RAZON Y AZAR DE LA ELECCIÓN EN BRASIL

La sorprendente trayectoria de un capitán candidato

 

Las exclusiones de Dilma Rousseff y Luiz Inácio –Lula— da Silva fueron condiciones fundantes del proceso electoral en curso en Brasil, cuya primera vuelta culminó hace  una semana. Las impulsó una entente desestabilizadora y desestructurante en la que convergieron los viejos partidos de la transición a la democracia, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) –reconvertido hoy en Movimiento Democrático Brasileño  (MDB), una de cuyas figuras fue Temer, ex vicepresidente de Dilma y actual presidente— y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), del que provienen Fernando Henrique Cardoso, José Serra y Aecio Neves, conspicuos auspiciantes de aquellas maniobras. También formaron parte de ella los militares, reinstalados ya en su papel de tutores del sistema político,  encabezados por el general Villas Bôas, que continúa todavía al frente del Ejército. Fue partícipe, asimismo, el contubernio mediático-judicial, de descollante actuación en toda esta trama. Todo esto bajo la aquiescente, atenta y orientadora mirada de los Departamentos de Estado, de Defensa y de Justicia de la gran potencia del norte.

En el fragor de esta maniobra de largo aliento y gran envergadura, los antedichos partidos fueron perdiendo prestigio y consistencia, afectados en su credibilidad por sus propios comportamientos. Los procesos contra Dilma y Lula fueron amañados, carentes de sustento normativo sólido; debieron en el camino defender a un Temer al que casi se lo lleva una correntada de corrupción contenida en inequívocas grabaciones y a un Neves más que salpicado por el Lava Jato, entre otras referencias posibles. Este centro adelgazó a tal punto que en este primer turno electoral la suma de sufragios del PSDB y del MDM  no supera el 6% de los votos a presidente: este es el nivel de su desprestigio. Así las cosas, sus pretensiones sucesorias quedaron sepultadas.

Diversas circunstancias y actuaciones se entrelazaron para propiciar el surgimiento de una nueva figura política: Jair Bolsonaro, un oscuro capitán del Ejército que en 1987 había sido sancionado con 15 días de arresto por comportamientos inadecuados y al que se le había abierto una causa ante el Superior Tribunal Militar. Bajo estas condiciones pidió su retiro y pasó a dedicarse a la política. Durante el impeachment de Dilma, el diputado Bolsonaro –único de su partido, aún hoy, en la Cámara— se destacó por la cruda desfachatez de extrema derecha con que referenció su voto: lo dedicó al coronel Brilhante Ustra, destacado torturador durante la última dictadura militar, a quien llamó el terror de Dilma Rousseff. Era todavía un actor de reparto que, llegado el momento, optó por registrarse como candidato a la presidencia. Con el tiempo se convirtió en el candidato de la entente.

A comienzos de la última semana de septiembre un sondeo electoral de Ibope le daba 28% a Bolsonaro y 22% a Haddad. Y estimaba que éste superaría al capitán, en el segundo turno, por 43% a 37%.  En tanto que una encuesta dada a conocer el 6 de octubre, encargada por la confederación Nacional del Transporte, informaba que Bolsonaro alcanzaba el 42% de las preferencias contra el 27,28% de Haddad. Hoy, luego de conseguir el 46,03% de los votos en la primera vuelta está muy cerca de ganar la segunda; tendrá asimismo 52 diputados en la próxima legislatura: su ascenso fue meteórico.

No es fácil comprender esta sorprendente trayectoria.

Puede decirse que las iniciativas anticorrupción, el Mensalao y el ya mencionado Lava Jato, cuya intención original fue perjudicar al PT sobrepasó este designio inicial e impregnó al resto del sistema político. Un dato fuerte de esta primera vuelta es que son numerosos los políticos tradicionales que no consiguieron la reelección. En este marco, la ya mencionada defección del centro benefició al capitán devenido político: el antipetismo se había quedado sin las opciones que otrora habían tenido a la mano. Los Temer, Cunha, Cardoso, Neves, Serra et allia habían calentado la pava de un mate que terminaría tomándoselo otro.

El PT sangró también por la herida del desprestigio: fue el blanco principal y la campaña en contra de sus principales figuras –Lula y Dilma— fue terrible  Pero al fin de cuentas, si bien fue en parte afectado en beneficio de Bolsonaro, consiguió retener un más que digno caudal de votos a presidente: 29,28%.

Se han ofrecido también dos interpretaciones sociológicas, en tren de buscar explicaciones. Una sostiene que la salida de la pobreza de un número importante de familias –uno de los logros mayores del PT-  habría tenido un efecto paradojal. Su nuevo status habría inducido un cambio en los comportamientos electorales de este conglomerado. La otra supone que sectores de las clases medias, incómodas o asustadas por la ampliación de derechos hacia los sectores más postergados, se habrían replegado sobre sus básicas posiciones conservadoras. En ambos casos, sus votos habrían beneficiado a Bolsonaro. Son hipótesis interesantes pero sin suficiente sustento empírico por el momento, lo que dificulta apreciar sus respectivos alcances e impactos aunque es dable sospechar que sí lo han tenido.

Por último, está también el factor evangélico. El 22,2% de la población brasileña -es decir, 42,3 millones de personas- practica ese culto. Algunos de sus líderes religiosos han amasado considerables fortunas. Es el caso, por ejemplo, de Emir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios, que construyó un enorme templo en San Pablo. A su inauguración, hace cuatro años atrás,  concurrieron once gobernadores –entre ellos Geraldo Alckmin, aún hoy mandatario del estado paulista, y la entonces presidenta Dilma Rousseff. Es el dueño, además, de TV Record, la segunda emisora del país. Tanta pleitesía es directamente proporcional al peso político que tiene la comunidad evangélica, a la que pertenece Bolsonaro. Obtuvo el apoyo de Macedo y, entre otros, el del pastor Wellington Bezerra da Costa, presidente emérito de la Asamblea Mayor, que congrega –según distintas fuentes— a entre 15 y 20 millones de fieles. Bezerra, el 1° de octubre pasado, en una fiesta de aniversario de su iglesia, indicó: “De todos los candidatos, el único que habla el idioma del evangélico (sic!) es Bolsonaro. No podemos dejar que la izquierda vuelva al poder” (El País/Edición América, 8/10/2018).

Establecido lo anterior debe decirse que Bolsonaro fue también tocado por la fortuna.  Por default de otros terminó siendo el candidato de la entente, como ya se dijo; y se benefició por el avance de una aguda polarización. De modo que la romana diosa Fortuna acompañó el trayecto que lo condujo de diputado a candidato a presidente, tanto como el que lo llevó a triunfar con el ya mencionado guarismo de 46,03%, que ningún sondeo fue capaz de registrar.

En fin, “azar y destino dan a los hombres todo” escribió Arquíloco en el año 650 AC. Ya entonces se comprendía el grado de aleatoriedad que es consustancial a la realidad histórica; hoy se sabe, además, que  el humano raciocinio tiene límites para conocer y más aún para anticipar.

Como quiera que sea, ha quedado instalado un escenario de segunda vuelta, en el que el capitán candidato ha alcanzado una muy buena posición, no obstante lo cual no debe darse por cerrada la porfía ni por asegurado el resultado.

Pese a todas las dificultades que debió enfrentar, el PT ha quedado como segunda fuerza política del país. Tiene en la Cámara de Diputados el mayor número de escaños: 56 sobre 513, lo sigue el Partido Demócrata Liberal (Bolsonaro) con 52, como ya se mencionó y el Partido Progresista (PP, centro-derecha, que acompañó a Dilma en las elecciones de 2014), con 36. En el Senado tiene 6 asientos sobre 81 al igual que el PP y el Partido Socialista de Brasil (centro-izquierda); el MDB tiene 12, el PSDB 8 y DEM (Demócratas, conservador) 7; en este caso se eligieron sólo 2/3 de los representantes.

En el rubro gobernadores el PT se impuso en 3 estados (Bahía, Ceará y Piauí) de 13 en los que se ganó en primera vuelta, lo mismo que el PSB, los 7 restantes se reparten entre distintos partidos, ninguno de los cuales suma un segundo gobernador. Restan otros  13 estados que deben ir al segundo turno, en uno de los cuales, Rio Grande del Norte, la petista Fátima Bezerra, alcanzó el primer lugar con 46,17% de los votos y tiene posibilidades de imponerse en la segunda vuelta.

Vale decir que el PT ha conseguido conformar una estructura política apreciable para desempeñarse como oposición y seguir dando pelea, si la suerte se le negara en la segunda vuelta.

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