ROCA & ROLA

Buscando otra vez a Runciman, la derecha argentina recicla el modelo exportador

 

El sábado 16 de mayo una división de la policía francesa allanó un departamento en un edificio ubicado en el tranquilo distrito Asnières-sur-Seine en las afueras de Paris. Allí detuvo a Félicien Kabuga, un adulto mayor de 84 años, acusado de ser el presunto principal financista del genocidio de Ruanda. Durante el cuatrimestre abril-julio de 1994, la milicia Interahamwe y otros grupos de la mayoría hutu masacraron a machetazos y palazos (la cosa era matar al más bajo costo) a 800.000 seres humanos de la minoría tutsi y hutus moderados. Kabuga, ya millonario entonces, está sospechado de financiar a la Interahamwe. Por esa y otras atrocidades, el Tribunal Penal Internacional para Ruanda acusó a Kabuga en 1997 de siete cargos, incluido el de genocidio. Hacía 22 años que estaba prófugo junto a otros siete genocidas. Dos de las hijas de Kabuga estaban casadas con los hijos de Juvénal Habyarimana (hutu), el Presidente muerto cuando un misil volteó su avión particular (regalado por Jacques Chirac cuando era Primer Ministro de Francia) en el que volaba con el presidente de Burundi, Cyprien Ntaryamira, que también falleció. El atentado exacerbó la guerra civil ruandesa que venía de antes y se desencadenó el genocidio.

 

 

Félicien Kabuga, el financista del genocidio en Ruanda.

 

 

"El arresto de Félicien Kabuga hoy es un recordatorio de que los responsables del genocidio pueden rendir cuentas, incluso veintiséis años después de sus crímenes", dijo Serge Brammertz, fiscal jefe del Mecanismo Residual Internacional para Tribunales Penales (IRMCT, por su sigla en inglés), que se ha hecho cargo de los casos que quedan de los tribunales formados por las Naciones Unidas para Ruanda y la ex Yugoslavia, según declaraciones que consigna el Wall Street Journal. El papel en este enorme escándalo humano de Bélgica, Francia y Alemania (antiguos colonos en la región de los Grandes Lagos) continúa siendo materia de análisis. Da un aire de bastante probable que el morocho Kabuga y los otros siete degenerados hayan permanecido y permanezcan tanto tiempo deambulando por Europa con captura recomendada fuera del radar de las autoridades, por efecto de la mediación de algún acuerdo político muy silente y opaco en grado sumo, de esos que son para los intereses de los Estados tan necesarios como imposibles de digerir para el honesto ciudadano de a pie. Se ofrecía una recompensa de 5 millones de dólares por Kabuga.

En todo caso, un punto a dilucidar es quién aseguraba que el principal recurso fiscal de Ruanda, la recaudación de aduana, no caería a nada tras el genocidio por un embargo internacional y entonces iba a la crisis el espacio político conseguido a fuerza del machete criminal. Si se mira la significación del comercio exterior ruandés de entonces y de ahora, es casi nada en términos de valor. Los volúmenes físicos no son tan apocados, pero como se produce con salarios africanos, los precios son la nada misma y la diferencia se la apropia el consumidor europeo.

A las hipótesis sobre el subrepticio comportamiento europeo pueden anteponerse otras que las contradigan. Los documentos que irán apareciendo con el tiempo dirán. Hasta entonces, lo objetivamente cierto es que el odio racial irónicamente originado en una normativa colonial belga —hutus y tutsis son prácticamente la misma etnia— tenía en la captura de la aduana la base material que le daba sustento al demencial objetivo que se plantearon los extremistas hutus. Esto de la aduana tiene un marcado aire de familia a los 70 años de guerras civiles en la Argentina, muy crueles ciertamente, aunque en un grado en extremo inferior al incalificable episodio ruandés. El control de la aduana porteña, principal organismo recaudatorio del Estado nacional desde su proceso de formación hasta la crisis global de 1929, estaba en el centro de todas las disputas con los caudillos. La crisis de 1890 se llevó también las guerras civiles, al darle salida —muy a su pesar— Carlos Pellegrini, nacionalizando la moneda y asumiendo Buenos Aires definitivamente su carácter de Capital Federal.

 

 

 

Es sañudo que lo fajen

Ciento treinta años después, en la compleja sociedad en que vivimos vale tener presente ese pasado y la incalificable experiencia ruandesa porque en un mundo que, pandemia mediante, se cierra al comercio exterior, está perdiendo pie a gran velocidad el modelo exportador, mito organizador de la derecha argentina. Un detalle que se les pasa a los librecambistas argentinos es que el edén que prometen y que tiene en las exportaciones su núcleo supuestamente dinámico, posee como atractivo principal la vuelta a una sociedad y una estructura fiscal muy rudimentarias, en la que la aduana viene de nuevo a ocupar el centro de la recaudación. Y con la aduana y la masa de lúmpenes que crea el eje del modelo exportador que es bajar fuerte los salarios argentinos, se sedimenta con gran probabilidad la superestructura política que le es afín, cuyo grado de violencia para mantener el orden o buscar un orden —pruebas al canto— va desde las civiles argentinas hasta la desgracia ruandesa.

Pero la derecha reaccionaria no está para resignarse ante un curso tan odioso de la realidad del comercio exterior, que contraría sus más profundos mitos que encubren sus verdaderos deseos de revancha de clase, y mientras el ex candidato a Presidente de la nación Ricardo Hipólito López Murphy tomó nota de que Mauricio Macri pertenece al pasado efímero y aboga por recrear un frente que impida la dispersión de Cambiemos, el historiador económico Pablo Gerchunoff pone en respiración artificial al modelo exportador para mantenerlo vivo a fin de que la coalición victoriosa de 2015 tenga de dónde agarrarse. En un ensayo publicado en el Diplo online de mayo, Gerchunoff comienza no advirtiendo la violencia política que al modelo exportador le sigue como la sombra al cuerpo, desde lo que sugiere el mismo título: “El nudo argentino”. Parafrasea al Péndulo Argentino de Marcelo Diamand, un dirigente gremial empresario, mediocre y confuso analista. Gerchunoff, en vez de frenar el péndulo, quiere cortar de un sablazo el nudo como Alejandro Magno. ¡Ay de los fallidos!

 

 

Ricardo Hipólito López Murphy: tengo miedo del encuentro...

 

 

Gerchunoff se pregunta, retórico: “¿Acaso ignoro que el mundo ya no será lo que fue? ¿Cómo puedo proponer una coalición social y política pro exportadora justo cuando el comercio mundial parece derrumbarse y se proyecta urbi et orbi la amenaza de otra Gran Depresión? ¿Cómo puedo sepultar a la vieja justicia social peronista ahora que puede de nuevo adaptarse a un confinamiento económico forzoso de larga duración?” Se responde: “Para contestar la crítica, voy a aceptar su supuesto, el de una nueva Gran Depresión, con una gran contracción del comercio. No creo que vaya a suceder. A diferencia de lo que ocurrió entre 1929 y 1932, la mayoría de las naciones está poniendo en juego instrumentos muy potentes: déficits fiscales de dimensiones desconocidas para pagar salarios privados, salvar empresas al borde de la quiebra, nacionalizarlas si es necesario para su sobrevivencia, evitar la crisis financiera. Bienvenida sea esta batería. Si da resultado, la economía mundial saldrá de este inédito desafío más débil, más pobre, pero no colapsada”.

A esta fe, Gerchunoff arriba tras diagnosticar que “no tenemos crecimiento, no tenemos movilidad social, no tenemos justicia social. Si algún sentido tiene una propuesta de gobierno de unidad nacional –que en otros aspectos no tiene ningún sentido– es el de ponernos de acuerdo sobre que el problema existe y que entonces hay que resolverlo, blindados por una mayoría política y social amplia […] La Argentina necesita dólares para comprar bienes de capital, insumos y bienes de consumo, y para eso necesita exportar. No necesita exportar para ser un tigre asiático, porque definitivamente no lo será. Necesita exportar para satisfacer sin chocar contra la pared las demandas asociadas históricamente a su nivel de vida. Las exportaciones son el aceite que lubrica el motor del consumo y la inversión, la garantía que sostiene al mercado interno […] Macri con la deuda y el kirchnerismo con los términos del intercambio chocaron contra la pared. No tuvieron una visión –y por lo tanto tampoco una narrativa que persuadiera– sobre el crecimiento […] De modo que lo que la Argentina demanda, en términos políticos, es una coalición social y política pro exportadora para defender su prosperidad interna”.

 

 

Pablo Gerchunoff ...con el pasado que vuelve.

 

 

De acuerdo a Gerchunoff, “el viejo modelo de justicia social emergido de las entrañas del primer peronismo se acomodaba a la coalición de apoyo que sustentaba a la industrialización mercado-internista, pero no se acomoda a la coalición popular pro exportadora que estamos bosquejando en estas líneas. La “solución” reaccionaria es recortar la justicia social, por la razón o por la fuerza. Eso es conocido, socialmente imposible, indeseable y hasta ineficiente. Una alternativa a la “solución” reaccionaria es limitar el nivel de los salarios en dólares de los trabajadores formales para ganar competitividad, a cambio de un reparto contractualmente establecido de las ganancias de productividad futuras”. Además, “la economía argentina necesita productores de dólares en sus campos, en sus industrias, en sus yacimientos mineros y petroleros, en las oficinas de quienes abastecen al mundo de servicios modernos. La condición es que los dólares que produzcan no se gasten excesivamente, si se trata de empresas extranjeras, en remisión de utilidades y dividendos o de regalías. En otras palabras, la condición es que el balance de divisas de las inversiones sea beneficioso para la nación”.

 

 

Voluntarismo

No es que está ultima curiosa observación indique un pronunciado ejercicio de ingenuidad. Es el taparrabo ideológico para encubrir la meta de la Argentina para cada vez menos. Asimismo, una coalición social y política pro exportadora para defender la prosperidad interna que tiene como instrumento principal ponerle límites de un modo u otro al nivel de los salarios en dólares de los trabajadores formales, con el objetivo de ganar competitividad, es una doble contradicción en sus términos. Por un lado, ¿cómo sería eso de cobrar menos y ser más prósperos? El propio Gerchunoff debería caer en la cuenta de que ya está grande para hacer semejante ridículo. Por el otro, como las exportaciones son completamente inelásticas, esto es: la caída de la cantidad es muy poca —casi nada— ante un fuerte aumento del precio, descubre la coartada de revancha de clase que hay en invocar la competitividad del bajo precio a consecuencia de bajar los salarios en este rubro. En las circunstancias marcadas por las exportaciones inelásticas, bajar los salarios para bajar los precios implica perder en los términos del intercambio y en el resultado comercial. La inversa es cierta.

Para colmo, Gerchunoff aúna  a la subjetividad política el hecho objetivo de que la plataforma teórica sobre la que asienta su razonamiento, el llamado teorema de Heckscher-Ohlin, es muy endeble y contraindicada. Ese teorema basa sus inferencias en suponer que no hay movimiento internacional de capitales, o sea una fantasía que se choca con la realidad de un mundo signada por el movimiento de los capitales cada vez mayor, cada vez a más velocidad. En criollo, esto significa que no pierden un minuto en calcular en qué lugar del mundo se la pueden llevar más rápido. Los suecos Heckscher-Ohlin hicieron su fama académica defendiendo la ventaja comparativa con argumentos diferentes a los de David Ricardo, del cual eran críticos y se postulaban como superación. Compartían con Ricardo la idea de que el objetivo de política para la balanza comercial debía ser cero. Cuando hay déficit (el estructural que preocupa a Gerchunoff), la causa en este mundo neoclásico es que a raíz de la protección los salarios suben más de la cuenta y se importa más de lo debido.

Por lo tanto, si queremos dólares de más (tal la meta de la coalición exportadora) no basta que bajemos los salarios para que aparezca el equilibrio, sino que es necesario un suplemento extra que vuelva la balanza comercial superavitaria por largo tiempo para pagar la deuda. Eso en medio del mercantilismo de siempre, ahora exacerbado por la pandemia y de la negativa de la coalición que expresa Trump, de seguir resolviendo las crisis norteamericanas volcando capital excedentario a China. No hay mucho de qué preocuparse, Gerchunoff tiene fe en que eso no pase, aunque por si las moscas apunta que “la desconfianza entre las naciones y entre los pueblos, un clásico de las pandemias, debería reducir la inmigración, el turismo y el comercio".

A causa de que la división internacional del trabajo se hizo pelota con la crisis de 1929, el 1º de mayo de 1933 en Londres entre el Vicepresidente argentino Julio A. Roca (hijo) y los representantes del Board of Trade inglés al mando de Walter Runciman, se firmó un acuerdo en el que se hacían todas las concesiones solicitadas por los súbditos de su majestad para mantener el mercado de carne inglés y no quedar completamente fuera de juego. Raúl Prebisch, integrante de la delegación negociadora, siempre lo justificó diciendo que nadie presentó nunca ninguna mejor alternativa. Razón no le faltaba. Ahora es muy diferente. Debajo del puente sobre el río de aguas turbulentas pasaron grandes correntadas. Pero Gerchunoff no se rinde y tras subrayar “que nunca nada cambia del todo en los procesos históricos”, aunque abogue por retroceder, no se priva de contar una vez más media verdad al revés y relatar que “la Gran Depresión de los años '30 y el derrumbe del comercio encontraron a la Argentina con un coeficiente muy alto de apertura comercial, y eso facilitó una estrategia industrial proteccionista que hoy no está disponible porque ahora la Argentina es una economía cerrada […] Argentina está sin rumbo; Argentina está condenada a exportar como resultado de un consenso si quiere emerger de su larga crisis sin presentir en el horizonte una nueva crisis de deuda”. Este no es un fallido, es un acertado gol en contra de los intereses nacionales.

Si lo que hoy expresan López Murphy y Gerchunoff nos gana la partida en las dos próximas elecciones, el problema será enteramente nuestro, de nuestra incapacidad de recrear el clima de desarrollo. Por sí mismos, estas nadas de argumentos no están para otra cosa que disparar el proceso autocrítico que nos ayude a edificar con la mayor eficacia el frente nacional.

 

 

 

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