Proteccionista de patrias ajenas

A contramano del desarrollo

 

En sus Memorias sobre la Segunda Guerra Mundial, escritas luego de la amarga derrota que padeció en las elecciones de julio de 1945, Winston Churchill destacó algunas de las políticas que su país implementó a lo largo del siglo XX: “Durante la violenta depresión, Gran Bretaña y otros cuarenta países se vieron cada vez más obligados, a medida que pasaban los años, a aplicar aranceles aduaneros a los artículos japoneses producidos con unas condiciones de mano de obra que no tenían nada que ver con los modelos europeos”. Para Churchill, los productores británicos competían en condiciones desfavorables con la producción del Japón, ya que dicho país, al menos según su diagnóstico, no respetaba los mismos estándares laborales que regían en Gran Bretaña. Se trataba de una competencia desleal que el Estado debía atenuar a través de regulaciones específicas.

Casi cien años después, la Unión Europea acaba de fijar aranceles de hasta 37% a los autos eléctricos fabricados en China. La decisión fue presentada como una compensación para atenuar los perjuicios para los productores europeos causados por supuestas “subvenciones desleales” implementadas por China. Hace unas semanas, Estados Unidos anunció una respuesta aún más severa, ya que impondrá un arancel del 100% a dichos vehículos. Sin escudarse detrás de la denuncia de subvenciones estatales, el gobierno federal estadounidense explicitó el objetivo de la medida: proteger a su industria automotriz, rezagada con respecto a su par china en el campo de la electromovilidad. No se trata de una decisión relacionada con el comunismo imaginario que el Presidente de los Pies de Ninfa le asigna a Joe Biden, sino de una estrategia compartida por su rival Donald Trump, quien amenazó —en el caso de ser reelegido— con imponer aranceles a las empresas estadounidenses que se nieguen a repatriar sus empleos en el extranjero.

Ambos buscan proteger tanto la producción como el empleo nacional frente a una competencia que consideran desleal o simplemente peligrosa. Ese objetivo es un hábito estadounidense que excede a las administraciones de Biden o Trump y remonta a la independencia de los Estados Unidos. Uno de sus “padres fundadores”, Alexander Hamilton —el primer secretario del Tesoro— puso en marcha el proteccionismo comercial con el fomento a la industrialización, utilizando como instrumento el banco central de su país, que tomó la precaución de fundar.

En realidad, la regla básica de los países desarrollados consiste en invocar el libre mercado, sin practicarlo realmente. Un informe de CELAG del 2018 señala este doble estándar: “Los países desarrollados que hoy defienden el libre cambio lograron su desarrollo a partir de políticas que hoy serían acusadas de proteccionistas por ellos mismos. Ya en el siglo XIX, el economista alemán Friedrich List observó este comportamiento y lo denominó “patear la escalera”. Esta expresión, que luego fue popularizada por Ha-Joong Chang, refiere a que los países desarrollados utilizaron un conjunto de instrumentos para alcanzar ese desarrollo y una vez logrado prohibieron a los demás países su utilización. De esta manera aseguraban su supremacía”.

List defendía las políticas proteccionistas como instrumentos para equiparar el desarrollo industrial y comercial de los diferentes Estados. Buscaba evitar que el libre mercado fuera utilizado por los países desarrollados para acabar con la industrialización incipiente de las economías emergentes: “El proteccionismo, en la medida en que constituye el único medio de poner a las naciones que están muy lejos de la civilización en igualdad de condiciones que la nación predominante, parece ser el medio más eficaz de fomentar la unión definitiva de las naciones y, por lo tanto, de promover la verdadera libertad de comercio”.

List fue un poco más allá e incluso denunció el sueño liberal que establece que la suma de las libertades individuales redundaría necesariamente en un beneficio generalizado. Para él, un individuo puede prosperar desarrollando actividades que perjudican los intereses de una nación: “La esclavitud puede ser una calamidad pública para un país; sin embargo, a algunas personas les puede ir muy bien en el ejercicio de la trata de esclavos y en la posesión de ellos”. Lo mismo podríamos decir de la venta de niños u órganos, actividades que algunos entusiastas de las alucinaciones austríacas consideran legítimo legalizar.

Una semana antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del año pasado, Javier Milei le dio una entrevista al reaccionario con flequillo Jaime Bayly. En ella, el ahora Presidente explicó que con él “las empresas van a tener que competir, ganarse el pan con el sudor de la frente, o sea, van a tener que servir al prójimo con bienes de mejor calidad y mejor precio o irán a la quiebra”.

 

 

El comentario generó la risa del entrevistador, que concluyó con un rotundo “eso es el capitalismo”. Es una idea del capitalismo que tanto Hamilton como Churchill o Trump, personalidades admiradas por el Presidente de los Pies de Ninfa y probablemente también por el propio Bayly, considerarían extravagante. Para ellos, la razón de ser de la competencia es mejorar las empresas, no destruirlas (al menos no las de sus países). Podemos imaginar que el primer secretario del Tesoro de los Estados Unidos nunca se hubiera reído ante la eventualidad de la quiebra de empresas estadounidenses causada por la competencia de la más avanzada industria europea. Por su lado, Churchill no dejó que las empresas japonesas se quedaran con el mercado británico, de la misma forma que Trump intenta evitar que eso ocurra con la agresiva competencia china.

En todo caso, las risotadas de Bayly y su entrevistado fueron premonitorias: desde que asumió Milei, cerraron 3.559 empresas, pymes en su inmensa mayoría. En realidad, si observamos estos seis meses de gobierno y analizamos a quiénes han beneficiado o podrán beneficiar —con iniciativas como el Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones (RIGI)— podemos inferir que, al igual que Hamilton, Churchill o Trump, Milei también es proteccionista, pero de patrias ajenas.

 

 

 

 

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