Reflexiones dubitativas sobre Davos

Donde se habla de igualdad y transparencia mientras se retrotraen políticas al siglo XIX

 

Me verás ansioso por ayudarte, pero lento para dar cualquier paso

Eurípides, Hécuba

 

Miles de personas se reunirán durante la semana en Davos. Su riqueza combinada es de varios miles de millones de dólares, tal vez hasta un billón. Nunca en la historia del mundo la riqueza por metro cuadrado habrá sido tan alta. Y este año, por sexta o séptima vez consecutiva, uno de los principales temas abordados por los capítulos de la industria, los multimillonarios, los empleadores de miles de personas en las cuatro esquinas del mundo será la desigualdad ...

Sólo de paso, y probablemente al margen del programa oficial, se hablará del tremendo poder monopólico y monopsónico de sus empresas, su habilidad para enfrentar a una jurisdicción con otra para eludir impuestos, cómo prohibir la actividad sindical, cómo usar los servicios asistenciales del Estado para ocuparse de los trabajadores desmayados por el exceso de calor (para ahorrarse el gasto del aire acondicionado), cómo hacer que su fuerza de trabajo complete su salario con el aporte de organizaciones caritativas, o tal vez cómo pagar la tasa media de impuestos entre nada y el 12% (Trump a Romney). Si provienen de economías emergentes también pueden intercambiar experiencias sobre cómo postergar pagos de salarios por varios meses mientras invierten esos fondos a altas tasas de interés, cómo eludir las normas de protección laboral o comprar por nada compañías privatizadas y luego crear empresas fantasma en guaridas fiscales.

Aún así, la pobreza y la desigualdad, que son, como sabemos, los problemas definitorios de nuestro tiempo, estarán permanentemente en sus mentes. Sólo que de alguna manera nunca pudieron encontrar tiempo o dinero suficiente, o tal vez lobbystas voluntarios para impulsar las políticas en las que todos coinciden en las sesiones oficiales: aumentar los impuestos sobre el 1% superior de la escala o las grandes herencias para pagar salarios decentes o no devaluarlos, para reducir las brechas entre los suelos promedio y el del CEO , gastar más en educación pública, facilitar el acceso de la clases medias y los trabajadores a los bienes financieros, nivelar los impuestos al capital y el trabajo, reducir la corrupción en las contrataciones gubernamentales y las privatizaciones.

Como no han tenido ningún éxito en convencer a los gobiernos para que hagan algo por sobre la creciente desigualdad —se lamentarán— no es sorprendente que nada haya cambiado. O bien, que se han llevado a cabo las políticas contrarias: Trump ha aprobado, como prometió, un histórico recorte de impuestos a la riqueza, mientras que Macron ha descubierto la atracción del Thatcherismo tardío. Tampoco parece haberse hecho nada positivo de importancia en las economías de mercado emergentes (con el ataque a la corrupción en China como única excepción importante).

Este retorno a las relaciones laborales y las políticas impositivas de principios del siglo XIX, curiosamente impulsado por personas que hablan de igualdad, respeto, participación y transparencia. Ninguno de ellos está a favor del trabajo esclavo o forzado. Sólo que el discurso de la igualdad ha sido utilizado en la búsqueda de una política estructuralmente menos igualitaria durante el último medio siglo o más. De hecho, es más provechoso llamar a los periodistas y hablarles sobre esquemas nebulosos por los cuales, durante un número desconocido de años y merced a prácticas de contabilidad desconocidas, el 90% de la riqueza va a ser regalado como caridad, en lugar de pagar en forma razonable a los proveedores y trabajadores. Es más barato pegar un sticker sobre comercio justo que renunciar al uso de contratos basura.

Son reacios a pagar un salario digno, pero financiarán una orquesta filarmónica. Prohibirán los sindicatos, pero organizarán un taller sobre la transparencia en el gobierno.

Dentro de un año volverán a Davos y tal vez se alcance un nuevo récord de riqueza en dólares por metro cuadrado, pero los temas, en las salas de conferencias y en los pasillos, serán los mismos. Y así seguirán, mientras puedan.

 

Branko Milanović es un experto serbio-estadounidense en desigualdad económica.

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