Psicología de masas del macrismo

El delirio colectivo de la creencia en “la superioridad de la raza de los señores”

 

“¿No es hora de preguntarse qué pasa en el seno de las masas para que estas no reconozcan o no quieran reconocer el papel del fascismo?”

Wilhelm Reich, La psicología de masas del fascismo, 1933

 

 

El alma del votante

El economista Juan Carlos de Pablo, después de una amplia crítica a la política del gobierno, dice que si le preguntan qué espera de un segundo mandato de Macri, no espera nada, pero que si se trata de Macri o Cristina lo votará a Macri para que lo salve de Cristina y punto. Es lo mismo que uno escucha de algunos conocidos con los que trata. Está claro que se trata de un enunciado irracional. Y es obvio que la perplejidad nos abre interrogantes.

O sea: en lugar de satisfacer las necesidades objetivas de las mayorías, el gobierno las ha empobrecido. Y sin embargo cabe la posibilidad de que un porcentaje de esa mayoría perjudicada sume sus votos reaccionarios al estrato social de ideología elitista, conservadora y violenta que es el núcleo duro del macrismo. Ante esta situación, Jorge Halperín se pregunta: “¿Qué misterio mantiene a Cambiemos como una opción electoral en medio del derrumbe?” Y descartando la explicación económica afirma: “Se necesita explorar en el alma de tanto votante y adentrarse en el comportamiento del elector de Cambiemos”.

En 1933, Wilhelm Reich, tratando de explicar el ascenso al poder del nazismo, sostenía que el movimiento alemán de liberación antes de Hitler se basaba en la teoría y práctica del marxismo sobre los procesos objetivos de la economía y de la política del Estado sin atender a los factores subjetivos de la historia, la ideología de masas y sus contradicciones (el alma del votante), y sin prestar atención a los fenómenos nuevos como el fascismo. Por eso, decía, “no se trata de saber si existe la conciencia social en el trabajador (¡ello es evidente!), sino de ver qué es lo que entorpece el desarrollo de la conciencia de responsabilidad (…) En Alemania, (…) lo que aún faltaba era la comprensión de la acción irracional, inadecuada, dicho de otro modo, de la divergencia entre la economía y la ideología”.

El neoliberalismo no es el fascismo, aunque comparte muchos de sus rasgos. La Argentina de hoy no es la Alemania de 1933 y la democracia liberal en nuestros días no es la democracia directa de los antiguos griegos ni tampoco el ideario de Jefferson o Alberdi. Así y todo, creo que mal pensaríamos el hoy si perdemos el hilo de la historia.

 

La mirada de sus ojos

 

Aatmica Ohja. Netra Daan, "The noble cause", 2016.

 

El avance del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán en tan sólo cinco años, de los 800.000 votos en 1928 a los 17 millones de enero de 1933, fue un fenómeno de aquella democracia que después se sostuvo como un alerta en Europa ante cualquier crecimiento de las movimientos neonazis. En esa línea de tiempo, hoy resulta necesario explicar el mapa de crecimiento de los movimientos políticos de las derechas radicales y su porcentaje de votos: Ley y Justicia en Polonia (37,6% en 2015), Partido del Pueblo Suizo (29,4% en 2015), Partido Liberal de Austria (26% en 2017), Frente Nacional de Francia (21,3% en 2017), Partido Popular Danés (21,1% en 2015), Movimiento por una Hungría Mejor (19,1 en 2018), Liga Norte de Italia (17,4% en 2018), Demócratas Suecos (12,9% en 2014), Alternativa para Alemania (12,6% en 2017).

Halperín convoca a tener en cuenta dos componentes centrales del discurso macrista: los aspiracionales y los punitivos. Los primeros en tanto muchos votantes proyectan la idea de que una fuerza política conducida por un millonario y gobernada por hombres de negocios tiene la clave del éxito. Reich, por su parte, creía que el aspecto reaccionario del fascismo tenía su base en las clases medias: “Visto desde la perspectiva de su base de masas, el fascismo era claramente un movimiento de las clases medias”. Y también creía que entre un líder político y sus seguidores se daba una identificación: “Un führer no puede hacer la historia más que si las estructuras de su personalidad coinciden con las estructuras de amplias capas de la población, vistas desde la perspectiva de la psicología de masas”.

Es decir, que “por tener los ojos perpetuamente clavados en lo alto” (en “la superioridad de la raza de los señores”), las clases medias en sus diferentes estratos vivían el antagonismo entre su conciencia objetiva (económico-social) y su conciencia subjetiva (aspiracional) o ideológica. Un antagonismo capaz de conducirle al voto de aceptación voluntaria de la servidumbre.

Halperín sostiene también que como resultado de los fracasos de tres años de gobierno, el macrismo no ha logrado alimentar la fantasía de su esperada magia por contacto, y ha debido concentrarse en el componente punitivo de la promesa de Burlón y Compadrita (la ironía es mía) de barrer con el populismo en tanto sistema de frustración del despliegue incontenido de los deseos individuales de los estratos medios.

Reich habla asimismo de la familia autoritaria, el patriarcado, y hasta del misticismo tradicionalista de las clases medias rurales (el campo), para tratar de explicar el componente autoritario, represor y punitivo del fascismo: “La clase media no desarrolla un sentimiento de solidaridad porque ocupa una posición intermedia entre la autoridad y los trabajadores manuales”. Pero hoy se ha dicho, y creo que con razón, que habría que aplicar la noción de una estratificación social en la que la ideología aspiracional o de clases medias alcanza a toda la población: en todos los estratos se mira hacia el estrato superior, y se “odia” a los integrantes del estrato inferior (migrantes, indios y mapuches, cabecitas negras, piqueteros, choriplaneros, pibes chorros, y siguen). Estrato medio sería el que se ubica entre uno de abajo y otro de arriba. Una reformulación actual de lo dicho por Reich afirmaría: A nada le teme más un estrato medio que a su igualación con el estrato de abajo.

 

Un movimiento de revitalización

 

 

Anthony Wallace decía que “el fenómeno de masas es ese tipo de acontecimiento social en el que un gran número de personas actúan simultáneamente y de una forma que supone una notable interrupción del comportamiento habitual, sancionado por la sociedad, que corresponde a su papel”. Y aunque dejaba fuera al comportamiento electoral entre las variedades de esos fenómenos, incluía en ellos “el movimiento social” –como los movimientos políticos y religiosos—, que llamó “de revitalización”. Este movimiento se definía como “un esfuerzo organizado para inducir a los miembros de una comunidad a abandonar determinadas prácticas o costumbres y adoptar otras”.

Macri afirmó frente a las elecciones de 2015: “Ellos van por la coherencia de la continuidad, nosotros proponemos un cambio cultural”. Un año después de asumir insistía: “Necesitamos no sólo un cambio económico, sino un cambio cultural”. Y hace un año expresaba su aspiración de que gremialistas y empresarios se sumaran a su cambio cultural. Un cambio que tenía que ver, entre otras cuestiones, con dejar de usar la energía como si fuera un regalo del cielo (justificando la desproporcionada suba de las tarifas) y devolver su rol institucional a las fuerzas de seguridad (justificando la muerte por la espalda de Rafael Nahuel).

Wallace entendía que el movimiento social tiene un propósito activo y adaptativo que busca satisfacer las necesidades físicas y emocionales de la mayoría: “En todo movimiento social se da, por consiguiente, una interrupción de la rutina y su sustitución por un nuevo patrón de comportamiento, racionalizado por referencia a una ideología”. Pero ese cambio cultural como fenómeno de masas tenía exigencias: 1.-que los miembros del grupo tengan una captación de información simultánea; 2.-que la información señale la diferencia entre la situación presente y la vivida en el pasado; 3.- que esa diferencia sea lo bastante marcada como para resultar en una ventaja o pérdida importante de ciertos valores; y 4.- que esa pérdida se perciba como evitable, y que el beneficio se perciba como alcanzable.

 

La ilusión del ilusionista

El cambio cultural de Macri y Cambiemos ha pretendido “revitalizar” el país satisfaciendo las necesidades emocionales —aunque no físicas— de sectores de la población con una disociación entre su realidad económico-social y sus ideas, haciendo posible un voto sin responsabilidad social e incluso sin interés objetivo personal. Durante dos años y medio fue eficaz en satisfacer aquellas cuatro exigencias, pero la realidad actual muestra su fracaso. Como no puede –ni quiere— desandar el camino, sólo le queda trabajar en el último punto del cambio cultural: la rutinización, aunque limitada a aquellos votantes permeables todavía a sus promesas contra el populismo y la persecución y castigo de sus amenazas a las aspiraciones individualistas. Y apela a otra variedad de los fenómenos de masas: el delirio colectivo que puede encerrarse en la creencia en “la superioridad de la raza de los señores” y en el voto de aceptación voluntaria de la reducción a la servidumbre de ciudadanos sin derechos, sin verdad y sin justicia.

 

 

Imagen principal: Yago Partal. "Zoo Portraits", 2013-2019.

 

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