Repensar al peronismo

Hacia un programa de gobierno para los millones de argentinos sin empleo formal

 

Breve introducción sobre una parte del peronismo

No hay ni hubo, a mi entender, dos ni tres ni cuatro peronismos, ni hay superación dialéctica de la identidad en virtud de hegemonías internas transitorias que dominaron las formas y los discursos del peronismo. Ni siquiera el vandorismo (salvo en una elección en 1965 en Mendoza) se atrevió a dejar la “casa natal”; mucho menos el menemismo y el kirchnerismo. Estas tres categorías internas sujetaron las formas desde la conducción del PJ y modelaron el contenido peronista del verbo, del discurso.

Sí puede haber un peronismo empírico y un peronismo sistemático y ontológico. Que no son dos sino uno solo, en donde su doble rostro, como en el dios Jano de la mitología romana, tiene un sentido vital ya que es el designio de los cambios y las transformaciones (por eso a Jano se le consagran puertas y umbrales, porque es el dios del paso al devenir, a la evolución).

Su condición de variable social como representante de intereses le permite mantener principios y datos doctrinarios casi inamovibles al tiempo que empiriza, evalúa, corrige y puede cambiar de manera constante modelos de acción política y de gobierno acomodados a los imperios de coyunturas disímiles. Menem y Kirchner expresan ciertos límites opuestos en este peronismo empírico sin que ninguno de los dos haya dejado de lado el peronismo ontológico, el ser en sí mismo.

Esta realidad puede calificarse y puede criticarse. Pero es una realidad histórica. Y se forja en la relación de fuerzas internas que mide dentro del peronismo magnitudes externas. La sociedad y su dinamismo inciden y modelan las contradicciones propias del peronismo.

 

 

 

Brevísima acotación sobre la política en general

Lo política es la encargada de ordenar la sociedad y mal puede hacerlo cuando en su seno se debaten y conflictúan temas absolutamente intrascendentes para esa sociedad. Como peleas, con más carga personal y posicional que política, entre ministros y funcionarios en el oficialismo y entre futurismos en la oposición.

Una forma de bajar decibeles en ciertas cuestiones agonales es aplicar una teoría de la resolución de conflictos políticos, esto es absorber el conflicto en marcos más grandes del que se desarrolla, lo que hace que disminuya su categoría. Ampliar el escenario político donde existe un conflicto hace disminuir la jerarquía del mismo.

Si tomamos con responsabilidad cuantitativa los problemas de toda la Argentina y convertimos ese tema en el continente mayor, obviamente las escaramuzas de la política minúscula pasan a valer menos.

La fuerza política que no tenga capacidad para ordenar la sociedad y gestionar con signo positivo podrá ganar una elección en el corto plazo, pero desaparecerá como identidad en el largo plazo. Esto cabe aún para fuertes e históricas tradiciones como el peronismo y el radicalismo.

 

 

Regresamos al peronismo

Hay que decirlo de una vez: no existen más las condiciones contextuales en que el peronismo se gestó y desarrolló. Y cuando la sociedad muta en sus formas de infraestructura y ubicaciones sociales, eso genera nuevos marcos culturales que alinean de otra manera las preferencias políticas. Esto puede tardar muchos años y entonces ciertas identidades creen que son inamovibles de las conciencias populares. Pero no es así. Entonces debemos preguntarnos y saber cómo respondernos si vemos que el modelo de sustitución de importaciones, caro al proceso de acumulación del primer peronismo (aunque devenía del justismo) no tiene más posibilidades salvo en la cabeza aligerada de inteligencia de cierta dirigencia que lo repite como un mantra mágico.

Y no va más porque la globalización obliga a otras maneras de sostener economías nacionales, más vinculadas a la internacionalización del capital financiero, la presencia dominante en el mundo de nuevos países con potencialidad original y la innovación tecnología. Todo eso define una nueva división de tareas y posibilidades para los países.

Pero tampoco existen las fábricas enormes en donde miles de trabajadores forjaron su espíritu de clase y que un 17 de octubre de 1945 convirtieron ese clasismo marcado por tradiciones de izquierda y originadas en nomenclaturas europeas, en un distinto componente político que los nacionalizó y dio origen al peronismo. Esos miles de obreros juntos y en cotidiana relación eran la condición básica para una presencia de clase como definitoria de una identidad política. Hoy, con el 80% del cosmos productivo sostenido en pymes, con las nuevas posibilidades del teletrabajo y las formas tecnológicas de la producción, que es lo digital, no existe más ese otro componente original del peronismo. Entonces, sin modelo de acumulación por sustitución y sin concentración de trabajadores, no puede ni debe seguir pensándose el peronismo en los mismos términos.

El sujeto social por excelencia en cuanto a validación del peronismo como identidad es la clase trabajadora. Eso no se modificó. Pero desde lo cualitativo. En lo cuantitativo sí. Y mucho. Hasta mediados de la década de los años ‘70 los trabajadores argentinos eran el sector social más numeroso y el que podía demandar, con fuste, mejoras por su condición de espacio más necesitado. Allí tal vez cabría la frase sobre que “los trabajadores lo único que tienen para perder son sus cadenas”. Hoy, un trabajador en el mundo de la formalidad laboral, en caso de perder su trabajo, no sólo pierde las cadenas sino su obra social, el salario familiar, el aguinaldo, las vacaciones y el sueldo más o menos fijo y previsible.

Esto vale para los 6 millones de trabajadores en blanco, mientras que los 7 millones en la informalidad sufren penurias propias que superan las necesidades de los formales, a la vez que los superan en cantidad, y los 18 millones de beneficiarios de planes sociales superan a su vez en necesidades y en cantidad a los anteriores.

Este universo de nuevas fuerzas emergentes como categoría social no cambia a los trabajadores como sujeto social histórico y refugio del más alto nivel de conciencia alcanzada como es que sean peronistas en su inmensa mayoría, pero les quita la calidad de sector mayoritario y con demandas más urgentes. Los que cobran planes y están desocupados son los que sólo pueden perder las cadenas y no tienen posibilidad de defender valores como indemnización, aguinaldo o vacaciones.

Ser “columna vertebral” no es una frase de ocasión, es toda una definición de prioridades y de constitución ideológica para el peronismo.

Por eso carece de sentido, al menos para el peronismo, la desacertada frase “llenar de pobres la política”, expresión cargada de resignación estratégica. Los sujetos sociales históricos mantienen sus virtudes identitarias dándoles sentido político. Y eso hacen los trabajadores peronistas. Ser columna vertebral o sujeto preeminente no está dado por su número sino por su ubicación en los medios de producción. No es un tema cuantitativo sino social. Nuestro sujeto político es la clase trabajadora argentina. Si bien los pobres, como genérica definición de ubicación económica, son mayoría, no es la condición necesaria sino un dato colateral.

Entonces, un peronismo que carece de modelo económico basado en industrializar con acumulación “primitiva” económica sostenida en la sustitución de importaciones, sin transferencia de recursos hacia el sector laboral mediante política impositiva, sin grandes fábricas que construyan día a día conciencia de clase, sin los trabajadores como mayoría más necesitada, necesariamente requiere ser pensado en clave distinta.

Ese es el quid de hoy.

Y eso significa tener contención política, propuesta organizativa y programa de gobierno para los millones de argentinos fuera de la formalidad del empleo. Obvio, ese programa debe superar el ineficiente modelo de los planes. Y merece tanta atención política, cultural e ideológica como inversión económica.

Pero nuestra experiencia común histórica de 18 años fuera de cualquier poder institucional y con persecuciones y en condiciones adversas muestra que no es sólo con plata como se tejen solidaridades, afinidades, respetos, autovaloraciones y se siembran semillas identitarias.

 

 

 

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