Razón y desvarío

Paul Auster se despacha sobre los cánones de su comunidad con la literatura como estilete

 

No existe una estadística que registre el número de imitadores de un novelista. Cierto es que establecer los parámetros de semejanza desataría no pocas controversias, hasta consagrarse cátedra libre en Puan. Los artistas plásticos lo resuelven con la categoría “referencias”, duermen tranquilos y siguen trabajando. De surgir tamaño ranking entre las plumas contemporáneas, el escalón más alto del podio, con toda justicia, corresponde a Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947). De hecho, cunden los émulos de toda laya, algunos célebres gracias al monumental aparato de difusión propio de las multinacionales, como en Japón, donde se muta Nueva York por Tokio y el martini seco por sake. Más próxima y desconocida es una pluma norteña que cambia una jornada de excesos concluida en lecho desconocido por camposanto de pueblos originarios. Su ruta.

Puro y duro es Brooklyn Follies, la más reciente entrega local (el original es de 2006) de Auster, en la que ofrece con su habitual generosidad rasgos estilísticos, juegos de lenguaje y trampas narrativas. Una historia en apariencia simple, llana, transparente, dotada de pocos personajes definidos al detalle a medida que entretejen secuencias paralelas, en forma paulatina incorporadas al hilo conductor de la trama. Ésta marcha, de la mano de Nathan Glass, un flamante jubilado de una compañía de seguros, al borde de los sesenta, sobreviviente de un cáncer, reciente divorciado, quien regresa a la ciudad de su infancia, Brooklyn, y allí se instala “buscando un sitio tranquilo para morir”. Sin encontrar la serenidad imaginada ni la muerte, el bueno de Nat se topa con una notable sucesión de aventuras teñidas de cotidianidad, protagonizadas por la fauna que lo rodea y a la vez lo convoca.

Cada una de tales alternativas le sirve a Auster, por boca y acción de Glass, para despacharse a gusto sobre aspectos poco visibles de la vida norteamericana. Para ello está Brooklyn, la ciudad del célebre puente frente a Nueva York, que se parece a Nueva York pero no es Nueva York. A partir de allí, poco importa que alguna figura lateral no habite el lugar, ya que Brooklyn resulta un mudo personaje más, suerte de prisma óptico a través del cual todo reluce o se opaca; nada ni nadie permanece incólume. Todos y cada uno pasan a ocupar una entrada significativa dentro de este catálogo de idiosincrasias, donde basta una para pintar muchas, si no todas: “Como digna hija de su madre, raro es el día en que dice algo que no sean lugares comunes: todas esas frases manidas e ideas trilladas que saturan los vertederos del saber contemporáneo”. Y eso que el cansado Nat está hablando de su propia hija.

En tesitura semejante se precipita al sobrino Tom, taxista a la sazón, vecino y compinche en constaste mutación a todo lo largo de la novela. Melancólico, bohemio ya sin fe, el hijo de la hermana había abandonado una promisoria carrera académica en Letras, varado en el doctorado y, a partir de allí, un efecto dominó de atascos hacia todo lo que merece ser vivido; de lejos, un perdedor de esos que le encantan a los yanquis en su producción seriada de espejos invertidos. El muchacho le es funcional al autor a fin de despanzurrar sin pruritos el tan sobredimensionado mecanismo meritocrático de las universidades, aun en sus altos grados y excelsos títulos. En lugar de precipitarse en disquisiciones pedagógicas y avatares ontológicos, Auster simplemente recalca el carácter enciclopédico, anecdótico del saber pretendidamente transmitido. Con desmesurada solfa y divertido cinismo, describe la destrucción del pensamiento crítico bajo el peso del anecdotario anodino, donde Kafka escribe su primer relato en una noche, contra los 16 meses de Melville para Moby Dick y los cinco años de Flaubert para Madame Bovary; sablazo a la ideología del winners & losers. La ceguera de Milton, el brazo faltante en Cervantes, los versos de Emily Dickinson corregidos por su pelele esposo; Poe borracho, Keats muerto a los 25, Lord Byron a los 36 y así con todo, son factores determinantes por encima de los contenidos y relaciones.

 

El autor, Paul Auster.

 

La literatura, como no puede ser de otra manera en Paul Auster, atraviesa toda la novela con potencia y, a la vez, mesura. Funciona como un conector lógico, un articulador semiológico, un ventanuco de acceso a los salones donde poder espiar sin ser visto cómo se deciden las cosas. Juego de espejos, si se fuerza la figura, reflejado a partir de un cristal primordial: el “un tanto ampuloso” Libro del desvarío humano. Nunca un título más apropiado para un volumen que puede darse por concluido en cualquier instante o continuar escribiéndose por toda la eternidad; la del escritor, claro. Proyecto del viejo Nat, en un principio destinado a rellenar los hipotéticos baches de ocio presuntamente característicos de toda senilidad en camino a la fosa, quiere ser al mismo tiempo memoria y fantasía. Lo que se dice, una operación sobre la verdad. Texto de modestas ambiciones, escrito “en un lenguaje lo más claro y sencillo posible, un relato de cada equivocación, torpeza y batacazo, de cada insensatez, flaqueza y disparate que hubiera cometido durante mi larga y accidentada existencia. Cuando no se me ocurrieran anécdotas que contar sobre mí mismo, escribiría cosas que hubieran sucedido a conocidos míos, y cuando esa fuente se agotara a su vez, me inspiraría en hechos históricos”.

Ni una línea del Libro del desvarío humano se glosa, alude o transcribe a lo largo de las 352 páginas de Brooklyn Follies. En todo caso, puede referirse a la anécdota que le da curso al correspondiente capítulo, aunque para otro fin, no dicho. El dispositivo del proyecto triunfa donde fracasa y viceversa: en el derrotero durante el cual se describe la situación, la insensatez adquiere sistemática, la flaqueza fortifica, el disparate cobra lógica, la equivocación acierta; la torpeza, perfecciona. Realidad y desvarío se intercambian y en esa acrobacia dejan de serlo para convertirse en literatura. La inimitable potencia narrativa de Paul Auster.

 

FICHA TÉCNICA

Brooklyn Follies

Paul Auster

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2023

352 páginas

 

 

 

 

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