Romper el techo de cristal

La participación de mujeres en la vida sindical se triplicó pero los roles jerárquicos siguen en manos de hombres

 

La foto se repite cada tantos meses. Una mesa larga de varones sindicalistas reunidos con las máximas autoridades del país o, en su versión pandémica, todos en un jardín, con distancia y barbijos. En las redes también se reitera un fenómeno: algún usuario –en verdad suele ser alguna usuaria– señala la baja representación femenina y diversa entre quienes toman las decisiones, se suman unxs cuantxs a la crítica, se interpela a los actores, se repudia y al día siguiente el debate se pierde entre la voracidad de la propia coyuntura. Pero el debate no se pierde en el seno del colectivo de mujeres sindicalistas. Las sindicalistas saben que la foto es simplemente una foto, que lo que importa es la película, pero también saben que los roles protagónicos aún no les fueron asignados. Con los años se volvieron cada vez más conscientes del techo de cristal que pesa sobre sus cabezas y lograron agrietarlo. Del lado del poder, se las suele ignorar con una única excusa: “No hay casi cuadros femeninos formados” para ocupar los lugares de toma de decisiones. Los datos dicen lo contrario: la participación de las mujeres en el mundo del trabajo y en la vida sindical se ha triplicado en las últimas décadas.

El sindicalismo es quizás uno de los ambientes del país menos permeables a la equidad de género y así lo expresa la actual conducción de su organismo máximo: la Confederación General del Trabajo (CGT). El consejo directivo, integrado por dos secretarios generales (Héctor Daer y Carlos Acuña) y 35 miembros (25 en las secretarías y 10 en otras funciones) hoy cuenta con la participación de una sola mujer y cero identidades diversas. Susana Maiorana renunció hace pocos meses a su cargo de Secretaria de Salud y Medioambiente y fue reemplazada por un hombre. Noemí Ruíz, de la de Unión de Trabajadores de Moda e Imagen Publicitaria (conocida como Asociación de Modelos Argentinas) permanece como el último bastión femenino en la cúpula cegetista.

Lo que muchas veces se ignora es que detrás de la foto en la que sólo hay varones está el incumplimiento de una ley. Desde hace 18 años, precisamente desde el 8 de marzo de 2003, la CGT vulnera la ley 25.674 que establece un mínimo de 30% de cupo femenino en las listas electorales internas de los gremios y un porcentaje de delegadas en las negociaciones colectivas de trabajo y abarca a todos los sindicatos, uniones y confederaciones, es decir desde un gremio común hasta la CGT.

En las últimas semanas, el debate de la exclusión de las mujeres en la toma de decisiones sindicales tomó fuerza en la agenda pública por la inminente renovación de autoridades –se prevé que será en octubre– y por el reciente pedido del propio Presidente Alberto Fernández para que el cupo se transforme en paridad y las mujeres ocupen el 50% de los cargos jerárquicos. Fue durante un almuerzo con los máximos líderes sindicales, el pasado 6 de mayo, que Fernández lanzó la propuesta. Según reveló el periodista Mariano Martín en Ámbito Financiero, la idea del oficialismo es que se dupliquen los cargos para que uno de ellos sea ocupado obligatoriamente por una mujer. Para lograrlo debería reformarse el estatuto de la central obrera, lo que genera resistencia entre los sindicalistas más viejos. Al menos dos preguntas fundamentales se abren con esta cuestión: Si hoy no se cumple con el cupo del 30% consignado por la ley e incluido en el estatuto vigente ¿será posible alcanzar la paridad? Y más aún, ¿un incremento de mujeres en los cargos garantizará que también se incorpore la perspectiva de género en las políticas sindicales?

 

En las bases, no en la cúpula

Al interior de los sindicatos, la ley del cupo femenino del 30% tampoco se cumple por completo. Los últimos datos oficiales registrados por el Ministerio de Trabajo, en 2018, muestran que las mujeres están a cargo sólo del 18% de las secretarías, subsecretarías o prosecretarias, y que el 74% de los puestos jerárquicos que ocupan están vinculados a temas estereotipadamente considerados femeninos, como género, igualdad, servicios sociales, familia y niñez.

Una investigación realizada en 2020 por el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), denominada “Sexo y poder: ¿Quién manda en la Argentina?”, muestra que solo el 11% de los lugares de decisión en sindicatos son ocupados por mujeres. El estudio muestra que la participación femenina en lugares de poder retrocedió en los últimos 10 años. El Índice de Participación de las Mujeres (IPM) diseñado por el ELA era del 5% en 2010 y disminuyó al 3% en 2020. La baja presencia de las mujeres en las cúpulas sindicales se observa inclusive en los gremios de sectores altamente feminizados, como es el caso de la educación, la salud o la alimentación.

Noemí Ruíz, la única mujer en la CGT.

Según las estadísticas recogidas, la presencia de mujeres en el sector sindical fue en aumento en los últimos años aunque aún no se evidencia en los puestos de más alta jerarquía, en los que la participación sigue siendo muy baja, incumpliendo con la legislación vigente. Para Noé Ruíz, quien se desempeña como secretaria de Igualdad de oportunidades y Género de la CGT y participa de la entidad desde la década del ‘90, las mujeres forjaron un camino en ascenso dentro de los sindicatos. “Fuimos preparando cuadros, generando incidencia, ocupando espacios dentro de la misma CGT, en distintos departamentos o institutos. La presencia de la mujer es hoy una realidad. Hay mujeres en todas las organizaciones sindicales. Que no haya secretarias generales no significa que no se puedan ocupar los cargos sino que hay un interés mayor que no lo permite”, dijo Ruíz a El Cohete.

Susana Santomingo es secretaría de Derechos Humanos del Sindicato de Empleados de Comercio de la Ciudad de Buenos Aires y lleva más de 50 años dentro de las filas de la organización. A pesar de tener un padre sindicalista, del que heredó la vocación de luchar por los trabajadores, dice que sus avances en el sindicato siempre fueron a fuerza de mucho trabajo, tenacidad y perseverancia. “Es común que las mujeres no ocupemos espacios de conducción y que nos llamen para la foto o nos pongan a hacer tareas poco relevantes, como decorar o inflar globos”, destaca, y añade que las pocas mujeres que llegan a lugares de poder suelen ser discriminadas y se las critica desde un punto de vista moral, metiéndose con su personalidad y hasta con su cuerpo. “Estamos acostumbrada a encontrarnos con cosas que parecen mínimas pero van erosionando la paciencia, como que no nos quieran dar la palabra en una reunión en la que participamos 3 mujeres y 50 hombres, que cuestionen mi vida personal o me traten de vieja, mientras que a los señores de mi edad les festejan que andan con chupines rojos y no les pregunten si quiera lo que piensan”, dice. Santomingo recuerda que en sus inicios en el mundo sindical tuvo que enfrentar muchos prejuicios, inclusive el de su mamá que era ama de casa y pensaba que ella no debía “meterse en esa actividad”.

Hay algunos sindicatos –como los de aceiteros, madereros y químicos– en los cuales ninguna mujer ocupa puestos de decisión, y en los gremios más masculinizados romper con la estructura patriarcal lleva mucho más trabajo. Karina Pavone, secretaría de Género e Igualdad de Oportunidades y Trato, del Sindicato Gran Buenos Aires de Trabajadores de Obras Sanitarias (SGBATOS) cuenta que hasta hace 15 años en su actividad no había casi mujeres. “Cuando se abrió, tomó muchos años que las mujeres fueran incluidas en las actividades sindicales”, recuerda. Si bien hoy la situación cambió, Pavone dice que aún cuesta encontrar mujeres en puestos jerárquicos porque para la formación de cuadros sindicales primero tiene que haber mujeres militado en las bases, tienen que formarse como delegadas, y ese entorno sigue siendo hostil para ellas. Es entonces un trabajo de los sindicatos impulsar la formación de lideresas. “En un sindicato que era tan masculinizado, las mujeres no se sentían atraídas de participar. Tuvimos que crear planes, líneas de acción para que sean parte. Hoy tenemos casi en todas las comisiones internas mujeres delegadas. Nos dimos cuenta que el interés estaba y las mujeres con deseo de participar también, pero teníamos que incluirlas”.

El acercamiento de Pavone al sindicalismo fue cuando tenía 21 años y por una tragedia familiar. Su papá, quien trabajaba desde los 17 en la empresa Gas del Estado, se enfermó y decidió quitarse la vida a sus 45 cuando su trabajo corrió peligro porque la firma fue privatizada. “A los pocos días de su muerte fui a su oficina y les exigí que le pagaran a mi mamá la indemnización correspondiente por fallecimiento. No se la querían pagar porque había sido un suicidio. Ese día me transformé en delegada sindical de mi familia”, recordó. A los pocos años, Pavone entró a trabajar a Obras Sanitarias –hoy AYSA– y comenzó una carrera como representante sindical. Desde hace 12 años es delegada y creó la Mesa de Mujeres Sanitaristas de la Federación Nacional de Trabajadores de Obras Sanitarias, que reúne a militantes sindicales de todo el país.

 

Una ley corset

La Ley de Cupo Sindical Femenino se originó como un apéndice de la Ley 24.012, aprobada en 1991, que fijó en 30% el piso de participación de las mujeres en los cargos electivos de los partidos políticos (modificada con la ley de paridad sancionada en 2017). La letra chica dice que ese 30% debe completarse sólo si la participación femenina en la entidad gremial alcanzara ese mismo porcentaje; caso contrario, debe cumplirse el proporcional a la cantidad de mujeres que integran la organización. “El cupo es acorde al padrón de cada organización, por lo cual hay un corset definido por el 16% comprobable en los padrones, cuando en realidad la proporción de mujeres es mayor ya que el mundo laboral incluye muchas actividades que no se registran”, explica Ruíz.

Además, al no incorporar a la ley cláusulas específicas sobre mandato de posición –es decir, la obligación de posicionar a las mujeres en lugares con posibilidades de resultar electas– se las ubica en cargos de menor poder de negociación en la estructura sindical.

La integrante del consejo directivo cegetista alerta también que la ampliación de la participación de mujeres en las distintas conducciones no necesariamente implica que aumentará su poder real o de decisión. “Se puede plantear modificar el estatuto de la CGT, e incluso el de todos los sindicatos, para que las mujeres ocupen el 50% de los cargos pero que sea sólo un ‘como sí’ y que sus lugares sean pactados por los varones. Nosotras queremos dirigentes mujeres en la primera línea, que no dependan de ningún secretario del mismo gremio”. A su vez, Ruíz consideró que la idea de duplicar los cargos podría terminar por licuar el poder de todo el órgano rector y propone que la paridad sea sobre las plazas que ya existen, es decir que todas las secretarías se dividan mitad y mitad.

Por su parte Vanesa Siley, diputada y secretaria general de la Federación de Sindicato de Trabajadores Judiciales, considera que “lo peor que podría pasar en un momento en que tenemos una oportunidad única en el mundo sindical para que se revitalice la cúpula es que se haga un cambio para que nada cambie”. En tal sentido, apunta que no hace falta inventar nuevas normas cuando no se cumplen aún las vigentes. “Primero vamos a respetar las leyes que ya están escritas, respetemos el cupo del 30%. Si queremos ser mejores vayamos por la paridad y por la inclusión de las diversidades, pero debemos procurar que se cumpla”, dice.

 

Vanesa Siley: “Primero respetemos las leyes que ya están escritas”.

 

Santomingo agrega que además se debe trabajar para no repetir los modelos de poder patriarcales instituidos. “No podemos dejar que los cargos sean ejercidos por los hombres pero sostenidos por las mujeres. El hecho de los genitales no garantiza una posición real de igualdad. Tienen que ser representantes que no reproduzcan el sistema patriarcal”, manifestó.

Es necesario además incorporar a la ecuación un componente más: la perspectiva de género. Siley opina que “siempre la paridad debe estar acompañada de la perspectiva de género. A veces las dos cosas parece que vienen de la mano pero en realidad no. La agenda sindical y la política para los trabajadores y trabajadoras deben incluir la cosmovisión de la igualdad, la cuestión de la mujer y de las diversidades en el mundo del trabajo. Todo eso debe estar comprendido por el órgano político más importante del movimiento sindical: la CGT”, explicó. La representación del colectivo LGTBIQ+ en los sindicatos hoy es casi nula. Los representan sindicales más optimistas y que apoyan la equidad esperan que el cupo laboral travesti trans para el trabajo dé paso en unos años a la conformación de una nueva camada de representantes que colaboren con romper la hegemonía varon cis heterosexual de los gremios.

Los feminismos hacen foco en que la perspectiva de género se encuentre presente en la negociación colectiva de trabajo. Esto quiere decir que se considere en la discusión a las tareas de cuidados (llevadas adelante en casi su mayoría por feminidades), las licencias, las brechas de género, las asimetrías laborales y económicas, y los techos de cristal. Hasta el momento, su incorporación es incipiente, se despliega de manera lenta y desigual según la rama. Como novedad, este año por primera vez el Presidente pidió que se incorpore en la negociación paritaria un capítulo relacionado con la perspectiva de género. Esto podría obligar a dar visibilidad a la agenda de género en el mundo del trabajo. Suelen ser las trabajadoras las que impulsan medidas tendientes a reducir las desigualdades, y al ser minoritaria su participación en las mesas de decisión esas demandas quedan en un plano secundario.

La posibilidad de cambiar la composición de la CGT y que contemple la equidad depende además de cómo se desarrolle la pandemia en los próximos meses, El cronograma electoral fue planteado para octubre pero aún hay incertidumbre por el contexto sanitario. En tanto, las sindicalistas siguen construyendo desde abajo porque saben que sólo ellas son capaces de abrir caminos hacia arriba para lograr una mayor cantidad de mujeres en los puestos de jerarquía de los sindicatos y también de la CGT.

 

 

 

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