Sin ser religiosa, mi abuela practicaba la caridad cristiana. Cuando consideraba que una blusa estaba demasiado percudida para seguir usándola, en lugar de tirarla se la regalaba a la empleada doméstica. Como los botones podían servir para algún eventual uso futuro, ordenaba retirarlos antes de entregar la prenda. Por supuesto, quien debía llevar a cabo la maniobra era la destinataria de tanta generosidad. Sospecho que mi abuela nunca percibió la crueldad de su gesto. Al contrario, debía sentir que realizaba una buena acción. Ocurre que la caridad suele aportar más alivio moral a quien la ejerce que ayuda material a quien la recibe. Es por eso que mi abuela se emocionaba con la beneficencia hacia los más pobres, pero detestaba su empoderamiento a través del reconocimiento de derechos; ese flagelo propio de los gobiernos peronistas.
Apenas una semana después del golpe cívico-militar que derrocó a Juan D. Perón –y que mi abuela festejó–, la flamante directora de Asistencia Social –Marta Ezcurra, fundadora de la rama juvenil de la Acción Católica y entusiasta de la caridad cristiana– ordenó “desmantelar y disolver la Fundación Eva Perón”. Todas las Escuelas Hogar creadas por dicha institución fueron intervenidas: “Los valientes soldados de la Patria arrancan de las manos de los niños frazadas, sábanas, colchones, pelotas y juguetes de todo tipo con el logo de la Fundación Eva Perón, y los hacen arder en fogatas. Los bustos de Eva son decapitados. Al día siguiente, 24 de septiembre, convoca a los miembros de Acción Católica que componían los Comandos Civiles, esos grupos armados en los que había militantes de la UCR, del socialismo, de familias acomodadas, y también católicos que realizaban atentados con bombas contra el gobierno constitucional de Perón, y dispone la intervención de cada uno de los institutos que tenía la Fundación”. Decenas de pulmotores fueron destruidos por llevar el sello de la Fundación.
Según consignó el historiador Felipe Pigna, Ezcurra –a quien algunos apodaban “Azote de Dios”– denunció el lujo excesivo que brindaba la Fundación Eva Perón: “La atención a los menores era suntuosa, incluso excesiva, y nada ajustada a las normas de sobriedad republicana que convenía para la formación austera de los niños. Aves y pescados se incluían en los variados menús diarios. Y en cuanto al vestuario, era renovado cada seis meses”. Al fin y al cabo, eran chicos pobres, les hubiera alcanzado con polenta y blusas percudidas.
En San Juan, según el historiador Mark Healey, el gobierno nombró “como interventora a una abogada, antiperonista ella. Se dedicó a convertir la colonia hogar femenina en una agencia de formación y colocación de empleadas domésticas. Su ideario era sacar a esas chicas para que trabajaran en casas de familia, de gente como ella o sus amigas”.
Incluso la Ciudad Infantil, inaugurada en 1949 por Eva Perón en el barrio de Belgrano de la Ciudad de Buenos Aires, fue desmantelada.
Mientras Ezcurra demolía la Fundación Eva Perón, su superior jerárquico, el coronel Ernesto Rottger, tenía como misión desandar los pasos de Ramón Carrillo, médico sanitarista y primer ministro de Salud de nuestro país. Es cierto que su obra fue indignante: Carrillo duplicó la cantidad de camas disponibles, y entre hospitales y centros de salud inauguró casi quinientas instituciones y unos treinta institutos de investigación. La tarea conjunta del Ministerio de Salud y la Fundación Eva Perón logró disminuir la mortalidad infantil de 90 por 1.000 en 1943, a 56 por 1.000 en 1955. Sin duda, inaceptable.
Luego del golpe, Carrillo fue acusado de delitos varios, sus bienes fueron confiscados y su casa allanada. Murió en el exilio a fines de 1956.
Hace diez años, en julio del 2015, Cristina presentó en Tecnópolis el Plan Qunita, un plan integral público y gratuito para acompañar a las personas embarazadas y sus familias, y promover el cuidado de niñas y niños hasta los tres años de edad. Fue ideado por un joven militante y diseñador, Tiago Ares, que se inspiró en un programa similar realizado en Finlandia, uno de los países con menor tasa de mortalidad infantil.
El kit que se entregaba incluía –además del moisés– cambiador, sonajero, camisón, libros, pantuflas, bata, frazada, termómetro digital, algodón, crema de caléndula, protectores mamarios, preservativos y otros elementos necesarios. Incluía también la “Guía de cuidados para la mamá y el bebé”. Lo recibirían las beneficiarias de la Asignación Universal por Embarazo y se calculaba que llegaría a un universo de 150.000 personas por año. El plan permitió que las muertes de bebes se redujeran más de un 8%, entre otras razones porque el moisés evitaba el colecho, es decir que el recién nacido durmiera en la misma cama que sus padres.
A partir de la asunción de Mauricio Macri, en diciembre del 2015, el plan fue discontinuado. La diputada Graciela Ocaña denunció sobreprecios a partir de una comparativa chapucera que hizo recorriendo el barrio de Once. Los medios relanzaron la denuncia y el oportuno juez Claudio Bonadío procesó a una veintena de ex funcionarios kirchneristas. Como ocurriría luego con la causa Vialidad, el juez anuló una pericia que no respondía a sus elucubraciones. Después, como el odio gorila nunca es suficiente, ordenó quemar los 60.000 kits no entregados por considerarlos “peligrosos”. Bonadío y Ocaña, junto a los medios afines, fueron los continuadores de quienes destruyeron con alevosía la obra de Carrillo y Eva Perón. Así como los chicos pobres de las Escuelas Hogar no merecían comer pescado o usar ropa nueva, las personas embarazadas con recursos limitados no merecían recibir un kit gratuito. ¿Acaso somos Finlandia?
Al final, el Tribunal Oral Federal Número 1 sobreseyó a todos los imputados por ausencia de delito. La fiscal consideró que el único perjuicio contra el Estado fue no distribuir los kits del Plan Qunita.
“Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”, escribió Jorge Luis Borges. A la Argentina le agradan las repeticiones casi sin variantes. Invocando delitos imaginarios, intenciones satánicas o recursos siempre limitados, los gobiernos antiperonistas destruyen la obra de los gobiernos peronistas. Buscan así que la beneficencia de los ricos vuelva a prevalecer sobre los derechos de los más pobres.
Desde el 2023, el gobierno de la provincia de Buenos Aires retomó el Plan Qunita. La obstinación peronista renace otra vez de sus cenizas.

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