Raros peinados nuevos

Variantes de la derecha buscan interpelar a los jóvenes

 

Los jóvenes, nativos digitales, son el fusible de tiempos y experiencias socioculturales muy distintas a las que conocimos, que repercuten en las maneras de entender la política. Son casi un cuarto del padrón electoral. Tres de cada diez votantes tienen entre 16 y 29 años y más de 2 de cada 10 cuenta con 24 años o menos. Por estos días hay desorientación respecto de sus preferencias, pero aparecen indicios desde dónde empezar a entenderlas. Los tiempos largos de las políticas estatales parecen chocar con la instantaneidad en la que se resuelven sus vidas y las experiencias que transitan en las redes sociales.

En ese desconcierto, el Frente de Todos ensaya un camino para interpelarlos y captar su interés proponiendo construir un proyecto colectivo, con la participación como modo de transformar la realidad junto a otros. Juntos (con o sin Cambio) apela al pragmatismo gerencial e intenta entrar desde el utilitarismo de los dispositivos comunicacionales. Mientras tanto, señales televisivas y portales de noticias instalan y discuten el fenómeno del ultraliberal Javier Milei.

Hoy la economía mundial está anclada por un virus. Los contextos híper tecnológicos no alcanzan a desplegar la potencia de un nuevo ciclo de acumulación de largo plazo que beneficie al conjunto. El poder sobre las mentes importa más que todo en contextos donde los datos son más valiosos que el petróleo. En este mundo de futuro incierto y abierto, los conceptos tradicionales desde los cuales pensamos la política nos están dejando a mitad de camino. ¿Qué significa la democracia cuando cinco corporaciones tecnológicas se perfilan como dueñas del planeta?

El 2001 preparó el despegue del milenio a caballo de la llamada crisis de las empresas punto com. Iniciada el año anterior con la pinchadura de la burbuja del índice Nasdaq, era contemporánea de la peor crisis argentina hasta el momento. Ya para ese entonces, los conceptos clásicos de la política se mostraban insuficientes para explicar el mundo que venía. Había elementos novedosos que invitaban a repensar, pero coincidían con un pasado no tan lejano de producción en masa, electricidad y cadenas de montaje. La salida digital naciente encontró un límite en la crisis mundial de 2008.

La Argentina posterior al 2001 fue de la mano de un proceso político con el cual los jóvenes se identificaron rápidamente. Sobre las cenizas floreció la recomposición del mercado interno, una industria orientada al consumo y mejoras generalizadas en los ingresos, que aunaron condiciones tecnoproductivas a una identidad política. En ese panorama de época la política encontró un lenguaje de interpelación fuerte a las juventudes. Desde 2015 hasta hoy eso cambió.

Los más jóvenes entre los votantes de hoy son hijos de casi una década de estancamiento económico y retroceso social. En el norte, la rebeldía juvenil es apropiada hoy por las derechas europeas que, reiterando discursos, a veces seniles y de tiempos mesozoicos, consiguen revitalizarse ante públicos cuya experiencia de vida no catalizó desencantos de otros tiempos. Mientras, las plazas locales comienzan a ver el desembarco de una derecha que intenta ensayar un nuevo lenguaje. La campaña electoral saca a la luz que hoy no sólo parecen contraponerse proyectos de país, también pugnan modelos culturales.

Quienes cuentan con menos de 24 años crecieron en un contexto despolitizado, en el que se hizo política declamando contra ella. Ser joven, de por sí, es más presente que otra cosa. Pero entre los ingredientes de la juventud hoy se destaca que viven inmersos en una cultura social fuertemente codificada por la adrenalina electrónica, que adhiere a la fugacidad del instante. En términos informativos se nutren de lenguajes mediáticos generados más allá de las señales televisivas.

Los pibes cargan, además, una mochila de insatisfacciones propias de un mercado de trabajo que les oferta poco y de baja calidad. Bajos ingresos y precariedad completan el combo de la cajita feliz a la que acceden. La desocupación del rango etario, ya alta cuando asumió el actual gobierno, alcanzó en el primer trimestre de 2021 el 17 por ciento entre jóvenes varones que contaban entre 14 y 29 años de edad, y 24,9 entre mujeres de la misma edad. Ese es el contexto con el cual enfrentan las elecciones. Por eso el desinterés visible no debe sorprender. La sociedad está “bajoneada”, casi noqueada por la pandemia. Y los jóvenes configuran una población aprisionada entre la inmediatez y la incertidumbre, en la cual las urgencias del momento se calibran mediante presupuestos familiares de ingresos enflaquecidos y trabajo incierto.

El gobierno reacciona, y lo hace en clave productiva. A la presentación del programa de empleo para jóvenes Te Sumo agregó, el lunes 9 de agosto en Tecnópolis, el lanzamiento del plan Argentina Programa. Destinado a jóvenes, y con clave de futuro, propone capacitación gratuita en programación a 60.000 jóvenes y subsidios por 4.000 millones de pesos para la compra de computadoras de hasta 100.000 pesos. La apuesta es por la industria del conocimiento, que generará empleo formal de altos salarios a lo largo y ancho del país en un sector de vacancia de trabajadores y que permitirá exportar sin dañar el ambiente. “A los jóvenes que hoy están en la asistencia social como estrategia para sobrevivir hay que llevarlos al mercado de trabajo, y Argentina Programa es el medio para eso”, dijo el Secretario de Industria, Economía del Conocimiento y Gestión Comercial Externa, Ariel Schale. Aspecto fundamental, porque sin expansión del bienestar material, los derechos democráticos pierden su magia como aseguradores de los económicos y sociales.

 

Anuncio de la segunda etapa del plan Argentina Programa.

 

 

 

 

El aire del tiempo

Mientras el Presidente Alberto Fernández habla a los jóvenes en Tecnópolis, Horacio Rodríguez Larreta incursiona como “tiktokero”. Le recomienda a María Eugenia Vidal que transite la red social con mucha “buena onda, hay que reírse mucho, no pensar nada, improvisación total”. Consigue que ella salga corriendo a comprar pochoclos a Plaza Flores.

Cuesta abandonar la simbología de los globitos de colores, aunque desnuden la subestimación de un cuarto del padrón de votantes bajo, el por lo menos dudoso “no pensar en nada”. Pero el intento es consistente con el momento. Las imágenes del naufragio de 2001 con las que María Eugenia Vidal se empeñó en el inicio de su campaña no parecen comulgar con las buenas vibras. La ex gobernadora de la provincia de Buenos Aires interpeló a los mismos jóvenes diciendo que “por la ausencia de futuro piensan en irse del país”. El jefe de Gabinete del gobierno nacional le respondió con la presentación del programa de empleo para jóvenes Te Sumo pidiendo que “no se vayan”. Otro tanto hizo el ministro Matías Kulfas en la inauguración de la Semana de las Juventudes. Allí recordó a los jóvenes que “vale la pena el esfuerzo” y que “en la próxima década van a florecer las inversiones en el sector. No compren los discursos de que la salida está en Ezeiza”.

Mientras unos dicen que se van y otros piden que se queden, en otro rincón de Ciudad Gótica, sin Sumo pero con La Renga sonando a sus espaldas, un Elvis Presley encarnado en Javier Milei advirtió que no venía a “estar guiando corderos”. Con la exaltación extrema que le brinda su Mister Hyde, gritó: “Yo me metí acá para despertar leones” y los invitó a “rugir el grito de la libertad”. El grito libertario, “Viva la libertad, carajo”, ensaya desplazar al “Viva Perón, carajo”, cuyo impacto de masas registra pruebas de eficacia suficientes.

Esta derecha anarco-liberal parece diferir de la variante que ganó el gobierno en 2015 cuando Mauricio Macri y María Eugenia Vidal hacían suyas las retóricas de pastores evangélicos apelando a discursos reconocibles en la autoayuda, entendida como conjunto de prácticas e ideas que circulan socialmente y donde predomina la noción de que todo cambio es individual. Un concepto reconocible en el management que calza perfecto con el individualismo. Había ya entonces muchos oídos dispuestos a escuchar que la clave del éxito estaba ahí. “Yo me lo gané” fue un clásico que borraba los contextos y las políticas estatales que habían hecho posible la mejora de las condiciones de vida.

Hoy, una escena política que venía organizada en dos partes, ve que una nueva variante comienza a tener circulación comunitaria. No es para perderla de vista. Javier Milei proclama sobre lo justo, lo injusto y lo moral, con palabras escupidas con una impune violencia expresiva de varón, macho y blanco. Hay que “sacar a los políticos a patadas en el culo” para evitar que “el falopero cobre un plan y vos que sos bueno nada”. “Abajo la casta política”, arenga frente a jóvenes que conectan con esa exaltada provocación.

El extremista de las ideas, seguidor de Friedrich August von Hayek, es una variante criolla de una de las principales plumas ideológicas del neoliberalismo. Plantea privatizar la circulación por las calles de la ciudad y hasta las plazas, en una anulación total de lo público compartido. Un provocador que no tiene ningún problema en declararse amante de los monopolios, siempre y cuando surjan del intercambio libre y sin coerciones del Estado. Pero, sobre todas las cosas, entiende bien que éxito se traduce en visibilidad y por eso aprendió a moverse mediáticamente. Reactualiza el sentido del elitismo de hace tres siglos atrás con rasgos de cultura masiva. Y si bien en estos días las encuestas todavía le arrojan menos de 6 puntos de intención de voto, puede crecer. Con cabellera nutrida que cambia colores y despeinados cuidados que perfilan rebeldías barriales, ese raro peinado nuevo es casi un personaje de ciencia ficción, potencialmente Marvel, y expresión viral de este mundo pandémico que depositó a las big tech en el centro de la acumulación a escala planetaria, donde sólo la controlante de Google, Alphabet, reportó haber tenido ingresos en el trimestre que acaba de finalizar de 61.880 millones de dólares, un 62 por ciento más que el mismo trimestre de hace un año. Dispone, además, de un efectivo (plata en el bolsillo) equivalente a un cuarto del PBI argentino.

La apuesta de esta variante de la derecha está focalizada en una recombinación de elementos de época. La adherencia extrema al presente, que le sienta bien al habitante de redes sociales, y la insistencia sobre el instante y los tiempos cortos, que hacen de los 280 caracteres de un tweet la longitud de una expresión y su alcance cognitivo. Éxitos configurados inmediatamente en cantidades de “me gusta”, ante subjetividades atomizadas y efímeras distribuidas por aplicaciones donde circulan fragmentos que buscan atención a cualquier precio. Frente a ello, los tiempos de las políticas estatales y de la historia parecen resultar eternidades.

Cuando Charly García cantaba Raros peinados nuevos junto a Los Enfermeros, la escena incluía ambulancia y guardapolvos blancos mientras las estrofas entonaban: “Y si vas a la derecha, y cambias hacia la izquierda, ¡adelante!”. En esta sociedad infectada, vacunada, escrutada médicamente, donde economistas interesados van dando clases de epidemiología por las pantallas, no está de más poner el oído para comprender por dónde van los jóvenes, y que no llegue un día en el cual este u otro Elvis Presley del siglo XXI ingrese a una plaza con un guardapolvo erradicando la empatía con su palabra. Y al grito de “libertad” le siga “y si vas a la izquierda, y cambias a la derecha, ¡adelante!”

 

 

 

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