¡Qué cosa con este coso!

Néstor Frenkel estrenó su documental sobre el inefable Federico Manuel Peralta Ramos

 

Desde el estreno en cines de El coso, el documental de Néstor Frenkel (ocupó la pantalla del Gaumont durante algunos días entre el fin del 2022 e inicios del 2023 y desde entonces se lo puede ver en Cine.ar) algunos de los calificativos reiterados sobre Federico Manuel Peralta Ramos (1939-1992) fueron términos como “indescifrable” o “inclasificable”. Bicho singularísimo, en lo particular elegiría para definirlo la palabra inefable: de no haber existido, merecería que alguien lo hubiera inventado.

Queda claro en la excelente realización de Frenkel que fue un artista de características únicas y un personaje de esos que cada tanto aparecen en la variopinta fauna porteña. Performer desde mucho antes que esa palabra se pusiera de onda, Peralta Ramos llenó una época en las décadas del '60 y del '70. Se autodefinió como “cosmólogo metafísico” mientras un analista que lo trató rechazó la idea de que estuviera loco y lo definió como un “psico-diferente”. Que panzada se habrá hecho el terapeuta, testigo cercano y directo de ese acontecimiento que fue la cabeza de FMPR. La completa investigación audiovisual de Frenkel ofrece claves de cómo el Gordo Fede se convirtió en una figura de culto difícil de olvidar. “Pinté sin saber pintar; escribí sin saber escribir; canté sin saber cantar”, reconoció quien de esas presuntas limitaciones construyó un estilo y, en especial, su modo de trascender. Probablemente no haya sido el mejor cantante del mundo, pero aun hoy da gusto escuchar su versión de La hora de los magos, de Jorge de la Vega.

 

 

 

 

A continuación van cinco momentos de su vida que explican su audacia y su manera de encarar la creatividad. En 1965 su obra plástica “Nosotros afuera” (la escultura de un aséptico y gigantesco huevo blanco) ganó el premio nacional del Instituto Di Tella. Una réplica de esa obra (un día, solo para dar un ejemplo de “arte destructivo”, Federico demolió a hachazos al original) está ubicada frente a la Plaza San Martín, de Buenos Aires. En 1967, flojísimo de papeles como casi siempre estuvo, compró un toro Campeón Junior y cuando tiempo después los de la Rural le pasaron la factura se declaró insolvente. E, imagino, a continuación se rió mucho. En la película su hermano Diego recuerda: “Tuvimos que tocar a tanta gente para poder deshacer esa operación”. En 1968 obtuvo la apreciada Beca Guggenheim. Nada del premio le resultó complicado. Se quedó con el prestigio de la parte simbólica y a continuación con el dinero. Cuando, por cuestiones administrativas, desde los Estados Unidos le exigieron una rendición de cuentas, les respondió que todo se había ido en una cena para amigos en el restaurante de un importante hotel y en la posterior visita a una boite cercana. A ese pagadiós le puso de nombre “La última cena”. Y en la respuesta a la organización agregó: “Leonardo pintó La última cena y yo la organicé”. Lo más llamativo de esta historia es que el proyecto con el que había seducido a los jurados era muy distinto. Se trataba de botar un inflable gigante para que navegara por mares del mundo como señal de amor, paz y buena voluntad. Pero se ve que antes de zambullirse cambió de idea. En 1970 la discográfica CBS le grabó un vinilo simple con dos temas. En un lado se escucha Soy un pedazo de atmósfera y a la vuelta suena Tengo un algo adentro que se llama el coso. En 1973 compartió la temporada televisiva de Tato Bores. En su sketch recitaba, con cara de alucinado, extrañas endechas de su creación. Y terminaba diciendo: “Hay toda una generación que no me conoce y por eso me dedico al rock”, una declaración que a Tato siempre lo dejaba con la boca abierta.

 

 

 

 

 

 

 

Ancestros

En 1874 el estanciero Patricio Peralta Ramos entregó parte de sus terrenos y sobre ellos se inició la construcción de lo que hoy se conoce como “La Ciudad Feliz”. Ese “niño mal de familia bien” que para ciertas miradas fue Federico comentó al respecto: “Es cierto. Mi tatarabuelo fundó Mar del Plata y yo siempre ando Mal de Plata”. En la película alguien comenta que su madre lo entendía y que su padre lo toleraba. El artista plástico Pedro Roth cuenta algo sorprendente. Federico murió a fines de octubre de 1992, muy poco después del fallecimiento de sus padres, que murieron en un mes. “Nunca fue otra cosa que hijo”, explica Roth, uno de los testimonios valiosos de la película. Y desliza la hipótesis de que la partida de Federico no fue otra cosa que un suicidio. Se basa en que su descompensación fatal se produjo luego de que, con un amigo, en un rato, en una confitería de Almagro él solo se había comido 36 medialunas.

 

 

Este cronista lamenta su ausencia. Era muy grato cruzarse con él en la calle Florida, siempre cerca del Florida Garden o de la Galería del Este. En cualquier circunstancia tiraba algo que hacía reír, pero a la vez obligaba a pensar. Lo hacía con candidez, con humildad y con mucha gracia. Los amigos que lo evocan en la película de Frenkel lo hacen con una sonrisa. El crítico de arte Julio Sapollnik presenta un auténtico incunable: un casete con la intervención de Federico en el Museo de Bellas Artes, en tanto que el actor Damián Dreizik lee con esmero, personalidad y sin propósitos de imitación algunos textos de Peralta Ramos. Esta convincente realización de Frenkel –un experimentado documentalista– contribuye para que la figura de este Peralta Ramos colección única no se extinga en la arbitraria memoria argentina. A 30 años de su muerte, puede decirse de él que no fue un genio (ni siquiera uno de cabotaje), pero que tampoco fue un loco. Quedaron para siempre algunas de sus frases, nunca exabruptos, para apreciar su modo de observar el mundo, que percibió –nada más pero nada menos– que como un coso misterioso y difícil de narrar. La siguiente antojolía de autor pone en evidencia aspectos de su cosmovisión. Dichos escépticos, pero no cínicos. Frases irónicas y para nada indulgentes con él mismo y con los que lo rodeaban. Conceptos que llegaban de la filosofía de la intuición.

 

 

 

Cositas

Si he de vivir que sea sin timón y en el delirio; A mí me gusta acá; Fundamentalmente, soy un actor; No hay nada más imbancable que un triunfador; Dios no es ningún boludo; Una forma de argentinizar una idea es no concretarla; Serás lo que te tocó ser y déjate de joder; Arte que me hiciste mal y sin embargo te quiero; Yo soy una estrella porque salgo de noche; El coso es la esencia; Solamente consigue un oasis el que se bancó el desierto; Lo mejor que voy a decir es lo que no voy a decir; En poco tiempo la Argentina, a medida que fue perdiendo tela, pasó de Guido Di Tella a Minguito Tinguitella; Mensaje a la Argentina: creo que en esta época la felicidad consiste en encontrar lo mucho en lo poco; Toda mi vida me la pasé bajando del palco, mientras todo el mundo quería subir. La verdad es que en el palco no hay nada. Y tantas más.

 

 

* Para conocer más sobre Federico Manuel Peralta Ramos, un libro: Del infinito al bife, de Esteban Feuni de Colombi, Editorial Caja Negra.

 

 

 

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