Revivir una vaca muerta

La realidad del intercambio desigual refuta la fantasía de la competitividad

 

La esperanza que pone el gobierno en el potencial de los yacimientos de gas y petróleo de Vaca Muerta parece justificada, en lo que respecta a arrimar dólares en una magnitud importante. En vista del grado de profundidad alcanzado por la crisis, que especifica al gobierno como parte del problema y no de la solución, es muy poco o nada probable que esos dólares sirvan para arreglar el desmán que hizo y continúa haciendo. Un día, y no sin gran costo, la crisis va a pasar, también gracias a esos dólares.

Más allá de su uso efectivo para el encarrilado de la coyuntura, para que esos dólares entrañen un real aliento al desarrollo hay que considerar el status y la relación funcional del salario y la ganancia. Son dos de las coordenadas claves en el funcionamiento de la economía mundial, imbricadas en el mecanismo del intercambio desigual.

 

Intercambio desigual

El salario es un precio político. Su determinación obedece a la relación de poder entre las clases sociales en cada país y en cada época. El salario es marcadamente inmóvil a escala mundial. Si fuera móvil, los bajos salarios de la periferia y los altos en el centro corresponderían a una situación transitoria, puesto que los trabajadores mal pagos de la periferia se irían al centro y el salario encontraría su nivel en una zona intermedia. En el mundo, al final de esa recalibración, se pagarían los mismos salarios. Pero eso no sucede. La situación es perenne y no la desafían los más o menos tres millones de inmigrantes (de los cuales un millón es interoceánico) que se desplazan anualmente entre las fronteras, desde los seis mil millones y medio de seres que viven en la periferia, hacia el centro habitado por mil millones.

Por el contrario, el capital se caracteriza por una movilidad considerable. Basta que en algún territorio nacional se opere un cambio de cierta marginalidad que baje la ganancia o que prometa más ganancia para que el capital cruce la frontera huyendo de o buscando ese destino. La tendencia a la igualación mundial de la tasa de ganancia, actuando de consuno con la mano de obra casi inmóvil, es lo que da pie a la perennidad de los salarios tan bajos en la periferia, tan altos en el centro. El origen histórico de esta diferencia se remonta a fines del siglo XIX. En esa época los trabajadores del centro lograron que se plasmaran sus reivindicaciones salariales. Desde entonces el sistema reprodujo por la propia dinámica de las leyes del mercado. Se consolidó pagando altos salarios en el centro y bajos en la periferia.

La tendencia a la igualación de la tasa de ganancia en el ámbito mundial es la que frena que los salarios bajos de los países periféricos se compensen con altos beneficios a fin de retener en el país el excedente o plusvalía extraída a sus propios trabajadores. Por el simple funcionamiento de las leyes del mercado, los empresarios en la periferia se ven compelidos a sacar el excedente al exterior. Salarios más bajos implican precios de exportación más bajos. Beneficiarios: los consumidores extranjeros. Al mismo tiempo, la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia permite que los empresarios de los países del centro imputen al extranjero la mayor parte de la diferencia negativa en la ganancia que le propinan los altos salarios que pagan. Es que salarios más altos implican precios más altos. Con esos precios más altos recomponen su beneficio. Sus mercados se ven cada vez más grandes y se encuentra también compelidos pero a invertir más y más. Perjudicados: los trabajadores de la periferia que tienen que pagar importaciones con precios más altos con salarios más bajos.

Así funciona el mecanismo del intercambio desigual. Así se drena el excedente desde la periferia hacia el centro. Es en el flujo de bienes y servicios que se exportan e importan que esa transferencia no remunerada se materializa. En una perspectiva de largo plazo, el ciclo endeudamiento/servicio de la deuda enmarca y formaliza la situación en lo financiero (defaults incluidos). La refleja. La igualación de la tasa de ganancia sobre el plano mundial es la condición de funcionamiento de la explotación internacional. Como lo dijo Paul Baran: “De la misma manera en que el pillaje descarado del mundo se transformó en un comercio organizado con los países subdesarrollados –comercio que a través de un mecanismo de relaciones contractuales impecables se hizo rutina y racionalizó el saqueo—, la racionalidad del comercio que funciona sin fricciones se ha convertido en el sistema moderno de explotación imperialista, que es todavía más avanzado y mucho más racional”.

 

Nivel y reprimarización

¿Y qué hace con todo esto el gobierno? Mientras en lo coyuntural continúa estropeando el paisaje macroeconómico, en lo estructural agrava seriamente el cuadro del subdesarrollo con su fervor reaccionario por bajar el ingreso de los trabajadores. De esta manera, mediante el acendramiento del mecanismo del intercambio desigual, aumenta el drenaje unilateral de la riqueza desde la Argentina. Si en la salida de la crisis, este contexto no es revertido en su carácter estructural, un buen ejemplo de lo que hay que aguardar del gas y del petróleo de Vaca Muerta lo provee el petróleo árabe, guardando las proporciones del caso.

Antes del shock petrolero de 1973, el barril de petróleo valía muy poco. Los árabes no pagaban casi nada de salarios y las regalías les alcanzaban para la vida palaciega de la elite. El gran salto en el precio del petróleo, debido a un súbito incremento de las regalías —una medida artificial—, no pudo ser absorbido para el desarrollo por el dato económico de que los ingresos internos de estos países eran muy bajos y entonces había mínimas oportunidades de inversión. Entonces, los enormes activos externos de los que disponían marcharon a engrosar las bolsas de los países desarrollados, a colocarse en préstamos a los países periféricos, en medio del desorden monetario mundial que produjeron por su magnitud. Y esto además no fue sin costos para el crecimiento propio. Según el cálculo de algunos autores en los países de la OPEP, en el período que va desde 1965 hasta 1998, el PIB per cápita disminuyó una media del 1,3% anual. A lo largo del mismo lapso en el resto de la periferia el PIB per cápita creció al 2,2% anual.

Dado que el precio de los factores, como el salario, determina el precio de cualquier bien, el temor acusatorio que se enuncia por la reprimarización (porcentaje creciente de materias primas) de las exportaciones carece de mayor fundamento. Se puede exportar manufactura con salarios declinados por decisión política y la perspectiva de los precios será bajista. Se puede exportar petróleo o soja con salarios en aumento por el éxito de la lucha política y la perspectiva de los precios será al alza. Lo decisivo no es lo que se exporta sino con qué nivel de salario se exporta. Además, en el caso argentino, lo que está a mano es la materia prima.

 

Precios

Que el gobierno alardee una y otra vez con Vaca Muerta, bien mirado, comporta que casi sin excepción no espera de ningún otro sector novedades o indicios de crecimiento. La consecuencia lógica de su política de desaliento al consumo, en vista de que la inversión es una función creciente del consumo, lo obliga a refugiarse en las perspectivas de los ingresos generados por las rentas de los recursos naturales, el gas y petróleo de Vaca Muerta, destinados al mercado mundial.

En el mismo andarivel, su estandarte de la competitividad trata de encubrir,  y cada vez con menos eficacia, que en el arbitraje de intereses que a diario debe resolver un gobierno en el ámbito de los negocios, siempre termina decidiendo a favor de las actividades rentísticas que por definición son no-competitivas. Está en la naturaleza de las cosas, que al ritmo que la crisis se agrava y el gobierno muestra nula capacidad de encontrar una salida aceptable, se profundice su comportamiento rentístico en función de intereses que no son los del conjunto.

No obstante, y más allá del gobierno, la idea de competitividad suele conseguir una considerable cantidad de adherentes. Y es una concepción errónea. Los países no se vuelven más competitivos porque bajan sus salarios, se vuelven más pobres. Actúa el mecanismo del intercambio desigual. En la periferia, al bajar los salarios o mantenerlos en el nivel en que estaban, mientras que en el centro los suben, implica que deja de haber mercado acá y se amplía el mercado allá. Y cuando dentro de este proceso desde hace cuatro o cinco décadas aparecieron las factorías de bajos salarios en la periferia, fue para confirmarlo no para contrariarlo. El nivel de localización de las factorías llegó al paroxismo con China. La aparición del síndrome Trump y fascistoides de diversos pelajes, responde —en este aspecto— a la declinación de la parte del botín del intercambio desigual que se apropian los trabajadores del centro operada por las factorías. El éxito en la guerra comercial en marcha se medirá en la recuperación de los ingresos de los trabajadores del centro y en el respectivo empobrecimiento de los de la periferia.

¿Y qué debe hacer con todo esto el frente que se haga cargo de la salida de la crisis? Lo primero sería caer en la cuenta de que restaurar el nivel perdido de los salarios, con lo importante que es, no alcanza. El desarrollo depende de que a buen ritmo aumente el poder de compra salarial, más allá de lo que hoy se considera aceptable. En vista de la factibilidad de ese objetivo hay que considerar dos aspectos. Uno, que la mayor parte de la producción nacional, ya sea agrícola o industrial, está destinado a ser consumida dentro de la nación, y la parte más pequeña se comercia al exterior. El otro, que la proporción de productos industriales, en el conjunto de bienes consumidos, aumenta más que proporcionalmente al desarrollo y la riqueza. De estos dos aspectos resulta que profundizar la industrialización es deseable y ventajoso en sí mismo. Los dólares del gas y petróleo de Vaca Muerte deberían ayudar a aliviar las fuertes tensiones en la balanza de pagos que ese proceso supone. Lo que se intercambia con el exterior es ventajoso o desventajoso en función de los términos de este intercambio. La división internacional del trabajo y el arbitraje de las especializaciones se reduce entonces, en última instancia, a un problema de precios. Y esos precios dependen de si el frente nacional encargado de la salida de la crisis aquieta o propende a aumentar los salarios. En el primer caso profundiza el intercambio desigual. En el segundo, lo yugula.

 

 

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