Posverdades de la ciencia

Las revistas científicas del mundo y las elecciones argentinas

 

En el imaginario público las nociones de posverdad y ciencia se repelen, son incompatibles. Mientras que la posverdad sería una desviación espuria, la ciencia que nace con Galileo se mantendría inmune como reservorio de la razón.

La capacidad de respuesta del capitalismo a los abismos del calentamiento global y la creciente desigualdad es verosímil porque la ciencia, como bastión de racionalidad, resistiría a engendros como Trump y Johnson, o a caricaturas periféricas como Macri y Bolsonaro. Mientras en la esfera pública ganan terreno las maquinarias de fake news, la razón estaría siendo resguardada en los laboratorios y universidades, como las obras de Aristóteles en los monasterios del siglo XI.

Sin embargo, las ciencias sociales dicen otra cosa: la posverdad no es una anomalía transitoria, sino un componente robusto de un proyecto hegemónico, apuntalada por la última revolución tecnológica –con epicentro en las TICs–, por agendas de producción de conocimiento y, como corolario, por un discurso científico crecientemente funcional.

Si bien el tema merece un tratado (o varios) de las relaciones entre epistemología y política –¿habrá que hablar de posciencia?–, presentamos dos botones de muestra tomados de las dos revistas científicas más prestigiosas del planeta: la británica Nature y la norteamericana Science.

 

El negocio de la pobreza global

El 14 de octubre pasado, la revista Nature titulaba: "Randomistas que utilizaron ensayos controlados para luchar contra la pobreza ganan Nobel de economía". La nota afirmaba que los hallazgos de los ganadores "han mejorado dramáticamente nuestra capacidad de combatir la pobreza en la práctica". El apodo de randomistas está tomado del método, basado en el uso intensivo de “ensayos aleatorios controlados” (randomized controlled trials o RCT).

Los ganadores –Michael Kremer de Harvard University, y Abhijit Banerjee y Esther Duflo del Massachusetts Institute of Technology (MIT)– desarrollaron una técnica “para determinar la mejor manera de sacar a las personas de la pobreza y mejorar su salud”, explica Nature. También nos cuenta que en 2003 crearon el Laboratorio Abdul Lateef Jameel de Acción sobre Pobreza en el MIT, desde donde fue posible realizar cientos de experimentos en países de África, Asia y América Latina.

Para entender de qué se habla, retrocedamos a agosto de 2015. La misma revista Nature publicaba entonces una nota, titulada ¿Pueden los ensayos aleatorios eliminar la pobreza global? Allí se elogió a una “nueva generación de economistas” que se propone transformar la “política de desarrollo global” con “experimentos diseñados para evaluar rigurosamente qué tan bien funcionan los programas sociales”.

Lo que aportaría esta técnica es una optimización de la “ayuda” –atención al término– a los países en desarrollo: “A pesar de que unos 16 billones de dólares en ayuda han llegado al mundo en desarrollo desde la Segunda Guerra Mundial”, continúa la nota en Nature de 2015, “existen pocos datos empíricos sobre si ese dinero mejora la vida de los receptores”. Los experimentos de los randomistas serían una manera eficaz de generar esos datos y “dar a los gobiernos herramientas para promover el desarrollo, aliviar la pobreza y enfocar el dinero en cosas que funcionan”.

Primer llamado de atención. En el contexto de los organismos internacionales, los términos "ayuda", "asistencia", "colaboración" o "apoyo" significan una sola cosa: oportunidad para los negocios. Por eso, la “ayuda” de la que habla la revista británica Nature hay que ponerla en contexto. Refiriéndose a la técnica desarrollada por los randomistas, sostiene la nota de 2015: “El Banco Mundial está tratando de aprovechar al máximo sus recursos trabajando en la implementación directamente con los países en desarrollo”.

Es decir, el aporte revolucionario de los randomistas es un recurso que hace posible asociar pobreza y crédito: “Más de 3.000 personas han asistido a sus talleres y sesiones de capacitación desde 2005, la mayoría de los cuales eran funcionarios gubernamentales en países en desarrollo que reciben fondos del banco”.

Segundo llamado de atención. Como mandato de las finanzas hegemónicas, es comprensible que los organismos de crédito tiendan a ocultar la bancarrota de los principios neoclásicos y que su enseñanza no sea erradicada de los programas universitarios. Es menos comprensible el autismo de los editores de Nature, que juegan a suponer que la pobreza es un problema de técnicas de diagnóstico y asignación más eficiente de crédito.

Es decir, una revista científica que ignora las evidencias científicas sobre qué cosa es la pobreza, sobre el aumento de la desigualdad y la concentración de la riqueza y del ingreso en varias regiones del planeta, o sobre las políticas pro-ricos que produjeron una plutocracia global (el 1%) de los que habla, por ejemplo, Branko Milanovic en su libro Global Inequality (2016).

 

Elecciones presidenciales y ciencia en Argentina

El segundo ejemplo se refiere a una nota publicada en revista norteamericana Science el 25 de octubre, titulada Científicos argentinos se unen detrás del favorito en las elecciones presidenciales del domingo. La nota se ilustra con una foto de Alberto Fernández y explica que miles de científicos “están esperanzados de que el hombre que se espera sea el próximo Presidente” vaya a revertir “los profundos recortes a la investigación impuesta por el gobierno conservador del Presidente Mauricio Macri”.

La nota se dedica a presentar a Alberto Fernández, luego explica que en el pasado hubo desacuerdos entre Cristina y Alberto y concluye: “A pesar de una grieta [rift] de una década entre Fernández y Cristina Kirchner, ahora ella es su compañera de fórmula […]”. Y en esta frase hay un link. Cuando se cliquea se va derecho a una nota de Bloomberg del día anterior (24/10) titulada: "El hombre que sería el Presidente de Argentina aterroriza a los inversores". La oración de la nota de Science continúa: “Y se espera que el candidato presidencial continúe con su marca de populismo”.

Si bien la nota narra con bastante precisión algunos de los desastres del macrismo, de pronto expresa: “Kirchner enfrenta cargos de corrupción, incluidas acusaciones de que ella solicitó sobornos y manipuló datos financieros durante su tiempo en el cargo”. Nada se dice de la situación de la Justicia argentina, por ejemplo, ni de la corrupción sistémica macrista. Por el contrario, a continuación se relata la anécdota de la investigadora Marina Simian y su participación en un programa de televisión para “comprar reactivos para la investigación en cáncer de su laboratorio”, empujada por el desfinanciamiento macrista. Sin embargo, la anécdota se cierra con esta afirmación: “Aun así, planea votar por Macri porque le preocupa que una victoria de Fernández-Kirchner signifique un gobierno más autoritario y menos transparente”. Cero evidencias. Es decir, Macri desfinancia, “Kirchner” es populista, corrupta y autoritaria. Esto en las páginas de una revista centrada en ciencias “duras”.

Que la ciencia del mainstream sea funcional al poder es parte de la historia del capitalismo. La novedad es la emergencia de un discurso científico aliado a esta formación cultural anti-racional llamada posverdad, que se correlaciona con la irracionalidad creciente propia del proceso de financiarización de la economía global y su desacople de la producción social de sentido y de los valores democráticos.

Desde la fragilidad de las democracias periféricas vemos derrumbarse el tótem. Como parte de la incipiente batalla cultural anti-neoliberal que asoma en la región, sus sectores científicos deberán ser capaces de construir sus propios mecanismos de legitimación y prestigio.

 

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