cohesión y conciencia de sí mismo. La pausa 2003-2015 los hizo retroceder y al mismo tiempo decidir participar del juego democrático.

Lo cierto es que la historia está llena de ejemplos en los que la mera rivalidad entre grupos diferenciados de acuerdo a sus respectivas posiciones en la superestructura estatal, a efectos de amamantarse de la teta global punzando a la vez a su propia población, ha degenerado en conflictos sangrientos y devastadores. En cambio, es poco y nada frecuente que los conflictos que han acompañado a profundas transformaciones sociales derrapen en enfrentamientos de alto grado de violencia. Ergo: la paz y la armonía social provienen del avance y consolidación del mercado interno, por arduos que sean los primeros tramos que haya que atravesar en la salida de la crisis. La realidad acontece así, por la propia dinámica del capitalismo que determina que en presencia de cierto grado de conciencia política, la superestructura funciona con los conflictos normales cuando pone todas las pilas en gastar. En el capitalismo realmente existente se gana cuando se gasta. Y si se impide gastar (la austeridad), se pierde y aparecen las lacras de la mala hora para tratar de contener las pulsiones que emanan del grado de conciencia política imperante.

La plataforma de los tentados con el subdesarrollo amigable es la de ser interlocutores válidos del capital concentrado para preservar la rentabilidad obtenida con regulaciones irracionales y arbitrar, sobre la base de los subsidios del Estado, el recobro de la rentabilidad perdida a raíz del descalabro económico en marcha. No hay para todos. El espacio que quieren ocupar es el que van dejando los restos del gobierno, cada vez más impedido de operar en una y otra dirección por la torpeza inmanente que lo caracteriza y define.

Es verdad que para salir del embrollo en que nos metió el gobierno y en aras de alentar la inversión con vista al crecimiento, la rentabilidad hay que rehacerla, pero sobre la base de aumentar los ingresos de las mayorías. Esto pinta como contradicción. Es aparente. Lo que hizo, a escala global, que desde la posguerra la tasa de ganancia no baje, o incluso que suba, fue que los salarios crecieron a mayor velocidad que el capital constante. Por dos razones. Aumentó la cantidad de trabajadores (la población creció como nunca antes en la experiencia humana) y su calificación promedio: más salarios por cabeza. La calificación laboral impulsó al alza la productividad.

De hecho, la calificación laboral, esa que la gobernadora Vidal quiere abatir cerrando universidades, hizo y hace que las innovaciones tecnológicas que se vienen sucediendo repercutan en que el coeficiente de capital descienda por unidad de salario y no por trabajador. Digamos, si antes se necesitaban 50 pesos de máquinas y 5 trabajadores a 10 pesos (50 pesos de salarios) para hacer un producto, tras las innovaciones se necesitan 60 pesos de máquina y dos trabajadores a 20 pesos. La relación pasó de 5 a 1 a 3 a 1. Bajó.

Así es como las demandas de la transición de la crisis hacia su salida están tironeadas por dos impulsos muy distintos y contradictorios. Ambos, conviviendo dentro del espacio opositor. Eso sí: los propugnadores del desarrollo amigable tienen la partida perdida de antemano. Al encontrar su razón de ser en administrar la pobreza, bajan la rentabilidad promedio de la economía. Bajo esas circunstancias, el capital concentrado impetra por más subsidios y regulaciones para no perder. Y esto sigue hasta que el desorden fiscal se hace inmanejable, el financiamiento externo se corta y se descontrola el nivel de precios. Ya pasó en la primera experiencia de la renacida democracia. Lo que normalmente se recuerda como un golpe de mercado fue la consecuencia necesaria de la decisión de buscar el crecimiento comandado por los capitanes de la industria. La historia y el funcionamiento adecuado del capitalismo están del lado de la salida por lo alto. Es cuestión de hacerles paso.

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