REBELDE CON CAUSA

La historia del re-nacimiento de Mariana, ex hija de un represor cuyano

 

Supe de ella hace un tiempo. Nos conocíamos de vernos en lugares comunes, con amigos compartidos, en situaciones que nos permitían saludarnos y hacer dos o tres comentarios, intercambios de gentilezas, pero no alcanzábamos a conversar ni profundizar en temas de interés.

En sus ojos se ve algo de brillo particular, bastante de vitalidad, curiosidad y mucha observación. Aunque no es físicamente imponente, tiene presencia y sonríe espontáneamente con franqueza. Siempre está acompañada de amigos y amigas, y su compañero. Cuando conocí que su historia era tan particular le propuse hacer una entrevista para publicar. Ella no dudó ni un instante. Las dudas eran mías. Ella tenía certezas y decisión.

Como el aislamiento obligatorio nos condicionaba decidimos una entrevista mediada por celular y chat, correo electrónico y redes. Este es el resultado de ese intercambio: una historia única e impactante. El repudio más íntimo del que alguien puede ser capaz.

La historia de Mariana es la de una persona que anda entre nosotros, vive entre nosotros, en el mismo paisaje, camina las mismas veredas, manda a sus hijos a la misma escuela de los hijos de nuestros vecinos… que podría ser como nosotros, pero es única.

Ella es una hija de un represor, de un policía de la dictadura. Se llama Mariela pero cuando supo las tareas que tenía su padre como oficio o profesión no quiso ser más hija de ese señor, no quiso obedecer a ese tipo que era un cruel confeso y probado. Desobedeció al mandato dos veces: no quiso ser más su hija… y no quiso llevar más su apellido.

Las hijas desobedientes se dan a conocer más o menos en 2017, cuando la Corte de mayoría macrista quiere imponer reducciones de penas vía el 2×1 a los genocidas presos. ¿Cuándo Mariana hace el cambio definitivo, personal y público?

“En el año '92 tomo conocimiento de la participación de mi padre en la dictadura, aunque siempre supe que era policía, pero en esa época, ¿a quién recurría, a dónde iba a denunciar?”, recuerda.

A partir de ese instante se rompió el aislamiento, el silencio. No era la única que sentía el rechazo, la desaprobación, ni era la única que condenaba a su genitor.

“El silencio es abrumador, y a pesar de que era chica en el año ‘76, año del golpe cívico, militar y eclesiástico, recuerdo como una advertencia permanente: ‘Shhhhh, cuidado que las paredes escuchan’. El mensaje para mí era: ¡quiero saber qué pasa! ¿Por qué me tengo que callar?"

Mucho tiempo después entendí la razón de aquel pedido: mi abuelo y mi abuela me estaban protegiendo de un ser abominable. No sé si ellos supieron alguna vez de los hechos aberrantes que cometió Lanza en la dictadura pero no me cabe duda que sabían de su violencia, de su perversión, de su peligrosidad, ya que la vivieron en carne propia y por las amenazas que recibieron”.

 

 

 

 

“Desde que tengo conciencia siempre fui para los/las demás Mariana, o la Marianita. Decir el apellido que tenía en el documento siempre me dio escozor. En la escuela lo padecía constantemente. Pero no existía la posibilidad de cambiarse el apellido. La figura paterna que tuve fue la de mi abuelo materno, viví siempre con él y con mi abuela. Él fue todo para mí.

“En el año 2012 empiezo a consultar por la posibilidad del cambio de apellido, cada vez veía más cerca la concreción de ese anhelo, no obstante debía esperar más. Cuando tomo contacto con las otras ex hijas, con sus historias, su vida y experiencias, Mariana Dopazo y Rita Vagliati me ofrecen ayuda para presentar la petición ante la Justicia para cambiarme el apellido. Con su amorosa y contenedora ayuda, junto a todas las demás personas que venían acompañándome y conteniéndome, el doctor Javier Rivera solicitó no sólo la sustitución de mi apellido sino también la supresión de mi primer nombre".

“(El pedido a la Justicia) es el resultado de una excelente terapia, de un terapeuta comprometido y gran ser humano. Mi compañero y mis hijos son mi familia, siempre han estado sosteniéndome, ese apoyo es incondicional, permanente, inconmensurable. Me han acompañado siempre y lo siguen haciendo, son mi motor”.

Hablamos de la participación de su familia y de lo que podrían saber o aportar para esclarecer la propia historia y si había algo que acercar a la Justicia para colaborar con la memoria colectiva.

“Tengo una tía, hermana de mi mamá, que es el único lazo sanguíneo que mantengo porque ella también ha sido un sostén importante y valioso en mi vida, y mi hermana de la vida, mi amiga Stella que me tomó de la mano para levantar el puño. Mi otra familia son los/as/es amigos/as/es, sin ellos/as/es que abrazan, guían, contienen, ayudan, consuelan, fortalecen… Son regalos de la vida. Mis abuelos murieron antes de que se llevaran a cabo los juicios y mi madre murió sin decir una sola palabra”.

La conversación continúa y aparece la posibilidad de hablar de recuerdos personales, los recuerdos dolorosos como hija de un represor y de los momentos más interesantes o los mejores luego de reinventarse como persona.

“Con respecto a qué fue lo más doloroso que recuerdo, la respuesta está en la pregunta: ‘Ser hija’. La gente cuando escucha un apellido lo asocia, está otorgándole la misma esencia, el mismo carácter. Por eso decidí no ser la hija, como dice Mariana Dopazo. Soy ‘ex hija’, decidí que él no sea mi padre. Además, en este mundo patriarcal se toma como padre a un genitor; un padre o la paternidad se construye desde el amor, la contención, el compromiso, la responsabilidad, el juego, el aprendizaje y ese rol lo construyó mi abuelo. Lo mejor que me pasó fue sentir una liberación absoluta, dejó de pesar esa mochila cargada de dolor, de sangre, de miedo y de culpas”.

“El nombre y el apellido, además de un derecho es un atributo de la personalidad, nos representa, y al llevar el apellido de mis abuelos maternos, el que me acunó, me formó, me hace heredera de un orgullo, de una filiación por amor que me une a la vida, a las solidaridades, un apellido que puedo transmitirle a mis hijos”.

–¿En algún momento ha pensado que fue una víctima?

–Nunca me he sentido víctima. Víctimas son los/as 30.000 compañeros/as desaparecidos/as, ex presos/as, familiares, Madres de Plaza de Mayo, las/los nietos/as apropiados/as, las abuelas que todavía siguen buscando a sus nietas/os. Siempre he sido una desobediente y lo seguiré siendo. Una rebelde con causa.

–¿Quién era ese hombre que fue su padre y qué es lo que hacía?

–Se llamaba Héctor Edgardo Lanza, trabajaba en la Comisaría Séptima de Godoy Cruz, Mendoza, y fue inspector del D2. Departamento de inteligencia policial.

Hablamos con Mariana también sobre el rol de su madre y de cómo la recuerda a ella. “Mi madre fue víctima de violencia de género, él era violento en todas partes, dentro y fuera de la casa. No sé si ella fue cómplice porque de estos temas no se hablaba”.

Mariana prueba que es posible rehacer toda la vida y darle un nuevo sentido, se puede alterar el propio destino: “Cuando hablás de destino me lleva a la mitología griega, a Antígona, a Edipo; es una construcción religiosa, una forma de desligarse de las decisiones personales. Creo que hay causalidades y desde ahí me paro para ver, reflexionar y tomar una postura que siempre es política, somos seres políticos”.

“Me siento libre. Tener un nombre, nombrarse a una misma, es además un acto de libertad”.

Mariana Herrera Rubia, nacida nuevamente por decisión propia, acompañada de afecto para darle sentido a su vida sin negarla, reconociendo lo pasado, su propia historia, pero reconstruyendo lo necesario para su propia libertad. Desobedeciendo y renunciando a ser hija de un represor, violento y despreciable.

Termina la conversación sencillamente, con la misma cadencia con la que mantuvo la charla todo el tiempo. Le agradezco por su generosidad para compartir su particular historia íntima y no se queda con eso. Mariana tiene la última palabra y dice con su gran generosidad: “Gracias a vos por darme la voz”.

 

 

Las desobedientes no están solas

Mariana Dopazo es ex hija del torturador y desaparecedor con múltiples condenas Miguel Echecolatz, sindicado además por la segunda desaparición de Jorge Julio López en 2006. A través de una presentación judicial, adoptó el apellido de su madre y renunció al del genocida comisario. Dopazo es psicoanalista y docente universitaria. Su historia resonó con fuerza en la esfera pública cuando testimonió y marchó por primera vez en 2017 junto a otras ex hijas y ex hijos de represores, repudiando el 2×1 de la Corte Suprema.

 

 

 

 

Dice Mariana Dopazo: “La potencia política de las ex hijas y ex hijos de genocidas tiene esta característica: el repudio más íntimo, el último cobijo que no tienen, y se inscribe en la línea de memoria y fundamentalmente de justicia. Con nuestro testimonio como ex hijas venimos a decir que se puede ser otra cosa, que no estamos enganchados a un destino trágico como si fuera una ópera o como un Ícaro lanzado al sol”. Los feminismos son fundamentales en esto: "¿Amarás a tu padre por sobre todas las cosas? De ninguna manera. Pero esto no lo pienso ahora, lo pensé siempre. Hoy lo llamamos patriarcado”.

Su proceso de renuncia a la filiación con ese ser de espanto, la impugnación pública de la herencia genocida, la desobediencia y el final del silencio y el negacionismo del terrorismo de Estado. La memoria de Dopazo es lo que se puede ver en Historias debidas, en una larga entrevista realizada por Ana Cacopardo y que se puede ver en el Canal Encuentro.

El 24 de marzo de 2018 fue la primera vez que un grupo de familiares de condenados por crímenes de lesa humanidad marchó de forma colectiva y visible por el Día de la Memoria. La mayoría había participado otros años pero sin revelar su identidad. “Los otros 24 vinimos, pero solas, no es lo mismo. En mi caso, tenía miedo, culpa, vergüenza, ahora no. Estamos acá, queremos y tenemos que estar“, dijo una de las integrantes del grupo. Con el tiempo se sumaron a ellas varios varones, también hijos y nietos de represores.

El temor a la reacción de los demás terminó de desvanecerse cuando se sumaron a la marcha encabezada por Abuelas y Madres de Plaza de Mayo y la larguísima pancarta con fotografías y nombres de los desaparecidos. La gente los aplaudió y algunos se acercaron a ellos para abrazarlos y darles mensajes de aliento. Hubo mucha emoción y varios caminaron entre lágrimas. Algunas ex hijas se juntaron y publicaron un libro: Escritos desobedientes. Ahora andan juntas, desobedeciendo, pero acompañadas.

 

 

Escritos Desobedientes, el libro que editó Marea.

 

 

 

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