Por qué arde Chile

El desafío es cambiar el sistema de distribución de la riqueza modificando la política y su forma institucional

 

Chile arde. Estalló la bronca, el descontento la definitiva asunción de lo injusto que es el sistema económico y social, heredado de la dictadura de Pinochet y nunca realmente enmendado. Se suceden en estas horas los análisis y los analistas y se llega a una conclusión unánime: el problema de raíz está en la desigualdad estructural de la sociedad chilena. Léase bien: estructural, estructurado, inmóvil. No producto de una crisis económica pasajera, de la caída de los precios de las commodities o de la guerra comercial entre EE.UU. y China. Es una desigualdad instituida y sostenida en el tiempo. Es estructural en tanto condicionó los comportamientos sociales entre las clases y sectores, con paciencia y conformismo. Hasta ahora.

Este estado de cosas ya fue objetado en Chile en las llamadas protestas de los “pingüinos” en 2011 y 2012, protagonizadas por estudiantes secundarios que reclamaban por las restricciones que el sistema educativo chileno generaba para gran parte de la población, incluso los que estaban dentro de él. Y esas protestas representaron dos cosas: por un lado, y más allá del foco en la educación, mostraba el descontento con un estado de cosas que era mas profundo, a la vez que era la primera protesta masiva post-dictadura y, no casualmente, interpretada por muy jóvenes, es decir la primera generación de ciudadanos nacidas en democracia. Pero, por otro lado, ese sentido profundo de la protesta de los “pingüinos” se fue diluyendo en la medida que mucho de sus líderes (el caso paradigmático fue Camila Vallejos) fueron encantados y subsumidos en la política institucional, devenidos candidatos en distintos puestos y generalmente por partidos de izquierda.

Y aquí una de las cuestiones que emerge como central en la rebelión de estas horas: el sistema político chileno y su funcionalidad en haber permitido la estructuración de la desigualdad económica, social, cultural que impera en Chile.

La transición post-dictadura en Chile pareciera haberse gestado y sostenido por un acuerdo no tácito, pero efectivo, entre la Concertación de partidos que enmarcó las primeras presidencias en democracia y la nueva burguesía chilena (los pinorich, se los denominaba en la transición) emergente de las reformas económicas y el “milagro chileno” durante la década final de la dictadura. Ese “pacto” implícito puede haber tenido una forma tal por la que se respetaba definitivamente la institucionalidad democrática a cambio que los sucesivos gobiernos democráticos no mellaran las reglas de juego de una economía que, claramente, había gestado ese modelo de acumulación social. Y esa fue la dinámica del proceso histórico chileno desde principio de los '90 hasta ahora, por lo cual las relaciones de fuerzas devenidas de la economía se trasladaron a los comportamientos e imaginarios sociales.

Después de casi treinta años, esa dinámica societal, precisamente en su dinámica, es decir en su desarrollo, gestó una política inmóvil, no reformista, a la par de un modelo de acumulación que fue enriqueciendo progresiva y permanentemente a un sector minoritario de la sociedad, obviamente a costa de una mayoría social que solo a gotas y de vez en cuando mejoró su situación relativa. Política nula, economía dinámica. Política democrática, economía injusta.

El conflicto de estos días es una protesta contra esa desigualdad que se expresa, sobre todo, contra la política, contra el sistema político chileno. Por eso no tiene canales de contención, no obedece a identidades políticas instituidas ni sigue consignas definidas. El gobierno de Piñera y muchos medios la tildan de anárquica, tratándo de desmerecerla y diluirla. Lo que no se advierte es que es anárquica precisamente porque es política, pero por fuera del sistema institucional, ese que, durante décadas, y mas allá de gobiernos de centroizquierda o de derecha, se satisfizo en su función de contener y reproducir un sistema que sembraba injusticia. Una vez más los jóvenes, los que solo saben de la represión de una dictadura por relatos, tomaron esas banderas y salieron a la calle. El desafío de la hora en Chile parece ser claro: cambiar el sistema de distribución de la riqueza modificando la política, tanto en sus sentidos y objetivos como en su forma institucional.

 

 

* Director de la carrera de Ciencia Política en la Universidad Nacional de Lanús.

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