La magnitud de la crisis económica argentina y la pérdida vertiginosa de respaldo político del Presidente Milei deben estar haciendo pensar a las autoridades estadounidenses hasta dónde vale la pena hacerse cargo de un barco que parece haber perdido su capacidad de flote. La verdad es que Estados Unidos no está para tirar manteca al techo, aunque el Presidente Trump, con su característica megalomanía, haya dicho en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas que en tan solo ocho meses de su mandato lo ha convertido en un país con la economía, las fronteras, el ejército, las amistades y el espíritu más fuertes de cualquier nación sobre la faz de la tierra. Asimismo, que él ha construido la mayor economía de la historia del mundo y que tiene las cifras más altas de respaldo en las encuestas. Nada más alejado de la realidad.
A buen palo te arrimas
Según una encuesta de Gallup, el nivel de aprobación a su gestión cayó de un 47% al inicio de su mandato al 40% al 15 de septiembre, cuando el promedio de respaldo para otros Presidentes ha sido del 52%. El gobierno federal se encuentra parcialmente cerrado desde el 1° de octubre, luego de que republicanos y demócratas no lograran un acuerdo para aprobar el proyecto de ley de gastos del gobierno de Trump. Es el primer cierre federal en siete años y podría paralizar temporalmente algunos servicios del gobierno estadounidense. Inclusive, el Presidente ha dicho que podrían aprovechar la oportunidad para realizar cierres irreversibles o hacer permanentes recortes de empleos.
Estados Unidos tiene una grave crisis de endeudamiento. La velocidad con la que crece la deuda y, por lo tanto, los intereses que deben destinarse a pagar su servicio han alcanzado niveles que están afectando la capacidad del gobierno para financiar servicios públicos como la educación, la salud y la infraestructura. Los intereses se han convertido en el segundo rubro más importante del presupuesto de ese país, por encima del gasto de defensa. Esto genera una desconfianza creciente en los agentes económicos, en particular de gobiernos extranjeros, muchos de los cuales se están desprendiendo de los títulos emitidos por el Tesoro estadounidense o se resisten a comprarlos. Para hacerlos atractivos, el gobierno ofrece mayores tasas de interés, lo cual a su vez aumenta el costo del financiamiento de la deuda.
La desconfianza no sólo se ha generado con respecto a la sostenibilidad de la deuda estadounidense, sino también a la pérdida del valor del dólar. Durante el primer semestre de este año tuvo una depreciación del 10,6% con relación a una canasta de monedas de las seis principales economías del mundo. Una magnitud así, en la comparación interanual, no se registraba desde 1973.
Esta pérdida de valor del dólar, junto a la crisis de endeudamiento y el déficit fiscal crónico, que supera el 6% del PBI, han dado lugar a una reducción de la participación del dólar en las reservas internacionales de los Bancos Centrales a nivel global, que ha pasado del 72% en 2002 al 58,2% del total de reservas de divisas este año. Los dólares están siendo reemplazados por otras monedas y activos físicos, en particular el oro, cuya fuerte demanda ha disparado los precios a niveles históricos. Otro de los signos que expresan la incertidumbre con respecto al dólar es la disminución de su uso en el comercio internacional, dando inicio a un proceso de desdolarización. Las tres agencias que evalúan el riesgo crediticio de emisores de deuda como gobiernos, empresas y bancos (Moody´s, Fitch y Standard & Poor's) han bajado la nota de calificación de la deuda estadounidense. Ello ha dado lugar al surgimiento de cierta reticencia a la adquisición de Bonos del Tesoro de Estados Unidos por parte de los distintos agentes económicos.
A estos factores se suma la pérdida de dinamismo de la economía estadounidense, que no pudo recuperarse plenamente desde el estallido de la crisis financiera y económica internacional de 2008. Más recientemente, las tensiones geopolíticas, las sanciones económicas y la guerra arancelaria impuestas por Trump como arma geopolítica añaden una sensación de caos.
El FMI ha advertido que los altos déficits y la deuda crean un riesgo creciente para la economía estadounidense y mundial, alimentando potencialmente mayores costos de financiamiento fiscal y un riesgo creciente para la renovación fluida de las obligaciones que vencen. El propio presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Jerome Powell, dijo en julio del año pasado que las finanzas públicas de su país son “insostenibles”. De acuerdo a la Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO) de los Estados Unidos, el déficit público difícilmente bajará del 6% del PBI la próxima década, lo que implica que será necesaria una mayor emisión de deuda para financiarlo.
La situación se ve agravada luego de la aprobación, en julio, de la ley presupuestaria impulsada por Trump, denominada One Big Beautiful Bill Act. En el Senado se aprobó por apenas un voto de diferencia (51 contra 50). En síntesis, busca reducir impuestos a los estratos de mayores ingresos, realiza recortes a programas como Medicaid –un seguro de salud para gente con recursos limitados–, rescinde créditos tributarios para energías limpias y recorta programas de préstamos estudiantiles y al Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP), del que dependen más de 42,2 millones de personas en Estados Unidos. Asimismo, busca aumentar el gasto militar, destinar mayores fondos para el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) y la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP).
Según estimaciones de la Oficina Presupuestaria del Congreso, la aprobación de esta ley significará un aumento de 3,3 billones de dólares en la deuda pública en los próximos diez años. Su aprobación recibió duras críticas de Elon Musk, quien hasta tres días antes se había desempeñado como director de la Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE). No solo lo consideró demasiado costoso sino que lo calificó de “repugnante abominación” y señaló que el Congreso estaba llevando a Estados Unidos “a la bancarrota”.
¿Vendrá?

Es altamente probable que el recientemente designado embajador de Estados Unidos en la Argentina, Peter Lamelas, no haya imaginado lo complejo que sería cumplir con los objetivos a los que se comprometió ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, para la aprobación de su cargo, en julio pasado. En efecto, Trump lo había designado para ocupar ese cargo cuando solo había estallado la escandalosa estafa a 40.000 inversores argentinos y estadounidenses al haber promocionado el Presidente la criptomoneda ($Libra) que les provocó pérdidas millonarias. Milei y su hermana Karina enfrentan una investigación judicial y en el Congreso argentino, así como en el Departamento de Justicia de Estados Unidos y en la Oficina Federal de Investigaciones (FBI).
Por entonces, la crisis económica argentina todavía se estaba incubando y no habían sido divulgados los videos en los que se escucha a Diego Spagnuolo, entonces director de la Agencia Nacional de Discapacidad, contarle a un personaje, aún no identificado, sobre un esquema de sobornos en la compra estatal de medicamentos por parte de esa entidad, en el que participaría la hermana presidencial. Tampoco la ciudadanía sabía de los vínculos de José Luis Espert con Federico Machado, quien está detenido en la Argentina y es reclamado por la justicia de Estados Unidos por un caso de narcotráfico. Todo esto ha caído como vinagre vertido a las heridas abiertas de una sociedad sometida a un ajuste económico sin precedentes.
La presentación de Lamelas en el Senado mostró con diáfana claridad los objetivos de la política exterior de Estados Unidos en el país. En efecto, declaró que Trump le había pedido “trabajar con su amigo Javier para construir una grandeza sin precedentes”. En este marco, dijo que “Milei es vital para la estabilidad regional, por lo que debemos seguir apoyando su presidencia durante las elecciones de mitad de mandato y durante el próximo para poder construir una mejor relación entre nuestros dos países”. Prometió una alianza estratégica “sin precedentes” entre Buenos Aires y Washington, y elogió a Milei como “un actor clave en la región”. Asimismo, aseguró que desde Buenos Aires trabajaría para que la relación entre la Argentina y Estados Unidos “sea un ejemplo brillante para el resto de América Latina”.
Como si fuera un funcionario del gobierno argentino, dijo que recorrería las 23 provincias del país para hablar con los gobernadores para “vigilar que no hagan acuerdos con los chinos” y se aseguraría de que la ex Presidenta Cristina Fernández de Kirchner reciba “la justicia que bien merece”. La referencia a China dio lugar a que la embajada de ese país emitiera un comunicado en el que señala que las declaraciones de Lamelas “están plagadas de prejuicios ideológicos y de mentalidad de Guerra Fría basada en el juego de suma cero, lo que no hace más que provocar una sensación de inquietud ante el posible resurgimiento de la Doctrina Monroe. Esto contradice y se opone a los ‘valores democráticos’ que tanto proclaman”. Asimismo, le aconsejan a Lamelas sin nombrarlo “que no vea en China un espejo que refleje nada más que su propia lógica hegemónica”.
Ni las pretensiones manifestadas por Trump al sugerir que Canadá se convirtiera en el estado número 51 de Estados Unidos; ni la calificación de terroristas a los cárteles de la droga en México para justificar incursiones militares en ese país, resistidas con gran diplomacia por la Presidenta Claudia Sheinbaum; ni la imposición de aranceles de 50% a Brasil como castigo a su postura protagónica en los BRICS y al juicio del ex Presidente Jair Bolsonaro por intentar un golpe de Estado en 2023; ni tampoco la presión al gobierno panameño para que abandonara el proyecto de infraestructura chino de la Franja y la Ruta y la soberanía sobre el Canal de Panamá, han tenido los ribetes injerencistas anunciados para la Argentina. Los buques de guerra estacionados en el mar Caribe frente a la costa de Venezuela y la incursión ilegal de aeronaves de combate de los Estados Unidos, el jueves, a 75 kilómetros de la costa, cerca de Maiquetía, sobrepasan la categoría de injerencia y constituyen una amenaza militar directa para derrocar al gobierno, que ha sido rechazada por la mayoría de gobiernos soberanos en el marco de la Celac.
Las autoridades estadounidenses enfrentan un serio dilema. La Argentina es un país clave para dividir a la región. Si Milei recibe otra paliza electoral, no podrá entregarles el país en bandeja. Harán ofrecimientos y anuncios, pero es improbable que le suelten dinero a Milei antes de las elecciones. La corrupción ha encendido el malestar de una sociedad que aguantaba en silencio el liderazgo de un cruzado que lucharía contra la corrupción y acabaría con los problemas de la Argentina. El país ha despertado y se encuentra frente a una crisis moral, política y económica de consecuencias imprevisibles.
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