¿POR QUÉ TE CALLAS, FELIPE VI?

Actualidad sobre virus y coronas

 

Son días en los que las referencias al Covid-19 dominan la información y la (des)ídem, que muchos intentamos colorear con lectura y música durante el necesario aislamiento. En semejante marco viene al caso la situación de España, uno de los países más afectados por la pandemia y en el que viven algunos de mis seres más queridos; allí, al drama sanitario se le aduna un silencio real que por estos lares no parece haber trascendido lo suficiente.

No me refiero únicamente a la inexplicable actitud de Felipe VI de no haber dicho una palabra sobre la expansión del coronavirus durante largos días –ni siquiera lo hizo en su por lo general activa cuenta de Twitter—, mudez cortada recién a la noche del miércoles 18 con un mensaje que para el periodista Iñigo Sáenz de Ugarte duró “unos siete minutos sin que sus palabras ofrecieran nada que no hemos escuchado en muchas ocasiones a los responsables políticos. No hubo ningún detalle original, ninguna apelación emotiva que llamara la atención. Los redactores del discurso jugaron sobre seguro y no ofrecieron ningún alarde brillante. Desde luego, nada que llegara al corazón de la gente”.

Sin embargo, mientras se difundía ese discurso anodino, fuertes cacerolazos se hacían oír en muchos balcones de las principales ciudades españolas, expresando el reclamo para que el rey hablase de otro tema, dejase de escudarse en la irresponsabilidad que le otorga la Constitución de 1978 (art. 56.3) y diese explicaciones sobre otra gravísima cuestión que afecta a la nación en su conjunto. Esto es, la fortuna irregularmente habida del rey emérito –Juan Carlos I, su padre— y su relación con los turbios manejos revelados en torno a ese caso.

 

 

Un rey amoroso

Gran parte de la prensa viene tratando el asunto, como era de esperar, con tono de comedia de enredos y amoríos clandestinos, distrayendo el acento sobre su esencia que no es otra que la evidencia de graves actos de corrupción incurridos por Juan Carlos I durante su reinado. Vale, por ello, una breve síntesis del caso.

  • Las relaciones extramatrimoniales del emérito no constituyen ninguna novedad, en particular la muy prolongada con su amiga Corinna Larsen zu Sayn-Wittgenstein, hoy en el epicentro del escándalo.
  • Tampoco son noticia fresca las sospechas, múltiples por cierto, acerca de la intervención del ex monarca a lo largo de su mandato, en diversos negocios por los que se le habrían reconocido comisiones, generalmente desmentidas o disimuladas sin mucho énfasis ni éxito.
  • Lo nuevo es la precisa información que publicó el Telegraph de Londres respecto a que la monarquía de Arabia Saudita –“a título de cortesía” para con Juan Carlos I— habría ingresado 100 millones de dólares en una cuenta reservada de la Fundación Lucum que –como la también offshore Zagatka— está fuertemente vinculada con el ex rey, hechos que investiga la Fiscalía suiza a cargo de Yves Bertossa.

 

 

 

 

 

  • Corinna Larsen habría sido beneficiaria de 65 millones de dólares transferidos a su nombre por J.C.I, mientras que otra de sus amantes –Marta Gayá— se habría conformado con 2 millones.
  • Felipe VI aparece como beneficiario, en caso de fallecimiento de J.C. I, de ambas fundaciones. (Zagatka es regenteada por Álvaro de Orleans, el primo más íntimo del ex rey y desde siempre involucrado en negocios de dudosa transparencia, como la venta del Banco de Zaragoza al Barclays Bank.)

Al hacerse públicos esos datos, hace pocos días la Casa Real difundió un comunicado en el que Felipe VI manifestaba haber renunciado "a la herencia que personalmente le pudiera corresponder”, así como a "cualquier activo, inversión o estructura financiera cuyo origen, características o finalidad puedan no estar en consonancia con la legalidad o con los criterios de rectitud e integridad que rigen su actividad institucional y privada y que deben informar la actividad de la Corona". Ello fue celebrado por muchos sectores, con resonancias propias de alcahuetería clásica, como un acto de ejemplar conducta… pero no es así.

No hay tal ejemplaridad cuando el mismo comunicado, y las declaraciones sobre el tema de la propia Corinna Larsen, demuestran que el actual monarca supo del entuerto como mínimo desde marzo de 2019, al ser notificado por el estudio jurídico londinense que patrocina a la amante amenazada. Fue entonces que se labró un acta notarial en la que se consignaron las mentadas renuncias –inoficiosas para el Código Civil español mientras viva el padre, según opinión de varios juristas—, pero se mantuvo un cabal sigilo al respecto; como bien apunta en una sólida nota Rosa María Artal, se trató al caso “como un asunto de familia –que no lo es—.  Algo que saltaba a la vista, estamos hablando de la jefatura del Estado que se hereda de padres a hijos en extraña figura democrática y que por ello exige en el siglo XXI una absoluta limpieza”.

Mucho menos pulcro, todavía, es que recién el domingo pasado –en la misma comunicación— se hacía saber la decisión del vástago reinante de retirarle al progenitor tramposo toda asignación de las arcas reales (léase, de los españoles), cuyos números seguramente serán simbólicos a la luz de los caudales mal habidos. Y, en cualquier caso, demuestran nuevamente que la ocultación fue la regla y la presunta transparencia un espejismo más. Tampoco se dijo una palabra sobre la investigación criminal que avanza en Suiza. Todo fue forzado por lo que vino de afuera.

Por de pronto, el comunicado de marras y lo actuado previamente demuestran, como mínimo, que los actos ilícitos denunciados por The Telegraph existieron y que, pese a ello, no se promovió en España ninguna encuesta judicial.

Corinna Larsen, en tanto, anuncia su voluntad de incoar acciones ante los tribunales británicos. Detalla que obran en su poder “ocho cajas negras” con documentación alusiva a los tejemanejes de la realeza, mencionando también “dieciséis cajas fuertes”, materiales todos ellos que en su momento se le habrían entregado en custodia; y precisa, dato no menor, los acosos y amenazas efectuados desde hace años por parte de concretos personeros de los servicios de inteligencia de España. ¿Es concebible que el Jefe del Estado no tuviese noticia de esas coacciones?

 

 

 

Felipe y Juan Carlos, hasta el cuello.

 

 

Los arcos políticos, también era esperable, se han dividido en torno a la cuestión; una vez más el PSOE –partido cuya raigambre socialista se diluye a cada paso— cerró filas con el Partido Popular y Ciudadanos, denegando la creación de una Comisión Investigadora so pretexto de la inviolabilidad de la Corona, artilugio que parecería beneficiar también a quien ya no rige como rey, así como a sus eventuales cómplices (dejo el tema a los constitucionalistas, que sabrán ilustrarme). Del otro lado, Podemos, Esquerra Republicana, junto a los partidos de izquierda y la mayoría de los de tendencia independentista, apoyan que se profundicen las averiguaciones.

La reseña precedente, creo, permite entender lo primordial del caso. Para mayor y mejor información envío a la prensa independiente de España, en particular a www.eldiario.es que abunda en datos pertinentes.

 

 

 

Una institución obsoleta

Valen ahora ciertas reflexiones. La primera, que España sigue siendo, por incomprensible que parezca, una monarquía en pleno siglo XXI. Institución para la gran mayoría obsoleta, cuyos principios rechinan con los del sistema democrático por el lado que se los mire, pero que el incesante llamado a somatén de los sectores dominantes erige en una suerte de argamasa que consolida “la unidad del Estado”, entendida la palabra Estado en los términos de la Constitución parida en 1978 a la sombra del franquismo. En esos tiempos confusos, la urdimbre póstuma de Franco prosperó… sosteniéndose más de cuatro décadas. La Transición, luego de los Pactos de la Moncloa, derivó en equilibrios ya superados y que hoy parecen reclamar –los cacerolazos son indicio de ello— otras fórmulas, adaptación a nuestra era.

Entre muchos resabios, hay uno que nos atañe por el lenguaje compartido, proviene también del franquismo en paralelo con la imposición del término “español”, que no se limita a ser una denominación del idioma más clara hacia el mundo –como sostienen muchos ingenuos y algunos pillos—, sino principalmente un ingrediente relevante del sojuzgamiento a la diversidad cultural y política que fluye de las Comunidades Autónomas. “Hablad en español, hablad en el idioma del imperio”, pregonaba la propaganda del régimen. No es un aspecto inocente en un tablero de intentos colonialistas de otro cuño, pero al fin y al cabo con similar objetivo.

Viene también al caso recordar que, no hace mucho y en estos pagos, el Borbón –haciendo gala de aquella voluntad política— junto a un  ignorante notorio elegido por voto popular en nuestra patria, defendieron la unidad lingüística como un monumento de la cultura universal, pasándose por sus augustas partes (sugiero ir al Diccionario RAE y ver la 3ª. acepción de augusto), la existencia de dialectos, otros idiomas que conviven en un mismo territorio, etc. No fuera cosa que alguien recuerde el quechua, el mapudungun, guaraní, wichi, galego, euskera, catalá, valenciano, entre otros, ni mucho menos que se pretendan hacer valer derechos o ejercer reivindicaciones… Amo el castellano, siempre trato de mejorar mi uso, así como lucho contra la imposición del inglés como lengua global, pero hay límites, hay culturas a respetar y diversidades que nos enriquecen, mal que les pese.

 

 

 

La ignorancia prepotente.

 

 

Vuelvo al detonante que comento. El engendro monárquico, finalmente, ha quedado al desnudo, sin atenuantes. Tiempo ha, quienes observaban con atención sus evoluciones venían marcando cómo lo pregonado respecto de la institución chocaba de vuelta encontrada con la realidad, su esencia no sólo prebendaria, también corrupta. Hace muchos años que perdí a mi madre, quien por fortuna no verá esta exposición de la lacra representada por Juan Carlos I –“un señor, un caballero de los que ya no hay… y tan buen mozo”, sentenciaba—, sujeto al que defendía cuando yo le decía que competía con su modelo, el coimero Bernardo de Holanda (abuelito del consorte de Máxima); descansa en paz, querida vieja.

Que no se diga que esto no nos incumbe. Imagino la sonrisa socarrona de otro añorado, el gran Hugo Chávez. Porque el famoso episodio en la Cumbre de Santiago de Chile (2007), el ¿por qué no te callas? proferido por Juan Carlos I, procuraba frenar el legítimo reclamo –expresado, además, con prudencia— del líder bolivariano por la participación del gobierno de Aznar en el intento de golpe de Estado de 2002, un hecho sobre el que existían evidencias relevantes. Con altura, sin perder de vista la importancia de los vínculos históricos, sociales y económicos, desde las dirigencias nacionales y populares de Latinoamericana se venían también esbozando preocupaciones por el papel de gestor de negocios del monarca en varias de las aventuras ruinosas de empresas españolas en nuestros países, siguiendo el manual de instrucciones neoliberal. Como muestra, apenas, vayan sus vínculos con el Grupo Marsans/Díaz Ferrán/CEPSA, esta última con su primo Carlos de Borbón en el directorio, empresa controlada por fondos estatales de Abu Dhabi. ¿Recuerdan quién destruyó Aerolíneas Argentinas? ¿Imaginan el operativo de repatriación de estos días en manos de esos sujetos? ¿Alguien apostaría un duro –valga el añejo dicho— por el regreso de nuestros compatriotas?

De paso, Abu Dhabi agasajó en 2011 al emérito con dos Ferrari, que seguramente no eran para el desguace. En nuestra tierra a esas dádivas las llamamos coimisiones, hasta evocamos algún episodio similar con acento riojano.

Disparo una inquietud de índole psicoanalítica: avezado velerista, sus barcos se denominaron siempre Bribón (“una dinastía de bribones”, decía un conocido mío que nunca pudo ganarles una regata a los sucesivos yates con ese nombre), sin olvidar que los filólogos conectan etimológicamente el término con el inglés bribery.

Ahora, ante el irreversible destape, es el rey actual quien parece haber recogido el ucase paterno… y se calla cuando debería hablar, aclarar, explicarle al pueblo español. ¿Debería comparecer espontáneamente ante el Congreso de los Diputados? No debe haber muchos antecedentes, pero que sería saludable no lo dudo, de modo que los representantes de ese pueblo puedan desbrozar tanta turbiedad. Insisto en que, tal y como lo dicen periodistas que no se suman al coro farisaico, no se trata de un asunto familiar ni de cuestiones privadas… es el Jefe de un Estado que viene ocultando desde hace un año –por lo menos, si nos quedamos sólo con los datos indiscutidos— la basura que su padre barrió bajo las reales alfombras.

Escribe, en el mismo medio, Ignacio Escolar: “El rey hijo mata al padre para intentar salvar la corona”. Los argentinos recordamos un caso parecido, de los últimos años, y a estas horas va quedando a la vista que ese parricidio servirá de poco ante la magnitud de los descalabros e ilícitos incurridos. Nuestro Supremo Maurífice (perdón pido a Rudy por el plagio), llegó al disparate de condecorar ¡al Rey de España! con la Orden del Libertador. Lo que se dice coherencia en la sumisión, corroborada con la postrera visita de su presidencia –apenas una semana antes de irse— cuando con cabal premonición apuntó “Alberto dice muchas cosas, y eso no es bueno”. Obvio, no es bueno para los que callan y ocultan.

Quizás, por fin, esto se lleve a las testas coronadas por el sumidero de la Historia. Un prolegómeno podría fluir de la convocatoria a los cacerolazos, reclamando que los dineros de origen ilícito vuelvan a España y con ellos se palie la crisis sanitaria que están padeciendo, en la que los ajustes sintonizados con el FMI y/u otros órganos similares tienen obvia responsabilidad. Dime quien te defiende y sacaré conclusiones, podría servir de colofón, sobre el asunto. Jorge Fernández Díaz –ex Ministro del Interior del PP con Rajoy y sospechado directamente de orquestar espionaje ilegal sobre Podemos— sostuvo “que cuestionar la monarquía como forma de gobierno es más letal para España que el coronavirus”. Los españoles deberán decidir acerca de su destino.

 

 

 

Jorge Fernández Díaz, peor que el coronavirus.

 

 

Concluyo con una anécdota vivida hace unos cuantos años por un querido amigo, brillante colega que me padeciera como docente en viejos tiempos. Su hijita –hoy adolescente militante— volvió un día de su primera clase sobre la Revolución de Mayo y, al hablar por teléfono con la abuela catalana de fuerte impronta independentista, le dio la fórmula infalible: “Abuela, no hay que hacer tanto lío, se hace un Cabildo Abierto y no manda más el rey, mandan los papás y los maestros”. En una de esas…

 

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